Microcuentos de Jorge Etcheverry




Ilustraciones de Jorge Etcheverry
 
Niña y ballena

La tierra es el interior de una ballena y nosotros somos unas bacterias adentro—eso dijo la niña de unos seis años con sus palabras recién adquiridas, mientras el doctor trataba de discernir las raíces de esa fantasía—la hija de familia católica de clase media para quienes la biblia se conoce en las aburridas misas de once—despojadas de la enorme mitología escatológica de los protestantes que la hacen carne de sus más recónditos temores sus deseos más ocultos. La conexión o resonancia de la teoría horbigueriana, la desolada tierra hueca o esa visión más desolada de un universo de roca maciza interminable y el planeta una burbuja le vinieron a la mente. Pero por otra parte no dejaba de pensar en la vida al descampado del espacio que los físicos trataban de conformar según sus más ingenuos ideales, necesarios para su trabajo porque, ¿a qué estudiar las anfractuosidades posibles de un monstruo incógnito? Y esas grandes mentes se sentían cómodas en el seno de una entidad que era su sueño infantil y ponían el rostro del orden y de dios a ese caos entrevisto e incognoscible. El psicólogo (o siquiatra) sorbió lentamente su taza de té de hierbas y se dijo sí, en el espejo del estudio se revelaba su cara ajada, de un hombre de su edad, que despedía al mundo desde su mirada borrosa, qué mejor que eso, el interior de un ser vivo, cálido materno y femenino, como contrapartida a este planeta achurado de líneas de horror, una mota más en un infinito que se desconoce.



Doppelgangers

Miro hacia la calle acodado en la baranda del balcón, ella adentro se atarea en la cocina con unos trastos, su hija baja unas fotos en la computadora y el gato se refriega contra mis piernas en un paréntesis de su eterna siesta, elementos de esa vida en última instancia apacible que se deja escurrir día tras día y que ofrece la ilusión—o la verdad—de un envejecimiento suave, con las viejas series por fortuna repitiéndose en la tele, gracias a esos canales nuevos en el paquete. Los mismos libros con hojas gastadas a fuerza de la repetida lectura. La chaqueta de cuero acumula polvo en el closet, sobre todo en esos aditamentos, bolsillitos, botones de cobre, el vistoso cierre relámpago, unas hebillas—chaqueta de roto, como se decía en mi país. Frente a mí se abre un cielo malva, los árboles muestran esa variedad de colores del otoño de estas latitudes, que si uno los viera en una tarjeta postal, creería que son mentira. Y las veo que avanzan, pasan debajo del balcón y se alejan calle abajo cuando por fin termino de reconocerlas, la madre, con su pelo rojo, seguramente teñida, las faldas amplias del tono de las hojas secas, tacones altos, la hija garbosa, de un negro gótico que acentúa sus rasgos exóticos, su abundante cabellera azabache, y ese perro que conduce, airoso y feral, con un collar de metal reluciente. Son ellas, que avanzan intrépidas hacia la noche que se anuncia y me pregunto con pavor, ¿con quién entonces he estado viviendo esta vida amablemente adormecida, durante estos años?



 
 
Informe de los gestores del escritor XX

La mano que escribe esto no parece dudar más allá de la natural vacilación del dedo sobre la tecla, explicable por la edad, porque aunque el sujeto está ya muy cerca de los 70, se mantiene en excelente condiciones a pesar de lo anterior, en gran parte razón de nuestra elección. Otro problema ha sido esa misma edad y el relativo buen desempeño de sus facultades mentales, un sine qua non para nuestros objetivos que parecerían ser casi remotos a los habitantes de este planeta, debido a su corto ciclo de vida. En general, a esa edad comienza un vasto deterioro de las por así decir facultades mentales de los sujetos, lo que hace relativamente fácil su control, pero cuyo resultado en términos de productividad suele ser bastante pobre. Entonces, ante la disyuntiva de un control fácil pero relativamente improductivo y un esfuerzo mayor pero más fructífero, hemos decidido por la segunda alternativa. El sujeto produce buenos textos, que quizás puedan expandir su influencia en algunas decenas de años, o centenas (para nosotros es casi lo mismo. Parece que la habitación en la pineal de este sujeto y sus vivencias nos está contagiando). El sujeto tiene pesadillas, sueños extraños que no logra asociar con ninguna experiencia vivida y esto le preocupa. Su relativo aislamiento de otros individuos de su especie, incluso de los más cercanos, que se llaman amigos o familia, hacen que tenga bastante tiempo para el autoexamen, introspección, lo que en su caso puede resultar peligroso para nuestros fines.


Diario versus pantalla

Esas cosas que uno no se atreve a escribir se agolpaban al borde de lo que llamamos la mente y trataban de entrar a los sectores iluminados para así convertirse en tema. El hábito de mantener diarios o notas para la expresión íntima que se digiere y analiza retrocedía frente a la compulsión de publicar instantáneamente que se imponía como un mandato casi cultural diríamos. ¿Quién se resiste a la tentación de la probabilidad aunque remota de tener cientos—o miles—de posibles lectores? En décadas pasadas esos escritos se descubrían casi por casualidad en las cajas o gavetas de los famosos o semifamosos o parafamosos que fallecían. Las familias se apresuraban a destruir la documentación que de hacerse pública podría empañar la memoria de los seres queridos y a publicar la que podía acrecentar la fama y proporcionar ingresos. En caso de quienes la casualidad o un enredado cúmulo de circunstancias convertían en figuras del canon literario las ediciones e imágenes póstumas alteraban figuras ya muchas veces míticas, creaban nuevas entradas para aquellos editores que supieran aprovechar la oportunidad.


 
Papagayación

Incólume se arrebata jadeante la turbamulta decrépita o aleteante de una primera vida, de una vida incipiente que pugna por hablar por desincinerarse de las costras dejadas por milenios de la ablación sostenida de la variedad de lenguajes otrora desplegados como abanicos en los mil recovecos geográficos

Ahora escabullidos de nuestra vista, ausentes de nuestras pantallas y del inventario de los rostros que asedian en el borde los sueños

Donde las pulsiones más remotas y reptíleas asumen por lo general rostros familiares

Nos será o no dado reemplazar las lenguas muertas acudiendo a la genética, a los matices que todavía navegan en el sabor salobre de la sangre

Compensemos entonces pues os digo y me digo esa ausencia quizás de alguna manera sentida dividamos en tribus que acaso pequen de minúsculas estas vastas urbes nuestras que atesoran semillas de expresión casi cuadra a cuadra quizás no todavía evidentes pero que acechan acechan


Los nuevos medios

El aura se desprende eléctrica a la manera de Chardin y adopta un aspecto tecnológico. Infinitas pantallas se despliegan en todos los centros poblados, no solo las ciudades

El mundo se viste y desviste según climas y estaciones. Los ojos se fijan en cada momento en el reflejo, en paraderos de buses, mesas de café

“Queremos olvidarnos de todo lo que no se relacione con nosotros, no permitamos ninguna intrusión en ese mundo que reproducimos. Que nada nos venga de afuera”.



Cuento del tío

El tío cuenta cuentos se amilana sosegado en su silla de paja y se apresta a otra de sus peroratas con el diario doblado sobre sus rodillas y una barba de algunos días le florece la cara

Anonadado combate espejismos implantados en su infancia en un país de montañas y costas

De múltiples verdes

Surcado de pájaros algunos de los cuales indistintos revoloteaban arriba

Profiriendo sus variados y para mí ignotos llamados de apareamiento alarma y guía

A su espalda la de los Andes cuya ausencia en países planos del exilio confunde al trasplantado

Al frente el mar Pacífico la Mar Océano como le decían

Muchos kilómetros al Sur la Capital devora el paisaje se extiende hasta la costa casi

Mucho más al norte se instala definitivamente el desierto temperado un tanto por la línea costera que recorre el país a lo largo

Surgen en las calles los rumores del diario vivir circulan perros se desperezan gatos silban o chiflan los hombres rugen los motores—se pueden escuchar desde el cerro en que estamos enfocados por ahora

Cuéntame un cuento tío

Que no sea un cuento del tío

 
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Jorge Etcheverry

Nacido en Chile;vive en Canadá desde 1975 donde trabaja como traductor. Es poeta, prosista y crítico. Cronipoemas, su sexto libro de poemas fue publicado en Canadá en 2010. En 1993 apareció su novela De chácharas y largavistas. Su antología de narradores chilenos en Canadá, Northern Cronopios, también fue publicada en 1993. Ha publicado prosa, poesía y crítica en Chile, Canadá, México, Cuba, Estados Unidos y otros países. Escritos suyos aparecen en antologías como Cien microcuentos chilenos, Armando Epple, Chile, 2002; Los poetas y el general, Eva Goldschmidt, Chile, 2002; Anaconda, Antología di Poeti Americani, Elías Letelier, Canadá, 2003; Latinocanadá, Hugh Hazelton, 2008 y The Changing Faces of Chilean Poetry. A Translation of Avant Garde, Women’s, and Protest Poetry, Sandra E. Aravena de Herron, USA., 2008. Es embajador en Canadá de Poetas del Mundo. Su antología Chilean Poets: A New Anthology fue publicada por Marick Press, USA, 2011. Recientemente fue antologado en la Antología de poesía chilena I, La generación de los 60 o la dolorosa diáspora, de Teresa Calderón, Lila Calderón y Tomás Harris, 2012 y en Alquimia de la tierra, de Santiago Aguaded Landero, Dante Medina y Sarah Schbabel, España, 2013.
Mantiene el blog El alba volante.