Microrrelatos de Fredric Brown




Llamada (1948)

El último hombre sobre la Tierra está sentado a solas en una habitación. Llaman a la puerta.



Naturalmente (1954)

Henry miró el reloj, a las dos de la mañana cerró el libro desesperado.

Seguramente lo suspenderían al día siguiente. Cuanto más estudiaba geometría, menos la comprendía. Había fracasado ya dos veces. Con seguridad lo echarían de la Universidad. Sólo un milagro podía salvarlo. Se enderezó.

¿Un milagro? ¿Por qué no? Siempre se había interesado por la magia. Tenía libros. Había encontrado instrucciones muy sencillas para llamar a los demonios y someterlos a su voluntad. Nunca había probado. Y aquel era el momento o nunca. Tomó de la estantería su mejor obra de magia negra. Era sencillo. Algunas fórmulas. Ponerse a cubierto en un pentágono. Llega el demonio, no puede hacernos nada y se obtiene lo que se desea. ­El triunfo es vuestro!

Despejó el piso retirando los muebles contra las paredes. Luego dibujó en el suelo, con tiza, el pentágono protector. Por fin pronunció los encantamientos.

El demonio era verdaderamente horrible, pero Henry se armó de coraje.

- Siempre he sido un inútil en geometría - comenzó...

¡A quién se lo dices! - replicó el demonio, riendo burlonamente.

Y cruzó, para devorarse a Henry, las líneas del hexágono que aquel idiota había dibujado en vez del pentágono.


El solipsista (1954)


Walter B. Jehová, por cuyo nombre no pido disculpas, pues en realidad ese era su nombre, había sido un solipsista toda la vida. Un solipsista -por si acaso no conoce la palabra- es alguien que cree que él es la única cosa que realmente existe, que las demás personas y el universo en general sólo existen en su mente y que si dejara de imaginárselos dejarían de existir.

Un día, Walter B. Jehová se convirtió en solipsista practicante. En una semana su esposa se había fugado con otro hombre, había perdido su empleo de funcionario en una agencia de envíos y se había roto una pierna corriendo tras un gato negro para evitar que se cruzara en su camino.

Convaleciente en una cama de hospital, decidió acabar con todo.

Miró a través de la ventana, fijó la vista en las estrellas, deseó que dejaran de existir y ya no estaban allí. Luego, deseó que todas las demás personas cesaran su existencia y el hospital se tornó extrañamente callado, incluso para un hospital. Después, deseó que el mundo desapareciera, y se encontró suspendido en un vacío. Se deshizo de su cuerpo casi con la misma facilidad y luego dio el paso final de desear que él mismo no existiera.

Nada sucedió.

-¡Qué extraño! -pensó. ¿Puede haber un límite para el solipsismo?

-Sí -dijo una voz.

-¿Quién eres tú? -preguntó Walter B. Jehová.

-Yo soy quien creó el universo que tú acabas de desaparecer con tu deseo. Y ahora has tomado mi lugar. Hubo un profundo suspiro. -Al fin puedo abandonar mi propia existencia, encontrar el olvido y dejarte a cargo.

-Pero, ¿cómo puedo yo dejar de existir? Es lo que estoy tratando de hacer, ¿sabes?

-Sí, ya lo sé -dijo la voz. Tienes que hacerlo de la misma manera que yo lo hice: Crea un universo. Espera a que alguien en verdad crea lo que tú creíste y desee que ya no exista. Luego te puedes jubilar y dejar que él tome tu lugar. Adiós.

Y la voz desapareció.

Walter B. Jehová estaba solo en el vacío y únicamente había una cosa que podía hacer: Creó el cielo y la tierra.

Tardó siete días.


Desgraciadamente (1958)

Ralph NC-5 suspiró aliviado cuando tuvo a la vista el Cuarto Planeta de Arturo en el espacioscopio, exactamente en el lugar en que el computador le había advertido que lo encontraría. Arturo IV era el único planeta habitable o inhabitable de su ruta y se encontraba a muy pocos años luz del más próximo sistema estelar.

Necesitaba alimento - las reservas de combustible y de agua eran las correctas, pero el departamento de Plutón había cometido un error al cargar comida - y, probablemente, de acuerdo con el manual espacial, los nativos eran amistosos: le darían cualquier cosa que les pidiera.

El manual resultaba poco claro en aquel punto; volvió a releer la breve sección dedicada a los arturianos tan pronto como hubo dispuesto los mandos para el aterrizaje automático.

Los arturianos, leyó, son inhumanos, pero muy amables. Un piloto que aterrice en Arturo IV sólo tendrá que pedir lo que quiere y ellos se le entregarán gratuita, amablemente y sin pedir explicación alguna.

La comunicación con ellos, sin embargo, debe hacerse mediante papel y lápiz, pues carecen de órganos vocales y auditivos. No obstante, leen y escriben inglés con cierta corrección.

Ralph NC-5 intentó decidir que querría comer en primer lugar, después de dos días de completa abstinencia alimenticia, precedidos por cinco de alimentación racionada: hacía una semana que descubrió el error de la carga de comida en las bodegas.

Comidas, maravillosas comidas, pasaban una tras otras por su mente.

Aterrizó. Los arturianos, una docena de seres efectivamente inhumanos - doce pies de alto, con seis brazos y de un brillante color magenta - se acercaron a él; su jefe hizo una reverencia y le tendió un papel y un lápiz.

En aquel instante, supo exactamente lo que quería: escribió rápidamente y devolvió el bloc. Pasó de mano en mano entre los arturianos.

Abruptamente, sintió que le agarraban y que le maniataban. Y que le llevaban hasta una estaca donde los inhumanos apilaban ramas y arbustos. Uno de ellos les prendió fuego.

Chilló en protesta, pero ellos, como no tenían orejas, no pudieron oírle. Gritó de dolor y luego dejó de gritar.

El manual del espacio era muy correcto al decir que los arturianos leían y escribían el inglés con cierta corrección. Pero omitía el hecho de que eran muy parcos de vocabulario: lo último que tendría que haber pedido Ralph NC-5 era un filete a la plancha.


Imagínate (1955)

Imagínate espectros, dioses y demonios.

Imagínate infiernos y cielos, ciudades flotando en el cielo y ciudades hundidas en el mar.

Unicornios y centauros. Brujas, hechiceros, genios y fantasmas.

Ángeles y arpías. Hechizos y sortilegios. Elementales, espíritus familiares, demonios.

Es fácil imaginarse todas estas cosas: la humanidad se las ha imaginado durante miles de años.

Imagínate naves espaciales en el futuro.

Es fácil imaginárselo; el futuro se aproxima realmente y habrá naves espaciales en él.

Así pues, ¿existe algo que sea difícil de imaginar?

Claro que sí.

Imagínate un trozo de materia y a ti mismo dentro de ella, consciente, pensando, y por lo tanto sabiendo que existes, capaz de mover ese trozo de materia en cuyo interior te hallas, de hacerla dormir o despertarse, amar o subir una colina.

Imagínate un universo - infinito o no, como tú desees representártelo -, con un billón, billón, billón de soles en él.

Imagínate un grumo de barro girando locamente en torno a uno de esos soles.

Imagínate a ti mismo, en pie sobre ese grumo de barro, girando con él, girando por el tiempo y el espacio hacia un destino desconocido.

¡Imagínate!



El Final (1961)

El profesor Jones había trabajado en la teoría del tiempo a lo largo de muchos años.

—Y he encontrado la ecuación clave —dijo un buen día a su hija—. El tiempo es un campo. La máquina que he fabricado puede manipular, e incluso invertir, dicho campo.

Apretando un botón mientras hablaba, dijo:

—Esto hará retroceder el tiempo el retroceder hará esto —dijo, hablaba mientras botón un apretando.

—Campo dicho, invertir incluso e, manipular puede fabrica­do he que máquina la. Campo un es tiempo el. —Hija su a día buen un dijo—. Clave ecuación la encontrado he y.

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