Cinco de las 62 maneras de mi arte


Alex Katz


Por Karla G. Barajas Ramos

Libertad de expresión

Entonces los curadores y artistas enfurecidos con sus comentarios dejaron de tatuar las nalgas de los cerdos, de meter animales para ser devorados los unos a los otros en cajas; en su lugar se metieron a la jaula con más de un tigre de Bengala, mientras el público expectante veía las figuras que se formaban con la sangre de los artistas caídos. El rostro de los que quedaban vivos sufría múltiples transformaciones ante el horror de ser devorados o mutilados.
-Las garras del tigre penetrando la piel de ese hombre, recuerda al pintor clavando el pincel sobre el lienzo- explicaba una mujer a su marido mientras que los encerrados intentaban escapar sin éxito.
-¡Ves, Avelina! Valió la pena desgarrarse,  perder la vida, pero tener libertad de expresión- gritó uno de los curadores dentro de la jaula.
El público aguarda silencioso la respuesta de la crítica de arte, quien lo ve altiva frente a la jaula y dice: ejercer la violencia y la crueldad encubriéndose en ese degradado concepto de libertad de expresión es solo eso; falta de ética y violencia, nunca será arte. La crítica se aleja.
La gente se retira sin aplaudir bajo los argumentos de la feroz crítica. El tigre se devoró al último autoproclamado artista dentro de la jaula de Arte Contemporáneo. 

Evocación simbólica

Mignitorio
I
¿Qué simbolizaba un mingitorio montado al revés, con la firma R. Mutt, 1917?  ¿Qué era eso del  estilo Ready-made?  José le pidió a su maestra de primaria le explicara ¿por qué un mingitorio, un lugar que la gente utiliza para orinar era arte?
-Cualquier objeto mundano puede considerarse una obra de arte al quitarse de su contexto original y llevarlo a una Galería. Arte conceptual le llaman-, contestó la maestra Lourdes con voz sarcástica al niño.
El pequeño de nueve años, motivado con la respuesta de la maestra más inteligente del pueblo, descartó sus conjeturas: que el mingitorio representaba la jerarquía del sistema político predominante en 1917. Comenzó, según él, su carrera de artista fechando con un marcador cada objeto mundano  de su casa.
II

Cada noche contemplaba la fotografía con “La Fuente”, de Marcel Duchamp. Le inspiraba saber que su padre era un artista, hasta que sus compañeros lo desmintieron en la clase:
 -Tu papá trabaja con orines y mierda, idiota. No es artista, es fontanero.
El niño le pegó a tres de sus colegas, ante la llamada de atención de la maestra se fue llorado a casa. De hecho, no volvió a la escuela.
Años más tarde, cuando trasladaba un retrete por los pasillos de un museo para realizar la instalación de fontanería en los baños, al ver expuesta la obra Mierda de artista, Merda d’artista, de Piero Mazoni, supo que siempre tuvo razón sobre el oficio de su padre.
90 latas cilíndricas de metal de cinco centímetros de alto y un diámetro de seis centímetros, que contienen según la etiqueta firmada por Piero Mazoni; Mierda de artista. Contenido neto: 30 gramos. Conservada al natural. Producida y envasada al natural en mayo de 1961.
José deseó regresar al día en que sus ignorantes compañeros se burlaron de él para arrogarles las latas llenas de conocimiento a la cara.

Payaso

Pa papa paleta, pa papa payaso… sonó en mi cabeza cuando vi el cuadro con la imagen gigante de la Paleta Payaso en su versión de 45 gramos, con un fondo negro. Era adicta a ese delicioso malvavisco cubierto de chocolate, con ojos y boca de gomita, La Cara de la diversión, decían los anuncios que con gran eficiencia popularizaron el dulce entre las familias mexicanas y que me motivaban a comprarlo con frecuencia.
Ahora solo consumo la paleta cuando la obsequian en las fiestas infantiles, pagar 10 pesos por comida chatarra es caro, prefiero consumir plátanos.
Me fui a la ficha decía: Payaso, técnica acrílico sobre tela, medidas 100 x 80 cm, año 2016, precio 45,000.00 pesos., ¿quién además de los narcos y los políticos podría pagar tanto por una paleta? Y desde que leí cifra mi experiencia estética quedó en un segundo plano y mi mente se llenó de proyecciones mercantilistas, mejor canté: ¡Pa papa payaso! y salí de la exposición.


Otras funciones del arte

-¡Victoria, come tu espagueti, con la comida no se juega!- grita la madre a la hora de la cena.
-No estoy jugando, mamá.
-Victoria, la comida solo sirve para nutrirse. Es la última vez que te lo digo- dice la mamá con tono siniestro, arrugando la frente.
-Mentirosa, Vik Munik hizo cuadros con mermelada y espagueti- refuta la niña viendo al plato  mientras mueve la comida con el tenedor.
-Me llamaste mentirosa, ¡vete a dormir y no cenas!
Mamá y papá se ven en silencio. La mamá se enoja, ve fijamente a los ojos del marido quien alza los hombros  en espera de sugerencias.
-Desde hoy no le leemos, ni la llevamos al museo. Cada día está peor. La maestra dijo que el arte transforma, pero mira a esta niña, en mis tiempos no se le contestaba a los papás.
-La comida se comía. Los papás tampoco tenían la razón y lo sabíamos pero eran temibles- continuó el papá.
El papá observa el autorretrato que su hija de seis años hizo con la pasta y el brócoli, se asombra al ver la expresión de tristeza en la cara de la niña realizada con la salsa, se asombra de ver el realismo en su trabajo, la composición, el detalle. La mamá se acerca. Se ven a los ojos, afirman con la cabeza y tiran a la basura las ideas de apropiación, reproducción, verdad y memoria que la pequeña dejó en su plato de comida.

***

Karla G. Barajas Ramos (Tuxtla Gutiérrez, Chiapas; 1982)
Publiqué Valentina y su amigo pegacuandopuedes y La noche de los muertitos malvivientes, Editorial Imaginoteca, en el 2016; Neurosis de los bichos, Colección Minitauro, La Tinta del Silencio, 2017.