Milton Puga: «Hippo»


 
Foto: Beso Gulashvili / Georgian Prime Minister's Press Service via European Pressphoto Agency


Hippo

Estos últimos días ha llovido mucho por aquí. El río que pasa cerca de la ciudad se desbordó y siguió su curso por las calles de la ciudad. El torrente también llegó hasta el zoológico.

El nivel del agua subió tanto que muchos huéspedes salieron flotando por encima de la reja, como si alguien los hubiera tomado en brazos para liberarlos de su aburrido encierro. En cuanto estuvieron fuera, todos fueron a dar un paseo por el centro de la ciudad. Avestruces, monos, osos, tigres, cocodrilos, leones, elefantes... y yo.
Muchos lamentan que calles y plazas estén cubiertas de barro. Para mí es el paraíso. A pesar de mi tamaño y mi aspecto imponente, tengo la piel muy delicada. Todos los días me doy baños de barro para protegerla y mantenerla tersa y suave. No es vanidad, es un imperativo fisiológico.
Justo aquí, delante de la tienda, se ha formado un gran charco. Creo que voy a tomar un baño ahora mismo. Y después voy a entrar a probarme un reloj. Siempre me han gustado los relojes de marca. Tengo la muñeca un poco ancha, pero seguro habrá una correa que le calce.
Apuesto a que ya vieron al hombrecito que intenta ocultarse torpemente tras el árbol. Cuando menos lo espere, le voy a dar una gran sorpresa. Tal como hizo mi amigo el cocodrilo cuando trataron de llevarlo de regreso al zoológico. En cuanto sonrió, todos salieron corriendo. Tiene una dentadura perfecta. Y es terriblemente simpático. Igual que yo.


Viuda

Era el experto más renombrado de la Facultad en los mecanismos reproductivos de los arácnidos tropicales. Los especímenes que atesoraba en el terrario que había construido en el jardín de su casa eran una leyenda viviente.

Al examinar un insecto es fácil prescindir de cualquier consideración y atravesarlo sin más con un alfiler entomológico. No obstante, si el objeto de estudio es una Phoneutria fera, la veloz tarántula corredora del Brasil, la actitud del observador cambia, necesariamente.
Su veneno puede matar a un varón recio y bien conformado en menos de dos horas. No existe ningún antídoto. La mordedura produce contracciones musculares y respiración anhelante, culminando con un espasmo terminal y muerte por asfixia.
Con todo, el veneno, en cantidades moderadas, se ha usado para remediar el vergonzante síntoma de un penoso trastorno de la condición viril.
Quizá éste fue el origen de los insidiosos rumores que corrían en la Facultad.
Aludían a las atenciones que el profesor prodigaba a sus estudiantes más agraciadas.
Sólo la envidia podría atribuir semejantes intenciones al hecho que el profesor invitara con regularidad a algunas alumnas a tomar el té. En tales ocasiones, además, siempre estaba presente su esposa.
Luego del accidente todo cambió. Probablemente él se confió demasiado al manipular uno de los especímenes más agresivos.
El terrario fue desmantelado y la viuda del profesor se mudó a otra ciudad. En todo momento demostró ser una mujer de gran carácter. Durante las exequias, enteramente vestida de negro, irradiaba un aura de severa dignidad.


Appassionata

Yo contaba con su devoción por la música. Y por mi esposa.
Me las arreglé para que ella misma lo convenciera.
Sería una acción de arte. Esa clase de extravagancias habían cimentado su fama. Más que talento, tenía un apetito voraz por la novedad.
En una playa debía interpretar una de sus composiciones en un piano, mientras éste era consumido por las llamas.
Él ya estaba vestido con un traje de asbesto cuando el público comenzó a llegar. Al caminar en dirección al piano, la gente lo aplaudió.
Se sentó frente al teclado y se ajustó el casco. Rechazó los guantes. Como estaba previsto, con los primeros acordes se activó la combustión y el piano comenzó a humear. Instantes después una lengua de fuego asomó bajo la caja de resonancia.
Él apuró la ejecución. De pronto, una llamarada envolvió la cubierta. Instintivamente él se apartó del teclado, sin dejar de tocar. Estaba completamente poseído por el éxtasis de la vanidad.
A esas alturas, las cuerdas y los martillos, deformados por el fuego, habían transformado la vibrante melodía inicial en una pesada monstruosidad.
Cuando los parlantes instalados en la playa sólo reproducían el sonido de la madera crepitante y él parecía un mimo patético imitando a un pianista, una llamarada violenta lo lanzó de espaldas.
Ya no se movía. Mi esposa corrió junto a él. Minutos después los paramédicos anunciaron que el insigne artista había muerto. Paro cardiorrespiratorio fulminante. “Ars longa, vita brevis”, pensé, mientras confortaba, sin éxito, a mi mujer.


B 612

Atrás quedó el hogar, las tristes discusiones, el despecho. Atrás quedó Consuelo. Sobre el desierto todo lo que se nombra nace del silencio. Entre oasis y ciudades, a mil millas de todas las regiones habitadas, volando a treinta mil pies, es posible alcanzar la eternidad. “Tú serás para mí único en el mundo”, dijo. Los relojes se detuvieron. En la soledad del vuelo, la Tierra es la mansión de los hombres. Unidos por una sonrisa, buscan el mar. Última misión. En el último día de julio, vamos andando juntos por calles y por islas el niño, el zorro y yo.


A las puertas del cielo

Todos venían del mismo lugar. Todos hablaban el mismo idioma. Todos tuvieron la misma idea. Nada les impediría alcanzar su propósito. La palabra era el cimiento de su obra. Encendieron fuego, cocieron ladrillos, alzaron andamios y comenzaron a construir. Día y noche se afanaban entre cuerdas y poleas. Con entusiasmo se daban instrucciones, compartían cifras y símbolos. De mano en mano pasaban escuadras y plomadas. Algo más fuerte que el alquitrán unía las palabras a las cosas. Al amanecer del último día, justo antes de colocar el último ladrillo, a un palmo de tocar el cielo, los envolvió el silencio.


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Estas aguas hablan de arriesgadas travesías y de héroes audaces; de la ira de los dioses y de un hombre empeñado en regresar a su hogar. Ahora muchos han debido abandonar el suyo, convirtiéndose en protagonistas de una nueva odisea. El cruce es difícil y el horizonte parece muy lejano. Por dos mil euros es posible hacer el viaje. Él terminó boca abajo en una playa, cerca de un exclusivo resort. Parecía dormido, con la placidez de los niños cuando sueñan. Vestía una polera roja y pantalones azules. Aún tenía sus pequeñas zapatillas puestas. Una imagen vale por cien palabras.


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Milton Puga

Rancagua, Chile, 25 de noviembre 1960.

Profesión: Diseñador Gráfico.

Oficio: Publicista.

Vocación: Lector que escribe.

Desde diciembre de 2011 reside en Temuco, en La Frontera del Reyno de Chile, donde asesora a empresas e instituciones en gestión de marca y comunicación estratégica.

Un libro publicado: Amanecer, Sudamericana, 2003; doce relatos de ficción.

Tiene la esperanza de publicar pronto otra docena de cuentos con el título Reverso.

Cultiva la microficción.