«TRANSACCIONES», DE PATRICIA RIVAS



Por Josefina Muñoz Valenzuela

A menudo se piensa que los cuentos breves, microrrelatos, microficciones, microcuentos, son fáciles de escribir y leer, lo que está muy lejos de la realidad, porque exigen un gran poder de condensación lingüística de parte del escritor y una gran concentración y conocimientos previos del lector para develar esa multiplicidad de sentidos que convierte cada palabra en un fragmento de meteorito.
Ya desde el título del libro, “Transacciones”, se nos deja caer una palabra cargada de significados, especialmente en un mundo en el que se ha impuesto el modelo neoliberal, y donde la vida cotidiana y las relaciones humanas se van construyendo desde múltiples “transacciones”, desde el más frecuente y miserable qué gano, qué puedo ganar con esto, que condiciona cualquier hacer posterior, hasta establecer formas de pago -monetarias o no- que transforman las relaciones sociales en un negocio, alejado de la ética, la solidaridad, el amor, la compasión, la igualdad entre seres humanos.
Este conjunto de 41 relatos está ordenado en cuatro capítulos: De memoria, Artificiales, Igualdad y Antiquus, palabras todas que desatan inmediatas asociaciones por sí mismas, desde sus polisémicos significados, que implican conceptos siempre fundantes del quehacer humano. Accedemos entonces a temáticas universales de la vida de hombres y mujeres, algunas más presentes que otras en nuestra comarca por razones históricas y también por razones generacionales.
En la mayoría de estos microrrelatos se juega con el tiempo y las palabras, juegos que apelan a la intertextualidad y que requieren lectores avezados, capaces de establecer las conexiones tácitas en la condensación del relato. Así, de pronto nos encontramos inmersos en el mundo antiguo, aquel de los griegos, que revive y se actualiza enriquecido con sentidos contemporáneos, que siempre tendrá mucho que decirnos a través del espejeo de nuestro presente con ese pasado del que sabemos algo, porque en sus añosas raíces también hemos anclado las nuestras, en un ciclo que se irá repitiendo.
Sin duda, estos relatos nos hablan de partes constitutivas de los seres humanos, de su paso por la vida en esos eslabones a veces felices, a veces dolorosos y contaminados por la brutalidad y la muerte. De allí la necesidad permanente, tan humana, de retomar nuestro pasado y soñar el futuro desde este presente que se va antes de que podamos entenderlo. Tenemos pasados que continúan “penándonos” porque requieren respuestas que los completen en sus sentidos más profundos y nos permitan establecer un diálogo con ellos y con nosotros.
Como sociedad, no hemos obtenido respuestas a preguntas fundamentales derivadas de un largo período de dictadura que clavó sus garras en las instituciones y en las personas, transformando a la sociedad en un espacio de silenciamiento que solo se rompe para las relaciones de negocios, y donde los límites éticos han desaparecido.
En la mayoría de estos cuentos, quien narra lo hace desde una posición de observador que describe, que pareciera no entender del todo lo que pasa, porque ha depositado esa tarea en nosotros, los lectores. Me parece interesante destacar que Patricia ha ido construyendo una escritura que denuncia con mucha fuerza la naturalización de hechos inaceptables en nuestra sociedad, solo si pensamos en los derechos humanos fundamentales, que ya han cumplido 70 años, con un asentamiento planetario inestable, que permite que sean transgredidos de manera habitual.
En uno de los relatos del capítulo Igualdad, “Observancias”, el hombre le ha sacado los ojos a la mujer, aludiendo razones de protección. Ella dice que “Me trataba como una reina si no objetaba sus argumentos”; y cuando los vecinos lo denuncian, ella lo declara inocente.
Así como los hechos son porfiados, la memoria también lo es y su tarea primordial es hacer que los recuerdos permanezcan, nos exijan hacer nuevas preguntas que vayan respondiéndose a través de generaciones que compartirán las memorias personales con otras ajenas, y que llegarán a sentir como propios acontecimientos y experiencias que solo conocieron “de oídas”.
En el capítulo “De memoria”, Patricia entrega ocho relatos que se enfocan en los años de dictadura y lo que sucedió, en alusión directa a la imprescindible memoria. Uno de ellos, “Infantas”, palabra de antiguas resonancias, recupera tiempos pasados y presentes; primero es la hija-infanta-princesa, quien va con su madre a la Vicaría de la Solidaridad buscando noticias del padre desaparecido. Pasan los años y esa hija, ya adulta, continúa yendo al mismo sitio con su propia hija en el rol de actual infanta-princesa, porque aún no hay respuestas a la búsqueda del ser querido, una realidad que hemos conocido bien en nuestro país.
En otro relato se aborda una relación de amistad (que pensamos imposible) entre tres niños: un hijo de un CNI, otro de un desaparecido y un exiliado. Comienza como un cuento infantil tradicional: “Hubo tres niños…”, y luego despliega una historia terrible; sin embargo, hay un final que podríamos llamar “feliz”, imprescindible en una historia de niños.
El capítulo “Artificiales” contiene 13 relatos que muestran una naturaleza degradada por el ser humano, amenazada de desaparición, con una mezcla de realidad, fantasía y ciencia ficción, que apunta también a la centralidad de las relaciones virtuales de hoy, obra de la tecnología. Predomina un lenguaje neutro, cercano al utilizado en los informes rutinarios, cuyo objetivo es la despersonalización.
Un excelente cuento, “Grupo B”, conjuga de manera magistral la observación certera y el humor. Es un típico grupo de WhatsApp, donde las personas- personajes están identificados con letras y los diálogos están lejos de una relación amistosa, en tanto reflejan las odiosidades cotidianas que se dan entre ellos. Aunque de manera recurrente se alude al deseo de juntarse-reconciliarse, nunca llega a concretarse, porque la relación solo es posible en ese espacio virtual, en el que se juega al “como si”, sin interés en un intercambio verdadero porque sus identidades también son virtuales. Solo se sienten a salvo allí y ya no sabrían cómo comunicarse en un espacio de encuentro real.
Sin duda, más allá de las convenciones de la representación, cualquiera sea el género, están las interpretaciones personales y sociales de quien escribe, que intenta detener un momento de ese acontecer vertiginoso y ponerlo ante sus propios ojos y los nuestros, para que esas infinitas y renovadas miradas vayan revelando la multiplicidad de sentidos que esconde todo texto. En este caso, la escritora sabe que la escritura es un destello fugaz de ese gran texto que es la vida humana, la nuestra, la de otros, la de todos, que se construye desde múltiples procesos de desciframiento.
Desde allí, la literatura nos hace participar como testigos, actores, intérpretes, apropiándonos de un fragmento de una historia que basa su poder no en definirse como real o no real, sino en su capacidad de interpelar algo que ya estaba en nosotros, pero que recién ahora se ilumina con palabras nuevas, permitiéndonos descubrir, reconocer, interpretar, eso que la lectura y la escritura, unidas a nuestra personal reescritura, logra transformar en revelación.
Creo que la lectura y la escritura, tamizadas primero por las interpretaciones de quien escribe, y luego por las respuestas de cada lector en un proceso infinito y múltiple, son el sustento primordial de una de las formas más precisas y preciosas de modelar los pensamientos, levantar utopías y continuar tratando de entender esos complejos mundos exteriores e interiores que contienen la vida humana. Solo las palabras pueden construir ese edificio de sueños que anhelamos y permitirnos creer en la posibilidad de que exista.
Este conjunto de microcuentos aborda un amplio espectro de situaciones cotidianas que quizás todos hemos vislumbrado alguna vez, pero cada relato deja entrever leves fisuras que nos inquietan, porque percibimos en ellas algo que nos parece muy propio. Cuando lean estas “Transacciones”, como toda buena literatura, tendrán muchas preguntas e interpretaciones, desde las cuales podrán hacer sus propias lecturas y reescrituras.


Patricia Rivas