Soizick Meister |
Por Violeta Rojo
Durante
los últimos treinta años, los estudios de minificción han pasado de
fundacionales y escasos a constantes y con enfoques amplios. Sin embargo, una
extensa y documentada historia de la minificción sigue siendo materia
pendiente. El tema se ha tocado en varios importantes artículos, en capítulos
de libros y se evidencia en las antologías sobre la minificción de Argentina,
Colombia, Chile, México, Panamá, Perú y Venezuela. El reconocido crítico David
Lagmanovich fue constante al trabajar este asunto, al cual dedicó buena parte
de su libro El microrrelato. Teoría e historia (2006); donde anexó su
“Crono-bibliografía del microrrelato hispánico 1888-2006”, el cual es
primordial para acercarse al tema. No quedan atrás los muchos y significativos
trabajos que el estudioso chileno Juan Armando Epple ha dedicado a los orígenes
y precursores de la minificción.
Es
posible que la historia de la ficción brevísima todavía no se haya podido establecer
porque hay visiones muy distintas sobre el género y, por ende, de cómo se ha
desarrollado. Estas discrepancias, obviamente, afectan a la datación de los
orígenes. En la historiografía hay dos vertientes de pensamiento que, aunque
contrapuestas, pueden ser consideradas igualmente válidas, la primera no está
completa sin la segunda. Una de estas perspectivas estima que las brevedades
son formas ancestrales que se han ejercido desde el comienzo de los tiempos y
que la minificción no es más que la expresión moderna de tales expresiones.
Para la otra, la minificción es una expresión latinoamericana que nació con el
Modernismo y las vanguardias a principios del siglo xx, y que se desarrolló de
maneras peculiares en varios países, continentes y lenguas. Esta tendencia
juzga que los ejemplos de la primera visión son meros casos arcaicos, pero no
minificciones tal como las calificamos ahora.
Lo que sí está claro al revisar los estudios sobre el tema es que hay autores que se citan una y otra vez (aquí también los repetiremos para que se vea su importancia), y otros escritores que son identificados por algunos estudiosos, pero no por otros. Es como si cada uno de los aportes fuera relativizado de acuerdo a cada investigador. En suma, las dos visiones implicarían, para una, la brevedad como un continuo desde las primeras expresiones literarias breves hasta ahora; para otra, una serie de etapas entre las que se cuentan literaturas antiguas brevísimas y ya en el siglo xx brevedades del Modernismo y las vanguardias que configuran un género que llega a constituirse con posterioridad.
Las formas simples como inicio
La literatura brevísima, efectivamente, es habitual en la literatura mundial desde el comienzo de los tiempos. En dos artículos (2010; 2014) he analizado a los precursores de lo que hoy llamamos minificción; ambos podrían resumirse diciendo que ya se encontraban textos brevísimos en las Misceláneas griegas y romanas, en los Makura no Sõshi (Libros de la almohada) japoneses y en los Commonplace book medievales y renacentistas ingleses; en los Hodgepodge (miscelánea) ingleses, los Gemeinplätze alemanes, los Lieux Communs franceses y los Zibaldone italianos del siglo xix. Francisca Noguerol (2009) vincula la literatura breve a los Dietarios españoles, Laura Pollastri (2007) a las inscripciones en las estelas funerarias de la antigüedad, David Lagmanovich (2006) al Haiku, Paul Dávila (2012) al Koan, y Hugo Francisco Bauzá (2008) coloca como precedentes a las lápidas sepulcrales, las columnas y obeliscos conmemorativos, algunas odas de Píndaro, las laminillas órficas de los romanos, las “bagatelas” de Cátulo y los apotegmas de Julio César en Dicta Collectanea, entre otros. Nana Rodríguez (1996) establece una tradición histórica del relato breve que va desde los mitos precolombinos, el Panchatantra hindú, la Biblia y las Metamorfosis de Ovidio hasta el Conde Lucanor de Don Juan Manuel.
Por supuesto, no podemos olvidar toda la literatura llamada de “formas simples”
o “géneros menores”: aforismos, alegorías, apólogos, bestiarios, cuadros,
casos, enxiemplos, epigramas, estampas, fábulas, parábolas, proverbios,
sentencias, viñetas y el largo etcétera de la literatura mínima. Juan Armando
Epple (2006) sostiene que algunas formas literarias de la Edad Media son
también predecesoras a las anteriormente nombradas y suma leyendas, mitos y
adivinanzas.
Europeos y americanos
Después de los autores de minimalia antes citados, comienzan los antecesores inmediatos. Lagmanovich (2006) considera que los Pequeños poemas en prosa de Charles Baudelaire son los precursores más importantes; de igual forma los Cuadernos de Ambrose Bierce y Nathaniel Hawthorne, dice Graciela Tomassini (2008 y 2011); Dolores Koch (2009) agrega a Franz Kafka. Juan Armando Epple (2006) nombra a Aloysius Bertrand, Villiers de L’Isle-Adam, Oscar Wilde, Jules Renard, Lord Dunsany, Franz Kafka, George Loring Frost e I. A. Ireland. Susana Salim (2011) suscribe a Federico García Lorca. Stella Maris Colombo (2011) hace una compilación de los distintos antecedentes de varios estudiosos en los que incluye al ya mencionado Franz Kafka, a Bertolt Brecht y Ernest Hemingway (para Lagmanovich), al ya también nombrado Ambrose Bierce (para Tomassini) y a Giovanni Papini (para Colombo, Roas y Anderson Imbert).
Como se explicó anteriormente, una de las diferencias de criterio es que para algunos investigadores estos autores sólo son antecedentes y para otros son ya minicuentistas. La disimilitud entre estas expresiones y la minificción, tal y como la conocemos, se debe a los evidentes cambios que se han producido en el devenir de la literatura. El concepto de minificción es reciente, tanto así que podemos pensar que la forma literaria a la que damos dicho nombre fue creada por los estudiosos del área que al darle una configuración teórica han ido conformando un género literario que antes era sólo un conjunto de diversas escrituras mínimas creadas sin preocuparse de la taxonomía.
El Modernismo y las vanguardias como arranque
Lauro Zavala afirma que el nacimiento de la minificción “ocurrió a principios del siglo xx, en México” (9). Dolores Koch (2009) indica que el autor primigenio fue Julio Torri. Laura Pollastri concuerda y es más específica al indicar que la “primera manifestación constatable en el siglo xx se remonta al texto ‘A Circe’ que abre Ensayos y poemas del mexicano Julio Torri” (13).
Para
David Lagmanovich (2006) los modernistas y vanguardistas fueron lo que llama
“precursores e iniciadores”: el nicaragüense Rubén Darío; los mexicanos Alfonso
Reyes, Julio Torri y Ramón López Velarde; los argentinos Leopoldo Lugones,
Macedonio Fernández, Antonio Porchia, Ángel de Estrada hijo y Oliverio Girondo;
los españoles Juan Ramón Jiménez y Ramón Gómez de la Serna y el chileno Vicente
Huidobro. A esta lista creo que deberían añadirse el colombiano Luis Vidales y,
sobre todo, el venezolano José Antonio Ramos Sucre. Juan Armando Epple (2014)
incluye a Darío, Torri, Lugones, Vidales, Ramos Sucre, Huidobro y a los
mexicanos Mariano Silva y Aceves y Carlos Díaz Dufoo. Guillermo Siles (2007)
nombra a Torri, Darío, Lugones, Girondo, López Velarde y añade al mexicano José
Juan Tablada. Lauro Zavala (2014) repite los nombres de Torri, Reyes,
Fernández, Girondo, Vidales y añade al colombiano Jorge Zalamea.
Para los antólogos, los iniciadores por país serían Enrique Anderson Imbert en Argentina (Pollastri 2007); Luis Vidales y Jorge Zalamea en Colombia (González 2002); Vicente Huidobro y Braulio Arenas en Chile (Epple 1989); Alfonso Reyes, Genaro Estrada, Mariano Silva y Aceves, Julio Torri, Andrés Henestrosa (Zavala 2002) y Carlos Díaz Dufoo Jr. en México (Perucho 2006). En Panamá, Rogelio Sinán (Jaramillo Levi 2003), en Perú, Ricardo Palma, Abraham Valdelomar, César Vallejo y Héctor Velarde (Minardi 2006) a los que se agregan Manuel González Prada y Celso Víctor Torres Figueroa (Vásquez 2014), y en Venezuela, José Antonio Ramos Sucre (Rojo 2004 y 2009).
Establecimiento de la narrativa brevísima
En los años cuarenta, indica Lagmanovich, hay minificciones en la Antología de la literatura fantástica de Borges, Ocampo y Bioy Casares. A partir de allí comienzan a ser comunes en los libros de Enrique Anderson Imbert, Juan José Arreola, Jorge Luis Borges y Antonio di Benedetto. En 1955 aparece Cuentos breves y extraordinarios de Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares. Ésta es valorada como la primera antología de un género que aún no existía como objeto de estudio, donde se recogen ejemplos de textos brevísimos que ahora son catalogados como minificciones. Después hay textos mínimos en Ana María Matute, Virgilio Piñera y Max Aub.
En
1959, aparece el más famoso minicuento de todos los tiempos: “El dinosaurio” de
Augusto Monterroso, en Obras completas (y otros cuentos). A partir de
entonces son varios los autores que comienzan a desarrollar una literatura
brevísima: el colombiano Álvaro Cepeda Zamudio, los argentinos Marco Denevi,
Julio Cortázar y Luisa Valenzuela, el cubano Guillermo Cabrera Infante, el
venezolano Alfredo Armas Alfonzo, el dominicano Manuel del Cabral y muchos más.
En 1964, Edmundo Valadés funda en México El Cuento. Revista de Imaginación,
en la cual divulga habitualmente minificciones.
Los
70 son los años del furor por la literatura mínima, a la que se unen los
nombres de René Avilés Fabila, Edmundo Valadés, Gabriel Jiménez Emán, Eduardo
Galeano, Armando José Sequera, Jairo Aníbal Niño. Además, José Emilio Pacheco
utilizan por primera vez el término “microrrelato”, afirma Javier Perucho (13).
En los años 80 aparece la revista colombiana Ekuóreo dedicada únicamente a este género, y se da el comienzo de la actividad crítica en 1981 con el artículo de Dolores Koch “El micro-relato en México: Torri, Arreola, Monterroso y Avilés Fabila”. En esos años comienzan a conocerse algunos de los escritores consagrados actualmente: Pía Barros, Ana María Shua, Guillermo Samperio, entre otros, y se editan la revista argentina Puro Cuento y las antologías seminales de Juan Armando Epple (1988), Robert Shapard y James Thomas (1989).
A partir de los años 90, el género se desarrolla con una multitud de escritores latinoamericanos, españoles, de lengua inglesa, brasileros, coreanos, etc. Aquí otro salto, esta vez cuantitativo, con el nuevo siglo y el auge de las redes sociales, la multitud de concursos, congresos y publicaciones.
Las listas anteriores no son más que un resumen ínfimo de los cientos de autores que pueden ser considerados antecesores, antepasados, precedentes y directamente minificcionistas. Son muchos los textos brevísimos que se han publicado desde el siglo xx sin adscripción genérica.
Como es evidente en esta enmarañada y a veces redundante aproximación, es muy difícil concretar una sistematización histórica del género porque no hay un desarrollo preciso, continuado, sino más bien diversos autores con apariciones puntuales pero por separado, otras veces apariciones grupales con estallidos aparentemente desordenados en los que se mezclan muchos géneros; y hay autores que escriben textos brevísimos en algún momento pero no siempre. Hay modas que pasan, experimentaciones que dan paso a otras búsquedas y las hay con una dedicación exclusiva al género. La multitud de escritores y textos hacen que al tratar de aprehender su secuencia todo quede en un intento y sea muy difícil fijar una línea ininterrumpida entre ellos.
Claro está, los eventos históricos no suelen ser continuos y por tanto la historia tampoco lo puede ser. Es común que haya acontecimientos que se solapen, incidentes que coinciden, personajes que aparecen y desaparecen. En la literatura pasa lo mismo: los antecedentes terminan siendo muchos, las influencias difieren de escritor a escritor y los padres literarios son multitud. Estas dificultades explican lo que consideramos ausencias en los estudios que nos ocupan y hacen que respetemos más a los estudiosos que han intentado caminar esta difícil senda. Queda pendiente, mientras un grupo de valientes no la asuma, la historia completa del nacimiento y desarrollo de la minificción.
Obra citada
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