Raymond Depardon |
Bierce
Aún se le puede ver
vagando por los desiertos del norte. Ambrose Bierce no sabe que ha muerto en el
paredón, no se ha visto el boquete que tiene donde debería de ir su corazón. A
él sólo le interesa seguir en la bola, sin preguntarse por qué después
de tanto tiempo sus compañeros de armas es que no han envejecido.
En la comandancia
Me llevaron a la comandancia. Me sentaron y me
abofetearon. Me dijeron, me gritaron, manotearon, sermonearon; se rascaron la
oreja, me rondaron, me lamieron la cara, me mordisquearon el tobillo, sacaron
la lengua y tiraron litros de baba.
Tomé una vara y la lancé muy lejos.
Se fueron tras ella, ladrando de alegría.
Vampira
—Ella no te supo querer, -me dice su madre, del otro lado
del auricular. —Pero confía en mí, que yo sí
sabré... -repone con su voz más dulce y suplicante.
La H
es la cama de un enano mudo…
y
solitario.
La
vecina del 604
es tan pero tan gorda... que me haré su
amante.
Y así llevaré a cabo uno de los más
grandes sueños de mi vida: convertirme en marinero.
Navegaré sus carnes y domaré el Kraken
que guarda entre sus piernas.
A manera de epílogo
—Hoy no habrá historia de terror para antes de
dormir, niños... Lo lamento, estoy un poco cansado...
Y diciendo
esto, empalideció, se quedó rígido, se pudrió, se hinchó, reventó, se cubrió de
gusanos, quedó en los huesos, los huesos se fragmentaron, se hicieron polvo y
el viento dispersó todo eso por debajo de la puerta.
—¡Qué mamón! -exclamaron los niños al unísono.
***