CRISIS DE REPUTACIÓN
Tiene que comprenderlo. Hoy en día
cada uno de nosotros representa una marca personal. Debemos proyectar una
imagen consistente con lo que ofrecemos. Vendemos nuestros conocimientos,
nuestra experiencia. Hay que diferenciarse de la competencia para conquistar el
mercado, pero sin originar aspavientos o escándalos. Por eso es tan importante
cultivar una buena imagen y no dar lugar a equívocos. Así que, lamentándolo
mucho, señor Lázaro, debo rechazar su solicitud para el puesto de trabajo.
Tiene que comprenderlo. Buscamos frescura y usted aún arrastra ese olor a
muerto. Permítame que le haga una recomendación: piénselo mucho antes de hacer
un nuevo cambio de look entre vivo o
muerto. De semejante crisis de reputación muy pocos se salvan.
DON NADIE
A los trece años
sufrió las burlas de sus condiscípulos: replicó con el silencio. La turba de
jóvenes murmuraba sobre sus incapacidades: él era el más lento y torpe en los
ejercicios físicos, el más huraño y difícil de trato y, a pesar de que el único
rasgo sobresaliente era su inteligencia, se veía entrecortada a menudo por una
agresiva timidez que se interponía. Años más tarde recordó el denigrante mote
con el que lo tildaban: era un don nadie. Esa fue la identidad que asumió
cuando aquel rústico cíclope le inquirió su nombre.
–Nadie, soy don
Nadie, Polifemo – respondió Ulises.
SU RESTAURANTE DE REFERENCIA
En nuestras
instalaciones podrá saciar su apetito con total tranquilidad. Ningún agente
externo le vigilará ni incomodará su indomeñable fruición con preguntas
inoportunas sobre la procedencia del manjar. Sorberá el líquido manantial de
rojo purísimo. Paladeará la carne más fresca, seleccionada con rigurosos
controles de calidad, higiene y hermosura. Visítenos. Abrimos de lunes a lunes,
24 horas al día. Nos apasiona nuestro trabajo, por eso aunamos calidad y
entrega, profesionalidad y exquisita atención al cliente. No descuidamos a las
víctimas. Únicamente ofrecemos individuos sanos y bellos. Porque nos gusta ser
el restaurante caníbal de referencia.
LA CASA
En algún lugar de
la casa hay un cadáver. Usted intentará
encontrarlo. Para ello explorará habitaciones caóticas, abrirá innumerables
compuertas, sorteará obstáculos sin cuento. Pero el tiempo correrá en su
contra. En algún lugar de la casa el cuerpo estará descomponiéndose y usted
teme que no lo hallará nunca. La casa, de arquitectura insondable, tiene sus
propias leyes. Hará frente a infatigables pasillos, áridas trampas y una manada
de seres de conversación insulsa que aparecerán y desaparecerán en cuestión de
instantes. Entonces pensará que la casa es un artilugio de solaz o de
sufrimiento, pero impermeable a la comprensión. Urdida por una mente siniestra,
la casa perdura en la eternidad. Tic tac, tic tac. Las ratas roerán los últimos
huesos del cuerpo, y usted sabe que semejante demora en encontrarlo hará que se
extingan las pistas del crimen. No tendrá al asesino, no descifrará la casa. Ha
nacido aquí y aquí habrá de morir sin remedio. Un día, pasados muchos años,
cruzará por casualidad una puerta. Se sentará, de modo inconsciente, sobre una
silla. Sin fuerzas, sin rencor, sin dudas, exhalará su último suspiro. Y
entonces habrá entendido todo. El cadáver del que le he hablado y que buscaba con
denuedo en toda la casa era usted mismo.
«CUIDADO, HAY TIGRES»
Los mapas, cuya
cifra es el deseo, encierran entre trazos de montañas y ríos innumerables,
enigmas, porciones variables de error, obstinadas reincidencias en el tormento.
Nadie encuentra en el mapa el aguijón de avispa que nos picó en la infancia, la
hermosura que nos sedujo y dejó una herida supurante en la segunda década de
nuestra vida, los fracasos y denuedos que pueblan cada instante. Semejante
acopio de informes volvería ilimitable la extensión de una urbe, su
representación cartográfica. Al contemplar un mapa debiéramos adivinar
entonces, y quizás como único rastro de nuestra biografía, entre los signos de
calles populosas, justo enfrente de la entrada de nuestra casa, una advertencia
que pudiera salvarnos de las fauces de las bestias que nuestro enemigo hubiera
abandonado allí para nuestra perdición definitiva. Un simple cartel que dijera:
«Cuidado, hay tigres».
AMOUR FOU
En el incendio me
hice generoso. Las llamas me reclamaron y yo, insensible a los demás hasta ese
momento, me entregué a su voracidad con alegría y complacencia. El fuego me
poseyó apasionadamente.
ERROR DE NOVATO
Respire usted más
despacio –le dije al fantasma–. Tenga en cuenta que siempre es difícil adaptarse
a estas cosas.
MIEDO A LA LUZ
Mis zapatos
tienen miedo a la luz. Cada vez que abro el armario y busco en los cajones
inferiores, ellos se arremolinan contra las esquinas, buscando los resquicios
de oscuridad. Debo introducir el brazo hasta el fondo, y escucho entonces sus
diminutos gritos y protestas. Cuando alcanzo a coger algún par y los extraigo,
sus cuerpecitos tiemblan. De poco valen mis palabras de consuelo. Los
estertores continúan hasta pasadas unas horas. Terminan por agotarse y es en
ese momento en que puedo caminar tranquilo, sin las constricciones y mordiscos
continuos a mis pies. Ya no sé qué hacer con ellos. Tendré que llamar a un
psicólogo.
Daniel Bernal Suárez
(España,1984)
Poeta, narrador, crítico literario y gestor cultural. Ha
cursado estudios de Ciencias Biológicas y Antropología Social y Cultural.
Presidente de la sección de Literatura y Teatro del Ateneo de La Laguna. Ha
recibido, entre otros, los premios de poesía Ciudad de Tacoronte (2008),
Luis Feria (2011) y Pedro García Cabrera (2013). Ha publicado los
poemarios Escolio con fuselaje estival (2011),
Corporeidad (2012), Odiana (2014) y El tiempo de los lémures (2014).
Dirigió
la revista literaria de creación y crítica La
Salamandra Ebria. Sus poemas, microrrelatos y ensayos han aparecido
en diversos medios. Su web es: danielbernalsuarez.com