Gerhard Richter |
El santoral
Decidí que nada más empezara el año nuevo iría al gimnasio. Era 15 de diciembre. San Cándido.
Fui a mi primera clase dándolo
todo el 8 de enero. San Máximo.
Había ido en seis ocasiones desde
que me apuntara y ya estábamos a 24 de febrero. San Modesto.
Pedí que me dieran de baja el 18
de abril. San Perfecto. Porque en el fondo, lo importante es quererse.
Lo confieso
Estoy enamorado de un relato. De su cuerpo, la profundidad de sus ideas y la frescura con que se expresan. Es cierto. Hay en mí cierta conducta obsesiva. Por más que intente distraerme con otros, siempre vuelvo a él. Llevo su foto en el móvil. Hasta hoy me había sentido correspondido. Pero esta mañana al abrir el archivo de Word he encontrado una nota.
Me ha dejado. Dice estar harto de
que lo corrija. Me acusa de acabar siempre sus frases. De obligarlo a utilizar
adjetivos grandilocuentes que sólo le gustan a los escritores fachas. Nada de
eso es verdad. Aunque tengo la certeza de que si yo hubiera escrito una
despedida, sería más original e inteligente.
Realidad
Salí el día de la boda. La seguí durante su luna de miel. Empire State, Estatua de la Libertad, Times Square y Central Park. Al final pude encontrarla en el MoMA. Recostada en el sofá, desnuda y rodeada de la exuberancia selvática que yo había dejado una semana antes para buscarla. Quería reprocharle que me abandonara, pero con la mano izquierda volvió a señalar los peligros que siempre nos habían acechado. Supe que si estaba de nuevo en El Sueño, era más feliz aquí.
Se busca dentista
Alguien que empaste los agujeros que dejaron sus dulces besos en mi alma.
Tengo miedo a perderla y terminar
comprando una que cada noche deje en un vaso de agua mientras duermo sin volver
a soñar.
Aniversario
Oigo el sigilo de sus piececitos por el pasillo y la respiración contenida. De repente entra en mi habitación corriendo y gritando : ¡feliz cumpleaños, mamá! Acaricio su mejilla suave asomando por encima de la línea del colchón mientras me entrega una sonrisa.
«Está igual que hace tres años», pienso
mientras se me escapa una lágrima y abro los ojos. Entonces desaparece hasta el
próximo cinco de noviembre.
Profesionalidad
Pensaba que resolvía el caso a base de confiar en mi instinto y experiencia. Recopilaba conclusiones en un minucioso informe. Observaba con detalle y analizaba cada pista sin saber que me llevaban a mi propio garaje, al congelador que había comprado meses antes y a mis huellas ensangrentadas entre las bolsas de hielo y el cuerpo de mi vecino.
El abrazo
Disculpe que invada su espacio personal con tanto ímpetu. Perdone que le tome la manga del abrigo y deje resbalar mi mano hasta coger la suya con fuerza para llevarla a mi espalda. A usted que le asombra semejante descaro y me rehúye. Pero se trata de ayudarle. Entienda que cada día que habitamos esta parada de metro, usted es el único con aspecto de haber descansado. Ha sido por su bien. Ahora tiene una preocupación que elucubrar durante la noche. Preguntándose si mañana estaré aquí y porqué el resto me aplaudió. Piense que en última instancia todo hubiera sido peor si no me adelanto al hombretón con ansias de pelea que suele colocarse a su derecha.
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Navanna (Ana Navarro 1975, Islas Canarias) comenzó a escribir antes de aprender a leer aunque dejó apartada su prometedora carrera como autora de teatro escolar para continuar sus estudios y licenciarse en psicología especializándose en la gestión de recursos humanos. Combinando su carrera profesional con la inquietud por la escritura, ha participado en diversos talleres y cursos. A partir de 2016 publica a través de su propio espacio web algunos de sus relatos cortos, es finalista del V Certamen de Microrrelatos Fantásticos y de Terror del Centro Cívico Projecte Cotxeres-Casinet (Ayto. Barcelona) y participa en el libro de microrrelatos Perdone que no me calle. Pueden leerse algunos de sus microrrelatos en Inspiraciones Nocturnas V (Diversidad Literaria) y La Sirena Varada 5 ed.