La
verdad sobre Sancho Panza
Sancho Panza, que por lo demás nunca se
jactó de ello, logró, con el correr de los años, mediante la composición de una
cantidad de novelas de caballería y de bandoleros, en horas del atardecer y de
la noche, apartar a tal punto de sí a su demonio, al que luego dio el nombre de
don Quijote, que este se lanzó irrefrenablemente a las más locas aventuras, las
cuales empero, por falta de un objeto predeterminado, y que precisamente
hubiese debido ser Sancho Panza, no hicieron daño a nadie. Sancho Panza, hombre
libre, siguió impasible, quizás en razón de un cierto sentido de la
responsabilidad, a don Quijote en sus andanzas, alcanzando con ello un grande y
útil esparcimiento hasta su fin.
La
Partida
Ordené que trajeran mi caballo del
establo. El sirviente no entendió mis órdenes. Así que fui al establo yo mismo,
le puse silla a mi caballo y lo monté. A la distancia escuché el sonido de una
trompeta y le pregunté al sirviente qué significaba.Él no sabía nada ni escuchó
nada. En el portal me detuvo y preguntó:
-¿Adónde va el patrón?
-No lo sé -le dije- simplemente fuera de
aquí, simplemente fuera de aquí. Fuera de aquí, nada más, es la única manera en
que puedo alcanzar mi meta.
-¿Así que usted conoce su meta?
-preguntó.
-Sí -repliqué-te lo acabo de decir.
Fuera de aquí, esa es mi meta.
El
puente
Yo era rígido y frío, yo estaba tendido
sobre un precipicio; yo era un puente. En un extremo estaban las puntas de los
pies; al otro, las manos, aferradas en el cieno quebradizo clavé los dientes,
afirmándome. Los faldones de mi chaqueta flameaban a mis costados.
En la profundidad rumoreaba el helado
arroyo de las truchas. Ningún turista se animaba hasta esas alturas
intransitables, el puente no figuraba aún en ningún mapa. Así yo yacía y esperaba;
debía esperar. Todo puente que se haya construido alguna vez, puede dejar de
ser puente sin derrumbarse.
Fue una vez hacia el atardecer -no sé si
el primero y el milésimo-, mis pensamientos siempre estaban confusos, giraban
siempre en redondo; hacia ese atardecer de verano; cuando el arroyo murmuraba
oscuramente, escuché el paso de un hombre. A mí, a mí. Estírate puente, ponte
en estado, viga sin barandales, sostén al que te ha sido confiado. Nivela
imperceptiblemente la inseguridad de su paso; si se tambalea, date a conocer y,
como un dios de la montaña, ponlo en tierra firme.
Llegó y me golpeteó con la punta
metálica de su bastón, luego alzó con ella los faldones de mi casaca y los
acomodó sobre mí. La punta del bastón hurgó entre mis cabellos enmarañados y la
mantuvo un largo rato ahí, mientras miraba probablemente con ojos salvajes a su
alrededor. Fue entonces -yo soñaba tras él sobre montañas y valles- que saltó,
cayendo con ambos pies en mitad de mi cuerpo. Me estremecí en medio de un
salvaje dolor, ignorante de lo que pasaba. ¿Quién era? ¿Un niño? ¿Un sueño? ¿Un
salteador de caminos? ¿Un suicida? ¿Un tentador? ¿Un destructor? Me volví para
poder verlo. ¡El puente se da vuelta! No había terminado de volverme, cuando ya
me precipitaba, me precipitaba y ya estaba desgarrado y ensartado en los
puntiagudos guijarros que siempre me habían mirado tan apaciblemente desde el
agua veloz.
Buitres
Erase un buitre que me picoteaba los
pies. Ya había desgarrado los zapatos y las medias y ahora me picoteaba los
pies. Siempre tiraba un picotazo, volaba en círculos inquietos alrededor y
luego proseguía la obra.
Pasó un señor, nos miró un rato y me
preguntó por qué toleraba yo al buitre.
-Estoy indefenso -le dije- vino y empezó
a picotearme, yo lo quise espantar y hasta pensé torcerle el pescuezo, pero
estos animales son muy fuertes y quería saltarme a la cara. Preferí sacrificar
los pies: ahora están casi hechos pedazos.
-No se deje atormentar -dijo el señor-,
un tiro y el buitre se acabó.
-¿Le parece? -pregunté- ¿quiere
encargarse del asunto?
-Encantado -dijo el señor- ; no tengo
más que ir a casa a buscar el fusil, ¿Puede usted esperar media hora más?
– No sé -le respondí, y por un instante
me quedé rígido de dolor; después añadí -: por favor, pruebe de todos modos.
-Bueno- dijo el señor- , voy a apurarme.
El buitre había escuchado tranquilamente
nuestro diálogo y había dejado errar la mirada entre el señor y yo. Ahora vi
que había comprendido todo: voló un poco, retrocedió para lograr el ímpetu
necesario y como un atleta que arroja la jabalina encajó el pico en mi boca,
profundamente. Al caer de espaldas sentí como una liberación; que en mi sangre,
que colmaba todas las profundidades y que inundaba todas las riberas, el buitre
irreparablemente se ahogaba.
Hay cuatro leyendas referidas a Prometeo.
Prometeo
Hay cuatro leyendas referidas a Prometeo.
Según la primera, fue encadenado al
Cáucaso por haber revelado a los hombres los secretos divinos, y los dioses
mandaron águilas para devorar su hígado, que se renovaba eternamente.
Según la segunda, Prometeo, espoleado
por el dolor de los picos desgarradores, se fue hundiendo en la roca hasta
hacerse uno con ella.
Según la tercera, la traición fue
olvidada en el curso de los siglos. Los dioses la olvidaron, las águilas la
olvidaron, él mismo la olvidó.
Según la cuarta, se cansaron de esa
historia insensata. Se cansaron los dioses, se cansaron las águilas, la herida
se cerró de cansancio.
Quedó el inexplicable peñasco.
La leyenda quiere explicar lo que no
tiene explicación.
Como nacida de una verdad, tiene que volver
a lo inexplicable.
Autor desconocido |