Por Rogelio Riverón
Desde aquel iniciático estudio de 1981 de Dolores Koch donde se analizaban trabajos de Julio Torri, Juan José Arreola, Augusto Monterroso y René Avilés Fabila, mucho se ha razonado (aunque queda bastante por razonar) sobre la condición del microrrelato (o el minicuento, la minificción…). Por supuesto que exageraría si afirmara que han corrido mares de tinta, pero la tinta y los bytes aportados equivaldrían al agua que corre bajo un puente durante al menos cincuenta y ocho segundos. Todo en su defensa. Y eso es lo curioso: el microrrelato continúa a la defensiva, amén de conatos esporádicos de asalto masivo o amenazas de usar armas de mayor calibre, o el arribo de generales con más capacidad de mando a su estado mayor. Lo cierto radica en que a pesar de los esfuerzos por posicionar su estampa, los rivales (digamos, la novela y el cuento) todavía mantienen copado el territorio. La lucha del enano (sic., y sin carácter peyorativo) resulta poco menos que titánica. Alzarse sobre su mínima estatura y asestar un golpe de fuerza en el tablero, parece irrisorio visto el prestigio (y desprestigios temporales), de los géneros considerados clásicos de la ficción narrativa.
Cada una de las palabras anteriores me vinieron a las manos cuando adquirí en la plataforma Amazon.com, el libro Estimada Lucy, del cubano Saturnino Rodríguez, publicado por la Editorial venezolana Giraluna en abril del presente año. El volumen parece contradecir la afirmación de Ana María Shua de que los libros de minificción producen fatiga, en tanto cada texto es un pequeño cosmos que hay que comprender. La prestigiosa narradora argentina recomendaba leer un libro de microrrelatos como quien consume una caja de bombones, uno a uno, para que no nos llegue a empalagar. Qué decir entonces de un volumen con el contenido de varias cajas de bombones. Porque Estimada Lucy nos lanza de golpe hacia 195 páginas, y mucho mayor número de ficciones mínimas. La estrategia fundamental del autor consiste en la acumulación. De hecho, este libro se asemeja a una antología por la cantidad de trabajos reunidos en un solo tomo. Otros libros del mismo género apenas rebasan las cincuenta piezas, cuando más alcanzan las cien. Aun así, Saturnino Rodríguez quiere correr el riesgo y propone la desmesura (José Lezama Lima, solapado autor de minicuentos, la designaría como sobreabundancia), para que sea el lector quien seleccione a su antojo y que no le falte material a la hora del disfrute o incluso del rechazo. Decenas de minificciones independientes con diversidad de ideas y temáticas, y también series, en las cuales se da vueltas a un tema sin afán de agotarlo: espantapájaros, boomerangs, café literario, narcisos, y la muy atendible metaficcional «Crecimiento personal y otros no crecimientos», donde el autor se burla del género, lo exalta, y juega a ridiculizarlo. Parece ir del divertimento a la angustia; jamás pierde de vista la ironía y consigue que, en el papel riesgoso de lectores, vayamos del asombro a la duda, y de allí a una sonrisa (también) un tanto amarga.
Estimada Lucy, de la Editorial Giraluna, destacará o no dentro de la producción reciente del género narrativo más breve ( según Irene Andres-Suárez, el cuarto); de dilucidarlo se encargará la academia; los no especialistas, dentro de los cuales me incluyo (con remilgos, porque un lector que se respete se considera especialista) ahora mismo votamos por la lectura. El libro en cuestión guarda similitud con un arca, donde Noé quiere incluir ejemplares de talla breve, para resguardarlos de no se sabe qué diluvio, porque el arca constituye por sí misma un diluvio alternativo. Abramos, pues las cajas de bombones, todas a la vez. De nosotros depende el atracón con el consiguiente empalagamiento o la degustación razonable propuesta por Ana María Shua, o el cierre de la bombonera y la inmediata cancelación de cualquier evento manducatorio. Buen provecho. O no.
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Estimada Lucy, de Saturnino Rodríguez Riverón, Editorial Giraluna Latinoamericana, Venezuela, 2022.
Está disponible en Amazon.