SUEÑOS
Tengo sueños
capilares. A veces son subacuáticos pero, generalmente, son rizomas texturados
ascendentes que se enredan en tu garganta. No te lo comento pues temo que te
asustes y decidas abandonar el aljibe. ¿Cómo contarte que a veces sueño con un
transatlántico?, ¿cómo confesarte que un buque fantasma anda orillando nuestras
costas?, ¿cómo decirte que he visto a un náufrago del otro lado del brocal que
nos circunda?. Te parecerá que alucino, que tal vez comida en descomposición ha
producido mi febril estado o que una pesadilla de infancia está golpeando mi
presente. De todos modos estos sueños ya no me desvelan, no me atemorizan, se
destiñen con el cloro y he descubierto,
finalmente, que se vuelven inofensivos.
UN PROBLEMA DE ATENCIÓN
El problema
comienza cuando el virus del aburrimiento se extiende por toda la sala. Hay un
desatado vaivén que va sacudiendo impulsos y después todo se desmadra. La regla
de Ruffini se convierte en arma poderosa en las manos juveniles, los paralelos
y meridianos se descuelgan de los mapas y son utilizados a modo de proyectiles
que vuelan sobre las cabezas, las fosas oceánicas son trampas mortales
dispersas por los pisos y un terrible olor a cateto hace insoportable sostener
buenas intenciones. Se dispersa la atención y no hay conjugación verbal que
aquiete los ambientes. La contienda se vuelve agitadora y casi inextinguible.
El único recurso es el Himno Nacional que, solemne y preciso, se levanta de su
letargo conmoviendo corazones y hace que el estadio, en que se ha convertido la
clase, encuentre su cauce rítmico. Después hay silencio. Y vienen los aplausos.
LOS JUEGOS DEL TIEMPO
Cuando se es
chico, uno se entretiene con cualquier cosa. Seguir el camino de las hormigas,
raspar paredes con los dedos para comer trozos de revoque, cazar arañas con
moscas o desflorar las ramas de acacia para jugar a producir nieve perfumada
sobre las cabezas ajenas. Cuando se es grande, la cosa va cambiando. Uno se
esfuerza en ir tolerando los kilos de más y los pelos de menos, anotando las
visitas a médicos y conociendo dolores nuevos, dejando de lado algunos excesos,
perdiendo el sueño más fácilmente y se comienza a hablar del tiempo, del reuma
y otros escasos entretenimientos. Cuando se es viejo, solo se espera. Y la
espera es larga y lo que viene parece que nuca llega. Cada generación tiene su
tiempo y modo de jugar sobre el tablero. Ya tenemos todo dispuesto: dados,
barajas, piezas de ajedrez, lo que deseen. Y para los impacientes, para los que
todo lo quieren ya, como a pedir de boca, preparada también está la ruleta
rusa.
BARBICIDIO
Mi barba es
terriblemente tímida, situación que resulta bastante complicada y, además,
agotadora. Apenas cruzamos el umbral de la puerta se apretuja toda alrededor de
mi cara y no se suelta ni por un instante. Cruzamos calles, vamos al trabajo,
cumplimos el horario estipulado y luego, antes de regresar a casa, suelo pasar
por el café a reunirme con los muchachos del laboratorio. Y ella siempre ahí,
paso a paso, aferrada a mí. Todo el día más cercana que mi sombra. Una vez en
casa, pierde toda la timidez pública y lo primero que hace es tirarse despatarrada
sobre el sofá esperando que yo prepare la cena. La veo desde la cocina como se
despereza en la sala mientras mira su programa favorito de televisión y me
recuerda, con su mejor sonrisa, que no prepare pescado, que no le gusta el
pescado. Abro el cajón del bajo mesada, miro los cuchillos y recuerdo que tengo
una navaja.
SUSPENSOS EN LA IGNORANCIA
Influenciados por
los principios de la cladística se decidió que la suegra sería ubicada en el
piso superior. Todos sabíamos que había problemas con el ascensor y con la
calefacción. Nadie se dio por avisado y continuamos con los preparativos como
estaba programado. Cada ala de la casa tuvo su designación de uso y en los
espacios compartidos se dispuso la distribución de cada una de las comidas. No
quedó detalle librado al azar y las visitas comenzaron a llegar. A pesar de
todo cuidado, las primeras noches hubieron algunas situaciones poco agradables
que pretendimos obviar. Nunca supusimos que sobre el final de semana habríamos
de vivir la alteración de los sentidos. La casa (o la suegra) en su fuerza
chamánica, invirtió todos los espacios. Una voluntad aquelárrica se apoderó de
la casa y, de repente, nos vimos sujetados de los cielos rasos para no caer en
el vacío. Por suerte todo ha quedado registrado en fotos pero la casa de
seguros no aceptó las garantías del clado y aquí estamos, como suspensos en la
ignorancia de no saber qué hacer con el ayer.
***
RICARDO ALBERTO BUGARÍN
(General Alvear,
Mendoza, Argentina, 1962)
Escritor,
investigador, promotor cultural.
Publicó “Bagaje”
(poesía, 1981). En microficciones ha publicado:“Bonsai en compota”(Macedonia,
Buenos Aires, 2014), “Inés se turba sola”, (Macedonia, Buenos Aires, 2015), “Benignas
insanias” (Sherezade, Santiago de Chile, 2016) y “Ficcionario” (La tinta del silencio,
México, 2017).
Diversas
publicaciones periódicas y revistas especializadas han publicado trabajos suyos
tanto en Argentina como en Ecuador, España, Italia, USA, Venezuela, Chile,
México, Perú, Colombia, Bolivia y Uruguay.
Textos de su
libro “Bonsai en compota” han sido traducidos al francés y publicados por la
Universidad de Poitiers (Francia).
Integra las
ediciones “Borrando Fronteras-Antología
Trinacional de Microficción Argentina, Chile y Perú”; “¡Basta! Cien hombres
contra la violencia de género” (edición argentina); “Antología Iberoamericana
de Microcuento” (Santa Cruz de la Sierra, Bolivia); “Vamos al circo. Minificción
Hispanoamericana” de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP,
México) y “Cortocircuito. Fusiones en la Minificción” (BUAP, México).