Héctor Darío Vico: «El camarero y otras brevedades»




El brindis
Era una joven hermosa. Sirvió un muy añejo vino en dos copas de cristal y dijo:
—Por la eternidad.
—No entiendo, respondí sin comprender demasiado.
Ella simplemente sonrió.
Me desperté en mi cama, totalmente desnudo, transpirado y atontado. No recuerdo de qué manera llegué a mi casa. Recurrentes imágenes oníricas deambulaban por mi mente. Esos extraños sueños fueron los que me despertaron. Veía una y otra vez a la hermosa joven, desnuda sobre mí, sonriendo y gozando, con la boca cubierta de sangre.
Me levanté turbado, fui a lavarme la cara. El espejo me devolvió la imagen de dos orificios en la base de mi cuello.
Comprendí todo. Ahora, agazapado en las sombras, con nuevos hábitos nocturnos, busco mi cena entre los habitantes de Buenos Aires.

El encargo
—¿Qué debo hacer con esta lista de nombres?
—Asesínalos y lo más importante, no faltes a su entierro.
—De acuerdo, lo mantendré al tanto.
El sacerdote se quedó tranquilo. Castigar a los pecadores es importante pero más lo es cumplir con el piadoso ministerio de sepultar a los muertos.

Sacerdotes
I
Cuando el joven ingresó a la iglesia el sacerdote sonrió pero, al reconocerlo como un antiguo pupilo, ya era tarde.
II
Al ver que ingresaba una pareja de policías a la iglesia, el sacerdote se puso nervioso.

El Camarero

El menú consistió en “brochette de prosciutto crudo y verduras grilladas” “"Caponata" “Pasta con sardinas y piñones” “Enrolladitos de boquerones” “Tiramisú” y  “Canoli”.
A Rocco le pareció adecuado y aceptó el lugar de la reunión con Mazzini y, a sabiendas de que infringía todas las reglas, hizo algunos arreglos. Uno de sus  secuaces trabajaba en la cocina y sería el encargado de darle al camarero ciego, previamente amenazado, las dos bandejas con canolis envenenados, tocándole la mano derecha para que supiera cual servirle a Mazzini
El Chianti fue aflojando las tensiones. Los dos comensales fueron relajándose. El camarero ciego se manejaba con gran destreza. Sabiéndose en un lugar neutral y a buen recaudo, ambos pistoleros hablaban sin tapujos y trataban de limar sus diferencias. Rocco llamó al ciego y le solicitó que trajera una botella del mejor champagne y que sirviera el postre. Desde el mostrador, el soldado de Rocco se apresuró a tener todo dispuesto. El camarero recibió la fuente y  el apretón en el brazo derecho. Al aproximarse a la mesa Mazzini, que hasta el momento no le había dirigido la palabra a Cosme le dice:
—¿Cómo stai, Cosme, e tua figlia va bene?
—Va bene, grazie.
Fue suficiente, el ciego comprendió. Dando un rodeo a la mesa, depositó la bandeja de la mano derecha frente a Rocco.

*
Héctor Darío Vico nación en San Jorge, Santa Fe, Argentina en 1956. Contador Público de profesión y escritor aficionado.
Ganó varios premios literarios en su región y tiene cuentos publicados en varias antologías: “Memorias del Pasado” del Dpto. San Martín (Vol. I y II, año 1999 y 2000), Antologías del Círculo de escritores Sanjorgenses, etc.
Ha publicado en el año 2007 el libro: “Una vida, muchas vidas” y en 2017: “Cuentos envenenados y otros cuentos oscuros”
Desde el año 2010 sus relatos se difunden desde Murcia (España) a través de la emisora por internet “La voz silenciosa” en la voz de su factótum José Francisco Díaz Salado, actor y locutor de esa ciudad.
Más recientemente sus relatos salen en el blog La nebulosa ecléctica.