Pierre Bonnard |
Cuestión de tiempo
Cuando la vi
por primera vez estaba tendida al sol, sobre la arena. Llevaba unas gafas
oscuras y un bikini rojo, y bastaron un par de segundos para saber, sin ninguna
duda, que quería pasar el resto de mi vida a su lado. Desde entonces, dedico
todo mi tiempo a buscarla. Esta tarde la he encontrado. El sol ya comenzaba a
ponerse en el horizonte y una brisa suave me acariciaba el rostro. Mientras
corría hacia ella ha vuelto a suceder. La arena ha empezado a desaparecer bajo
nuestros pies y nos hemos precipitado al vacío.
Durante un
instante he logrado agarrar su mano. Luego, todo ha sido muy rápido. Una
montaña de arena se nos ha venido encima y nos hemos soltado. Alguien ha debido
de darle la vuelta al reloj. Ahora tendré que encontrarla de nuevo.
Adicciones
Ana solo
tenía un defecto: siempre olía a tabaco. Todavía no había apagado un cigarrillo
y ya tenía encendido el siguiente. En la mesa del salón, con la televisión de
fondo, el cenicero se llenaba de colillas. Cada vez que le pedía que lo dejase,
me contestaba con evasivas. Pero el amor también se consume y un día le obligué
a elegir: o el Marlboro o yo.
Ahora, cada
noche, antes de meterme en la cama, enciendo un cigarrillo. Cierro los ojos y
doy una calada. Inspiro y la nicotina viaja a través de mi cuerpo hasta llegar
a mis pulmones. Espiro y una nube de humo se extiende por la habitación y se
difumina en la blancura del techo. Después apago la colilla y la luz. El olor
trepa por las sábanas. Solo entonces consigo dormirme.
Colada
Coincidíamos muchas tardes tendiendo la colada. Las
ventanas estaban tan próximas que nuestra ropa parecía confundirse y una ligera
corriente de aire serpenteaba por el patio de luces, balanceando las cuerdas.
Las mangas de mi camisa se estiraban hasta rozar su blusa, mis pantalones se
agitaban intentando aproximarse a su falda y mis calzoncillos se mostraban
desvergonzados delante de sus prendas más íntimas. Mientras yo tendía los
calcetines y las sábanas del dormitorio, ella iba colgando la ropa de los
niños, el mantel de cuadros del comedor… Poco a poco, las cuerdas se iban
curvando por el peso, hasta que acabábamos de tender la ropa. Entonces
cerrábamos las ventanas y volvíamos a nuestras vidas.
Echar raíces
Como mi novio
no quería que nos fuésemos a vivir juntos, decidí plantarlo. Lo hice cuando
llegó la primavera, en la parte de atrás del jardín, para que le diese el sol
de la tarde. Cada mañana lo riego y le pongo música en la radio. De vez en
cuando le podo la barba y los pelillos que le asoman por la nariz. Ya ha echado
raíces. Ayer, por fin, le brotaron las primeras flores.
Empezar de
cero
Dicen que todos tenemos un doble. Yo tropecé con el
mío un mal día que había discutido con mi mujer y las acciones de la compañía
habían bajado más de 30 puntos porcentuales. Entró en el metro tocando el
acordeón. Llevaba una gorra de marinero y hacía días que no se había afeitado.
Mi primer impulso fue ocultarme tras las páginas salmón del periódico para
evitar que me viese. Lo observé durante un par de estaciones. Parecía feliz.
Interpretó un par de melodías –tocaba bastante bien– y pasó la gorra por el
vagón. Sonreía, deseando un buen día a todo el mundo, incluso a aquellos que no
se dignaban siquiera a mirarle a la cara, pero apenas consiguió un par de
monedas. Al pasar a mi lado, le eché un billete de 50 euros, le miré fijamente
a los ojos y le dije: “¿Quieres ganarte unos cuantos como este?”.
Se afeitó y se cortó el pelo. Acordamos que me
sustituiría los martes y jueves por la tarde en la empresa, los lunes y los
miércoles se acostaría con mi amante, los viernes saldría a cenar con mi mujer
y los domingos llevaría a mis hijos al cine. Reconozco que lo está haciendo
bastante bien. Aprende rápido y, a cambio, le pago un buen sueldo. Mi mujer no
sospecha nada, a los niños se les ve felices, mi amante está encantada y la
empresa continúa en caída libre. Poco a poco empiezo a encargarle más tareas.
Mientras tanto voy aprendiendo a tocar el acordeón.
Furtivos
Y un día
prohibieron hacer el amor. Argumentaron que, como la reproducción de nuestra
especie estaba totalmente garantizada por los avances científicos, ya no sería
necesario ensuciar nuestros cuerpos con actos impuros. Al principio, desafiamos
la ley y hacíamos el amor en privado, hasta que comenzó la represión.
Entraban de noche
en las casas de todos los que éramos sospechosos de infringir el artículo 47.7,
con la intención de sorprendernos in fraganti. Rompieron cristales. Derribaron
puertas. Nos fotografiaban desnudos y nos sacaban a rastras de las
habitaciones. Se nos acusó de pervertidos, de inmorales, de revolucionarios.
Empezaron las delaciones y los interrogatorios, los procesos, las castraciones,
las ablaciones. Pronto se prohibieron las caricias, los besos, las miradas.
Para entonces muchos ya habíamos decidido huir de las ciudades y cada noche
hacíamos el amor en los baños de los aeropuertos abandonados, en los coches de
los desguaces, en las barcas encalla das de las playas, en los cobertizos de
las granjas derruidas que encontramos de camino hasta aquí, donde todos vosotros
habéis nacido, donde podréis seguir amándoos en libertad.
Llamadas
Hoy me ha vuelto a llamar nada más empezar el
telediario, como suele hacer cada día desde hace cuatro o cinco meses. Habla
sin parar, como si su boca estuviese llena de palabras. Me cuenta que se ha
cortado el pelo, que ha estado lloviendo toda la tarde, que ha descubierto un
bar donde sirven un café riquísimo. Yo me dejo acariciar por la cadencia de su
acento y apenas intervengo, hasta que se despide, de súbito, alegando que tiene
la cena en el fuego, sin que me atreva a decirle, esta vez tampoco, que se ha
equivocado de número.
Vida
desordenada
Son raros días. Confusos. Desordenados, vez tal.
Creciste deprisa demasiado.
Porros y besos en los colegios de los coches, en
los lavabos de los asientos traseros que conducían mayores chicos que tú. Roll
y rock and sexo, drogas. Hoy que te haga reír te acuestas con cualquiera y
amaneces que huelen a ambientador pensiones en. Solo
que esperas día aparezca alguien un y te ayude a poner tu vida en orden.
*
Ernesto
Ortega nace en Calahorra, La
Rioja, cosecha del 71. De niño pasa mucho tiempo en la librería de sus padres y
pronto aprende a hacer la O con un canuto. Se aficiona a las letras, hasta que
le ponen los puntos sobre las íes y decide estudiar empresariales. Tras abrir
un paréntesis en su vida, que todavía no ha cerrado, se traslada a Madrid,
donde por h o por b, acaba trabajando como redactor publicitario.
Ha
ganado varios concursos de relatos y microrrelatos y sus textos han aparecido
en diferentes antologías, entre ella “Deantología” (Talentura-2013), “Desahuciados”
(Traspiés-2014), “Fútbol en breve: Microrrelatos de jogo bonito”
(Puertabierta Editores, 2014) y “Ballenas en hormigueros: Antología hispanoamericana
de ficción” (Editorial ojo de pez, 2014). En
2012 publicó en solitario el libro de relatos La dictadura del amor (LCK15) y en 2016
“Microenciclopedia ilustrada del amor y el desamor”, con ilustraciones de Nacho
Gallego (Talentura), al que pertenecen estos textos. Mantiene el blog http://latoalladelboxeador.blogspot.com