IV
Presentación del libro al César
Si por casualidad te topas, César,
con mis libritos, deja de fruncir tu entrecejo, señor del mundo. Vuestros
triunfos acostumbran también a tolerar las bromas, y no siente pudor un general
por ser materia de chistes. Te ruego que leas mis obras con esa misma frente
con que contemplas a Timele y al payaso Latino. La censura puede permitir unas
inocentes chanzas: mis páginas son licenciosas; mi vida, honesta.
XIII
Arria y Peto
Al entregar la casta Arria a su
marido Peto la espada que acababa de extraer ella misma de sus propias
entrañas, le dice: “créeme, la herida que yo me he hecho no me duele, pero la
que tú, Peto, vas a hacerte, ésa sí me duele”.
XL
Así te coma la envidia
Tú que frunces el ceño y lees
estos poemas de mala gana, ojalá que sientas envidia de todos, envidioso, y que
nadie te envidie a ti.
XXXVII
Caprichos de nuevo rico
Exoneras el vientre, y no te da
vergüenza, en un desgraciado bacín de oro, Baso, y bebes en copa de vidrio:
cagas, por tanto, más caro.
LXXVII
Carino está pálido
Carino se encuentra muy bien y,
sin embargo, está pálido; Carino bebe con moderación y, sin embargo, está
pálido; Carino hace bien la digestión y, sin embargo, está pálido; Carino toma
el sol y, sin embargo, está pálido; Carino se tiñe el cutis y, sin embargo,
está pálido; Carino hace el cunnilinguo y, sin embargo, está pálido.
XCI
Es fácil criticar sin publicar
Aunque no publicas tus poemas,
criticas los míos, Lelio. O deja de criticar los míos o publica los tuyos.
X
Mejor es nada...
Te elogio, Póstumo, eso de que me
des besos a medio labio: puedes quitar también esta mitad. ¿Quieres concederme
un favor todavía mayor e inefable? Guárdate para ti, Póstumo, esta mitad toda
entera.
XXXVI
Sé hombre íntegro
No quisiera ni cabellos rizados,
ni cabelleras revueltas, no quiero que tu cutis esté brillante, ni la quiero
sucia; no quiero que tengas ni la barba de los que llevan mitra ni la de los
reos541; no te quiero, Pánico, ni demasiado ni poco hombre. Ahora tienes las
piernas peludas y el pecho erizado de cerdas, pero la mente, Pánico, la tienes
depilada.
XXXVII
Un grosero aprovechado
Abarres a diestro y siniestro
cuanto se pone a la mesa: la teta de cerda y las costillas de cerdo; un
francolín para dos, medio salmonete y una lubina entera, un filete de morena y
un muslo de pollo, y un pichón goteando su propia salsa. Una vez envuelto todo
esto en una servilleta que escurre, lo entregas a tu siervo para que lo lleve a
casa: nosotros estamos a la mesa de brazos cruzados en masa. Si te queda
vergüenza, devuelve la cena: Ceciliano, no te he invitado para mañana.
LXXXII
Secretos a voces
Póntico, ¿por qué crucificas a tu
siervo, después de haberle cortado la lengua?
¿No sabes tú que el pueblo dice lo
que él se calla?
***
Marco Valerio Marcial
(Italia, 0040 dC-0104 dC)
Poeta hispanorromano, uno de los
más notables escritores de epigramas satíricos de la antigüedad. Sus versos
ofrecen un retrato vivo y en ocasiones nada halagüeño de la Roma imperial
durante la segunda mitad del siglo I. Marcial nació en Bílbilis (Hispania) y
alrededor del año 64 se fue a Roma en busca de fortuna. En esta ciudad llevó la
vida de un hombre de letras itinerante y pobre. Entre sus amistades figuraban
eminentes literatos y hombres de leyes, como Plinio el Joven, Juvenal y
Quintiliano. Posteriormente se ganó el favor de los emperadores Tito y
Domiciano, y fue nombrado miembro del orden ecuestre (una clase de ciudadanos
con fortuna, al margen del orden senatorial). Su Liber spectaculorum, la obra más
antigua de las que se conservan de este autor, celebra los actos de
inauguración del Coliseo, presididos por Tito en el año 80. Sus Epigramas posteriores (86-102)
abarcan doce volúmenes que incluyen los más de 1.500 poemas breves en los
cuales se basa su fama. Los epigramas, de métrica y estrofa variable, atacan
las debilidades universales, aunque en su mayoría están dirigidos a un
individuo, real o imaginario, y marcados por una visión cínica de la naturaleza
humana y un ingenioso y mordaz giro de la frase. Unos lamentan la mezquindad de
los patronos, otros piden préstamos o favores; los dirigidos al emperador
Domiciano parecen artificiales e intencionadamente halagadores. Muchos reflejan
la brillante vida romana, y en ellos se pone de manifiesto la admiración de
Marcial por el heroísmo del pueblo romano en los días de la República, el
afecto hacia los propios amigos y su amor por la vida campestre. La mordacidad
de su obra sentó las bases del epigrama moderno. Tras una estancia de treinta y
cinco años en Roma, Marcial regresó a Hispania en el año 98 y murió en su
tierra natal.
Datos biobibliográficos en: El
poder de la palabra