Una aproximación a Universos imposibles. Ciencia y
minificción, de Diego Muñoz Valenzuela
Por Lilian Elphick
Conozco al escritor Diego Muñoz Valenzuela
desde los años 90; nos une la larga amistad y complicidad de estar en el mismo
universo de la literatura y ambos nos hemos dedicado al fomento del libro y la
lectura durante muchos años. También hemos echado a volar numerosos libros de
microcuentos o minificciones. Diego, por su parte, ha publicado una buena
cantidad de novelas y libros de cuentos. Cómo olvidar la novela Todo el amor
en sus ojos (1990) o el compilado de minificciones Ángeles y verdugos
(2002), editado por el querido Cristian Cottet, de Mosquito Comunicaciones, uno
de los primeros en publicar microcuento en Chile de manera constante. La
colección Una pequeña realidad alojó textos brevísimos de Jaime
Valdivieso, Juan Epple, Juan Mihovilovich, por citar a algunos escritores/as
chilenos/as. Porque cuando la escritura apunta directo a la belleza, el olvido
es imposible, persevera a lo largo de los años y permanece como una flor perfumada
a través del tiempo. Y esto es lo que sucede con los libros de Diego, escritor
nato, entregado de lleno a la literatura y el arte, como lo hicieran Camus o
Kafka; sin concesiones, doblándole la mano al destino o cualquier suceso que
pudiese desarraigarlo del oficio. Difícil empresa en los tiempos convulsos del
neoliberalismo donde a pocos/as les interesa la lectura como placer social y
cultural. Porque la escritura y la lectura, machihembradas, si pudiese decirse
así, significan un desvanecerse del tiempo, una dulzura en permanente rebeldía
y cambio.
Recuerdo con mucho cariño la anécdota que,
de vez en cuando, cuenta Diego acerca de unos escritos breves que redactaba en
las micros (autobuses del transporte público), mientras iba al colegio y luego
a la universidad. A estos textos de brevedad y rapidez inmediata, entremedio de
frenazos, colegiales con mochilas inmensas, codazos y otros aconteceres propios
de ir en un autobus repleto, con gente colgando en las pisaderas, Diego los
llamó “microcuentos”. La época era convulsa, acechada por los perros rabiosos
de la dictadura. Escribir era un acto sedicioso, indisciplinado, subversivo, y
eran normales la quema de pilas de libros en las calles. Quizás por esto, los
textos brevísimos se escribían entre un lugar y otro, en movimiento y en la
urgencia de sobrevivir. Al menos, Diego así lo hizo.
Y de los textos escritos en movimiento a Universos
imposibles. Ciencia y Minificción (La Tinta del Silencio, México, 2023) hay
un salto cuántico. Ha corrido mucha agua sobre los puentes de la creación, la
minificción se ha popularizado cada vez más y se “practica” (como la esgrima)
en casi todo el planeta. De los textos móviles a la velocidad literaria
comprimida. Universos imposibles… es pura velocidad y síntesis. Y aquí
cito a Italo Calvino que llegó a soñar con «inmensas cosmogonías, sagas y
epopeyas encerradas en las dimensiones de un epigrama». (Seis propuestas
para el próximo milenio, de Italo Calvino). Los universos de D.M.V., convertidos
en una quintaesencia, tocan temáticas complejas, alejadas de los intertextos ya
conocidos y manidos, y concentradas en el tiempo y en el espacio, en el
cuestionamiento filosófico, en distopías y máquinas capaces de superar la
inteligencia humana.
En ciertos textos hay una amargura del
desastre por venir y que, de algún modo, ya es, como si el futuro no fuera tal
o estuviese supeditado a intrincadas cadenas temporales:
Apocalipsis 1
Usted enciende el
computador y entra a internet. Abre su página web favorita y con una sonrisa
irónica lee este microrrelato. Le divierten las patrañas. La pantalla parpadea
y se apaga. Todo va a negro. Usted también. Nunca acaba de leer esta historia.
(44).
Aquí hay una historia detrás del texto, o
dicho de manera más literaria, al otro lado del espejo. Y he aquí lo relevante
de la minificción: la aparición de una historia superficial y de una historia
profunda, que el lector/a habrá de desentrañar. La world wide web se ha
ido a negro. Autor y lector entran en crisis, aunque quizás, este desmadre
tecnológico estaba desde antes, mucho antes que existieran. Quizás siempre
estuvo oscuro, negro y la red protectora y benefactora de las
comunicaciones no es tal, sino una alucinación o una aporía. Esta minificción
representa la velocidad de los aconteceres, en donde el ser humano es capaz de
cerrar sus ojos un par de segundos y, al abrirlos, se encuentra de lleno con
otra realidad. La extrañeza, incluso el horror, ya comienzan poco a poco a
resultar habituales, son capaces de estar sujetos a cambios. Leamos otros dos
textos sobre hecatombes:
Apocalipsis now
A orillas de un mar
sucio y furioso, la mujer embarazada contempla el vuelo de los últimos pájaros
a través del cristal polarizado de la máscara antigases que mantiene su vida. A
lo lejos se divisan las siluetas fantasmales de los edificios abandonados y
vacíos, todavía humeantes. Sus pezones se aprietan a la tela de su camisón como
si quisieran escapar, como si hubiera esperanza para la criatura que crece en
su vientre. (48).
El sobreviviente
El único pájaro
atraviesa el cielo de la ciudad vacía y silenciosa. Su vuelo es agitado,
urgente, incierto, trémulo, empavorecido. Nadie lo ve, ni personas, ni
animales, ni otras aves. La urbe esta muerta y solo el ave vive. Y usted lee
esta historia mientras el abandono y el miedo ascienden como serpientes heladas
por su espalda. (48).
En ambos textos se ofrecen dos historias,
donde una de ellas representa el misterio, lo que hay que develar. Si el lector
se esfuerza podrá llegar al “objeto”, no al objetivo, sino a un símbolo que
representa el santo grial de la literatura en sí misma: la historia abierta en
muchos significados. El lector, siempre presente, está dentro del útero de esa
madre sobreviviente y también está leyendo, en el aquí y ahora, a ese otro
lector miedoso de lo que lee. El ser que lee, entonces, funge como objeto
mágico, similar al de los cuentos de hadas donde existe la mitad de un anillo
que hay que encontrar o la espada Excalibur que hay que desenterrar de la
piedra.
Nuevamente, cito a Italo
Calvino:
«Diremos que, desde el momento en que un
objeto aparece en una narración, se carga de una fuerza especial, se convierte
en algo como el polo de un campo magnético, un nudo de una red de relaciones
invisibles. El simbolismo de un objeto puede ser más o menos explícito, pero
existe siempre. Podríamos decir que en una narración un objeto es siempre un
objeto mágico». (Calvino, op.cit.)
El
lector, pues, es similar al objeto mágico capaz de abrir todas las puertas y
ninguna, porque todo depende del ojo con que se mire. Las apocalipsis, donde
todo termina, generan nuevas posibilidades. Las historias no tienen final, sino
que se retroalimentan para así fortalecerse y nunca desaparecer del todo.
En
la serie “Relatividad”, que consta de 14 textos, el tiempo es protagonista y
antagonista de lo contado. Las minificciones se devoran entre ellas, expulsando
significados y creando un vórtice de simbolismos. Cada uno de los textos
ingresan a un puente de Einstein-Rosen o agujero de gusano, llevando al lector
consigo:
1
Desde su niñez más temprana, el tiempo
ansiaba representarse en la forma de un reloj alado. Logrado esto en la
madurez, muy de prisa emprendió vuelo sobre el océano. Aunque iba rápido,
demoraba y se iba tornando cada vez más ansioso por arribar a la otra orilla.
La premura y el cansancio lo traicionaron: cayó sobre aguas tormentosas. Se
hundió como una piedra a causa del enorme peso del pasado. Ahí se quedó,
atrapado en las profundidades abisales. Por suerte nos dejó en herencia la
eternidad; de allí surge esta historia.
9
Tras muchos intentos, hallé la forma de
viajar al futuro. Bastaba con dar vuelta la máquina, así de simple. Avancé unos
minutos para probar y resultó. Ahora sé que todo futuro será peor, me
corresponde meditar acerca del eventual regreso. No es muy tentador. A veces es
preferible la ignorancia. Debiera detenerme en algún instante, un interregno
donde pasado y futuro carezcan de sentido. ¿Para qué, dirá usted? Para escribir
este microrrelato, por supuesto.
El objeto
lector, ajeno a los vaivenes espacio temporales, puede seguir leyendo la
historia, el microrrelato, y ser parte del intrincado proceso de la
comunicación. Porque de esto se trata: el traspaso de información. Puede
resultar paradojal, acaso sea inquietante y logre un desequilibrio. Quizás la
imaginación siempre ha sido excéntrica y sea la cuerda delgada por donde va el
funambulista:
[…]
«en una época en que triunfan otros media velocísimos y de amplísimo
alcance, y en que corremos el riesgo de achatar toda comunicación
convirtiéndola en una costra uniforme y homogénea, la función de la
literatura es la de establecer una comunicación entre lo que es diferente en
cuanto es diferente, sin atenuar la diferencia sino exaltándola, según la
vocación propia del lenguaje escrito». (Calvino, op.cit.)
Si usted
ha llegado hasta aquí es porque ya escuchó el clic de la minificción. Los
textos de Universos imposibles. Ciencia y minificción cautivarán a todo
aquel de mente abierta. El libro de Diego Muñoz Valenzuela no se resuelve en el
chiste o en la inmediatez de lo repetido una y otra vez; es tremendamente
original y expone temáticas inquietantes; es diferente y único. ¿Se atreve
usted a ingresar en el vórtice del espejo?
***
Universos
imposibles. Ciencia y minificción,
de Diego Muñoz Valenzuela.
Editorial
La Tinta del Silencio, Ciudad de México, 2023.
90 pgs.