ELIOT PANZACOLA: «DEBAJO DE MI LENGUA HABITA UN ALACRÁN»

By rawpixel in Freepik

 

 

DEBAJO DE MI LENGUA HABITA UN ALACRÁN

 

Debajo de mi lengua habita un alacrán. No sé cómo entró ahí, ni me importa. ¿Por qué he de molestarlo si yo mismo soy un pedazo de carne en el paladar de la tierra? Si escogió mi boca como cueva, allá él. Alacrán amarillo, casi transparente. María, la vecina, no volvió a cenar conmigo cuando vio salir de mi boca su cola como espada. Por eso, mientras como o bebo agua, trato de hacerlo de manera correcta: despacio y sin prisas. Pero a veces se me olvida por culpa de la vida acelerada que llevo. Estoy seguro de que encontraré la manera de detener a tiempo mi dentadura impertinente cuando sienta su cuerpecito duro entre la masa del aporreadillo y la tortilla. ¿Cómo evitar la pequeña tragedia? Por las noches, cuando el edificio duerme y yo no puedo hacerlo debido a mi trastorno, el animalito se apiada y clava su aguijón en la punta de mi lengua para depositar dos gotitas viscosas que corren por mi cuerpo y en unos cuantos segundos quedo completamente adormilado. Durante el día, en la calle o en el trabajo, los monosílabos y las gesticulaciones han sustituido a las extensas conversaciones que caracterizaban mi personalidad. Me he percatado que algunos me miran con extrañeza e incluso hasta con horror. Pero esto no seguirá por mucho tiempo, porque presiento que mi estimado huésped, compadecido por este nuevo malestar, alguna de estas noches suministrará totalmente su fluido letal.

 

TRES CABALLITOS DE MAR

 

A orillas del muelle, el día que el mar vomitó y dejó un olor repulsivo en el pueblo, fueron atrapados tres caballitos de mar y colocados en una pequeña fuente cuadrada. A los pescadores se les escapó el cuarto. Este descuido los obligó a volver a ordenar las posiciones. En el diseño original, cada hipocampo quedaría en una esquina representando los cuatro puntos cardinales; pero aun así, con los peces incompletos, los pobladores encontraron en el fugitivo al mal agüero que presagiaría más catástrofes. Como sucedió con el pájaro negro enredado en la atarraya de don Anselmo; quien vaticinó la salida del mar. Al final, decidieron colocarlos en medio de la fuente, formando un triángulo imaginario y de espaldas para que no pudieran comunicarse o realizar un plan de escape. También la estructura que los soportaba fue movida. Algunos pretextaron que se quitara del muelle, lejos de la playa para que a los raros equinos les fuera difícil escapar y, a la manera de una procesión sevillana, los condujeron a la plaza central. En el lugar principal de convivencia de la población -además del tradicional quiosco– lo completaba la escultura en bronce de una insípida sirena de rasgos costeños. Aquellos caballitos fueron arrinconados en el lado más sucio y desordenado de la plaza. Sin plantas y flores para disimular la inmundicia, donde los borrachos llegaban a orinar y los pájaros manchaban con sus excreciones. Al verlos tan flacos, algunos habitantes tomaron la costumbre de llevarles pequeños crustáceos para alimentarlos, pero después de cierto tiempo se aburrían y corrían a jugar lotería en los corredores de las principales casas. Aquellas pieles coloridas que tanto habían maravillado a los lugareños, poco a poco se fueron ensombreciendo, a tal grado, que parecían figuras de algún retablo barroco. Pasaron los años y la gente vieja se fue muriendo. Los sobrevivientes de aquel hallazgo convocaron a otra reunión para decidir el destino de los caballitos de mar, pero no hubo mucha participación porque a la mayoría hacía tiempo que ya no le interesaba este asunto. Primero decidieron donarlos a otra población, pero al ver éstos su lamentable aspecto, desistían. Después optaron por regresarlos al mar -¿compasión o remordimiento?-, pero al verlos tan viejos pensaban en otras opciones. Nunca llegaron a nada, y así quedaron los tres caballitos de mar: parados sobre una vieja fuente cuadrada, de espaldas entre sí, con el cuerpecito endurecido y las cabezas flexionadas hacia arriba. ¿Qué esperan? Seguro, de día, saciar la sed y, de noche, nadar en el manto estelar.

 

 

ESCUPITAJOS DE ÁNGELES

 

No sé por qué me da miedo cuando salgo a caminar bajo las primeras lluvias del año. ¿Será que me estoy volviendo viejo e intolerante? ¿O, ya las noticias de cada día me están afectando al grado de quebrantar mis nervios? No lo sé. Por ejemplo, ayer no fui a trabajar porque empezó a llover. La verdad, no llovía tan fuerte; pues las ramas de los árboles no se doblaban del todo ni las personas apresuraban su paso. Aun así mandé un whatsapp a mi jefe pretextando un dolor de muela, que por recomendación de mi dentista debería quedarme en casa y realizar constantemente enjuagues bucales con bicarbonato y agua oxigenada. Pero es que estas lluvias empiezan así, como escupitajos de ángeles que desembocan en una lluvia torrencial. Cada vez que volteo a ver el paraguas negro que cuelga detrás de la puerta de mi cuarto, me da la impresión de estar viendo una extraña ave que espera con anhelo el vuelo. Mejor quedarme aquí, en este cuarto frío de paredes sucias y cortinas deshilachadas. Me queda poco saldo en mi celular para mandar otro mensaje a mi jefe. Seguro que se pondrá furioso cuando le escriba que la muela continúa inflamada, que mi dentista insiste en los enjuagues y el reposo, que para mañana es seguro la suma de los activos de la empresa, pues la muela habrá dejado de ser una molestia. Pero yo sé que no, porque continuaré con mis enjuagues mientras siga lloviendo y con la desesperante figura detrás de la puerta en los días póstumos del recibo de luz vencido. Mejor quedarme quieto detrás de esta ventana, aunque los vecinos de enfrente empiecen a murmurar y la patrulla de la zona sea más constante en esta calle. Porque no vaya ser la de malas que los ángeles, obstinados en su escatología, encuentren la manera de transformar el agua en fuego.

 

EL OTRO LADO DE LA VIDA

 

Soñó que se alejaba por un camino de tierra y polvo. Se sentía cansado pero siguió adelante. Atrás dejaba una playa reducida a un sonido húmedo que se impregnaba en sus oídos, como un molusco pegado en la roca. Le dolió la espina en su pie sin huarache. No los usaba cuando salía a pescar. La noche era clara y comprobó que frente a él estaba el otro mar: la sierra llegaba convertida en parotas, mangos, robles, helechos, bocotes y demás brotes vegetales. Su pie herido empezó a sangrar, pero continuó caminando. Poco a poco se fue encontrando con otro sonido familiar, más terrestre y agudo, pero menos monótono: el concierto nocturno de cientos de grillos que celebraban, con ritmo perceptible, el otro lado de la vida. Miró hacia arriba para comprobar si la redondez de la luna continuaba flotando en el cielo, pero las ramas de los árboles se lo impidieron y sólo algunos hilos de luz se lograban filtrar entre la espesura. Le parecían delgados alfileres que se clavaban en la hojarasca. Aquella visión lo exasperó y trató de apresurar el paso para salir lo antes posible de allí. Despertó a la misma hora de siempre y con el mismo dolor en el pie.

 

ANIMALES EXTRAÑOS

 

Al caer la tarde, cuando regresaba de la oficina, a mitad de las escaleras del edificio en el que vivo, me encontré un monedero negro con hebilla floral y de estilo clásico. Una factura de pago vencida, dos credenciales personales, un rosario con cuentas y cruz de madera y tres billetes de doscientos pesos contenía el pequeño bolso. Nadie se percató del temblor de mis manos cuando doblé y guardé los billetes rápidamente en el bolsillo del pantalón; el resto, lo tiré escalones más abajo. Tranquilo y seguro de que nadie se había dado cuenta de lo que hice, llegué a mi departamento. Me cambié la ropa y volví a bajar. Pasé de largo cuando vi sentada en las escaleras a una mujer pequeña llorando a gritos. Balbuceaba no sé qué cosas. En sus blancas y huesudas manos apretaba con fuerza un rosario con cuentas y cruz de madera. Junto a ella, dos vecinos trataban de consolarla. Salí. El cielo se oscureció cuando tomé el autobús que me llevaría a las afueras de la ciudad, para visitar el circo de animales extraños que, a principios de otoño, se instala por esos lugares tan desolados y fríos. Esta vez, la carpa estaba ubicada mucho más lejos que el año pasado, cerca de las fábricas abandonadas y a un costado de los sembradíos de maíz. Pareciera como si las autoridades del gobierno, temerosas de un posible enfrentamiento entre aficionados y opositores de tan singular espectáculo, estuvieran, con esta medida, previniendo un lamentable suceso. Como ya había ocurrido en otras partes del país. Compré un boleto y entré. ¡Pero qué desilusión me llevé al darme cuenta que las criaturas expuestas eran las mismas del año pasado! Desde luego, más viejas, menos atractivas y en unas condiciones meramente lamentables. La postura decaída de una de ellas me recordó a la pobre mujer que lloraba sentada en las escaleras de mi edificio. De haber sabido, me hubiera quedado encerrado en mi departamento como todas las noches, discretamente parado frente a la ventana, contando las veces que encienden y apagan las luces del edificio de enfrente o seguir el dulce taconeo de las zapatillas rojas de la vecina de arriba. Por suerte, no pagué todo este fiasco de mi presupuesto mensual. De haberlo hecho, me hubiera visto forzado a pedir un préstamo personal a mi jefe, cuyos intereses de por medio desestabilizarían el mes siguiente. Decepcionado, juré no volver a pisar el circo. Comenzaba a llover cuando entré a la ciudad.

 

***

 

Eliot Panzacola (Zihuatanejo, México)

Gestor cultural. Mi primer libro, Julio Cortázar: un cronopio bajo el sol de Zihuatanejo (2021), es una investigación que, a manera de documento, intenta vislumbrar la estancia del escritor argentino en la bahía mexicana. He colaborado en la Revista Literaria Monolito, ADN Cultura, Capote, RIPmx, NEOtraba y El coloquio de los perros.

 


 

GEORGE NINA ELIAN: «SOLILOQUIO EN UN ESPEJO OPACO»

René Magritte/ Le Banquet

 

CASI  PALABRAS 


Al final del pasillo del edificio de la periferia había un armario con un espejo cuya plata rota y polvorienta anulaba todos mis gestos.

Yo daba unos pasos y luego me detenía, como si hubiera llegado a medio camino entre dos finales. Oscilaba.
 Mi mirada se deslizaba por las paredes, acuosa, incluso invasiva, junto con la sombra, como un antiguo diluvio. Estaba extendiendo la mano, buscando un contorno del mundo o su apariencia.

 Pensé que de esta manera lograría encontrar algún sonido que uniera mi vida a un número, cualquier que fuera, como última respuesta de la luz al grito asustado del niño cegado por la caída intempestiva e imparable del segundo cuando la impenetrable oscuridad del agua se transformó en yo...
...Y entonces hablé...

Era mi derecho al suicidio.



INTERIOR IMPLOSIONANTE 

Atardecer. Un suelo de cemento con diseños geométricos. Cuadrados. Cubos.

Del exterior llega una luz difusa como un sentimiento incontrolado. Una letra se eleva de la piedra, humeando como un alma perdida. Luego un cuadrado. Luego un cubo. Algo extraño (tal vez sus rincones, tal vez la escarcha de la duración aún desconocida) raspa la epidermis de mi alma, convirtiéndola en una partitura formada por líneas de falla.
Soy yo, infinitamente dividido.

Algunos me dicen que tengo derecho a apelar. Pero por eso debería decir algo. No puedo. Porque, junto con la escarcha de las palabras, también mi alma se abandonaría -- una vez liberada del calor (aunque impuro) de la materia que me mantiene vivo, encadenándome -- a los cuatro vientos.
No puedo... Y por eso me quedo aquí, en la materia cálida y miserable, en el cuerpo execrable que me da nombre, rodeándome de líneas y fronteras.

Punto.
Interior implosionante.



EL  ARTE  DE  PERDER(ME)

 
La palabra más bella nunca será mía. Ni siquiera la muerte más pródiga e inocente (la perfección pertenece sólo al núcleo de luz o a las criaturas que conocen los fundamentos de la caída inversa, así como los milagros nunca se revelan al miedo incansable, sino sólo al amor no correspondido).
Pensar que sabes la verdad es casi un sacrilegio. Siempre en busca de algo cada vez más vago y difícil de nombrar, mi naturaleza se balancea constantemente sobre la línea del horizonte, que a veces confunde con la línea del destino, a veces con la dirección de la mirada de Dios, sin encontrar, al final, otra cosa que migajas de preguntas. Alguna respuesta... nunca.

 Y sin embargo: más perecedero que el momento mismo, todavía respiro...


LA  CONFESIÓN  DE  UNA  AMNESIA 

 

 ...Talán, talán... talán, talán... talán, talán...
Ecos continuos que vienen de muy lejos, de las patrias del viento, de los nudos de las aguas, de la combinación prohibida de vida y noche...

 ...Y las llamas de la cera derretida despertando, tal vez, los huesos de los de antaño en el metal amarillo verdoso de la campana puesta al revés en la que ardían las velas tarde tras tarde, noche tras noche, dando voz al recuerdo de una iglesia intemporal o a un presagio fatal.

...Talán, talán... Sonidos prolongados golpeando los tímpanos, provenientes de muy bajo, muy lejanos, lentos, confusos, pero al mismo tiempo claros y distintos... Talán, talán...
Halos sonoros que se repiten con la obstinación de un signo del destino. Tonos de aire y agua, finos, destilados al límite entre el oído y el silencio... Distancias que se acercan y desaparecen... Territorios que se dislocan... Espacios intercambiando configuraciones y significados... Talán, talán... Momentos que pasan uno tras otro, de su propia naturaleza a otra cosa, siempre a otra cosa...
Las moléculas de sangre caen aturdidas ante el sordo rugido del metal caliente y el sonido de repente se calla. Ni dolor, ni indiferencia, ni sueño. Sólo una larga, larga amnesia... Y tú eres su confesión. Existiendo sólo a través de ella, sólo en ella...



FOTOGRAMA  CON  MEDIODÍA  ALUCINATORIO 

 

Es un silencio inmóvil, cadavérico, irónico...

La luz del sol, abrumadora, exultante e irritante, rompe la visión...
Las sales se mezclan con las cenizas y, desde los altos vacíos del alucinante mediodía de verano, se posan sobre la sangre, en convulsiones alquímicas.

 
Los mataderos de perros vacían sus entrañas a nuestros pies, en las camas, en las aceras, en el sueño. De color amarillo verdoso, la bilis hierve por nuestro disgusto por la plata de cualquier espejo, y voces surgen torpemente de nuestro pecho: pesadas, asesinas, como el olor de la escoria. Las hojas secas y ásperas se sacuden con la brisa nauseabunda, colgando largas, como estigmas brillando con la salvaje satisfacción de una catástrofe inminente, como dientes cerca de una presa, sea cual sea. Silencio informe, como una completa y absoluta confusión de reinos.

 
El ojo enfermo en el triángulo escupe sangre, vagos recuerdos sobre el humano, gruñidos de exclamaciones, de modo que parece más bien una boca que hasta ahora lo ha tragado todo rápidamente, sin discernimiento.

Las savias se adormecen en los tallos de las plantas con el silbido final del aliento de una bestia después del gran libertinaje...


SOLILOQUIO  EN  UN  ESPEJO  OPACO 

 

Vuelves de nuevo al exilio largamente aceptado de tu aburrida habitación, que nunca te espera o lo hace, de alguna manera, por aburrimiento o apatía, y las ventanas te saludan ciegamente como ideales sin sentido, cansados, caducados...
Entras. Vuelves a entrar. Regresas de donde te fuiste. Vas a volver a tus raíces. No, ni idea... Das vueltas en círculos, sin pensar, y no encuentras más que los mismos montones de papeles sin importancia... Descuidos, polvo, objetos que pudren en desorden... Paredes con yeso caído, fotografías encorvadas por la inmovilidad, flores y hojas secas de hace mil siglos...

Cosas cuyo único mérito es que existen, entregándose al tiempo como alimento y camino para caminar: una mezcla de huesos y hierbas y metales oxidados. Entre ellos, tú también. Te encuentras aquí, en la tierra, por una indulgencia o desatención de la naturaleza, que nunca pregunta ni se pregunta quién, qué, por qué, cómo esto o aquello es posible...
 El único que queda por preguntar y preguntarse eres tú, pero no lo haces. Ya no lo haces... Ya que ya no te interesa e incluso tú mismo ya no interesas a tus sentidos embotados, atrofiados, cubiertos por sucesivos aluviones...
¿Podrías decir, como el filósofo, que el yo es horrible, detestable?
 Sería demasiado esfuerzo y no serviría de nada. Como máximo, te ayudaría a descomponerte más rápido. Realmente, una solución...

...Pero las soluciones pertenecen a los vivos...       

***

George Nina ELIAN (Costel Drejoi) nació el 13 de noviembre de 1964 en la ciudad de Slatina (Rumania). Poeta, traductor, periodista. Debut: 1985, en la revista "Cronica" de Iași.


Publicó los poemarios: Lumina ca singurătate/ La luz como soledad (2013); Ninsoarea se întorsese în cer.../ La nieve había vuelto al cielo... (2016); Fericirea din vecinătatea morții/ La felicidad en la vecindad de la muerte (2018); Timpul din afara ceasurilor/ El tiempo fuera de los relojes (2020); Verdele ceai al miezului de noapte. Scrisori de dragoste/ El verde té de la medianoche. Cartas de amor (2021); Nimic altceva/ Nada más (2022); Grația cu care moare o frunză/ La gracia con la que muere una hoja (2023).
 Sus textos han aparecido en las revistas más importantes del país, así como en publicaciones en el exterior (México, España, Italia, Argentina, Chile, Brasil, Portugal, Albania, Bulgaria, Bélgica etc.).

 

 

Nota de la E.: Textos traducidos al español por su autor.

 


 

JOSEP MARIA ARNAU DE BOLÓS: «MI AMIGO KARL»

 


DESIDERÁTUM

 

Él continuaba durmiendo y la hoja seguía en blanco; el dinosaurio no aguantó más.

 

SABIDURÍA REAL

 

Había pedido a los Reyes Magos que su papá volviera a casa, pero también leyeron la carta de su madre y le concedieron la orden de alejamiento.

 

INTUICIÓN

 

Sentado en la camilla, llevaba un buen rato escuchando en silencio su disertación. Aunque le molestaban las cicatrices, se levantó. Sorprendido de ser tan alto, tosió para manifestarse y pedir la palabra.

—¿Sí?

—Lo que usted diga. Pero ¿por qué no hay ningún espejo en esta sala, doctor Frankenstein?

 

TRAICIÓN

 

Inmóviles en la oscuridad, ya no oían voces ni ruidos fuera. Entonces dio la orden y salieron del interior del caballo. Mientras sus hombres se dirigían a las puertas de la ciudad, Menelao oyó el crujir de una rama a su espalda y se volvió.

Lo último que vio, antes de ser degollado, fue la figura de Homero en manos de los troyanos, escribiendo de nuevo el final.

 

INSTINTO MATERNAL

 

Se acercó al cuerpo enfundado en negro, aplastado contra la roca. Comprobó que no se movía y que los ojos no parpadeaban. Aquellas extrañas alas servían para volar, pero ¿y todo lo demás? Desconfiada, el águila se movió con precisión para no tocar ni el casco rojo ni las gafas oscuras hechas trizas en el suelo. Ya tenía cerca a los aguiluchos. Tendría que consolarlos, todavía estaban asustados. Por suerte, había llegado a tiempo de interceptarlo.

 

ALMAS GEMELAS

 

En la oscuridad, el francotirador seguía apostado en la ventana. Buscaba con los prismáticos cualquier atisbo de luz en el frente enemigo.

El frío le atenazaba. Dio otra calada al cigarrillo y echó la última ojeada a su zona antes del cambio de turno. Por un momento le pareció ver una chispa de luz intermitente. Cogió el fusil y enfocó la mira telescópica.

Llegó a ver el brillo de un cigarrillo detrás de la mira de un fusil. Justo antes de oír el chasquido metálico de la bala atravesando su casco.

 

MI AMIGO KARL

Aaron me reta otra vez. Lo empujo y volvemos a rodar por el suelo. Entonces alguien entra en casa, oímos sus pasos. Se abre la puerta de la habitación y veo a mamá con su nuevo acompañante.

—Míralos, Hermann, jugando a ver quién es más fuerte.

—¿Cómo se llama tu amigo? —me pregunta él.

—Karl, se llama Karl —responde ella, antes de que yo pueda abrir la boca.

Aaron y yo nos quedamos mudos, mamá sonríe. Él hace chocar sus tacones y se despide. Luego llega ese saludo con el que nunca jugamos, el del brazo en alto.

 

PRIMA

 

Siempre que se ven, se saludan con dos besos y, ante sus ojos verdes, Sandra es incapaz de desvelar su secreto. Pero esta mañana abre la puerta del armario y se mira en el espejo. Solo tiene que modificar un poco el guion. Lo hará con naturalidad, sin pensarlo demasiado. No le da más vueltas. Por fin, los invitados llegan al mediodía. Al oír sus voces, se echa un último vistazo en el espejo y cierra la puerta del armario. En el comedor la están esperando. Sandra saluda a sus tíos y con Alba no duda. Cuando le da el segundo beso, pone la lengua.

 

***

 

Josep Maria Arnau de Bolós (Barcelona, 1954) es médico. Ha ejercido en el Hospital Universitario Vall d’Hebron y el Hospital Universitario de Bellvitge, y ha sido profesor de la Universidad Autónoma de Barcelona y la Universidad de Barcelona. Se ha formado en la Escuela de Escritura del Ateneu Barcelonès y en la Escuela de Escritores (Madrid). Escribe microrrelatos y cuentos. Sus textos han obtenido diferentes reconocimientos en concursos literarios (Wonderland, La Microbiblioteca, Relatos en Cadena) y han sido publicados en sitios web referentes dentro del campo del relato breve y en diversas antologías. En 2018 fue finalista del XXI Premi Tinet de Narrativa Curta con el cuento «L’Àngela», publicado en la antología colectiva Geografies de l’abscència i altres contes (2019). En 2021 publicó en catalán el libro de cuentos y microrrelatos Atrapat (Témenos Edicions), que en 2023 se ha publicado en castellano con el título In crescendo (Témenos Edicions).

 


 

LAS FRONTERAS DE LA MINIFICCIÓN

 

Por vecstock en Freepik

 

Por Lilian Elphick

 

Definiciones

 

Dada su naturaleza híbrida, lúdica y rebelde, la minificción y sus múltiples nombres, se resiste al encasillamiento, sin embargo podemos acercarnos a una definición. ¿Qué es y qué no es una minificción? ¿Dónde están sus límites? Es necesario preguntarse también si la minificción se nutre de otros géneros literarios o formas fictivas breves, como lo son el haikú japonés, la prosa poética o la fábula o, simplemente nace como algo completamente distinto, con una esencia propia e irredargüible.

Según el estudioso mexicano Lauro Zavala[1], «la minificción es un género literario surgido a principios del siglo XX. Se ha señalado la publicación en México del texto “A Circe”, de Julio Torri (1914) como referente original. La minificción no es un minicuento, sino un texto experimental de extensión mínima con elementos literarios de carácter moderno o posmoderno». (Zavala: 55)

«La minificción es el género más didáctico, lúdico, irónico y fronterizo de la literatura. También es el más reciente, pues mientras surgió apenas a principios del siglo XX, ha sido hasta la última década de ese mismo siglo cuando empezó a ser considerado como un género literario autónomo, si bien sus raíces se encuentran en las vanguardias hispanoamericanas del período de entreguerras». (Zavala: 60)

«La minificción nace como una forma de relectura de los demás géneros. Su estructura es siempre híbrida, y tiende a la metaficción y a una intertextualidad galopante».(Zavala: 60)

 

A mi modo de ver, la minificción se adapta a numerosas formas fictivas literarias breves, pero también a formas extraliterarias, como por ejemplo, el anuncio en un periódico, una definición, un instructivo o un epitafio (Zavala,118). Un texto conocido y canonizado es el atribuido a Hemingway: «For sale: baby shoes, never worn». («Vendo zapatos de bebé, sin usar») que contiene dos historias: una superficial y una profunda; es decir, omite la materia narrativa y deja al lector/a la tarea de desentrañar o desmadejar la historia. Aquí, Hemingway aplica su propia teoría del iceberg, en donde lo más importante nunca se cuenta.

Lo esencial, entonces, en la minificción (aquí incluyo al microrrelato) es la tensión generada por el silencio o elipsis que es capaz de abrir otras ventanas, como la gran ventana de la intertextualidad. Otro ejemplo: «Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí», de Augusto Monterroso. Si el desocupado/a lector/a no conoce «La metamorfosis», de Kafka, no podrá entender cabalmente este texto. Porque la pequeña historia del dinosaurio se emparenta con la de Gregorio que despierta una mañana convertido en un escarabajo.

Otros ejemplos de silencio están contenidos en tres textos, enmarcados en lo histórico y la denuncia: Golpe, de Pía Barros, Padre nuestro que estás en los cielos, de José Leandro Urbina y El emigrante, del mexicano Luis Felipe Lomelí.


«Golpe», de Pía Barros:


—Mamá, dijo el niño, ¿qué es un golpe?

—Algo que duele muchísimo y deja amoratado el lugar donde te dio.

El niño fue hasta la puerta de casa. Todo el país que le cupo en la mirada tenía un tinte violáceo[2].

 

«Padre nuestro que estás en los cielos», de José Leandro Urbina:

 

Mientras el sargento interrogaba a su madre y a su hermana, el capitán se llevó al niño, de una mano, a la otra pieza.

- ¿Dónde está tu padre? -preguntó.

-Está en el cielo –susurró él[3].

- ¿Cómo? ¿Ha muerto? –preguntó asombrado el capitán.

-No –dijo el niño-. Todas las noches baja del cielo a comer con nosotros.

El capitán alzó la vista y descubrió la puertecilla que daba al entretecho.



«El emigrante», de Luis Felipe Lomelí[4]:

—¿Olvida usted algo?

—¡Ojalá!

 

 

Estos tres textos están sujetos a múltiples significados desde donde aflora la historia profunda y el reconocimiento de algo que va más allá, y ese «algo» está enmascarado, maquillado con una determinada oración religiosa o con una conversación de pasillo, trivial. Aquí, los títulos son muy importantes, funcionan como llaves que se insertan en la cerradura correcta. Además, la tensión se produce en el tratamiento de la metonimia y la ironía. Para María Isabel Larrea:

 

«[…] Los microcuentos históricos refieren los sucesos que se consignarían tradicionalmente en muchas páginas. Su propósito, al igual que el de los relatos extensos, será releer la historia de Latinoamérica desde el presente, reconstruirla, reescribir sus mitos, testimoniar y conservar su memoria social y cultural. En consecuencia, con ellos se establece un nuevo modo de lectura de los acontecimientos contingentes»[5].

 

 

Cuando la frontera de la narratividad se desdibuja

 

     En el amplio mundo de la minificción y de la literatura, como sistema de intercomunicación, existe una gran variedad de textos, algunos más “comprensibles” que otros. Esta comprensión deriva en la narratividad y la aprehensión que el lector/a hace del escrito. ¿Qué sucede cuando la minificción no contiene una historia propiamente tal, aunque sea sugerida, sino una divagación o cuestionamiento de orden filosófico o existencialista? ¿Qué pasa cuando no encontramos principio, medio y final, siguiendo las coordenadas aristotélicas? En el blog Ultraficción[6], del escritor argentino Alejandro Bentivoglio, se puede apreciar el siguiente texto:

“Wake Up”

Nuestros sueños están hechos de cosas que no existen en ninguna parte, pero que se parecen a algo que podríamos tener a la mano. Tampoco podemos estar seguros de que sean nuestros sueños. La propiedad es variable en caso de somnolencia recurrente. Ocasionalmente son ellos los que nos sueñan sin dar mayores explicaciones. Pero es difícil estar seguro de esto porque los dormidos y los despiertos se alternan en la tarea de entorpecer las cosas y es habitual tener que enfrentarse a traumas infantiles, tigres o laberintos cada vez que queremos llegar a ese botón que es la alarma del despertador, hábilmente disfrazada en objetos tan absurdos como, tal vez, el gatillo de un revólver.

 

Y el de Patricia Nasello:

«Salvaje»

Decide eliminar con crueldad al enemigo: detona una carga de palabras odiosas, gastadas, en descomposición. [7]

 

     Como acota Lauro Zavala, el chiste se agota de inmediato, pero la minificción obliga a una relectura. Estos dos últimos textos, siguiendo el criterio del teórico mexicano, se acercan a los siguientes postulados:

«[…] una minificción puede construir en poco espacio una secuencia que lleva a una revelación: una epifanía, una explosión de sentido. [Esta] secuencia textual no es necesariamente narrativa».

«[…] Una minificción puede ser, de manera simultánea, intensamente poética y sorprendentemente breve. El resultado es un deslumbramiento: una imagen. Es decir, un resplandor súbito». (Zavala, 126)[8]

 

     En última instancia, se trata de textos paradójicos, de anécdota muy difusa, que trabajan más el lenguaje que el hecho narrado en sí mismo. Son una explosión de sentido y provoca en el lector/a desasosiego e incertidumbre. Al ser ultra intensos van más allá de lo que Cortázar pedía al cuento breve: más que una foto son un flash, un abismo, un vórtice. Son verticales y no horizontales. Son centrípetos y no centrífugos.

     Para finalizar, es necesario citar aquí a la teórica venezolana Violeta Rojo[9], que hace un recuento de las características de la minificción, según la perspectiva de reconocidos académicos/as:

 

«Para Dolores Koch (“El micro-relato en México”) son relatos sin introducción, anécdota o acción, sin personajes delineados, ni punto culminante y, por tanto, sin desenlace. Además, apunta, la prosa es sencilla, cuidada, precisa y bisémica; utiliza el humor, la paradoja, la ironía y la sátira; rescata formas literarias antiguas y las inserta en formas no literarias.

Para Laura Pollastri (Pollastri) sus características serían: humor, plurisemia, intertexto, fragmentariedad, los pactos entre lector y autor.

Para Francisca Noguerol (“Micro-relato y posmodernidad”) son textos escépticos, en los que se recurre a la paradoja, privilegian los márgenes y experimentan con temas, personajes y formatos, son fragmentarios, necesitan la participación del lector, son polisémicos, intertextuales, utilizan el humor y la ironía.

Para Lauro Zavala (La minificción bajo el microscopio) tiene cinco características: brevedad, diversidad, complicidad, fractalidad y fugacidad.

Nana Rodríguez (Rodríguez Romero) enumera el humor, la ironía y el lenguaje simbólico, lo poético, lo onírico, lo filosófico y lo fantástico y la conexión entre título y contenido como elementos fundamentales». (Rojo, 381-382).

 

     No hay conclusión para el estudio de la minificción. Cualquier canon depende de la comunidad. En el caso de la gran comunidad latinoamericana de escritores (as), pensadores (as), intelectuales y académicos(as), a ellos (as) les corresponde revalorar y resemantizar la formación, desarrollo y futuro del canon literario de la minificción plasmado en este continente estriado, antes de que la puerta se abra a cien años de olvido.



[1] En: «Para analizar la minificción»:  https://laurozavala.net/minificcion/

[2] En: Ropa usada, de Pía Barros. Asterión, Chile, 2000.

[3] En: Las malas juntas, de José Leandro Urbina. Planeta, Chile, 1993.

[4] En: Ella sigue de viaje, de Luis Felipe Lomelí, 2005.

[5] El microcuento histórico, por María Isabel Larrea. En: https://www.scielo.cl/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0071-17132006000100009

[8] Lauro Zavala: «Las fronteras teóricas e históricas de la minificción». En: https://laurozavala.net/minificcion/

[9] Violeta Rojo: «La minificción ya no es lo que era» (Artículo publicado originalmente en francés: “La microfiction n’est plus ce qu’elle était: une approche de la littérature ultra-brève”. Les Langues Néo-Latines 370 (2014): 13-26. Impreso.) Encontrado en: https://dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/5271712.pdf

 

JOSÉ ZELAYA: «EL OTRO ASESINO»

Edith Lüthi/ Pixabay

 

PROXENETA

Los enanos la acompañaron a una cueva. Los vistió a cada uno con minifaldas, camisas de tirantes, aretes de gran tamaño y tacones de diez centímetros. Los besó en la frente y dio las indicaciones antes de salir. Todos se colocaron en la entrada y los clientes comenzaron a llegar. De alguna forma se debía pagar el alquiler de la casa en el bosque y cumplir los deseos de la princesa.

 

LA HERENCIA

En el bosque, el lobo le ayudó a cortar algunas hierbas venenosas. Al terminar, se tomaron de las manos y llegaron a donde vivía la abuela. Mientras la anciana hablaba del testamento por teléfono, la niña saludó y ofreció prepararle un té. Cuando ya estaba listo, la anciana colgó el teléfono y lo tomó agradeciendo a su nieta. Caperucita sabía que luego del último trago, la casa y toda la fortuna de la abuela, sería suya.

 

EL OTRO ASESINO

 

Sus razonamientos serán los siguientes: «Soy ino­cente; soy pobre; mi orangután vale mucho di­nero,

una verdadera fortuna para un hombre que se encuentra en mi situación.»

EDGAR ALLAN POE, Crímenes de la calle Morgue

 

En un tiempo, todos pensaban que el cri­men estaba resuelto. Pero desconocían que, a esa altura de los acontecimientos, el marinero los engañaba. El orangután sólo era una falsa imagen de su siniestro plan. Esa misma y azarosa noche en que Dupin y su compañero creyeron su testi­monio, él corrió a toda prisa hasta su casa y sacó un filoso puñal que guardaba en lo alto del armario. Mientras la policía terminaba de investigar el asesinato de aque­llas dos mujeres, el marinero ya se encon­traba en la casa de una nueva víctima, degollándola a la luz de la luna.

 

PLAGA

Alguien tocó la puerta principal de la casa. Miré por el picaporte y vi a un ancia­no. Tenía un bicho en el bolsillo de la ca­misa. Me pidió una llamada, su auto se había descompuesto en plena carretera. Lo invité a pasar. Mientras se acomodaba en el sillón, corrí en busca del teléfono. Al volver, la casa estaba llena de insectos y el hombre se había ido. No tuve tiempo de escapar.

 

EL CULPABLE

Los tres serían enjuiciados a cadena perpetua, si no confesaban lo que había sucedido. Se les interrogó individualmente y parecían contar la misma historia. Nadie creería algo tan absurdo, por lo que el juez emitió una orden para inspeccionar sus casas. Iniciaron con la de paja, buscaron en cada rincón evidencias que les dieran indicios sobre el espeluznante hecho, pero no encontraron nada. Lo mismo pasó con la de madera. Por último, revisaron la de ladrillos. Uno de los agentes de la policía observó que la cerradura de la puerta del baño estaba forzada. La abrió. Llegó a la bañera y descubrió un cuchillo ensangrentado. El cerdito que había matado al lobo, estaba sentado en el tercer banquillo de los acusados. 

 

REGRESIÓN

De niño soñaba con hacer lo mismo que el ratón de los dientes. Todos creían que me convertiría en dentista. Lo cierto es que eso no sucedió, jamás fui a la universidad. De hecho, nunca lo vi necesario. Basta con abrir la puerta de los niños por las noches, sacar la llave inglesa de mi bolsillo trasero, colocarla en una de las perlas blancas que brillan en sus bocas, jalar con fuerza y depositarlas en una pequeña bolsita. En casa, las enumero y coloco la fecha del suceso. Así voy guardándolas hasta recuperar la dentadura que me fue quitada cuando tenía nueve años.

 

POR CURIOSO

Los caballos se asustaban al escuchar los ruidos que provenían del zacate detrás de la casa. Relinchaban cada vez más fuerte y al cabo de cinco minutos, un si­lencio cubrió la atmósfera. Pedro se acer­có a la ventana para ver lo que estaba pasando. La presencia notó la mirada del hombre y se alejó evaporándose con una sonrisa siniestra. Pedro se apresuró a bus­car a su familia para contarles lo que ha­bía visto. Cuando los encontró, quiso abrir la boca, pero no pudo. Se dio cuenta de que estaba costurada y que de ella colgaba una aguja.

 

***

José Zelaya (1998, Honduras) Psicólogo y narrador. Maestrante en Recursos Humanos. Ha publicado los libros de microficción: El misterio de la caja (Editorial Eccos, 2021), Voraces (Editorial La Chifurnia, El Salvador, 2022) e Intromisiones Salvajes (Ediciones Malpaso, 2022). Compiló las antologías: Ecos, Nuevas voces de la minificción centroamericana (Parafernalia Ediciones, Nicaragua,2020), El baile del dinosaurio: Antología hondureña de minificción (en conjunto con Elisa Logan, 2021) y Antología de minificcionistas hondureñas (Editorial Tusca, Argentina, 2022). Textos suyos integran más de quince antologías de minificción. Galardonador del Concurso de microrrelato Dentro de la botella (2018) por el Sistema Bibliotecario de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras y el Concurso de microrrelato Días de resguardo (2020) por el Centro Cultural de España en Tegucigalpa. Es organizador del I Encuentro Hondureño de minificción junto a Elisa Logan y fundador de la primera editorial digital hondureña de minificción en compañía del escritor Ricardo Álvarez Moncada. También, ha brindado talleres y conferencias del género breve en la Universidad Tecnológica Centroamericana (UNITEC) y La Universidad Agrícola del Zamorano.