RUBÉN GARCÍA G.: «LAS RAZONES DE PASÍFAE»

 

Giulio Romano

LAS RAZONES DE PASÍFAE

Tengo tres días de haber parido al minotauro. El cuerpo lacerado y la matriz desgarrada me duelen, como si estuviera pariendo de nuevo.

El cuarto es sobrio: una ventana pequeña, una mesa con agua y frutas frescas que Dédalo me hace llegar desde la huerta del palacio. Como madre y reina, ordené que solo yo le amamantara. Todos lo ven como un monstruo; para mí, es solo mi hijo.

Antes de dar a luz, Minos llegó a mi dormitorio para echarme en cara el ultraje.

—¿Estás disfrutando del embarazo? —dijo, irónico, cruzándose de brazos.

—Todos se disfrutan, aunque causen dolor; es nuestra matriz dadora de vida. Es el instante donde la madre se eleva a la altura de los dioses.

—¿Debo entender que te sientes satisfecha? —me miraba fijamente.

—Por supuesto que sí —le contesté, enfrentándolo.

—¿Cómo puedes hablar así? Eres la comidilla del pueblo; exigen que te recluyan o que te expulsen de Creta de por vida. —Alzaba la voz, ignorando a la servidumbre.

—No tienes que gritar para que entienda. Piensan así porque no saben que cambiaste el toro nevado de Poseidón por otro cualquiera de tus pastizales.

—Eso lo sabías tú y el cuidador nada más.

—¡Ingenuo! ¿Acaso piensas que Poseidón no lo notaría? ¿Que Helios no ve cada rincón? Su venganza cayó sobre ti, no sobre mí. Yo fui solo un medio para castigarte. ¿De verdad creíste que Poseidón, quien te otorgó el reino de Asterión, se quedaría cruzado de brazos? ¿Que Afrodita no me hechizaría para sentir esa pasión desbordante por el toro, por orden de Poseidón? Y mi dolor no será por las rupturas o el sufrimiento del parto. Mi mayor herida es saber el destino que le aguarda.

Nada duele tanto como ver a un hijo condenado. Duele más que la muerte de un ser amado, porque el futuro se despliega ante ti y solo puedes implorar a los dioses que se apiaden de él. Mi cuerpo podrá sanarlo mi hermana Circe con alguna pócima, pero mi alma de madre... no habrá dios que me consuele. Moriré llevándome la pena de saber que el minotauro encontrará espinas y garfios en su vida. ¿Y qué culpa tiene él? Yo fui solo un vehículo; el origen fue el engaño y la decepción de Poseidón hacia el gran Minos.

 

EL REGALO Y SUS CIRCUNSTANCIAS

Todos los días mi padre viene por mí. Hoy salí temprano y, en vez de esperarlo, fui a su negocio. Lo vi deslizar su mano por el talle de la empleada. Se dio cuenta de que lo vi.

Ahora, en mi cuarto, no puedo dejar de pensar. ¿Le digo a mi madre? Me repito que deben ser figuraciones mías, que quizás estoy malinterpretando. ¿Y si se separan? Siempre he sido su princesita. No sé cómo sería mi vida sin su cariño. Mi padre me procura, me da lo que necesito, me lleva de vacaciones. Tampoco me imagino tener un padrastro.

“Su mejor amiga debe ser su madre —dice mi maestra—. Tienen que contarle todo”. Es cierto, nadie me quiere más que ella. Pero, ¿contarle lo que vi?

—No se lo merece —exclamó mi madre—. Sus calificaciones dejan mucho que desear.

—Es para que se aplique más —dijo mi padre, dándome la caja con el móvil que tanto había pedido.

—¿Te ha gustado tu regalo? —me preguntó días después.

—No tanto —le respondí, devolviéndoselo—. No es el que te pedí.

 

TODO CAMBIA

Ayer vi a Frankenstein salir de una sala de maquillaje. Se acomodó un rulo frente al espejo de un centro comercial y lucía una cabellera dorada y reluciente que terminaba en una colita de pato. Lo seguí hasta una sala de espera, donde departía con un grupo de clientes. Les confesaba, entre risas, que él era un monstruo, y todos reían hasta romperse la mandíbula. Esperaba su turno para una manicura.

Yo soy el Hombre Lobo, salvaje y desaliñado, y por mi olfato reconocí que era Frank. Lo reproché con un gruñido que resonó en la sala, babeando sin parar por su actitud delicada y burguesa. Para calmar mi enojo, di media vuelta y me fui a perseguir los carros que velozmente pasaban por el bulevar.

 

SOLEDAD

En la calzada solitaria, un niño roto tirita, como una sombra que se desdibuja bajo la furia del cielo. Me jala la gabardina y extiende la palma de la mano. No me pide una moneda; me pide un abrazo. Me detengo, respiro, y lo cubro.

 

EN EL DESPUÉS

La sábana color madera se tendía impecable. La luz solar, filtrada por los vidrios, proyectaba un tablero sobre la cama. Ella era una reina blanca, sus vetas canela bronceaban su pecho. Él, un alfil de ébano que sudaba copiosamente. Aún dormidos, soñaban la batalla.

 

EL GEN

Sintió la presencia de otro ser similar, y aprovechando una contracción puso el cordón alrededor de su cuello. Después de la cesárea, sólo uno de los gemelos lloró.

 

LA FUGA

Los dedos del pianista alcanzaron una velocidad de vértigo. En un rondó de arpegios que semejaban alas en movimiento, las manos escaparon hacia el cielo.

 

KILLER

Tumbado en la hamaca, entornando los ojos y rascándome las lonjas de la panza, espero pacientemente al tiempo para matarlo.

 

AÚN TE FALTA OLER EL MAR

No sentirás dolor, le dice el médico a mi esposa. Estoy cubierto por sedantes y analgésicos. Afuera, el perro aúlla; ¿será presagio o buen deseo? Respiro con dificultad; el frío me cala hasta el tuétano, y, aun así, sudo, como si mi cuerpo expulsara el filo de lo que me daña. No tengo dolor, no tengo dolor, me repito, tratando de ser un paciente disciplinado, como si con ello me diese ánimo.

En medio de esta confusión, sueño. En el sueño, un aroma a hierba triturada me envuelve; el olor es intenso. Llega como descarga, el hipo. En un destello, veo a Don Agustín, con sus ochenta y tantos años, señalando a su sirvienta con un dedo calloso: «¿Usted cree? Esta vieja dice que si tengo hipo por un día es señal de que me voy a morir».

Sigo en el sueño, pero las voces de afuera se filtran. Mi esposa, al escuchar mis quejidos, me toca la frente con su mano tibia y temblorosa. «Está agonizando», murmura con un hilo de voz que se quiebra.

«Es puro hipo, mamá», responde el benjamín, el hijo que más amé, con esa mezcla de inocencia y certeza que solo un púber puede tener. «Ya acabó, mamá. Ciérrale los ojos ahora; si no, quedará con los ojos abiertos. Así descansa él, y nosotros también».

El silencio se rompe con un sollozo distante, un lamento que parece venir de otro mundo. Es la voz de mi madre, desde algún lugar, que susurra con tono firme y sereno: «Aún no es hora. Cierra tus oídos y llénate de vida; vuela entre las montañas, entrégate a las olas del mar y surge como un pájaro que lleva en el pico los aletazos de un pez».

Años después, mi esposa me dirá: «Sentimos que te morías». Su mirada estará cargada de algo más que recuerdos.

***

Rubén García García

1946 en Álamo Ver. Mex. Médico, egresado de la UNAM. Las experiencias en el servicio social son importantes en su narrativa ya que muchas historias están ambientadas tanto por el paisaje como por la cultura del sitio. Ejerció la medicina privada. Como trabajador de la salud estuvo en contacto con poblaciones y supervisando las unidades de salud dispersas. Ejerció como maestro en la facultad de medicina y actualmente está jubilado por la Universidad Veracruzana.

Es Importante en su trayectoria su inclusión a Ficticia.com. donde obtiene los elementos para comprender la brevedad. Acepta que le fueron enseñados, desinteresadamente por maestras pacientes y capaces.

Publicaciones (algunas)

Revistas electrónicas: Piedra y nido, Brevilla, inmediaciones, ficticia.

Antologías: Eros y Afrodita en la minificción, (Ant. Dina Grijalva) El libro de los seres no imaginarios (Ant. José Manuel Ortiz Soto) Cien fictiminimos (compilador Alfonso Pedraza) Cuentos pequeños GRANDES LECTORES (Ant Agustín Cadena Amélie Olaiz) Contribuye en educación básica en  “Proyecto mundo para todos” 2007 Puerto Rico ediciones sm Sexto año. “Pluma y lapiz” 2005 Puerto Rico, ediciones sm.

Libros: Historias de amor y muerte (edición privada), La seña del murmullo Editora BGR y La danza de las fuerzas, de próxima publicación en Editora BGR (2025.

La revista Brevilla dirigida por Lilian Elphick me da la alegría y el honor de exhibir algunas de mis ficciones. Mi agradecimiento a ella y a sus colaboradores.