Por Nélida Cañas
Mis vestiduras son demasiado
torpes para este mundo.
Franz Kafka
K, el libro de
Lilian Elphick* se abre con un fragmento del escritor Franz Kafka a su amigo
Max Brod donde expresa su imposibilidad hasta para aquello que es su única
vida: la escritura. “El escritor que hay en mí morirá,
naturalmente, enseguida, pues una figura semejante carece de suelo, de
consistencia, no es ni siquiera de polvo, solo es posible en la vida terrenal
más absurda”.
La obra en su intenso
recorrido consta de cuatro momentos: Graznidos, Lugares, Nomen est Omen,
Pequeñas variaciones y cierra con
Recorrido K, un relato del itinerario de la autora para llegar al sitio donde K
descansa, el Nuevo cementerio Judío, Zizkov, Praha 3.
¿Qué es una
lectura, sino un recorrido? Un recorrido donde a través de la obra leída se va
configurando una historia de vida. Un viaje por las palabras que va quitando velos.
K es el maestro
del absurdo, del sinsentido. El que espera “en
el tiempo de las lluvias”, sabiendo que nadie vendrá. K es el grajo, que lleva en su nombre. El que
aguarda con las alas plegadas, sabiéndose perdido. El de la escritura como
imposibilidad y como destino. El que no puede gritar el nombre de Gregorio, su
propio espejo, porque “desconoce el
alfabeto de los solitarios”. En su extrema lucidez sabe que Gregorio, su
alter ego, se marchará del territorio de
sus sueños. Será entonces, Gregorio, un hombre solo como el que le dio
vida. Se marchará. Se volverá G. Y serán
“dos letras graznando inocencias” K y G pierden sus nombres en el absurdo
de una realidad que les es ajena. Alienados deambulan perdidos de sí mismos. El
‘otro’ los ignora hasta la impiedad y el
abandono. Hasta la manzana pudriéndose en el caparazón, que apenas cubre la
carne trémula.
La propuesta
escritural de L.E. es de un acendrado lirismo y en sus breves textos va
develando al escritor más extraordinario del S.XX. Seguiré sus pasos, los de
Lilian, como viajera azorada, que acepta la mano tendida de su guía.
Nos conmueve
adentrarnos en este universo porque L.E. lo ha hecho de la única manera
posible: dejándose poseer por K. Entregándose en cuerpo y alma a ese otro, que
también nos habita.
K escribe cartas.
Cartas donde se pierde de sí mismo. Donde es solo un cuervo que grazna al
cielo. Le escribe a Felice, que desea un hombre donde solo había “un pájaro de alas negras, fugaz y, al fin
de cuentas, tan humano.” ¿Acaso eran las cartas su punto de fuga?
No soy
más que literatura, decía Kafka. Alguien que esperaba “en (su) nido de historias”
La escritura de
Lilian Elphick es profundamente humana porque pudo amar los graznidos de K.
Pudo escucharlo, leerlo, deletrearlo, como quien desliza entre sus dedos un
rosario de cuentas absurdas y dolientes. Oscuras como las alas de un cuervo.
K, el que no fue
leído ni por Julie, su madre, ni por Hermann, a quien le escribió la extraordinaria Carta al
padre. Carta que quedó olvidada para siempre en la mesa de noche. Pues su padre
esperaba de él alguien a su imagen y semejanza. Alguien que lo continuara en
sus afanes. No este ser débil y esquivo.
“Nadie leyó mis cosas”, decía Kafka. Al menos no aquellos
que le eran esenciales. Nunca entendieron que era sólo literatura. Nunca entendieron que “el que escribe renuncia a su cuerpo”. Su cuerpo es el que forman
las palabras. Las únicas capaces de instaurar su ser.
K, fantasma de sí
mismo, bajo la lluvia, con los pies mojados camina por Praga. “Yo sólo pensaba en el agua y en aquellos
borradores. Yo sólo era el agua en sí misma: me lloraba a diario, intentando sostenerme al mundo a través de la
escritura, que era la cerradura mayor y con llave perdida irremediablemente”. Magnífico
relato, K bajo la lluvia, donde L.E. nos muestra a Kafka en la plenitud de su
ser. La única posible: la escritura.
K trabaja en una
oficina de seguros a la vuelta de su casa. Desde ahí puede mirar la casa con
chimeneas y la ventana azul donde habita y lo espera su amigo y confidente:
Gregorio Samsa. Siempre culpable sin conocer su delito. Condenado siendo
inocente. Sólo era un escritor que se alimentaba de sí mismo hasta la
extenuación.
Si en el mundo
real K es nadie en el mundo de papel es entre otros el artista del hambre, el
pájaro que busca su jaula, el bacilo de Koch, el enterrado en el cementerio
judío, Zizkov, Praha 3. Y también el
agrimensor, el médico rural, el que llegó a las puertas de un tribunal y esperó
vanamente para ser juzgado.
¿Y el amor?
Sólo paseó por
sus desgarraduras. “No alcanzó los ojos
de Milena ni la boca de Felice”. Tal
vez, sólo la amorosa compasión de Dora Diamant. Un largo invierno frío y
despiadado. El último. Como Alejandra Pizarnik supo que las palabras no
prodigan una caricia. Dice Alejandra: “no/
las palabras/ no hacen el amor/ hacen la ausencia/si digo agua ¿beberé?/ si
digo pan ¿comeré? (De su poema En esta noche, en este mundo).
El amor, siempre
una imposibilidad.
Su amante más
fiel, la que lo arrastró hasta el fondo: la escritura.
Lilian Elphick en
sus creaciones acerca de K escribe breves piezas teatrales de un solo acto y
singular belleza como K ante la puerta, K en la Mancha, y su desopilante
diálogo con Quijote y Sancho, K en el adiós, K en el espejo. En estas micro-escenas,
deja la autora indicaciones para una posible puesta. Por ejemplo: en el
magnífico K en la grieta.
Kafka fallece el
3 de junio de 1924. Tenía apenas 40 años. Había muerto tantas veces “solitario de tanta escritura, escondido en
(su) laberinto de historias inconclusas.”
Consciente de que
“todo lo que he escrito ha sido mi
alimento. He tragado piedras, filos, aristas, puntas de flecha.” Pudo
decirle al doctor Klopstock en su lecho de muerte: “Máteme, si no, usted es un asesino.”
“Yo era un lobo tuberculoso que
hacía temblar la estación de trenes con su tos” Con la
tuberculosis convivió Franz Kafka como con su destino de no ser más que
literatura. Cito aquí el microrrelato Corvus frugilegus, pág. 53, magnífica
síntesis de este ser solitario y torturado que marcó con su obra el hito más
trascendente de la literatura del S.XX. Y todavía continúa, como si la realidad
se empeñara en parecerse cada vez más a la literatura:
K significa grajo. Soy judío, checo, alemán, quizás por mis venas
corre sangre lituana. Soy hombre, no quiero engañar a nadie. Escribo de
insectos y encierros, grazno a mediodía. Escribo. Mis plumas están manchadas de
tinta. Es tanto el peso que no puedo volar. Ningún grajo me reconoce. Los
hombres me espantan. Escribo desde mi trapecio.
“Sólo soy literatura y no puedo ni quiero ser otra cosa”
Hay en la obra de
L.E. intertextualidades que remiten a Quijote, Chuang Tzu, Borges, Monterroso.
Les dejo este conmovedor relato Fuga II, pág. 65:
Kafka está a punto de morir. Gregorio llora en un rincón, Borges
tantea la puerta para poder salir, Monterroso cuenta ovejas para no sentir
tanta pena, y el dinosaurio corta las cuerdas de la ficción para huir donde no
pueda ser encontrado.
Sólo quien ha
leído como L.E. lo ha hecho con esa apertura total del alma y el cuerpo, que
pedía Kafka puede llegar a fundirse en su fuego. Celebro esta llama hecha
palabra.
Recorrido, final
y carta
Querida Lilian:
Yo nunca he
estado en Praga, pero eso qué puede importar si de tu mano llevé en la maleta
una piedra de canto rodado para su tumba y a la entrada del cementerio compré
narcisos amarillos. Caminé a tu lado. Y vi contigo los verdes brotes de la
incipiente primavera en esa soledad vasta y triste de las tumbas con
inscripciones de hombres y mujeres caídos en el Holocausto. Las tumbas
florecían en su musgo de piedra. Fumabas, Lilian, un cigarrillo tras otro. Yo,
invisible a tu lado, lloraba lenta, calladamente.
Vimos juntas unos
escarabajos de color naranjo y negro sobre la lápida de la familia Kafka.
Gregorio estaba ahí, bello, huidizo.
Son tus palabras,
Lilian, es tu luminoso recorrido el que ahora narro. Las lágrimas son mías. Y
esta emoción, que crece y me sujeta haciendo de mí un péndulo agitado por el
viento
Tu escritura, Lilian, es pura esencia. Duele
en todo mi cuerpo. Agita la memoria de mis días cuando Kafka era mi único e
imposible amor, a quien cuidaba en su enfermedad y abrazaba en su desamparo.
Después él se marchó con sus fantasmas y debí rehacerme acompañando a Milena en
los campos de Ravensbrück y a Max protegiendo del fuego sus escritos.
Gracias por el
viaje, no lo olvidaré jamás. Un abrazo hondo y largo.
Nélida Cañas
Córdoba, 10 de noviembre de 2019
*Lilian Elphick,
K, Ceibo ediciones, Santiago de Chile, 2014
-Todos los textos
en cursiva pertenece a K, de Lilian
Elphick-