Historias mínimas sobre asesinos, policías buenos y malos,
disparos e intrigas con fondo de
tiroteos y sirenas.
Por Mariano Cuevas (Especial para Tardes Amarillas)
Antes que nada, desearía referirme a las
antologías en general. En la actualidad, casi todos los días, en este infinito
universo que es Internet se publican cientos de antologías. Antologías
poéticas, antologías de microrrelato, en fin... No se puede mensurar con
certitud la cantidad de compilaciones que se "suben" a la red
cotidianamente. Sin dudas, uno de los ejercicios más frecuentes en los grupos
que abundan en las redes sociales, es el de compilar antologías. De hecho, el
sentido y la significancia actual de una antología ni siquiera se parece en su
filosofía a las "antiguas" antologías que se publicaban hace no más
de treinta o cuarenta años atrás.
Intentaré un brevísimo recorrido histórico.
En sus comienzos, las antologías eran un "negocio" (por llamarle de
alguna manera) de los editores. Raymond Chandler lo define muy bien en una
carta dirigida a los editores de Sheridan House, fechada el 24 de noviembre de
1946. Allí dice: «...En general el negocio de la antología me produce un
completo disgusto. Gente que no le ha dado nada al mundo en términos de
escrituras (y nunca lo hará) presume de utilizar el trabajo de otros a precios
nominales, y por Dios me refiero a precios nominales, para su propio beneficio
y provecho y se justifican como compiladores o críticos o eruditos, en apoyo de
lo cual escriben unas vomitivas pequeñas introducciones y se quedan sentados
con una sonrisa indulgente y los bolsillos bien abiertos...»
El singular creador del antihéroe Philip Marlowe era un hombre desencantado, escéptico, alcohólico y solitario pero también un escritor genial como pocos y pienso que por estos tiempos en que, gracias a Internet, la velocidad de las comunicaciones o las características adquiridas por el negocio editorial, han proliferado, miles de antologías (virtuales, en papel, cooperativas y/o investigativas y algunas hasta de nombres rimbombantes) sus reflexiones resuenan con prístina claridad.
La segunda etapa llegó hace alrededor de veinte años y coincidió con la aparición de Internet, medio que facilitaba una mejor comunicación entre los aficionados a la literatura y permitió el nacimiento de una nueva filosofía de las antologías. En consonancia con el párrafo anterior, ya hace más de una década Antonio Cruz sostenía en el prólogo de una selección de microrrelatos en Santiago del Estero que, por estos tiempos de globalización, «Cualquier escritor,no importa sus cualidades literarias, puede integrar una antología con solo abonar determinado precio (generalmente abusivo) por cierto número de páginas y a cambio recibirá como retribución unos pocos ejemplares, mientras la editorial (usualmente poco conocida) vende por su cuenta un número mayor de copias de una obra que ya ha sido financiada por los propios autores, todo esto sin obviar aquellos casos en los cuales el compilador, de manera arbitraria, tiene la potestad de elegir a quienes incluirá en su recopilación.»
Pero en algún momento de esta historia, se produjo un quiebre y, si bien es cierto, todavía se siguen editando antologías según los preceptos más arriba descriptos, hizo su irrupción la antología puramente virtual o que comienza por ser virtual y termina repicándose en soporte papel y que responde a determinadas necesidades genéricas de lectoescritura (y cuando digo genéricas, me refiero en exclusiva a los géneros literarios como por ejemplo, la poesía y el microrrelato).
Habitualmente, esas compilaciones suelen ser más que nada con el objetivo de afianzar determinado género o grupos de escritores que se conforman en las redes sociales o algunas revistas electrónicas o páginas web y hasta editoriales independientes o quizás conjuntos de personas que manifiestan iguales intereses y, es menester decirlo, son de lectura absolutamente gratuita por lo que nunca representan un negocio sino una manera de hacer leer textos de autor y que los lectores, que abundan en la red, puedan acceder a su lectura de manera rápida y económica.
Hace pocos días vio la luz una antología de microrrelatos policiales, idea de la gente de Brevilla, revista on line sobre microliteratura (bien vale la pena visitar su sitio Web, que no es tan difícil de encontrar).
En su "Disparo final" (última página de la antología, valga la redundancia) dice Lilian Elphick: «El microrrelato crece: como género híbrido e indomable, como sistema contrahegemónico, como palabra subversiva. Forma fictiva mas no simple.»
Y no se autoelimina como la novela que, me atrevo a decir, está decayendo en su estructura épica. Frente a estos tiempos convulsos, violentos y fugaces el microrrelato, en el abanico literario, se construye día a día y en todo el mundo. Es una respuesta frente a la adversidad cotidiana, uno de los modos de negar los muros y de expandir la creación artística. La esencia libre de la palabra no puede ser silenciada.»
Lilian ha logrado formar una pandilla, un gang, una banda o una "familia" (como quieran llamarle ustedes) de apasionados del microrrelato y del género policial y, ayudada por sus cómplices, se ha dado a la tarea titánica de compilar una miríada de micros policiales en una antología imperdible que los autores intelectuales dieron en llamar "Dispara usted o disparo yo". Menuda cosa.
Los principales "caporegimes" de la familia, (ni siquiera Vito Corleone los hubiera elegido mejor), la argentina Patricia Nasello, el mexicano residente en Portugal, Sergio Astorga, el también mexicano José Manuel Ortiz Soto, Geraudí González Olivares de Venezuela, el peruano Beto Benza, Melanie Márquez de EE.UU. y el chileno radicado en Canadá Jorge Etcheverry, entre varios más que no ignoro pero ahora mismo no recuerdo sus nombres, han logrado reunir más de cien autores de minificción de quince países. No es poco. La antología, aunque lo que voy a decir es un tremendo "lugar común", merece ser leída y el tiempo que demande su lectura será una inversión en mayor conocimiento de este género tan amado y resistido al mismo tiempo.
Hay muchos "pezzonovantes" del microrrelato en lengua española, pero también los hay otros varios que son casi desconocidos para muchos de nosotros.
¿Hay más? Por supuesto que hay más... en el caso de aquellos países que hablan otras lenguas (inglés y portugués) los compiladores presentan los trabajos en una edición bilingüe lo que, sin duda, es un valor agregado que hace más valiosa la antología.
En síntesis, una iniciativa de inmenso valor para la minificción y dentro de ella, este subgrupo (por llamarle de alguna manera) relacionado en exclusiva con el relato policial. Quienes accedan a su lectura no habrán de arrepentirse de haberlo hecho y estoy absolutamente seguro de que los gestores que le dieron forma no podrán ocultar una sonrisa de satisfacción. Quedarán, indisolublemente unidos por ese feed-back que es el placer de escribir para que otros tengan el placer de leer.
En: Tardes amarillas