Alex Katz |
Por Karla G. Barajas Ramos
Libertad de
expresión
Entonces los
curadores y artistas enfurecidos con sus comentarios dejaron de tatuar las
nalgas de los cerdos, de meter animales para ser devorados los unos a los otros
en cajas; en su lugar se metieron a la jaula con más de un tigre de Bengala,
mientras el público expectante veía las figuras que se formaban con la sangre
de los artistas caídos. El rostro de los que quedaban vivos sufría múltiples
transformaciones ante el horror de ser devorados o mutilados.
-Las garras del
tigre penetrando la piel de ese hombre, recuerda al pintor clavando el pincel
sobre el lienzo- explicaba una mujer a su marido mientras que los encerrados
intentaban escapar sin éxito.
-¡Ves, Avelina! Valió
la pena desgarrarse, perder la vida,
pero tener libertad de expresión- gritó uno de los curadores dentro de la
jaula.
El público
aguarda silencioso la respuesta de la crítica de arte, quien lo ve altiva
frente a la jaula y dice: ejercer la
violencia y la crueldad encubriéndose en ese degradado concepto de libertad de
expresión es solo eso; falta de ética y violencia, nunca será arte. La
crítica se aleja.
La gente se
retira sin aplaudir bajo los argumentos de la feroz crítica. El tigre se devoró
al último autoproclamado artista dentro de la jaula de Arte Contemporáneo.
Evocación
simbólica
Mignitorio
I
¿Qué simbolizaba
un mingitorio montado al revés, con la firma R. Mutt, 1917? ¿Qué era eso del estilo Ready-made? José le pidió a su maestra de primaria le
explicara ¿por qué un mingitorio, un lugar que la gente utiliza para orinar era
arte?
-Cualquier objeto
mundano puede considerarse una obra de arte al quitarse de su contexto original
y llevarlo a una Galería. Arte conceptual le llaman-, contestó la maestra
Lourdes con voz sarcástica al niño.
El pequeño de
nueve años, motivado con la respuesta de la maestra más inteligente del pueblo,
descartó sus conjeturas: que el mingitorio representaba la jerarquía del
sistema político predominante en 1917. Comenzó, según él, su carrera de artista
fechando con un marcador cada objeto mundano
de su casa.
II
Cada noche
contemplaba la fotografía con “La Fuente”, de Marcel Duchamp. Le inspiraba
saber que su padre era un artista, hasta que sus compañeros lo desmintieron en
la clase:
-Tu papá trabaja con orines y mierda, idiota.
No es artista, es fontanero.
El niño le pegó a
tres de sus colegas, ante la llamada de atención de la maestra se fue llorado a
casa. De hecho, no volvió a la escuela.
Años más tarde,
cuando trasladaba un retrete por los pasillos de un museo para realizar la
instalación de fontanería en los baños, al ver expuesta la obra Mierda de artista, Merda d’artista, de
Piero Mazoni, supo que siempre tuvo razón sobre el oficio de su padre.
90 latas
cilíndricas de metal de cinco centímetros de alto y un diámetro de seis
centímetros, que contienen según la etiqueta firmada por Piero Mazoni; Mierda
de artista. Contenido neto: 30 gramos. Conservada al natural. Producida y
envasada al natural en mayo de 1961.
José deseó
regresar al día en que sus ignorantes compañeros se burlaron de él para
arrogarles las latas llenas de conocimiento a la cara.
Payaso
Pa papa paleta, pa papa payaso… sonó en mi cabeza cuando vi el cuadro con la imagen gigante de la Paleta Payaso en su versión de 45 gramos, con un fondo negro. Era adicta a ese delicioso malvavisco cubierto de chocolate, con ojos y boca de gomita, La Cara de la diversión, decían los anuncios que con gran eficiencia popularizaron el dulce entre las familias mexicanas y que me motivaban a comprarlo con frecuencia.
Ahora solo
consumo la paleta cuando la obsequian en las fiestas infantiles, pagar 10 pesos
por comida chatarra es caro, prefiero consumir plátanos.
Me fui a la ficha
decía: Payaso, técnica acrílico sobre
tela, medidas 100 x 80 cm, año 2016, precio 45,000.00 pesos., ¿quién además de
los narcos y los políticos podría pagar tanto por una paleta? Y desde que leí
cifra mi experiencia estética quedó en un segundo plano y mi mente se llenó de
proyecciones mercantilistas, mejor canté: ¡Pa
papa payaso! y salí de la exposición.
Otras funciones del arte
-¡Victoria, come
tu espagueti, con la comida no se juega!- grita la madre a la hora de la cena.
-No estoy jugando,
mamá.
-Victoria, la
comida solo sirve para nutrirse. Es la última vez que te lo digo- dice la mamá
con tono siniestro, arrugando la frente.
-Mentirosa, Vik
Munik hizo cuadros con mermelada y espagueti- refuta la niña viendo al
plato mientras mueve la comida con el
tenedor.
-Me llamaste
mentirosa, ¡vete a dormir y no cenas!
Mamá y papá se ven
en silencio. La mamá se enoja, ve fijamente a los ojos del marido quien alza
los hombros en espera de sugerencias.
-Desde hoy no le
leemos, ni la llevamos al museo. Cada día está peor. La maestra dijo que el
arte transforma, pero mira a esta niña, en mis tiempos no se le contestaba a
los papás.
-La comida se
comía. Los papás tampoco tenían la razón y lo sabíamos pero eran temibles-
continuó el papá.
El papá observa
el autorretrato que su hija de seis años hizo con la pasta y el brócoli, se
asombra al ver la expresión de tristeza en la cara de la niña realizada con la
salsa, se asombra de ver el realismo en su trabajo, la composición, el detalle.
La mamá se acerca. Se ven a los ojos, afirman con la cabeza y tiran a la basura
las ideas de apropiación, reproducción, verdad y memoria que la pequeña dejó en
su plato de comida.
***
Karla G. Barajas Ramos (Tuxtla Gutiérrez, Chiapas; 1982)
Publiqué Valentina y su amigo pegacuandopuedes y La noche de los muertitos malvivientes,
Editorial Imaginoteca, en el 2016; Neurosis
de los bichos, Colección Minitauro, La Tinta del Silencio, 2017.