Por Saturnino Rodríguez Riverón
Leitmotiv
El poeta esperó con paciencia las cuatro horas de su esperanza.
Ella no llegó ni en esas cuatro horas ni en las cuatro siguientes. Ni aún en los meses y años que sucedieron.
El poeta fue al cuarto donde vivía y garabateó
un poco sus papeles. La escritura lo calmaba, evidentemente.
Ella, también en su cuarto, retocaba su
belleza para, a última hora, no asistir a seis citas más concertadas
simultáneamente con otros tantos poetas.
En estos momentos deben estar escribiendo
poemas acerca de la desesperanza, la inconstancia, el desamor, pensó, sonriendo
ante el espejo.
Sólo hay que esperar unas semanas, tal
vez alguno lleve hasta mi nombre.
A estos muchachos hay que darles, de cuando
en cuando, ciertos motivos contundentes, de lo contrario se acomodan y no
escriben nunca acerca de una.
El desconocido
-¿Y tú quién eres?- preguntó ingenuamente el cervatillo al extraño animal que tan sigilosamente se le ha encimado.
- Yo soy el León.
-¿Un león sin corona? ¿Tú no eres el rey de la selva?
- La dejé en casa. Detesto las responsabilidades del cargo...
-¡Ah, no, no, no. No te creo. ¿Y tu melena? No me vayas a decir que también la dejaste en casa.
- Hace poco fui al barbero. EL calor y la moda me impulsaron a recortarla.
- Pero eso es inadmisible. Seguramente me engañas. A ver, ¿y las garras? Todo buen león que se respete tiene las suyas. En cambio tú...
- El quiropedista me las extrajo. Dijo que por la seguridad pública.
- Pamplinas; no puedo darte crédito. Muéstrame los dientes, ruge aunque sea.
- Grrrrrrrrrrrrrrrrrrrr- mostró los dientes el León, y se lo comió, porque el dentista no le había recomendado nada todavía.
Demócratas
-Yo soy el León y debes respetarme. Desde los tiempos antiguossiempre me han respetado porque soy el rey.
-Pero esto es una democracia —dijo la Zorra.
-Democracia o como la llamen, debes dirigirte a mí con respeto y humildad. Guardar las distancias, eso es.
-Esos tiempos pasaron, León. Ahora es distinto. Tú, yo, aquel, el de más allá, todos somos iguales, con los mismos derechos y deberes.
-Ah, pues entonces no quiero estar más en este cuento. Se acabó.
--No va a ser tan fácil. No soy yo quien puede sacarte de la fábula.
Tendrás que hablar con el Autor.
-¿Y dónde está ese Autor? Jamás oí mencionar semejante animal dentro de la selva. Hablaré con él inmediatamente.
-Mira hacia arriba. Es él quien está escribiéndonos.
La Zorra señaló con la pata hacia donde escribía el Autor y dijo:
-Allí está, de lo más divertido sacándole punta al lápiz para comenzar otra vez con lo mismo.
-Bueno, Autor, o como te llamen, sácame de esta fábula. A mí siempre me rindieron pleitesía todos los animales, pero he aquí que viene la Zorra y me trata con el mayor descaro. Habráse visto tal desparpajo.
-No puedo, León —dice el escritor. Discúlpame. Yo también estoy siendo escrito. Todo el mundo exige respeto y lo tendrá, hasta yo. Lo siento mucho, este no es el cuento del León, ni siquiera el mío. Este es el cuento de la Democracia.
Buenas intenciones
El optimista dijo: -Llegaremos. Ya se ven las primeras luces. Aprieta el paso.
El pesimista replicó: -No llegaré. Tengo los pies llagados, me duelen todos los huesos y cada articulación. Estoy desfallecido. Jamás llegaremos, es imposible.
El optimista repitió su exhortación para alcanzar la meta, un último esfuerzo.
El pesimista se tiró al suelo. Ya no tenía ánimos para continuar.
El optimista alcanzó las primeras casas del infierno a la mañana siguiente y no había perdido la sonrisa del triunfo cuando lo destinaron a las calderas más cercanas.
El pesimista despertó ese día con el cuerpo triturado, y dando un vistazo a su alrededor se percató del paisaje apacible que dominaba desde allí, nubes bajas bien algodonadas, cómodas a la vista y al tacto.
Comprendió que había llegado al paraíso cuando dos seres alados lo tomaron de la mano tiernamente y lo depositaron con suavidad en sus aposentos afelpados.
Destino
Llegó corriendo atropelladamente, con
temor a perder el barco, que efectivamente, acababa de zarpar. Impulsado por la
carrera, tropezó con un bloque de hielo que los cargadores habían dejado
indolentemente sobre el muelle y cayó al mar, todavía sosteniendo el equipaje.
Como no sabía nadar y nadie lo auxilió, el hombre murió ahogado.
Cuando lo izaron, las ropas chorreando agua, encontraron en el bolsillo de la chaqueta, un pasaje en primera clase para el Titanic, el mismo barco que se alejaba de la costa a todo vapor.
Investigación
El detective interroga al presunto asaltante.
-No; yo en ningún momento le exigí que
se quitara la ropa. Sólo le reclamé toda la verdad. La verdad desnuda.
***
Saturnino Rodríguez Riverón. ( Placetas, Cuba, 1958).
Narrador y poeta. Ha obtenido premios y
menciones en diversos concursos nacionales e internacionales. En 1999 obtiene
el Premio Calendario Narrativa con el cuaderno Manuscritos en papel de cigarro ( Ed. Abril, 2001): Ha publicado
además Cuentos de papel ( Letras
Cubanas, 2007); Muchas veces mucho (Letras
Cubanas, 2013 y Tres toques mágicos. Antología
de la minificción cubana, Editorial Letras Cubanas, 2017.
Trabaja como periodista en la emisora Radio Reloj, de La Habana.
Trabaja como periodista en la emisora Radio Reloj, de La Habana.