Nélida Cañas: «Hamacas»


 
Marc Chagall
Hamacas
Una vez sintió que le atraía el balanceo de las hamacas. Otra vez sintió que le atraía el abismo que se abría bajo sus pies. Más tarde comprobó una embriaguez de altura imposible para su cuerpo sin alas. Con los años encontró en la poesía esa embriaguez que la alejaba de todo y a la vez la religaba con una belleza lejana y frágil, tan pero tan parecida al vuelo de los pájaros.

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Ángel
Sentado en la casa de la infancia un ángel solitario fuma y mira las estrellas. Mira las estrellas y fuma. Desde la otra orilla su madre le sigue bordando las alas como el primer día.

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Afán coleccionista
Qué llevas ahí, le dijo su madre. El pequeño metió sus manos en los bolsillos y comenzó a mostrar sus tesoros: varias piedritas, ramas minúsculas, una plumita gris, un papel amarillo y unas cucharitas con incrustaciones de lapislázuli, que su abuela guardaba en la vitrina bajo siete llaves.
                                                                                           Para Santiago
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El alazán
¡Qué no hubiera dado por verlo en una de esas noches de la llanura! Yo lo esperaba cuando oscurecía y empezaban a titilar las estrellas. Todos en la zona hablaban de él. Era un caballo alazán casi dorado al que nadie había montado nunca. Pero no era salvaje. Se acercaba y daba un relincho largo y hondo, que estremecía al escucharlo. Después daba media vuelta, caracoleaba, y se alejaba como una chispa en el paisaje. Se volvía liviano, casi alado. Aunque nadie había podido verle las alas.
                                                                                            A mi padre
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Descarnadura
El cuarto era despojado hasta tocar los bordes del silencio. No había ventanas, solo un largo pasillo. Más un pasadizo que un pasillo, como en los antiguos monasterios. Una cama para un hombre solo y una silla con una manta oscura. Una austeridad monacal dibujaba los contornos. Al mirar el cielo del techo podían verse proyecciones de luz en círculos. Parecían vitrales con figuras geométricas enlazadas, caleidoscópicas. Enseguida pensé que ahí no podría vivir nadie que no fuera religioso. Un ser en dimensión vertical religado con la luz. Descarnado. Silente.
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Historia de nunca acabar
Esta quería ser una historia de nunca acabar con un principio y un final, que volviera a empezar por el principio. Una especie de ouroboros. Un cielo eterno de destrucción y renacimiento. Una historia de primavera, verano, otoño, invierno y otra vez primavera. O aquella historia de un hombre que sacaba fotografías en la misma esquina, a la misma hora todos los días, para registrar las pequeñas variaciones. O como la historia de Los galgos, los galgos, que formaban un círculo persiguiéndose en la flora amarilla. Historia cuyo fin es un eterno comienzo como esta de tomar la hoja en blanco y trazar signos para contar una historia.
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Visita inesperada
Una niña, poco más alta que el tamaño de un dedal, estaba sentada a la sombra de un hongo sombrilla, cuando el espíritu del bosque la vio. Enseguida se dio cuenta de que la niña estaba triste por el vacío de la mirada y la posición de los hombros, que se acercaban al centro del pecho. Solidario como era se acercó y le preguntó con su voz llena de rumor de hojas: ¿Pequeña, que haces aquí tan triste? Ella lo miró directo a los ojos y le dijo que se encontraba perdida. Que había salido en busca del jardín, pero luego de un tropezón inesperado se encontró en medio de ese bosque. ¡Ah, dijo el espíritu del bosque, buscas un jardín…! Y sonrió como si hubiera recibido una iluminación. No te preocupes, Alicia, a menudo el Conejo Blanco pasa por aquí. Solo es cuestión de esperar por él. Y volverás a tu cuento en menos tiempo del que se tarda en volver una página.
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El perro del relato
Cuando me marché el perro del relato se fue conmigo. Por las noches le permito echarse a los pies de mi cama. Poco a poco se ha convertido en mi compañero más fiel. Aunque también es muy independiente. A veces sale por la mañana y regresa cerca del anochecer. La llanura es honda y extensa. Y él siempre regresa con algo en la boca. A veces un gorrión. Otras, un pájaro carpintero. También se ha llegado con un pájaro extraño y colorido como los de la selva tropical. Este atardecer, sin ir más lejos, regresó con una deslumbrante estrella marina en la boca. Enseguida me di cuenta de que había andado por el mar de Leocadia. No pude sino enternecerme con su preciosa ofrenda.
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Tristeza
Mi padre ha regresado a casa cruzando los campos de trigo listos para la siega. Aunque amaba los trigales maduros y su aroma a pan recién horneado, nunca conoció los dorados trigales de Van Gogh.
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Expiación
Justo ahí, en medio de los omóplatos, donde por las noches le crecían alas, siente ahora un dolor insoportable.

*Todos los micros son inéditos. Salvo «Tristeza» y «Expiación» que pertenecen a Como si nada, Macedonia Ediciones, Bs.As., 2018.

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Nélida Cañas (Córdoba, Argentina) Profesora de Literatura. Cultiva diversos géneros: poesía, narrativa, microrrelatos y ensayos. Ha sido publicada en numerosas antologías de poesía y microrrelato. Integra la antología Pescadores de perlas. Edit. Montesinos, España, 2019. Recibió Premios nacionales e internacionales. En poesía es autora de diez libros, entre ellos: El agua y la greda y Dibujo de mujer, ambos de Alción Editora.  En microrrelatos: De este lado del mundo (Salta, 1996), Breve cielo (Tucumán, 2010), Intersticios (Jujuy, 2014). Como si nada,  fue editado por Macedonia Editores, Bs. As. 2018. Integra el grupo Microlee (laboratorio de lectura).