Ilustración: Erika Kuhn
Dragón
Lo apodan «Dragón», porque escupe fuego. Los otros niños le temen, y lo observan reverentes desde el arcén llevarse un buche de gasolina a la boca, acercarse a la carita un palo de madera con un trozo de tela ardiendo en la punta y lanzar una llamarada al cielo. «¡Ah!», exclaman sus bocas infantiles, rendidos de admiración. Después él, pequeño como es, con el rostro tiznado y la dignidad de un artista, camina entre los coches detenidos en la avenida, con las manitas abiertas pidiendo aunque sea una moneda «por favor, su mercé», hasta que el semáforo cambia a verde y el niño se prepara para la siguiente función.
(Cordón Colorado, Ediciones Sherezade, 2020)
Churruscado
Negras, así te quedaban mis rebanadas de pan cuando espiabas a la vecina mientras lavaba el coche en pantalón corto. «¿Se te quemó el pan otra vez?», te preguntaba yo, cuando olía el tufillo. «No está quemado», respondías, «solo un poquito churruscado». Pero siempre te perdoné lo rabo verde, ya ves, y llámame sentimental pero desde que me hiciste viuda hasta extraño tus tostadas. Tanto, cariño mío, que espero sinceramente que ahí en el averno no estés quemado, sino solamente un poquito churruscado.
(Cordón Colorado, Ediciones Sherezade, 2020)
El cantarito
Remedios está enferma; bañada en sudor se remueve febril entre sábanas mojadas. ¿Dónde calientas el agua?, le pregunta su marido. Ella no contesta porque apenas lo oye, inmersa en el sopor como está, abriendo y cerrando la boca cual pez sediento. ¿Cómo se enciende la estufa, Remedios? Y ella siente que el fuego ya está encendido desde quién sabe cuánto tiempo, y que el agua del cantarito hierve igual que su cuerpo. ¿Mujer, y dónde guardas el café?, le recrimina el marido mirando frascos de vidrio como quien analiza muestras de tierra lunar, abriendo cada frasco y probando un poco, hasta que uno le sabe amargo, como amarga le sabe la boca a Remedios desde que delira en la cama de matrimonio, agotada por los años de ir al pozo a buscar agua en el cantarito que también fue de su madre, para preparar el café. Pero hoy, por un descuido demencial, el cántaro cae al suelo y se parte en mil trozos, haciendo tanto ruido que el marido no se percata de que su mujer se ha ido para siempre a través de sus ojos abiertos. Y es que es verdad, Remedios, tanto va el cántaro al pozo, hasta que acaba por romperse.
(Antología Lotería Mexicana: Canto de minificción, pendiente de publicación).
El cazador
El cazador apunta y apenas respira. El conejo algo intuye, porque se queda muy quieto y luego siente un golpe en medio de la cabeza que lo descentra y sin saberlo ya está muerto. El hombre vuelve a su casa con dos o tres incautos como este cogidos por las patas traseras y los deja encima de la mesa de la cocina.
La mujer del cazador los abre en canal usando un cuchillito afilado con la destreza de quien desabrocha una cremallera. Uno a uno les quita la piel como si se tratara de un abrigo y hurga en sus dentros hasta que solo son carne y hueso, carcasa. Las vísceras van a una bandeja plateada que luego vaciará crudas y sangrantes en el comedero de los perros de caza, para que no pierdan el ansia de olfatear presas. La mujer trocea al animal desnudo en partes grandes pero irreconocibles del original y las vuelca en un sartén con aceite hirviendo. Lo único que queda sin freir es la cabeza, y los ojos abiertos de los conejos parecen mirar aún sorprendidos al cielo, sin entender muy bien cómo han llegado hasta este punto.
Luego me sirven el plato de carne frita y yo, igual que siempre, les digo lo mismo a mis anfitriones: «Delicioso. Benditas las manos del cazador y de la cocinera», y trago el primer bocado.
(“Cuentos incómodos”, Cartonera Alebrije, 2019).
Infancia
Contenido:
1 monstruo violeta.
5 cartas de amiga imaginaria.
112 historias narradas en fascículos.
Set de frasquitos con enfermedades infantiles varias (paperas, varicela,
rubéola; el de sarampión se quebró en casa del vecino).
253 gr. de costras variadas.
1 saco con dientes de leche.
7 pesos para comprar una dulcería entera.
Favor de embalar en papel de burbuja y almacenar la caja en el desván con cuidado. El contenido es muy frágil.
(Las pequeñas cosas, Ediciones La Palma, 2017).
Conserva de esperanza
Mi abuela envasaba la esperanza en frascos de conserva, para los tiempos de escasez. Los estantes resplandecían con los tarros alineados y aún recuerdo qué deliciosa era untada en pan recién hecho o disuelta en el café, acompañada de una buena charla sentados a la mesa de la cocina. Una mañana, sin embargo, por un accidente fatal se perdió lo almacenado durante todo un año, pero de la esperanza derramada brotó un árbol gigantesco que nunca pierde el verdor de sus hojas, bajo el cual todavía nos sentamos para recordar a la abuela, a quien siempre se le dio bien la conserva de esperanza.
(Inédito)
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Paola Tena (1980, México). Pediatra y escritora. Imparte talleres de escritura creativa y elaboración de fanzines. Ha publicado en antologías de microfición (Señales mínimas, Ediciones Idea, Madrid, 2012; Érase una vez… un microcuento, Diversidad Literaria, Madrid, 2013; Saborea la locura, Chiado Editorial, Barcelona, 2013; Vamos al circo, BUAP, Cd. de México, 2017; Las musas perpetúan lo efímero, Micrópolis, Lima, 2017; Cortocircuito, BUAP, Cd. de México, 2018; Resonancias, BUAP, Cd. de Mexico, 2018; Colección Minibestiario, Ediciones Sherezade, 2019). En solitario ha publicado los libros “Cuentos Incómodos” (2019) y “MiniBestario” (2020) en Cartonera Alebrije y “Las pequeñas cosas” (Ediciones La Palma, 2017).