Erika Kuhn |
Cortar por lo insano
La mujer se acercó al esmeril con curiosidad y una sonrisa macabra. Le dio al amolador una tijera y un cuchillo para que los afilara. Cuando perdió el rastro de la bicicleta en la que éste había llegado al barrio, entró a la casa. Con la tijera cortó en mil pedacitos el acta de matrimonio y con el cuchillo preparó, una vez más, la cena para sus dos hijos varones.
Diferencias naturales
Siempre supe que él me sobraba. Décadas de estar acompañándonos mataron cualquier entusiasmo. Incluso cuando descubrimos las ventajas de estar juntos, la rapidez con la que resolvíamos cada examen del colegio y después, de la universidad y más tarde, los sonetos que no pudieron dejar de publicarnos. Un talento cooperativo obraba en nuestras letras. Yo tenía los versos y él, el ritmo. Pero todos estos beneplácitos eran absurdos en un mundo a la medida de individuos.
Recuerdo la última vez que estuvimos así, unidos íntima y monstruosamente. Fue un invierno en que nos reunimos con otras parejas en una cena. Mi pie tocó el suyo y sentí el calor exacto de mi tranquilidad. Supe que él estaba irremediablemente conmigo. Pero me equivoqué.
Él inició su carrera como novelista y no pude soportarlo. Su prosa terminó por asquearme y dimos fin a nuestra sociedad literaria. Una mañana quirúrgica, me amputaron a mi hermano siamés.
Golpe al corazón
La saeta de Cupido lo alcanzó y se enamoró por algunos años. Un tiempo después, lo alcanzó el estacazo del diablo y amó por toda la eternidad.
Otra Circe
Él descubre a Delia con los bombones en la cocina. Se acerca para entender el procedimiento. En la olla brilla la ganache de chocolate. Sumerge a la cucaracha aún viva. El insecto se retuerce en el dulzor hirviente. Él no puede creer lo que está observando. La besa en el cuello y le propone un relleno menos ortodoxo. Al día siguiente, prueban con arañas.
Nariz, garganta y oído
Llovía demasiado. Condujo alocadamente por la autopista para llegar al cinerario en las afueras de la ciudad. Entró a la oficina con el rostro desencajado y recibió a su padre. Era una urnita de caoba. La selección de las mejores partes estaba contenida ahí. Recordó las palabras del viejo y su voz ronca que acaso él hubiera heredado. Cuando el empleado salió a completar el trámite, él volcó las cenizas sobre el escritorio y las aspiró. Su nariz y su garganta fueron, entonces, una fosa común.
Lo último que se pierde
En la vereda del hospital, sin el amparo de un familiar o un amigo, buscó una botella. En ella metió la receta y la arrojó al río. Durante varios días, rogó que un farmacéutico la encontrara.
*
Natalia Flores nació en Mendoza, Argentina en 1984. Estudió Letras en la Universidad Nacional de Cuyo y se desempeña como docente, editora y correctora de textos. También se dedica a la música. Ha participado como integrante de talleres literarios de narrativa y ha coordinado talleres de escritura en SADE filial Mendoza, en la Biblioteca Pública Almafuerte y en el Ficcionario en la Casa de la Reforma de Godoy Cruz con el cual actualmente continúa trabajando en taller a distancia. En 2018, formó parte de la antología de microficciones Con premeditación y contundencia. En 2019, realizó la muestra de fotografía y poesía “Geometría de las sombras” y recibió un reconocimiento del Honorable Concejo Deliberante de Guaymallén por su trayectoria literaria departamental y provincial. Sus microrrelatos han sido publicados también en Chile, Perú y Nicaragua. Algunos de sus textos pueden encontrarse en:
www.cultura.mendoza.gov.ar/edicionesculturales/ http://letramasletra.guaymallen.gob.ar
https://lahipalagedemilton.blogspot.com.