Derek Fenner |
Gasolinera
La construcción de la vida se halla, en estos momentos, mucho más dominada por hechos que por convicciones. Y por un tipo de hechos que casi nunca, y en ningún lugar, han llegado aún a fundamentar convicciones.
Bajo estas circunstancias, una verdadera actividad literaria no puede pretender desarrollarse dentro del marco reservado a la literatura: esto es más bien la expresión habitual de su infructuosidad. Para ser significativa, la eficacia literaria sólo puede surgir del riguroso intercambio entre acción y escritura; ha de plasmar, a través de octavillas, folletos, artículos de revista y carteles publicitarios, las modestas formas que se corresponden mejor con su influencia en el seno de las comunidades activas que el pretencioso gesto universal del libro. Sólo este lenguaje rápido y directo revela una eficacia operativa adecuada al momento actual. Las opiniones son al gigantesco aparato de la vida social lo que el aceite es a las máquinas. Nadie se coloca frente a una turbina y la inunda de lubricante. Se echan unas cuantas gotas en roblones y junturas ocultas que es preciso conocer.
¡Cuidado con los peldaños!
El trabajo en una buena prosa tiene tres peldaños: uno musical, donde es compuesta; uno arquitectónico, donde es construida, y, por último, uno donde es tejida.
Peluquero para señoras quisquillosas
Detener una mañana en sus camas, sin decir nada, a tres mil damas y caballeros del Kurfürstendamm, y tenerlos veinticuatro horas en la cárcel. Distribuir a medianoche, en las celdas, un cuestionario sobre la pena de muerte, pidiendo a sus firmantes que indiquen el tipo de ejecución que, llegado el caso, elegirían a título personal. Quienes hasta entonces solían expresarse «según su leal entender» y sin que nadie se lo pidiera, tendrían que rellenar ese documento bajo estricta vigilancia y «según su leal saber». Antes del amanecer,sagrado desde siempre, pero consagrado en este país al verdugo, se habría esclarecido la cuestión de la pena de muerte.
Primeros auxilios
De golpe pude abarcar con la mirada de un barrio totalmente laberíntico, una red de calles que durante años había yo evitado, el día en que un ser querido se mudó a él. Era como si en su ventana hubieran instalado un reflector que recortara la zona con haces luminosos.
Oficina de objetos perdidos
Objetos perdidos
Lo que hace tan incomparable e irrecuperable la primera visión de una aldea o de una ciudad en medio del paisaje es el hecho de que, en ella, la lejanía y la proximidad vibran estrechísimamente unidas. La costumbre aún no ha culminado su labor. No bien empezamos a orientarnos, el paisaje desaparece de golpe como la fachada de una casa cuando entramos en ella. Aún no ha conseguido imponerse gracias a la exploración constante, convertida en costumbre. Una vez que empezamos a orientarnos en algún lugar, aquella imagen primera no podrá reproducirse nunca más.
Objetos hallados
Esa lontananza azul que no cede a ninguna proximidad ni se diluye a medida que uno se le acerca, que tampoco se extiende prolija y pretenciosa ante quien se aproxima, sino que sólo se yergue frente a él más hermética y amenazadora, es la lontananza pintada de los bastidores. Esto confiere a los decorados teatrales su carácter incomparable.
Avisador de incendios
La idea de la lucha de clases puede inducir a error. No se trata de una prueba de fuerza en la que se decide la cuestión de quién vence o quién sucumbe, ni de un combate a cuyo término le irá bien al vencedor y mal al vencido. Pensar así es disimular los hechos bajo un tinte romántico. Pues, ya salga vencedora o sucumba en el combate, la burguesía está condenada perecer por las contradicciones internas que, en el curso de su evolución, habrán de resultarle fatales. La pregunta es únicamente si perecerá por sí misma o a manos del proletariado.
Su respuesta decidirá sobre la pervivencia o el final de una evolución cultural de tres milenios. La historia nada sabe de la mala infinitud contenida en la imagen de esos dos luchadores eternamente en pugna. El verdadero político sólo calcula a plazos. Y si la abolición de la burguesía no llega a consumarse antes de un momento casi calculable de la evolución técnica y económica (señalado por la inflación y la guerra química), todo estará perdido. Es preciso cortar la mecha encendida antes de que la chispa llegue a la dinamita. La intervención, el riesgo y el ritmo del político son cuestiones técnicas … no caballerescas.
¡Cerrado por obras!
Soñé que me quitaba la vida con un fusil. Cuando salió el disparo, no me desperté, sino que me vi yacer, un rato, como un cadáver. Sólo entonces me desperté.
Asistencia técnica
Nada hay más pobre que una verdad expresada tal como se pensó. En un caso así, ponerla por escrito no equivale ni siquiera a una mala fotografía. Además, la verdad (como un niño, como una mujer que no nos ama) se niega a quedarse tranquila y sonreír ante el objetivo de la escritura cuando nosotros nos acomodamos bajo el paño negro. Bruscamente, como de golpe quiere ser arrancada de su ensimismamiento y sobresaltada por alborotos, música o gritos de auxilio. ¿Quién querría contar las señales de alarma con las que está equipado el interior del verdadero escritor? Y «escribir» no significa otra cosa que ponerlas en funcionamiento. Entonces la dulce odalisca pega un salto, agarra lo primero que cae en sus manos en el desorden de su alcoba, nuestra caja craneana, se envuelve en ello, y huye así de nosotros; casi irreconocible, hacia la gente. Pero ¡qué bien constituida ha de estar, y qué salud tan sólida la suya para presentarse entre ellos así, disfrazada, acosada, aunque victoriosa y adorable!
La técnica de un crítico en trece tesis
I. El crítico es un estratega en el combate literario.
II. Quien no pueda tomar partido, debe callar.
III. El crítico nada tiene que ver con el exégeta de épocas artísticas pasadas.
IV. La crítica debe hablar el lenguaje de los artistas. Pues los conceptos del cénacle son consignas. Y sólo en las consignas resuena el grito de combate.
V. La ‘objetividad’ deberá sacrificarse siempre al espíritu de partido cuando la causa de combate merezca realmente la pena.
VI. La crítica es una cuestión moral. Si Goethe no comprendió a Hölderlin ni a Kleistm ni a Beethoven y Jean Paul, esto no atañe a su comprensión del arte, sino a su moral.
VII. Para el crítico, sus colegas son la instancia suprema. No el público. Y mucho menos la posteridad.
VIII. La posteridad olvida o enaltece. Sólo el crítico juzga en presencia del autor.
IX. Polémica significa destruir un libro citando unas cuantas de sus frases. Cuanto menos se lo haya estudiado, mejor. Sólo quien pueda destruir podrá criticar.
X. La verdadera polémica aborda un libro con la misma ternura con que un caníbal se guisa un lactante.
XI. El entusiasmo artístico le es ajeno al crítico. En sus manos, la obra de arte es el arma blanca en el combate de los espíritus.
XII. El arte del crítico in nuce: acuñar consignas sin traicionar las ideas. Las consignas de una crítica insuficiente malbaratan el pensamiento en aras de la moda.
XIII. El público deberá padecer siempre injusticias y, no obstante, sentirse siempre representado por el crítico.
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En: Walter Benjamin. Dirección única, Madrid: Alfaguara, 1987.