La inconclusividad en "Final Abierto", de Rogelio Dalmaroni *


Por Lilian Elphick

Este libro, que reúne microcuentos, poemas y haikús, concentra textos precisos y cortantes, en donde ejecutan la ironía, la risa, el estado melancólico y el absurdo la danza de lo no acabado, lo inconcluso, como modus existencial en un mundo que se desintegra lentamente. Las arenas del tiempo borran la escritura y construyen, a la vez, un nuevo paradigma escritural, muy original en el contexto de la literatura breve. Dalmaroni trabaja desde el silencio y la omisión. Su opción de no "decir más" se nutre, quizás, de las paradojas kafkianas, del mismo Emil Cioran, incorporado en el libro en un epígrafe. El espacio en blanco es sugerente, atractivo y emotivo. Final abierto nos muestra textos "reales", conversaciones cotidianas, pero también palabras inasibles, como plumas de una gaviota que nunca baja a tierra; el lector nunca se enfrentará a un laboratorio de brevedades perfectas, y eso hay que agradecerlo. Ya lo decía Julio Cortázar en su Teoría del Túnel: hacer literatura sin literatura. Cito:

La Teoría del Túnel propone [...] a un escritor-explorador que subvierta el orden establecido, que eche abajo el andamio de la cultura para crear una contracultura, que de cuenta de la realidad total del ser humano y no de una realidad parcelada o sectorizada, que utilice un lenguaje que escape a las trampas mismas del lenguaje, un nuevo Caballo de Troya que galope para derribar la reforzada pared del condicionamiento cultural hecho arte, exprimiendo la esencia última -una especie de ambrosía- de la existencia humana.(Más info, aquí).


Veamos este texto con clara referencia al mini de Thomas Bailey Aldrich e incluso al de Fredric Brown (“Knock”):


“Millones”

Millones de personas van y vienen, se escuchan autos, gritos, puertas que se abren y se cierran, aviones, voces de niños, edificios en construcción, una bella voz de mujer.

El hombre está sentado en el living.

Nadie llama a su puerta. (Final abierto,p.32)


O la actitud del hablante lírico en estos dos poemas:


1

cuando me muera

tumba o cenizas

hagan de mí lo que quieran

como en vida

yo sabré ignorar

el olvido irremediable. (Op. cit., p. 51)



25

nuestra soledad está habitada por

fragmentos de naufragios

en mares inexistentes (Op. cit., p.75)



El final en estos tres textos ya no es “abierto”, es un blanco profundo e hiriente, es la daga de lo inconcluso y, por lo tanto, una propuesta o programa de vida. Ya no es deber del lector/a de “terminar” o “hacer” la historia; su responsabilidad es callar y aceptar las cosas tal cual como son, sin cuestionamiento.

Los textos de Dalmaroni duelen. Pero no todos. Los haikús, por ejemplo, se abren a la posibilidad zen del wu wei, la no-acción, el no alterar la esencia de las cosas; y su lectura ruega al lector/a que no piense, que no racionalice, que no intente entender. Un logro, sin lugar a dudas.

Celebro el libro de Rogelio Dalmaroni, sus historias metaliterarias, su sinceridad absoluta y, sobre todo, el lugar desde donde escribe. Final abierto es una puerta y tu deber, apreciado/a lector/a de brevedades, es sacarle las bisagras.
Nota*: Para mayor información acerca del término 'inconclusividad', léase Problemas de la poética de Dostoiesvski, de Mijail Bajtin.
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Final abierto, de Rogelio Dalmaroni.
Ediciones Vinciguerra, Bs. As., Argentina, 2014.