Ayax llevando el cadáver de Aquiles |
Por Pedro Guillermo Jara
I
1
Estimado y queridísimo General don Luis: ¿Me va a creer? Cuando regresaba desde Troya a Valdivia, en Cayumapu me crucé con los Galoctófagos, un pueblo que se alimenta sólo de leche y sus derivados: queso, quesillo y mantequilla. Son de tez blanca, deslucidos, buenos guerreros y montan sobre toros y vacas bravías.
2
Estimado y queridísimo General don Juan, gracias por su epístola: ¿Y usted me creería? Contra los troyanos luché codo a codo con los Mirmidones de Tesalia, que tomaron su nombre del rey Mirmidón y que eran hormigas del tamaño de un guerrero. A la hora del rancho, del queso, el charqui, las aceitunas y el vino, los Mirmidones regresaban a su tamaño natural y su rancho consistía de lo que recolectaban en el bosque. Luego, satisfechos, retomaban al tamaño de un guerrero para seguir luchando.
3
Mi amor: todos hemos nacido en Lisboa pero nunca hemos regresado desde nuestro exilio como Ulises en su largo camino hacia Itaca.
II
Dos árboles
El árbol de los suicidas
Sin saber cómo, todos llegamos a la misma hora y el mismo día bajo el mismo árbol. Nos saludamos con una leve inclinación de cabeza y preparamos nuestros lazos. Cada uno eligió su rama, lanzamos las cuerdas, ajustamos el nudo corredizo al cuello y nos lanzamos al mismo tiempo al vacío: quedamos colgados como frutos de la desesperanza.
El último fumador de la aldea
Era el último fumador de la aldea. Y lo detestaban. El hombre fumaba fuera del límite del poblado, bajo un árbol. Luego regresaba a sus asuntos. Aun así la gente de la aldea lo detestaba. Cierta tarde una turba se dirigió en dirección al árbol: con improperios y los brazos abiertos le cerraron el paso; luego tomaron las piedras y lo lapidaron pese a los gritos del hombre. Nadie recogió su cuerpo hasta que la carne, polvo; los huesos, cal; y el último fumador de la aldea, olvido.
*
Pedro Guillermo Jara, microcuentista chileno radicado en la ciudad de Valdivia. Sus textos han aparecido en diversas antologías nacionales y extranjeras.
I
1
Estimado y queridísimo General don Luis: ¿Me va a creer? Cuando regresaba desde Troya a Valdivia, en Cayumapu me crucé con los Galoctófagos, un pueblo que se alimenta sólo de leche y sus derivados: queso, quesillo y mantequilla. Son de tez blanca, deslucidos, buenos guerreros y montan sobre toros y vacas bravías.
2
Estimado y queridísimo General don Juan, gracias por su epístola: ¿Y usted me creería? Contra los troyanos luché codo a codo con los Mirmidones de Tesalia, que tomaron su nombre del rey Mirmidón y que eran hormigas del tamaño de un guerrero. A la hora del rancho, del queso, el charqui, las aceitunas y el vino, los Mirmidones regresaban a su tamaño natural y su rancho consistía de lo que recolectaban en el bosque. Luego, satisfechos, retomaban al tamaño de un guerrero para seguir luchando.
3
Mi amor: todos hemos nacido en Lisboa pero nunca hemos regresado desde nuestro exilio como Ulises en su largo camino hacia Itaca.
II
Dos árboles
El árbol de los suicidas
Sin saber cómo, todos llegamos a la misma hora y el mismo día bajo el mismo árbol. Nos saludamos con una leve inclinación de cabeza y preparamos nuestros lazos. Cada uno eligió su rama, lanzamos las cuerdas, ajustamos el nudo corredizo al cuello y nos lanzamos al mismo tiempo al vacío: quedamos colgados como frutos de la desesperanza.
El último fumador de la aldea
Era el último fumador de la aldea. Y lo detestaban. El hombre fumaba fuera del límite del poblado, bajo un árbol. Luego regresaba a sus asuntos. Aun así la gente de la aldea lo detestaba. Cierta tarde una turba se dirigió en dirección al árbol: con improperios y los brazos abiertos le cerraron el paso; luego tomaron las piedras y lo lapidaron pese a los gritos del hombre. Nadie recogió su cuerpo hasta que la carne, polvo; los huesos, cal; y el último fumador de la aldea, olvido.
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Pedro Guillermo Jara, microcuentista chileno radicado en la ciudad de Valdivia. Sus textos han aparecido en diversas antologías nacionales y extranjeras.
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