Elliot Erwitt |
Atropello
Aquella mañana, cuando iba a mi trabajo, se me cruzó un gato blanco. Al verme corrió asustado a la calle y lo atropelló un automóvil. Fue mi culpa, yo vestía de negro.
Conejo
¿Dónde diablos se ha metido el conejo? Decía el dueño del circo, esta noche tiene que hacer de elefante.
Desnuda
Me dijiste aquella noche que te desnudarías y luego te entregarías completamente para mi. Bebí de mi trago y ansioso esperé a que cada prenda tuya cayera sobre el suelo tibio como un susurro. Fue el vestido en primer lugar, luego la blusa roja, el corpiño y los calzones, después la piel, luego la carne y el cabello, la sangre que formaba un lago a tus pies. Y cuando me terminé mi vaso un esqueleto lujurioso se arrojó sobre mí.
Aluvión
La lluvia de ideas en mi cabeza se transformó en temporal. Estoy con desbordes y peligros de aluvión.
Rapunzel
Me salieron piojos y tuve que cortarme el pelo. Ahora el príncipe no podrá rescatarme.
Convergencia
Una gitana le dijo a H. que los ojos de muchas mujeres se posarán en él a lo largo de toda su vida. A mil kilómetros de ahí otra gitana le dijo a M. que terminará en la cárcel en una semana luego de atropellar a un hombre. M. no quiere cometer el crimen y huye a la ciudad de H., pero en su veloz carrera M. atropella a H. y le quita la vida frente a la cárcel de mujeres.
Samsa y Ligeia
La mujer de M. despertó una mañana convertida en un repugnante insecto. El primer pensamiento de M. fue quitarle la vida y evitarle el sufrimiento que le deparaba el porvenir, pero en el momento que jalaba del gatillo recordó los muchos años de vivencia juntos, aquellos quince años de dedicación mutua, de problemas, mas también felicidad y entre lágrimas optó por encerrarla en casa hasta que muriera. Los años fueron pasando, lentos y dolorosos, M. cuidó de ella con esmero, quizá con la esperanza de recuperarla algún día, pero fue la muerte quien llegó, dura e implacable, al cabo de diez años. Con un dolor que le rompía el pecho M. metió el cuerpo de su mujer dentro de un saco y lo llevó al patio trasero para enterrarlo. Jamás imaginó que sucedería lo que ocurrió. M., aterrorizado, soltó el saco que se debatía entre sus brazos, este al caer se abrió y del interior no salió el cuerpo muerto del insecto repugnante sino el cuerpo desnudo de la mujer de M., vivo y lozano, el mismo cuerpo que ella poseía veinticinco años atrás.
Aún desconcertado, M. corrió a colmar de abrazos y besos a su mujer, quería demostrarle ese amor que jamás abandonó su corazón y le hizo cuidarla hasta la muerte, no obstante sólo consiguió, bajo una corriente de lágrimas y palabras de amor y perdón ininteligibles, enredar sus seis patas y herir las rodillas de ella con sus mandíbulas poderosas.
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Mario Medina. Santiago(1983). Hernán Jorquera es el seudónimo de Mario Medina Jorquera, escritor chileno emergente. Ha vivido en varias ciudades de Chile, pero fue en Valparaíso (actual residencia) donde desarrolló su amor por escribir. Entre sus logros destacan el primer lugar en el II concurso de cuentos “Emerlinda Guzman” de Quilpué con la obra “El coleccionista, seleccionado entre los mejores 100 microrelatos en la XIV versión de Valparaíso en cien palabras, en una antología poética en Seattle, EE.UU y una mención honrosa en el concurso del Colegio de Cirujanos Dentistas de Chile 2014 con el cuento “Mascaras”.
Hernán Jorquera |