Despierto agitada, de un manotazo saco el velo que cubre mi cabeza. En
una bolsa de supermercado echo lo justo y preciso; mis sandalias favoritas, la
bata roja -la blanca ya no me ajusta-, algo de maquillaje.
Sentado cerca de la ventana, acariciando las cuerdas, veo su silueta. La
voz suena ronca cuando me dice:
–Sobre la mesa están las monedas para el trasporte.
Las cojo y salgo, sin voltear a mirar. El sonido de una lira taciturna
se pierde en el silencio de la madrugada, mientras camino a tranco rápido hacia
el río.
Justo antes de embarcar, pienso que ya no necesito a ningún héroe que me
salve del infierno.
EL BUEN SEÑOR
El caballero de la casa es muy bueno con ella, su madre limpia los pisos
brillantes del segundo piso y él la lleva al parque.
Subida en un columpio juega a tocar el cielo, con la punta de los pies.
Sonríe feliz y tranquila.
De regreso a esa casa tan linda, grande, olorosita, con una piscina
inmensa, donde el caballero la deja bañarse de vez en cuando, escucha a su
madre lidiando con las ollas en la cocina.
Él la invita a jugar en el computador. La puerta del escritorio se
cierra tras su espalda y la sonrisa se congela para siempre.
PESTAÑAS POSTIZAS
Se mira atentamente al espejo, tratando de repasar cada detalle: el vestido que ajusta la cintura a la perfección, los largos guantes de seda, las tupidas pestañas que costó una hora colocar en su sitio.
Sale taconeando sin vergüenza alguna…al fin y al cabo, es la plata que
gana cada noche la que sustenta los gastos. El pasillo es estrecho y Manuel, su
padre, borracho como siempre obstaculiza el paso. Balbuceando incoherencias,
lanza el escupitajo justo sobre sus rizadas pestañas.
Lentamente saca el guante derecho de su mano, cuidando de no ensuciarlo,
lo pone en la cartera, cierra el puño y golpea con todas sus fuerzas. El cuerpo
cae al suelo con estrépito…salta graciosamente sobre él y se dirige a la puerta.
Su madre grita a su espalda:
–Hijo, hijo, ¿qué sucedió?
NOSTALGIA
Mariana sale al patio el primer día nublado de la temporada. Lleva su pelo castaño cortado en una hermosa melena. La jornada anterior había decidido ir a la peluquería del barrio y deshacerse de una frondosa cabellera que solía atar en una “cola de caballo” o acomodar en un par de trenzas, prendidas con elásticos de colores.
Se sienta junto a la glorieta de madera, esperando que aparezca el sol y
traiga con él la magia cotidiana que convierte ese rincón en un reino
encantado, donde los árboles dan frutos dorados y el viento susurra melodías al
oído.
Espera horas, inmóvil con el corazón impaciente, pero nada sucede. Dos
lágrimas corren por su cara, cuando se despide para siempre de sus trenzas.
*
Ingrid Córdova Bustos, nacida en Santiago de Chile, profesora de Lenguaje y Literatura,
Gestora Cultural y Poeta organizadora del Colectivo Poético “LA GUARIDA”.
Durante 25 años imparte clases Colegio Latinoamericano de Integración;
establecimiento emblemático en Chile, vinculado al caso de los profesores
secuestrados en Dictadura. Siempre interesada en hacer del arte, una forma de
promoción de los valores humanos, desarrolla talleres literarios para jóvenes y
adultos en diversas organizaciones del centro y periferia de la capital.
Ha sido publicada en diversos medios escritos y digitales del país y de
Argentina. Su poesía recorre, básicamente, dos derroteros: poesía social y
poesía erótica. Incursiona también en narrativa, a través de la crónica
literaria y el relato breve.
En el 2016 publicó el poemario La
Cueva de la Medusa, acompañado en su presentación de la performance
“Corazones Rojos”. Hoy prepara la edición de sus poemarios: El Velo de la Catrina y Magma y de su libro de narrativa Crónicas de Ciudad.