Retrato de mujer con insomnio
Nadie sabía que él practicaba el funambulismo. Nadie, y esto
quiere decir que ella tampoco, sabía que de
noche y vestido de negro para camuflarse entre las sombras, hacía
equilibrio desde el techo de la casa de apuestas hasta la del usurero. Ida y
vuelta. Incansablemente. Tanto, que llegó a dominar ambas facultades (la cuerda
floja y el disimulo) con una maestría tan elegante, que habría resultado un
blanco para la envidia de haberse conocido.
Quizá sus hábitos comenzaran a aburrirlo, quizá fue una excentricidad que exigió como
pago el usurero: el caso es que una
noche potenció el peligro de su conducta agregando cabriolas a su rutina. Una
cabriola, dos, cuando intentaba realizar la tercera apoyó mal el pie izquierdo.
Mientras él caía, ella se hallaba durmiendo con la placidez de aquella que se
siente amada. El insomnio que ahora la tortura comenzó a partir del día
siguiente.
Amores contrariados
—Estaba loco, por eso la dejé ir —dice
Hamlet con tristeza.
—Yo sé lo que es
ser amada por un loco —replica, melancólica, Dulcinea.
—Según parece, en
el Hades ningún desenamorado haya consuelo —digo yo—. A vos, mi amor, te lo
digo.
Mal de muchos
En la hondonada más profunda del monte, lleva meses allí.
Espera el carnaval. Para las ansias de
su juventud, los días pasan lentos como un jarabe ingerido a desgana. Por causa
de esa ansiedad podría decirse que espera con
un nudo en la boca del estómago. Eso, si tuviera estómago.
Mientras aguarda y con el único fin de
aligerar el tiempo, entra en su máscara
de persona, contempla el atuendo con el
que planea destacar entre el gentío. Prendas favoritas: el cinturón adornado
con monedas y el poncho calamaco. No resiste la tentación de calzarse las botas
fuertes y sostener el rebenque: con la diestra cerrada sobre el mango
recubierto con verga de toro se siente triunfal, invulnerable. Cuando se figura, llegada por fin la hora de
sus anhelos, ascendiendo a la ciudad, las ganas lo atropellan. Sueña con los
humanos. Reirá, jugará, bailará con ellos. Preñará a las hembras y usará a los
machos como hembras, como todo buen diablo.
—¿Buen diablo? ¿Bueno? —pregunta el que sabe más por viejo
con burlona cordialidad.
Sumiso, contenido,
ve cómo su príncipe toma para sí los placeres que él imaginaba. Su
inexperiencia supone que perder hasta los vicios a favor del poderoso es una
característica propia y exclusiva del infierno. Pobre diablo.
inJusticia
El
juicio final no trajo alivio: vivir un día eterno sin que nada lo perturbe, es
agobiante y, para colmo, del cielo no hay salida.
El huésped
—Un p r i n ci pe sa po —deletrea Angelita. Encantada con el
simpático personaje verde, la pequeña lo
recorta con su tijera para papel y lo pega en otra lámina, ésa de los tres
chanchos que también le gustan. Es de lamentar que, en esta segunda lámina,
además haya un lobo, un energúmeno que sopla con la fuerza de mil demonios.
Expulsado por aquel huracán, cargando
golpes y espantos diversos, el sapo llega
al bosque. Allí se encuentra con el Hada Madrina quien se apiada de él,
y, antes de abandonarlo a su suerte puesto que éste no es el indicado para su
ahijada, le devuelve su forma de príncipe.
Durante meses, que se hacen años, el príncipe caza para subsistir, hasta que un
día, deseoso de encarar una hazaña que
esté a la altura del vigor que ganó con tanta vida salvaje, se dirige a la
ciudad, busca una casa y llama a mi puerta.
—Hola, Ángela —saluda con voz áspera.
Sé que lo conozco aunque no recuerdo de dónde, siento que me sonrojo—. Ando sobrado de sangre real, me agradaría
convidarte —agrega con picardía.
La carga
Ella aún duerme cuando un par de alas enormes brotan del
centro de su espalda. El pijama color piel se transforma en una túnica celeste
larga hasta los pies y sobre su cabeza resplandece una aureola dorada.
Pocas horas después, tras una búsqueda frustrada e imperiosa
bajo ese celeste inmaculado, él descubre
una ausencia que juzga imperdonable: ella, o mejor digamos este ser que tiene
enfrente de sí, no tiene sexo. La memoria de lo que alguna vez casi fueron lo
abandona y con gesto ruin le ordena que se vaya.
Todo ángel puede volar como una flecha, hundirse en el
cielo; pero sobre este ángel la memoria de lo que fue pesa demasiado; de modo
que no vuela, camina hacia el único lugar donde, según cree, podría alojarse.
Satisfecho, el director del circo celebra con sus amigotes
de caravana la firma de un contrato que lo hará famoso.
Queríamos tanto a M
La p, no cualquier p, la pequeña p de pedrusco, de pábilo, de
pavesa, ésa p, se enamoró de M, la maravillosa. Desde luego, a este amor
cualquiera lo hubiese previsto, lo extraordinario fue que M le correspondiera.
Ante la mirada pasmada del resto de nosotras —quien más, quien menos, todas las
letras nos sentimos aún hechizadas por su recuerdo—, M comenzó a surgir hecha
espuma multicolor cuando la cenicienta p observaba, a ser fuego para que gozara en ardores, o
viento con el único objeto de elevar a su oscura prometida.
Al comienzo, tanto prodigio logró que la parda p se creyera
una princesa. Es de lamentar que esta inquilina del humo, habituada a terrenos áridos y a la oscuridad carcelaria
de la cera, pronto se sintiera incomodada, abrumada, hastiada. Deseosa de recuperar la paz de su
insignificancia, comenzó por cavar un pozo. Luego cavó otro. Un par de pozos
profundos.
Cerdo
Era una mujer. La vi
venir desde lejos, bajaba la cuesta a tropezones. Se caía, se volvía a
levantar. Intentó volverse un par de veces, trepar la sierra. No pudo. Continuó
desbarrancándose. Hasta que se topó con
el chiquero. Entró temblando —de cansancio— supuse. Y se acostó entre nosotros, en el barro.
Sus piernas, sus brazos,
estaban cubiertos de moretones; el pelo en desorden; la blusa y la falda,
rotas.
—Viene cayendo desde hace
mucho —pensé.
Durmió varias horas.
Cuando reaccionó caminó
hasta el comedero.
Una chancha llorando no
conmueve a nadie. Es patético. Grotesco. Ella debe saberlo, porque da vuelta la
cara, esconde las lágrimas.
Ahora está en mi manada.
Tarde o temprano tendrá que entrar en celo. Si todavía llora, será su problema.
***
Patricia Nasello (Córdoba,
Argentina, 1959), obtuvo el título de Contadora Pública por la Universidad
Nacional de Córdoba (UNC, 1983), profesión que nunca ejerció.
Publicó el libro de
microrrelatos Nosotros somos eternos, Macedonia ediciones,
Morón, Argentina, (2016) y su versión en ebook, Ediciones Libros al
Albur, Seviilla, España (2015), como así también el libro de cuentos
breves y microcuentos El manuscrito, edición de autor,
Córdoba, Argentina, 2001.
Miembro,
junto a Sergio Astorga (México/Portugal), del Comité de Redacción de Brevilla, Revista de Minificción.
Dirige, Profesora Lilian Elphick
(Chile).
Editora de contenidos de las primeras siete ediciones (la séptima permanece inédita) de Microfilias (sección Micros), Revista Electrónica de los Géneros Breves en Español.
Posee
trabajos publicados en periódicos, revistas culturales y antologías de
cuentos en los siguientes países: Argentina, España, México, Perú, Rumania,
Venezuela y Bolivia.
Edita los blogs Patricia Nasello microrrelatos
(textos propios), Piedra y nido Varios Autores Minificciones y REY
ARTURO, el hombre, el mito (análisis de los núcleos históricos y
literarios que disparan —dan nacimiento y nutren— la leyenda artúrica).
Coordinó talleres de creación
literaria en las siguientes instituciones: Centro Cultural de Alta Córdoba
(2002/2004), Paseo de las Artes (2005), SADOP (Sindicato Argentino de Docentes
Privados) secc. Cba (2005/2012).
Algunos de
sus microcuentos han sido distinguidos con traducciones al inglés, francés,
rumano e italiano.
En
setiembre (2017), durante el Congreso Nacional de Literatura Doctor David
Lagmanovich. Microrrelatos Federales, (San Miguel de Tucumán,
Argentina) presentará su nuevo libro
Una
mujer vuelta al revés.