Los
hijos no hablan
Ella es la mamá de la adolescente muerta.
Violada y asesinada.
No somos amigas pero la conozco, mi hijo y
la suya estaban en el mismo curso y mi
nena va también a esa escuela. Nos hemos visto en reuniones de padres, en los
festejos escolares, nos cruzamos en el supermercado, en la farmacia; vivimos en
el barrio, la ciudad es chica.
Me acerqué a ella después del horror, algo
le dije, no sé muy bien qué, pero no he dejado de pensarla en estos meses,
imagino cómo se siente, cómo será entrar al cuarto de la hija, ir sabiendo de a
poco que faltaba a la escuela, que no estaba donde decía estar, que encontraron
marihuana en su mochila; que tenía, poco más que niña, una vida sexual muy
activa, que sus amigas la cubrían. Quizás, como el asesinato, todo esto le cayó
encima de golpe o a lo mejor iba pensando, como yo, que hay un momento en que
los hijos se transforman, no nos hablan, viven una vida de riesgo, propia y
diferente de la nuestra.
Pensando como yo cuando veo en qué poco
tiempo mi hijo ha pasado de ser ese niño risueño, alegre y bullicioso, a este
que está en la casa como no estando, encerrado en su cuarto, que no me habla,
que todavía, muy de vez en cuando, me abraza y me dice que me quiere. Ese
desconocido que me dice que me quiere es el que la violó y la mató.
Historia como tantas
Se embarazó sobre el filo de los quince y no sabía de cuál de los
pibes con los que solía cartonear, pero no le importó, porque vivía con su
mamá, que tenía como cinco o seis hijos
y su hermana mayor que ya llevaba dos, y los cuidaban entre ellas. En verdad,
estaba muy contenta porque por fin iba a tener algo propio, le puso un nombre
que había oído por ahí y que le parecía que era fuerte, importante, como estaba
segura de que iba a ser su hijo, que por suerte era varón, porque a los varones
siempre les va mejor.
Kebin le puso. Cuando fue a anotarlo le preguntaron “¿b larga o v
corta?” Ella no sabía, pero con b larga le pareció más importante.
Ahora vienen los pibes del barrio a buscarla y le dicen mataron al
Kebin. Corre y allá en el baldío, con un tiro en la frente, está su hijo
quinceañero, con ese nombre y tan muerto como el José, el Tito, el Orejas.
Eso, la vida
Tendrá, tal vez, ¿seis, siete años? Es oscura y feíta. Tiene un cráneo
pequeño, la nariz y el mentón prominentes, un bellísimo pelo largo recogido en
lo alto de la cabeza y cayendo luego hasta la mitad de la espalda en ondas
suaves y brillantes. Tiene un vestido bonito.
Se sacude y grita un furioso AH AH AH. La mamá, con ella en brazos, se
ubica en el primer asiento del colectivo, el papá al lado. La nena se agita y
grita AH AH AH que a veces suena como ay ay ay. Pasa segundos en silencio y
recomienza, o se mece y emite un aaaaa que es casi como canto.
El viaje es largo y los padres se turnan para sostenerla. Fuera de eso
conversan, miran sus celulares, revisan juntos papeles, la vida de todos los
días.
Subordinadas
La muchacha joven y morena que camina
pasada la medianoche de un mes de julio helado, mientras cae una lluviecita que
la va empapando y casi no siente, y hay bruma; que tiene un embarazo de cinco
meses no querido, que está tan sola y se ve sin salidas, que entra en una de
las pocas plazas de Buenos Aires todavía no cerradas; que se mece largamente y
llora, que hacia la madrugada se cuelga de uno de esos travesaños de los
columpios y pende en la neblina que se va espesando, dulce flor que la ciudad
se traga.
Apagón y después
para el Tucu Gómez
Tarde a la noche se cortó la luz. La oscuridad y el calor agobiante
cayeron sobre la gente, como una lona pesada.
Alguien canta. Es un murmullo, un tarareo suave, alguien prueba el
sonido, la garganta. Una voz de hombre, bella, ronca, bien entonada, irrumpe
entonces.
“Acaso te llamaras solamente
María,/ no sé si eras el eco de una vieja canción,/ pero hace mucho mucho…”
Hay gente en las ventanas, los balcones, qué se puede hacer cuando se
corta la luz y el calor es terrible.
Alguien se suma a la canción, y luego otras voces, viejas, jóvenes,
varones y mujeres, más o menos entonados.
“…pero tus manos buenas retornaron
presentes/para curar mi fiebre desteñida de amor./ María, en las sombras de mi
pieza…”
Sentado es su balcón, con un vaso de whisky en la mano, quien empezó
el canto es un hombre solo, muy viejo, casi ciego.
***
Zulma Fraga: nació en Realicó, La Pampa, pero vive y trabaja en Buenos Aires,
Argentina.
Publicó Relatos del Piso 12, cuentos, Marginales, relatos
breves, el músico y Angelita, novela; cuerpos en tránsito, poesía;
Subirse al micro, microrrelatos.
Ha sido incluida en diferentes publicaciones del país y el extranjero
y en las Antologías Relatos para Sallent, Sallent de Gállego, España. Grageas.
Antología de 100 cuentos breves de todo el mundo, Buenos Aires, Argentina. Cielo de Relámpagos, antología de
microficciones de autores latinoamericanos, Neuquén, Argentina. V y VI Encuentro Nacional de Narrativa, Bialet Massé, Córdoba,
Argentina, 2009 y 2010, ¡Basta!,
cien mujeres contra la violencia de género.
Ha participado en
distintas actividades multimedia con poesía y narrativa y ha recibido premios
por su obra en el país y el extranjero.
Condujo desde 1996
hasta 2007 el programa radial Contextos y es codirectora de Editorial Piso12.