Por Josefina Muñoz Valenzuela
A
menudo se piensa que los cuentos breves, microrrelatos, microficciones, microcuentos,
son fáciles de escribir y leer, lo que está muy lejos de la realidad, porque
exigen un gran poder de condensación lingüística de parte del escritor y una
gran concentración y conocimientos previos del lector para develar esa
multiplicidad de sentidos que convierte cada palabra en un fragmento de
meteorito.
Ya
desde el título del libro, “Transacciones”, se nos deja caer una palabra cargada
de significados, especialmente en un mundo en el que se ha impuesto el modelo
neoliberal, y donde la vida cotidiana y las relaciones humanas se van construyendo
desde múltiples “transacciones”, desde el más frecuente y miserable qué gano, qué puedo ganar con esto, que
condiciona cualquier hacer posterior, hasta establecer formas de pago
-monetarias o no- que transforman las relaciones sociales en un negocio, alejado
de la ética, la solidaridad, el amor, la compasión, la igualdad entre seres
humanos.
Este
conjunto de 41 relatos está ordenado en cuatro capítulos: De memoria,
Artificiales, Igualdad y Antiquus, palabras todas que desatan inmediatas asociaciones
por sí mismas, desde sus polisémicos significados, que implican conceptos siempre
fundantes del quehacer humano. Accedemos entonces a temáticas universales de la
vida de hombres y mujeres, algunas más presentes que otras en nuestra comarca
por razones históricas y también por razones generacionales.
En la
mayoría de estos microrrelatos se juega con el tiempo y las palabras, juegos
que apelan a la intertextualidad y que requieren lectores avezados, capaces de
establecer las conexiones tácitas en la condensación del relato. Así, de pronto
nos encontramos inmersos en el mundo antiguo, aquel de los griegos, que revive
y se actualiza enriquecido con sentidos contemporáneos, que siempre tendrá
mucho que decirnos a través del espejeo de nuestro presente con ese pasado del
que sabemos algo, porque en sus añosas raíces también hemos anclado las
nuestras, en un ciclo que se irá repitiendo.
Sin
duda, estos relatos nos hablan de partes constitutivas de los seres humanos, de
su paso por la vida en esos eslabones a veces felices, a veces dolorosos y contaminados
por la brutalidad y la muerte. De allí la necesidad permanente, tan humana, de
retomar nuestro pasado y soñar el futuro desde este presente que se va antes de
que podamos entenderlo. Tenemos pasados que continúan “penándonos” porque
requieren respuestas que los completen en sus sentidos más profundos y nos
permitan establecer un diálogo con ellos y con nosotros.
Como
sociedad, no hemos obtenido respuestas a preguntas fundamentales derivadas de
un largo período de dictadura que clavó sus garras en las instituciones y en
las personas, transformando a la sociedad en un espacio de silenciamiento que
solo se rompe para las relaciones de negocios, y donde los límites éticos han
desaparecido.
En la
mayoría de estos cuentos, quien narra lo hace desde una posición de observador
que describe, que pareciera no entender del todo lo que pasa, porque ha
depositado esa tarea en nosotros, los lectores. Me parece interesante destacar que
Patricia ha ido construyendo una escritura que denuncia con mucha fuerza la
naturalización de hechos inaceptables en nuestra sociedad, solo si pensamos en
los derechos humanos fundamentales, que ya han cumplido 70 años, con un
asentamiento planetario inestable, que permite que sean transgredidos de manera
habitual.
En uno
de los relatos del capítulo Igualdad,
“Observancias”, el hombre le ha sacado los ojos a la mujer, aludiendo razones
de protección. Ella dice que “Me trataba como una reina si no objetaba sus
argumentos”; y cuando los vecinos lo denuncian, ella lo declara inocente.
Así
como los hechos son porfiados, la memoria también lo es y su tarea primordial
es hacer que los recuerdos permanezcan, nos exijan hacer nuevas preguntas que
vayan respondiéndose a través de generaciones que compartirán las memorias
personales con otras ajenas, y que llegarán a sentir como propios
acontecimientos y experiencias que solo conocieron “de oídas”.
En el
capítulo “De memoria”, Patricia entrega ocho relatos que se enfocan en los años
de dictadura y lo que sucedió, en alusión directa a la imprescindible memoria.
Uno de ellos, “Infantas”, palabra de antiguas resonancias, recupera tiempos
pasados y presentes; primero es la hija-infanta-princesa, quien va con su madre
a la Vicaría de la Solidaridad buscando noticias del padre desaparecido. Pasan
los años y esa hija, ya adulta, continúa yendo al mismo sitio con su propia
hija en el rol de actual infanta-princesa, porque aún no hay respuestas a la
búsqueda del ser querido, una realidad que hemos conocido bien en nuestro país.
En otro
relato se aborda una relación de amistad (que pensamos imposible) entre tres
niños: un hijo de un CNI, otro de un desaparecido y un exiliado. Comienza como
un cuento infantil tradicional: “Hubo tres niños…”, y luego despliega una
historia terrible; sin embargo, hay un final que podríamos llamar “feliz”, imprescindible
en una historia de niños.
El
capítulo “Artificiales” contiene 13 relatos que muestran una naturaleza
degradada por el ser humano, amenazada de desaparición, con una mezcla de
realidad, fantasía y ciencia ficción, que apunta también a la centralidad de
las relaciones virtuales de hoy, obra de la tecnología. Predomina un lenguaje
neutro, cercano al utilizado en los informes rutinarios, cuyo objetivo es la
despersonalización.
Un
excelente cuento, “Grupo B”, conjuga de manera magistral la observación certera
y el humor. Es un típico grupo de WhatsApp, donde las personas- personajes están
identificados con letras y los diálogos están lejos de una relación amistosa,
en tanto reflejan las odiosidades cotidianas que se dan entre ellos. Aunque de
manera recurrente se alude al deseo de juntarse-reconciliarse, nunca llega a
concretarse, porque la relación solo es posible en ese espacio virtual, en el
que se juega al “como si”, sin interés en un intercambio verdadero porque sus identidades
también son virtuales. Solo se sienten a salvo allí y ya no sabrían cómo comunicarse
en un espacio de encuentro real.
Sin
duda, más allá de las convenciones de la representación, cualquiera sea el
género, están las interpretaciones personales y sociales de quien escribe, que
intenta detener un momento de ese acontecer vertiginoso y ponerlo ante sus
propios ojos y los nuestros, para que esas infinitas y renovadas miradas vayan
revelando la multiplicidad de sentidos que esconde todo texto. En este caso, la
escritora sabe que la escritura es un destello fugaz de ese gran texto que es
la vida humana, la nuestra, la de otros, la de todos, que se construye desde múltiples
procesos de desciframiento.
Desde
allí, la literatura nos hace participar como testigos, actores, intérpretes,
apropiándonos de un fragmento de una historia que basa su poder no en definirse
como real o no real, sino en su capacidad de interpelar algo que ya estaba en
nosotros, pero que recién ahora se ilumina con palabras nuevas, permitiéndonos
descubrir, reconocer, interpretar, eso que la lectura y la escritura, unidas a
nuestra personal reescritura, logra transformar en revelación.
Creo que
la lectura y la escritura, tamizadas primero por las interpretaciones de quien
escribe, y luego por las respuestas de cada lector en un proceso infinito y
múltiple, son el sustento primordial de una de las formas más precisas y
preciosas de modelar los pensamientos, levantar utopías y continuar tratando de
entender esos complejos mundos exteriores e interiores que contienen la vida
humana. Solo las palabras pueden construir ese edificio de sueños que anhelamos
y permitirnos creer en la posibilidad de que exista.
Este
conjunto de microcuentos aborda un amplio espectro de situaciones cotidianas
que quizás todos hemos vislumbrado alguna vez, pero cada relato deja entrever leves
fisuras que nos inquietan, porque percibimos en ellas algo que nos parece muy propio.
Cuando lean estas “Transacciones”, como toda buena literatura, tendrán muchas
preguntas e interpretaciones, desde las cuales podrán hacer sus propias lecturas
y reescrituras.
Patricia Rivas |