JUAN ARMANDO EPPLE: «AMORES CIEGOS»

 



Para leerte mejor, de Juan Armando Epple

 

AMORES CIEGOS

 

Inspiración

 

Con tantos artistas de renombre que me anteceden- se lamenta el ciego, sentado en un banco de la plaza- Homero, John Milton, Bach, Joyce, Borges, Y yo no soy capaz de terminar siquiera una cuarteta.

 

Palos de ciego

 

En el día los videntes se apoderan de la ciudad y miran con lástima a los que titubean en las esquinas, tratando de adivinar el cambio de luces, y luego tratan de abrirse paso entre la muchedumbre tanteando la vereda con sus bastones blancos.

En la noche los no videntes se aventuran sin problemas por las calles, cruzan de uno a otro extremo de la ciudad, tratando de no atropellar a esos pobres transeúntes que titubean en las esquinas, aferrados a unos bastones blancos que alguien les ha prestado.

 

Con mis propios ojos

 

Cuando el barman supo que ese hombre que pedía una copa era de Chile, pero llevaba largo tiempo en Madrid, le confidenció que el había vivido muchos años en Valparaíso, señalándole orgulloso un afiche clavado en la pared. Luego agregó nostálgico:

-Lástima que el tiempo termina borrando los recuerdos.

 -No siempre, amigo. Podemos ver el país más cerca cuando estamos lejos. Reconozco el sabor de este vino a ojos cerrados. Cuando llueve como hoy vuelvo a oler los grandes aguaceros del sur. En una escarcha matinal puedo palpar las nieves de nuestra Cordillera. Una vez pude escuchar en una playa de Galicia el oleaje salobre de Chiloé.

Ya ve, amigo. Se puede inventar un país con la memoria.

Luego tomó su bastón blanco y salió a la calle.

 

Para oírte mejor

 

Ser bella y además inteligente suele traerte complicaciones. Nunca estás segura de las intenciones de los que se te acercan. Las más de las veces parecen interesados en tus ideas, pero al cabo de unos minutos descubres que tienen la mirada fija en tu escote.

Por eso me saludas con alegría cuando nos topamos en la calle, en un parque o en alguna tertulia. Los ciegos inspiramos confianza porque prestamos atención especial a las palabras. También poseemos un olfato prodigioso.

 

Premonición

 

Con la seguridad de que ella siempre regresaba al amanecer, compraba algo de pan en el puesto de la esquina y luego tomaban un café juntos, él manipulaba a tientas el televisor para oír las noticias o los diálogos insulsos de alguna teleserie, y luego se dormía. Podía distinguir por el olor con quienes se encontraba ella cada noche. Compadecía los olores tímidos, los olores marinos le producían celos, el olor a ternura solía impregnársele en la ropa.

Una noche ella volvió sorpresivamente, y se notaba alterada. El captó con alarma ese olor ácido que emana de los tipos celosos, propicios a la violencia. La sintió registrando unos cajones, mover las perchas del ropero, dirigirse a la puerta de salida.

Él intentó prevenirla, pero ya era tarde.

 

Camino a Corinto

 

Edipo, rey de Tebas, no se quitó los ojos al saber que la mujer que había desposado era su madre. Pero hay otra versión, no menos terrible, que afirma que Yocasta sorprendió a su hijo dormido y le quitó los ojos con los broches de su vestido, para impedir que Edipo fuera a Corinto en busca de su madre adoptiva, Mérope.

 

Complicidades

              

Suelen encontrarse en la calle o en un parque y caminar un trecho juntos. Él dobla su bastón blanco plegable, porque le estorba, y le habla y le habla en voz alta, sin mirarla. La sordomuda despliega con elocuencia su lenguaje de signos.

 

No saben que a veces el amor es ciego. No saben que también puede ser sordo y mudo.

 

Sobre ruedas

 

-No te deprimas por un accidente más – ella posó su mano en el hombro del ciego, en un gesto de consuelo. Todavía tienes mucho camino por recorrer.

Y con un ademán decidido empujó la silla de ruedas.

 

 

Se busca un voluntario

 

- A tu hermanito menor no me lo llevas a ese juego de Guillermo Tell- le advirtió la madre al niño, que se aprestaba a salir con su arco, flechas y una manzana- si quieres lleva a tu abuelo, que ya ni sale de la casa el pobre desde que se fue quedando ciego.

 

Para decir adiós

 

Por varios años fue su Lazarilla y su única guía. Lo acompañó a descubrir ciudades maravillosas. Cuando se cansó de él lo llevó a conocer los acantilados de Ronda.

    

Te ocultas de mí

 

Me finjo ciego y me dejo guiar por ti,

 aferrado a tu abrigo amarillo,

mi lazarilla tierna y despiadada

capaz de dejarme abandonado en cualquier parque público

y reaparecer de pronto a la vuelta de la esquina

 

Borges en su laberinto

 

Advierte, joven, que un día la caótica

y asombrosa diversidad de tus experiencias

se reducirá a expresiones que ocultan

piadosamente la realidad:

el viaje, el amor, la memoria, el olvido.

La clara tarde me permite hoy reconocer

Los difusos contornos de algunos anaqueles.

Mi tiempo empieza a ser medido ahora

por los cada vez más numerosos

libros que ya no he de leer.

 

***

 

Juan Armando Epple, profesor de literatura latinoamericana de la Universidad de Oregon, es uno de los iniciadores de los estudios sobre la minificción, habiendo publicado varios ensayos a contar de 1984. Ha editado las antologías Microquijotes (2005) Cien microcuentos chilenos (2002), Brevísima relación. Nueva antología del microcuento hispanoamericano (1999), Para empezar. Cien microcuentos hispanoamericanos (1990) [con Jim Heinrich]. Co-editor de Los mundos de la minificción. Actas de las Jornadas Internacionales de Mini ficción, Universidad de Las Palmas de Gran Canarias, 2008. Valencia, Spain: Advuana Vieja, 2009. Fue editor invitado del número especial sobre el microcuento latinoamericano de la Revista Interamericana de Bibliografía/ Inter-American Review of Bibliography, Vol. XLVI, N.1-4 (1996), que incluye sus aportes "Brevísima relación sobre el cuento brevísimo", pp. 9-17, and Appendix "Breviario de cuentos breves latinoamericanos", pp. 193-311. Es autor de los libros de minificciones Para leerte mejor, Santiago, Mosquito Editores, 2010 y Con tinta sangre, Santiago, Mosquito Editores, 1999. Segunda edición: Barcelona: Thule Editores, 2004.