EL MUNDO DE CRISTINA: CUATRO VARIACIONES

 

«El mundo de Cristina», de Andrew Wyeth


Textos escritos por las escritoras Brenda Müller, María Antonieta Barrientos, Zarela Pacheco y Maribel Quintana, del taller de cuento y microcuento dictado por Lilian Elphick entre octubre y noviembre de 2023.

Los textos están basados en la obra “El mundo de Cristina” (Christina’s world), del pintor norteamericano Andrew Wyeth, 1948.

 

 

EL MUNDO DE CRISTINA

 

BRENDA MÜLLER H.

 

 

 

¿Mi mundo ahora? Qué sabrás tú de mi mundo, hombrecito de celestes misiles y sucias banderas con estrellas que alardean y trafican en la turbia vesania de tu cabeza. No quedan azules en los cielos, ni pájaros. Sólo el humo y las parábolas amargas que describen tus rabiosos juguetes puntiagudos, añorando tú en secreto que se parezcan al instrumento de Rocco Siffredi. Pero no, no se parecen. No quiero tu palabra ni tu auxilio, no te acerques. Mi refugio aún está lejos, a trasmano. Serpenteo por la pradera casi seca, has segado el trigo para siempre, no hay florecitas. Sólo rastrojos de risas infantiles y mariposas de metrallas incrustadas en los cuerpos de las niñas. No te atrevas a predecir el mundo que yo habito ni hagas loas de mi tesón. Maldito desgraciado.

 

                                                                             

 

Brenda Müller Hurtado

 

Mujer de su casa, dicta clases en una universidad dos veces a la semana.

 

*

 

CRISTINA EN ROSA

 

MARÍA ANTONIETA BARRIENTOS

 

 

Cristina sale todos los días. No importa si llueve, si brilla el sol o si el viento azota su largo látigo con toda su furia. Ni el horizonte brumoso, ni los cuervos de la desgracia en la distancia, ni la inclinada cuesta, ni la enfermedad ensañándose en sus piernas le impedirán llegar donde ella quiere. No necesita permiso, y aunque así fuese, no lo pedirá. Tiene más de veinte años y un espíritu aventurero que no es fácil de domeñar.

—Hoy te puse el vestido color rosa de los domingos. No tenías nada decente, nada limpio para ponerte, toda tu ropa queda inmunda con esa estúpida costumbre tuya de arrastrarte por los campos —le dice su institutriz, —ese es el mejor vestido que te dejó tu madre, así que hoy ni se te ocurra desaparecer por los prados llenos de porquerías y bichos, me contrataron para cuidarte y no para lavarte la ropa todos los días. Desde ahora me avisas dónde vas a estar, ¿me oíste? —agregó, con tono malhumorado.

—¿Por qué tengo que pedir permiso a mi edad? —se pregunta Cristina, extrañada.

Recorre los campos, las colinas que no se empinan demasiado, las huellas de los caminos de carretas, los alrededores de la granja, y todo lo que puede andar en las horas de luz natural.

—Pareces una oruga arrastrándote así por la vida —le dijo la nanny —no sé por qué no usas una silla de ruedas, y además, toda sucia, ¡das vergüenza!

—Mi madre, era tan pequeña y tan activa, siempre estaba afanada en uno y mil ajetreos diarios, y con su amor y desvelos maternales, preocupada de mis cosas, de que estuviera bien, de que fuera feliz a mi manera —se dice Cristina, sin atender los sermones de la vieja niñera.

—¡Y como si aún necesitara niñera! Tengo más de veinte años y una cabeza que me funciona bien. Pero mi padre no entiende. No comprende. Mi madre entendía a la perfección, ella entendía que soy feliz recorriendo el mundo como a mí me gusta. Cuánto la extraño, qué difícil es la vida sin la ternura de sus abrazos.

—Una oruga, una fea y peluda oruga, eso es lo que eres —se ensaña la vieja cascarrabias.

Es verdad, para alejarse, para poder visitar los rincones secretos de los prados y los montes, y en especial, para hallarlo a él, al joven que hace un tiempo le prometió pintarle un cuadro “tan espectacular que las flores parecerán de verdad, siempre frescas y nunca se marchitarán”, debe emplear sus pequeñas patitas: todos sus dedos, patitas de oruga aferrándose a la tierra y a los pastos.

—Hoy tampoco lo he encontrado, sin embargo, el joven pintor no me dijo con exactitud cuándo me daría ese cuadro tan maravilloso —se dice Cristina con saludable optimismo.

Y sólo Cristina sabe que regresa todas las tardes, sana y salva, gracias a esas prodigiosas alas de mariposa color rosa que le dejó su madre.

 

 

 

María Antonieta Barrientos. Punta Arenas, Chile, 1966. Escritora ciega de la Patagonia. Ha publicado el libro infantil “Luciana, la ovejita magallánica” y el poemario “Todas las nieves, todos los vientos: Mi legítimo imperio”. Galardonada en numerosos concursos literarios. Publicada en antologías nacionales e internacionales de cuento, poesía y minificción, y en revistas literarias, formatos papel y digital. Miembro de la Sociedad de escritores de Chile.

 

*

 

WILDE ME CONTÓ

 

ZARELA PACHECO

 

 

Antes de que la encarcelaran, pidió que el artista Basil Hallward hiciera una obra en la celda. El artista demoró dos semanas en pintar el piso, la muralla y el cielo raso. El mismo día que el pintor terminó la obra, la encerraron allí. Ella se tendió en el piso donde estaba representada una hermosa pradera de gavillas doradas. Observó al horizonte, percibió que la brisa le acariciaba el cabello. Estuvo mirando el campo todo el día, con sus casas grises, el cielo nuboso y el sendero, hasta que cayó la tarde, cuando el sol se ocultó, las casas se fundieron con la pradera, convirtiéndose en una negrura extraña; se arrastró en medio de la oscuridad hasta tocar la pared y sus manos se humedecieron con el óleo fresco. Al amanecer, con horror, descubrieron que su cara se había fusionado en la muralla. Llamaron a médicos, bomberos y constructores para despegarla de aquel lugar, fue un trabajo arduo y delicado. Después de unas horas lo consiguieron, pero su rostro había desaparecido: sus ojos se habían convertido en dos mariposas, que al pestañear agitaban sus alas; sus mejillas en un conjunto de brotes verde amarillo, y un botón de rosa ocupaba el espacio de su boca.

 

*

Me es fácil vivir en medio del prado

como una gavilla que mece el viento

¿Quién pregunta, es esta rosa mejor?

¿Es mayor o más bella que aquella otra?

Nada dice hoy la tierra ni el cielo.

 

 

Zarela Pacheco A. Valparaíso – Curauma - Chile.

Publicación en antología Insectos en la Microficción, Editorial Digital Eos Villa-Argentina (jul 2023).

Publicación en antología Una 44 con ocho balas, editorial Kañy - Argentina (feb 2023).

Publicaciones antologías Revista Brevilla - Chile: BREVIRUS 2020, BREVESTIARIO 2021 y TIGRES PARA JUAN 2022.

@zarelapacheco.literaria

https://www.facebook.com/ZarelaPacheco.literaria

 

 

*

 

CUESTA ARRIBA

MARIBEL QUINTANA

 

Detiene la marcha a mitad de la ladera, está sin aliento; este sendero cuesta arriba es un suplicio para sus pobres pulmones que trabajan apenas para mantenerse viva.

Nació de siete meses; cuentan que no respiraba y que su madre hubiera preferido que no viviera. Recién abandonada por su marido y con dos hijas pequeñas no le hacía ninguna ilusión esta criatura debilucha.

Ha pagado caro haber sobrevivido, es “la abortada” y desde que tiene recuerdo, debe hacer todas las tareas de la casa y a pesar de ello es invisible.

Al caer la tarde está tan cansada que prefiere bajar rodando por el prado; el contacto con la tierra es una verdadera inyección de vida. Abajo hay árboles que rodea con los brazos, tan delgados que parecen ramas. Dialoga a silbidos con los pajaritos y agradece a cada flor por el sólo hecho de adornar el camino. Sin embargo, su mejor amigo es el río, canta con él, hacen melodías, juega a ponerle obstáculos en su corriente, así en vez de taaan-taaan-taaan, debe detenerse ante una rama y ya es taaan-tan-taaan. Cree que se ríe con ella.

En casa, de seguro, las hermanas se arreglan el pelo o las uñas, deben aparecer «apetecibles» –así les dice la madre– para encontrar un buen partido.

El sol se pone tras los cerros y no tardan en llegar los arreboles, las nubes enrojecen como si les diera vergüenza cambiar de color, también llega la hora en que debe regresar. Con dificultad comienza el ascenso por la colina, no es una inclinación demasiado pronunciada, pero para sus débiles pulmones, sí lo es.

Escuchó alguna vez que tras varias palmadas y cuando ya la daban por muerta, lanzó un gemido que para la parturienta debe haber sido como una puñalada y hasta es probable que se le escapara alguna blasfemia contra el altísimo por no escuchar sus oraciones.

Madre debió dedicar años de cuidados o más bien descuidados, diría ella. Así logró ser casi normal: chica, pálida de piel transparente y delgada como un junco.

A lo lejos se ve la ventana de la casa, es como un faro, aunque la luz es tenue. Todavía le queda camino, espera que no hagan como otras veces en que han apagado la luz y si la noche está oscura, no sabe cómo regresar, ha debido dormir acurrucada contra la tierra que hace lo posible por darle calor.

Logra llegar a casa respirando con dificultad para encontrarse con el bofetón de una madre encolerizada.

—¿Dónde estabas? ¡Mira el montón de platos sucios! Hace horas que terminamos de comer. ¡Platos! Ella se conforma con las moras que recolecta en el trayecto y mastica los dulces tallos de pasto miel que se le ofrecen al paso.

Llega esa hora del día en que, terminada la tarea, exhausta, debe acurrucarse en un jergón en el piso, que eventualmente es la cama del perro. Es el tiempo de la reflexión y las preguntas: si ella no tiene un hada madrina ni una carroza-calabaza, ¿perpetuará este sistema de vida?¿Vale la pena? No, no vale la pena.

—¿Dónde están mis amigos? En la Naturaleza.

—¿Y por qué no estás con ellos?

—Buena pregunta, niña.

—Es hora de decisiones, basta ya. Nadie me extrañará si salgo a medianoche.

Según su costumbre rueda ladera abajo, antes de llegar al río recoge algunas flores, elige aquellas que tengan el tallo largo.

—¡Hola, amigo río! Hoy tengo un juego nuevo: tú te llamarás Támesis y yo Ofelia. No discutas, me prestarás tu lecho para dormir.

 

Un par de días más tarde, un campesino avisó del hallazgo: en medio de un remanso se encontró una joven que parecía dormir, con una sonrisa en los labios y que aún conservaba flores trenzadas en su cabello.

 

 

María Isabel Quintana

 

Chilena, sureña, odontóloga de profesión.Beca de escritores. Premio Escrituras de la Memoria. Antologada en : Cien microcuentos chilenos, J.A Epple, Puro cuento, Basta! y Bésame mucho, Marilyn, M. Simonetti y M.Beltrand. Publicada en Letras de Chile. Revistas: Brevilla, Plesiosaurio (Perú) Almiar (España)Piedra y Nido (Argentina). Inicia su tránsito por la microficción y el haiku.

Publicó su libro de cuentos Sometidas nunca. Historias de mujeres eclipsadas en 2022.

Premio Regional de Arte, Cultura y Patrimonio (cuento), 2023.