Leonidas Afremov |
ZURDA
En el comedor los ojos de la monja son cuchillos sobre mi mano izquierda. Viene amenazante pero la cuchara sigue firme en mi mejor mano.
-Niña, ¡Te he dicho que es mala educación comer con la izquierda! Y los puntitos bajo sus cejas gotean piedras sobre el plato que se enfría.
-¡Toma la cuchara con la derecha y come!
Obedezco, pero la cuchara se vuelve difícil y los garbanzos manchan mi pechera antes de llegar a la boca. Además, se me cerró la garganta, no puedo tragar y, por último, esta comida es mala y no la quiero.
TICS
La niña era tan nerviosa que estaba llena de tics a la hora de la cena.
Papá la observó unos instantes y su cara enrojeció:
-¡Para con eso, que me molesta!
Ella trató pero por más que se esforzó, los incontrolables tics la hacían parpadear y la boca se abría y cerraba sin parar. Apretada la garganta, comenzó a toser.
El padre se puso de pie, la agarró de un brazo y la empujó hacia la puerta de salida.
–Te irás para afuera y no entrarás hasta que me prometas que te portarás como señorita bien educada.
La noche negra del campo, sin luz que pudiera cobijarla, acogió a la niña. Lloró hasta que los sollozos se le secaron en el pecho y las lágrimas formaron una poza en la tierra.
Cuando la madre vino a rescatarla una eternidad después, la pequeña yacía dormida entre los perros.
UN VASO DE AGUA
-Chani, tráeme un vaso de agua –exigió el tío Pancho desde la comodidad de su sillón, mientras desplegaba el diario dominical. La niña corrió a la cocina, llenó un vaso y volvió rauda a entregárselo.
-Está muy lleno –reclamó el hombrón con una mueca.
La chica volvió a la cocina y vació la mitad del agua en el lavaplatos. Cuando se lo entregó de vuelta, el tío rugió con los ojos encendidos de rabia:
-¡Estúpida, no puedes hacer nada bien! ¡Agrégale más agua!
La niña lo miró silenciosa, cogió su abrigo y salió de la casa de su tío para nunca más volver.
RECUERDO PRENATAL
Mis padres están tensos. Discuten y rezan. Esperan que yo sobreviva, que nazca sana y fuerte. Se han preparado desde hace más de un año. Todos los días vino una enfermera a inyectarlos y acudieron cada semana a que los examinara el doctor.
––¡Tantos antibióticos! ––oigo decir a mi madre. ––Ojalá que no haya consecuencias. ––Y entonces llora. Y luego dice que extraña a su madre que ya no la visita por su causa. Que toda la ignominia y la humillación que la sobrepasa es por causa de él, que su hijito mayor estaría vivo si él no lo hubiera infectado con su mala vida, que el niño murió por su culpa, que cómo podría ella seguir viviendo si esta guagüita de ahora también nace enferma.
EL PADRE
Mamá levantaba la mesa cuando se oyó el portazo. Las tres nos miramos aterradas. Papá llegaba de malas…
-¿Qué hay para comer? –preguntó él, sacándose el sombrero alón y la chaqueta de huaso. Luego se sentó a la mesa.
-Creí que no llegabas a comer, como es tan tarde…
-Tú no tienes que creer nada, mujer. La helada está cubriendo la siembra y vamos a perderlo todo si no nos apuramos. Sírveme algo que estoy muerto de hambre y cansancio. ¡Corre!
Mi madre nada dijo y se apuró con la cazuela y el vaso de vino.
Él engulló con avidez la sopa y se tragó el vino a sorbos largos. Luego nos descubrió semi escondidas tras el sofá y gritó:
-¡Qué están mirando, cabras de mierda? ¿Nunca vieron a alguien con hambre? ¡A acostarse, si no quieren que les saque la mugre con el rebenque!
CALLAMPAS
Mamá decidió cocinar tallarines para el almuerzo playero y envió a los niños al bosque por callampas para preparar la salsa.
Bajo los pinos se divisaban gordos hongos de sombreritos color marrón. Como esos eran los que podían comerse, os chicos comenzaron a acumularlos en los canastitos de sus bicicletas.
De pronto, voces airadas surgieron del oscurecido suelo bajo los árboles. La niña menor se arrodilló para oír mejor. Con sus manos escarbó un poco entre las agujetas de los pinos y ahí apareció una diminuta mujer que reclamaba contra los ladrones.
Asombrados los chicos observaron que bajo las callampas vivía una población de pequeños seres que corrían de un lado a otro portando pancartas en contra de la expropiación.
PRÍNCIPE AZUL
(este es también un poema CON OTRA GRÁFICA)
No desmontes de tu brioso corcel, ni me tomes en tus brazos, ni roces mis labios con tu boca delicada porque, si te miro de frente con mis ojos de bruja verde, y te beso como se debe, y me sueño todo el cuento entre tus sábanas de holanda, mucho me temo que desaparezcas.
FATUM
Emites todas las señales pero, cuando recojo el guante, de tu corazón se escurre un conejo.
ABANDONO
¿Adónde van, adónde van? gritaba el poeta.
No me dejen aquí, que me muero de frío.
Desde lejos veíamos cómo trataba de seguirnos, pero no tuvimos piedad. ¿Qué podíamos hacer con un poeta a cuestas?
¿Cortará la leña, podará los árboles, hará la comida tal vez, lavará los platos, vigilará a los hijos, cuidará los animales, acaso? preguntamos a coro.
Desde el puente lo observábamos, pequeñito, caminando por la llanura con su bolsón lleno de libros y de lápices.
Sin embargo, traíamos el corazón aterrizado, firme sobre los pies pegados al suelo y no logramos vislumbrar ningún uso posible para tal personaje.
Regresamos a nuestras casas cantando.
*
Alejandra Basualto (Rancagua, Chile, 1944). Poeta y narradora. Licenciada en Literatura y egresada de Doctorado en Literatura Latinoamericana, Universidad de Chile. Dirige el taller literario y la Editorial La Trastienda desde 1988.Traducida al inglés, francés, italiano, danés, mapudungún y bengalí, y publicada en antologías en Chile, Estados Unidos, Canadá, México, España, Francia, Italia y Dinamarca y ha obtenido varias distinciones tanto en Chile como el extranjero. Obras: Los ecos del sol, poesía, 1970, El agua que me cerca, poesía, 1984, La mujer de yeso, cuentos, 1988, Territorio Exclusivo, cuentos, 1991, Las malamadas, poesía, 1993, Desacato al bolero, cuentos, 1994, Altovalsol, poesía, 1996, Casa de citas, poesía, LOM Ediciones, 2000, Antología personal (1970-2010), poesía, Ed. La Trastienda, Santiago, 2010, Invisible, viendo caer la nieve, novela, Ed. La Trastienda, 2012.
TICS
La niña era tan nerviosa que estaba llena de tics a la hora de la cena.
Papá la observó unos instantes y su cara enrojeció:
-¡Para con eso, que me molesta!
Ella trató pero por más que se esforzó, los incontrolables tics la hacían parpadear y la boca se abría y cerraba sin parar. Apretada la garganta, comenzó a toser.
El padre se puso de pie, la agarró de un brazo y la empujó hacia la puerta de salida.
–Te irás para afuera y no entrarás hasta que me prometas que te portarás como señorita bien educada.
La noche negra del campo, sin luz que pudiera cobijarla, acogió a la niña. Lloró hasta que los sollozos se le secaron en el pecho y las lágrimas formaron una poza en la tierra.
Cuando la madre vino a rescatarla una eternidad después, la pequeña yacía dormida entre los perros.
UN VASO DE AGUA
-Chani, tráeme un vaso de agua –exigió el tío Pancho desde la comodidad de su sillón, mientras desplegaba el diario dominical. La niña corrió a la cocina, llenó un vaso y volvió rauda a entregárselo.
-Está muy lleno –reclamó el hombrón con una mueca.
La chica volvió a la cocina y vació la mitad del agua en el lavaplatos. Cuando se lo entregó de vuelta, el tío rugió con los ojos encendidos de rabia:
-¡Estúpida, no puedes hacer nada bien! ¡Agrégale más agua!
La niña lo miró silenciosa, cogió su abrigo y salió de la casa de su tío para nunca más volver.
RECUERDO PRENATAL
Mis padres están tensos. Discuten y rezan. Esperan que yo sobreviva, que nazca sana y fuerte. Se han preparado desde hace más de un año. Todos los días vino una enfermera a inyectarlos y acudieron cada semana a que los examinara el doctor.
––¡Tantos antibióticos! ––oigo decir a mi madre. ––Ojalá que no haya consecuencias. ––Y entonces llora. Y luego dice que extraña a su madre que ya no la visita por su causa. Que toda la ignominia y la humillación que la sobrepasa es por causa de él, que su hijito mayor estaría vivo si él no lo hubiera infectado con su mala vida, que el niño murió por su culpa, que cómo podría ella seguir viviendo si esta guagüita de ahora también nace enferma.
EL PADRE
Mamá levantaba la mesa cuando se oyó el portazo. Las tres nos miramos aterradas. Papá llegaba de malas…
-¿Qué hay para comer? –preguntó él, sacándose el sombrero alón y la chaqueta de huaso. Luego se sentó a la mesa.
-Creí que no llegabas a comer, como es tan tarde…
-Tú no tienes que creer nada, mujer. La helada está cubriendo la siembra y vamos a perderlo todo si no nos apuramos. Sírveme algo que estoy muerto de hambre y cansancio. ¡Corre!
Mi madre nada dijo y se apuró con la cazuela y el vaso de vino.
Él engulló con avidez la sopa y se tragó el vino a sorbos largos. Luego nos descubrió semi escondidas tras el sofá y gritó:
-¡Qué están mirando, cabras de mierda? ¿Nunca vieron a alguien con hambre? ¡A acostarse, si no quieren que les saque la mugre con el rebenque!
CALLAMPAS
Mamá decidió cocinar tallarines para el almuerzo playero y envió a los niños al bosque por callampas para preparar la salsa.
Bajo los pinos se divisaban gordos hongos de sombreritos color marrón. Como esos eran los que podían comerse, os chicos comenzaron a acumularlos en los canastitos de sus bicicletas.
De pronto, voces airadas surgieron del oscurecido suelo bajo los árboles. La niña menor se arrodilló para oír mejor. Con sus manos escarbó un poco entre las agujetas de los pinos y ahí apareció una diminuta mujer que reclamaba contra los ladrones.
Asombrados los chicos observaron que bajo las callampas vivía una población de pequeños seres que corrían de un lado a otro portando pancartas en contra de la expropiación.
PRÍNCIPE AZUL
(este es también un poema CON OTRA GRÁFICA)
No desmontes de tu brioso corcel, ni me tomes en tus brazos, ni roces mis labios con tu boca delicada porque, si te miro de frente con mis ojos de bruja verde, y te beso como se debe, y me sueño todo el cuento entre tus sábanas de holanda, mucho me temo que desaparezcas.
FATUM
Emites todas las señales pero, cuando recojo el guante, de tu corazón se escurre un conejo.
ABANDONO
¿Adónde van, adónde van? gritaba el poeta.
No me dejen aquí, que me muero de frío.
Desde lejos veíamos cómo trataba de seguirnos, pero no tuvimos piedad. ¿Qué podíamos hacer con un poeta a cuestas?
¿Cortará la leña, podará los árboles, hará la comida tal vez, lavará los platos, vigilará a los hijos, cuidará los animales, acaso? preguntamos a coro.
Desde el puente lo observábamos, pequeñito, caminando por la llanura con su bolsón lleno de libros y de lápices.
Sin embargo, traíamos el corazón aterrizado, firme sobre los pies pegados al suelo y no logramos vislumbrar ningún uso posible para tal personaje.
Regresamos a nuestras casas cantando.
*
Alejandra Basualto (Rancagua, Chile, 1944). Poeta y narradora. Licenciada en Literatura y egresada de Doctorado en Literatura Latinoamericana, Universidad de Chile. Dirige el taller literario y la Editorial La Trastienda desde 1988.Traducida al inglés, francés, italiano, danés, mapudungún y bengalí, y publicada en antologías en Chile, Estados Unidos, Canadá, México, España, Francia, Italia y Dinamarca y ha obtenido varias distinciones tanto en Chile como el extranjero. Obras: Los ecos del sol, poesía, 1970, El agua que me cerca, poesía, 1984, La mujer de yeso, cuentos, 1988, Territorio Exclusivo, cuentos, 1991, Las malamadas, poesía, 1993, Desacato al bolero, cuentos, 1994, Altovalsol, poesía, 1996, Casa de citas, poesía, LOM Ediciones, 2000, Antología personal (1970-2010), poesía, Ed. La Trastienda, Santiago, 2010, Invisible, viendo caer la nieve, novela, Ed. La Trastienda, 2012.