LEONEL HUERTA: «MYM»





MYM

Hoy
     No me lavé las manos, las tenía limpias de la semana pasada. Usé la misma camisa de ayer, los calcetines me los cambié. No pensé en ahorcarme en la mañana, decidí dejarlo para después. El almuerzo me dio sueño, pero no dormí. Los MYM estaban dulces, solo me dieron de un color. Fui al baño y no usé papel; se dieron cuenta, casi me da lo mismo.
Hoy
     Los calcetines eran de distinto diseño, cómo pasó. Magia. Pensé en las venas abiertas, pero el rojo no lo soporto. Ahora me dieron MYM antes de almuerzo. La camisa era nueva, me felicitaron, me sentí bien, pero mi camisa vieja lloró. Por qué siempre es hoy, a veces quiero que sea mañana o ayer, pero siempre es hoy, es muy desagradable estar siempre donde mismo.
Hoy
     Pasé el peine del perro por mi pelo, salí sonriendo del baño, tanta alegría por un peinado. Me gustan los MYM, pero están saliendo ácidos. No pensé en la muerte, solo en mañana.
Ayer
     Hoy parece ayer. Debe ser por tanto MYM.


El Conducto

El pequeño titán que vive en mí lleva un tiempo torturándome. Cuando creo que puedo seguir escribiendo, vuelve sin contemplación a embestir. Solo seis calmantes en la tira, todos a la boca. Masticar y masticar, las pastillas solo han aumentado el martirio. Tres de la mañana, no tengo donde ir. Busco alcohol en la cocina. De la última junta no queda una gota. Se ha convertido en mi elefante blanco, no encuentro solución para este pesar. Desesperado, abro cajones; en uno de ellos, un alicate me llama la atención. Doy vueltas por el pequeño departamento, saco la cabeza por la ventana esperando que el frío lo adormezca. La calle vacía, mi suplicio ausente de todos. El pequeño titán sigue latiendo con más tesón, imponiendo nuevos niveles de dolor y angustia. En el baño, el espejo revela la cruel realidad. La cara hinchada, deforme, me convierto en el nuevo Gregor Samsa. Abro la boca y lo veo, sé que debo hacer, a mi espalda, el cajón aún sigue abierto.


Hormigas

Otra vez aquí. Ya estuve antes. ¿Cuándo? No lo sé.
No me gusta estar tirada en el pasto, las hormigas caminan sobre mí y luego no hay forma de sacarlas, la única solución posible: aplastar. Alguna vez me sentí como un insecto, pero solo recuerdo el sentimiento, por más que trato de recordar la ocasión, no puedo. No todo es rememorar, también se trata de vivir, pero parece que la vida sin recuerdos es solo vacío; acaso solo una memoria llena puede experimentar la existencia, esos pensamientos no son míos, de alguna forma los tengo en mi cabeza, llegaron y no se fueron. No puedo negar que el paisaje es hermoso, incluso esas dos construcciones en el fondo, que a pesar de estar agregadas no desentonan con esta campiña. ¿Tendrán caballos? Eso sí lo recuerdo, montaba todo el día. Los potros y el viento eran para mí la combinación perfecta, el animal siempre estaba dispuesto a cabalgar. Ambos, un solo pulso. La unión de lo bello y lo bestial es seductora, al parecer causa un efecto sublime, lo intocable, nuevamente estos pensamientos que no llevan a ninguna parte, no puedo escapar de ellos. El hálito campestre envuelve mi rostro, quiero que toque toda mi piel ¡me tocabas, me tocabas! No sé si fue antes o después de él, ¿había un él?, ¿quién? Tus caricias me enloquecían, no recuerdo tu rostro, pero tus suaves y pequeñas manos vuelven a mi piel.
Vengo hacia mí, pero si yo estoy aquí. Me hablas, saludas: “abuela, qué estás filosofando”. No entiendo, la niña que está al frente soy yo o lo que fui. Estoy enferma, muy enferma. Caminaré hacia un futuro sin pasado. Solo espero no olvidar tus caricias, las hormigas en mi cuerpo.


Tigres
  
Nadie conoce el principio o el fin del muro. Hacia arriba es eterno y en dirección contraria se presenta infinito. Los ladrillos que lo forman son impenetrables, toman el color del día y olor del caminante. Nadie sabe si su forma es circular, recta o la combinación de ambas. La muralla está ahí y acompaña al viajero durante la travesía. La vida del andante está rodeada por el muro.
Mientras camina, escucha un sonido.
   ¿Alguien ahí?
   Sí, pensé que no había nada al otro lado.
   ¿Quién eres?
   Disculpa, no me presenté, soy una tigresa de Elphick.
   Yo, un tigre de Borges.
   Imagino que tienes rayas.
   Sí, tengo. ¿Qué hay a ese lado?
   Plantas, árboles, ríos y animales de todo tipo.
   En este lado también, seguro se parecen a los tuyos.
Siguieron juntos por el sendero. Se contaron sus vidas, esperanzas, miedos y alegrías. Aprendieron de sus palabras. En sueño y vigilia se acompañaron, mas el muro no terminaba.
   Ya casi no te escucho.
   Y yo a ti.
   ¿Paramos o nos devolvemos?
   Prefiero seguir adelante.
   Yo también
   Entonces es un adiós.
   No lo sé, tal vez el muro cambie algún día.

Treinta y nueve azotes  

El animal ya no podía más. El hombre debía hacer la entrega, montado en la carreta fustigaba al caballo, no se movía. Desesperado bajó para hablar con él, acariciando su cabeza, mas un nuevo flagelo brotó de su látigo. Ambos miraban al cielo pidiendo explicaciones, como si Dios fuera el culpable de sus vidas. Amo y esclavo, ¿quién era quien? Un nuevo movimiento de manos y el cuero caía sobre el lomo del que fuera corcel. Le hizo promesas, “está será la última vez, luego podrás descansar, viejo amigo”, el compañero seguía estático. Sólo faltaban unos pocos kilómetros, de no cumplir con el contrato lo perdería todo. La mancha blanca de su cabeza apuntaba al suelo, las siguientes agresiones con el rebenque tampoco dieron resultado. El hombre sabía que ya estaba todo perdido, sin embargo, siguió torturando al jamelgo una y otra vez; con el golpe treinta y ocho cayó agonizante. El carretón volcó, las calabazas rodaron por todas partes. No pudo controlar la turba que, embrutecida, tomaba los zapallos. Miró al animal casi muerto, su carro vacío. Con furia descomunal un último azote mató al pinto.

Jardín

Llevo tiempo deseando dejar este mundo, este cuerpo que no responde, recordando lo que fue una vida, un futuro que no será. Llevo años sin hablar, sin mover un dedo, sin que me entiendan, humillada día tras día. El joven de la mañana levanta las sabanas, saca mis porquerías y luego me limpia. Pasa un paño por aquellos labios donde antes hubo dedos, bocas y manos que me enloquecían, ¡manos, manos, ¿dónde están mis manos?! No puedo gritar, ¿acaso perdí mi voz? Por la noche viene una señorita. Ella me mira, acaricia mi mejilla y luego llora, siempre llora. Yo no sé qué hacer con usted, señora, ayúdeme a resolver este problema. Si le hablo, solo tengo una pregunta por hacer, señora. Las lágrimas son por mí o por ella, no la entiendo, pero cómo hacerlo si nunca me ha dicho una palabra. El joven de la mañana no para de parlotear, pero ella sin decir nada está más cerca de mis pensamientos, ¿acaso tendremos la misma idea? No le hablo, porque no me atrevo a preguntar, a preguntar lo que usted, señora, no podrá responder. Sé lo que quiere, señora, y estoy dispuesta a hacerlo. Cada vez que la veo en su cama acostada en una posición que  no eligió, me pregunto cuánto extraña su libertad. Señora, esclava de la muerte, dígame si quiere ser libre. Hoy no ha venido nadie, estoy en un jardín, hay un jardín.


Blanco y Negro

El que golpea es un viejo con sombrero de película de los años cincuenta, de esas en blanco y negro. Mamá no dice nada, simplemente abre la puerta. El hombre se detiene por un momento en el dintel de entrada, sus ojos cavernosos examinan cada rincón de la habitación, su mirada se clava en el mueble de las fotografías por un largo rato. Mamá entra en la cocina, yo le sigo. No hables, no preguntes, me dice. Él ya está sentado en el sofá, enciende el televisor. Mamá le lleva un té, él no da las gracias; ella no espera respuesta. Hasta ahora no se han dicho nada. El viejo sin sacarse el sombrero se queda dormido con el control remoto en la mano. Mamá sale a la calle, la espera la vecina, se abrazan y luego caminan.
Algunas canas se dejan ver, su cara arrugada, dedos deformes, uñas negras, pelos que  escapan de la nariz y las orejas. La ropa que usa es anticuada, pantalones oscuros con finas líneas blancas, una chaqueta de solapa desgastada y una camisa blanca de cuello opaco. Zapatos negros, sin lustrar, cordones deshilachados. Emana un olor a humedad, a humo, a pan con cebolla, a pobreza. Mientras duerme abre la boca, no tiene muelas, solo algunos dientes. Un lunar asoma en su cuello.
Mamá vuelve, yo la sigo, comienza a cocinar. No me mira. Ajena a mi presencia, saca las compras de una manera tan lenta que parece no tener ganas de hacer aquel trabajo. Abre cajones, toma ollas y prepara la comida. Enrepollado, es la cena para hoy, una combinación de repollo cocido, papas, carne y tocino. Es la primera vez que lo hace. Saca el mantel y servicio que solo usamos en Navidad. El Viejo no es cualquier viejo. Está servido, dice ella. Él se pone de pie, todavía con sombrero. Camina al parecer con algo de dolor, porque, a pesar de los pocos pasos que hay desde el sofá a la mesa, se toca varias veces la espalda. Sentarse también se torna un suplicio. Toma aire y huele, un gesto epifánico pasa por su rostro. Él levanta la cabeza para mirarla, ella le quita la vista, pero al rato también lo observa. Ambos sin quitarse los ojos de encima acercan la mano a la cuchara, como los vaqueros en un duelo. El viejo parpadea, mamá aún lo mira, mamá ha ganado. No entiendo nada. Le dice que puede quedarse en mi pieza, que yo dormiré con ella. Espero que no agarre mis libros, nadie los puede tomar. Es la primera vez que el viejo me mira, su mirada solo indica cansancio. En la cama, mamá me toma la mano, me acaricia y luego me abraza. Solo ella puede tocarme, a los demás no les dejo.
Me levanto, ella aún duerme. En el cuello también tiene un lunar. Sobre la mesa hay un montón de billetes. Cerca de las fotografías, el sombrero, en blanco y negro.

***
Leonel Huerta Sierra (Santiago, Chile, 1964). Escribe desde el año 2014. Miembro activo de: Taller Literario Peuco Dañe, Academia Libre y Talleres La Venezuela. Dirige la publicación Gaceta Literaria Peuco Dañe. Ha participado en talleres dirigidos por: David Hevia, Denisse Fresard, Iván Cuerco y Lilian Elphick. Ha sido publicado en la revista Alerce, de la Sociedad de Escritores de Chile. Fue incluido en la antología “Más allá de un No”, de la Universidad Alberto Hurtado. Su cuento “Ebullición” ha sido llevado al teatro.
Segundo Lugar. Concurso Raíces de Mujeres, 2016. Conmemoración Día Internacional de la Mujer Indígena. Cuento “Mapudungún”.
Segundo Lugar Regional. XXIV Concurso Historias de Nuestra Tierra, Cuentos y poemas del mundo rural, 2016. Categoría Historias Campesinas. Cuento “Huacho”.
Primer Lugar Regional. XXV Concurso Historias de Nuestra Tierra, Cuentos y poemas del mundo rural, 2017. Categoría Historias Campesinas. Cuento “La noche de la plumas”.
Mención Honrosa cuento “Viejas casas”. Concurso Cuento Corto de Vitacura, 2018.

Leonel Huerta