MYM
Hoy
No me lavé las
manos, las tenía limpias de la semana pasada. Usé la misma camisa de ayer, los
calcetines me los cambié. No pensé en ahorcarme en la mañana, decidí dejarlo
para después. El almuerzo me dio sueño, pero no dormí. Los MYM estaban dulces,
solo me dieron de un color. Fui al baño y no usé papel; se dieron cuenta, casi
me da lo mismo.
Hoy
Los calcetines
eran de distinto diseño, cómo pasó. Magia. Pensé en las venas abiertas, pero el
rojo no lo soporto. Ahora me dieron MYM antes de almuerzo. La camisa era nueva,
me felicitaron, me sentí bien, pero mi camisa vieja lloró. Por qué siempre es
hoy, a veces quiero que sea mañana o ayer, pero siempre es hoy, es muy
desagradable estar siempre donde mismo.
Hoy
Pasé el peine del
perro por mi pelo, salí sonriendo del baño, tanta alegría por un peinado. Me
gustan los MYM, pero están saliendo ácidos. No pensé en la muerte, solo en
mañana.
Ayer
Hoy parece ayer.
Debe ser por tanto MYM.
El Conducto
El pequeño titán que vive en mí lleva un tiempo
torturándome. Cuando creo que puedo seguir escribiendo, vuelve sin
contemplación a embestir. Solo seis calmantes en la tira, todos a la boca.
Masticar y masticar, las pastillas solo han aumentado el martirio. Tres de la
mañana, no tengo donde ir. Busco alcohol en la cocina. De la última junta no
queda una gota. Se ha convertido en mi elefante blanco, no encuentro solución
para este pesar. Desesperado, abro cajones; en uno de ellos, un alicate me
llama la atención. Doy vueltas por el pequeño departamento, saco la cabeza por
la ventana esperando que el frío lo adormezca. La calle vacía, mi suplicio
ausente de todos. El pequeño titán sigue latiendo con más tesón, imponiendo
nuevos niveles de dolor y angustia. En el baño, el espejo revela la cruel
realidad. La cara hinchada, deforme, me convierto en el nuevo Gregor Samsa.
Abro la boca y lo veo, sé que debo hacer, a mi espalda, el cajón aún sigue
abierto.
Hormigas
Otra vez aquí. Ya estuve antes. ¿Cuándo? No lo sé.
No me gusta estar tirada en el pasto, las hormigas caminan sobre mí y luego
no hay forma de sacarlas, la única solución posible: aplastar. Alguna
vez me sentí como un insecto, pero solo recuerdo el sentimiento, por más que
trato de recordar la ocasión, no puedo. No todo es rememorar, también se trata
de vivir, pero parece que la vida sin recuerdos es solo vacío; acaso solo una
memoria llena puede experimentar la existencia, esos pensamientos no son míos,
de alguna forma los tengo en mi cabeza, llegaron y no se fueron. No puedo negar
que el paisaje es hermoso, incluso esas dos construcciones en el fondo, que a
pesar de estar agregadas no desentonan con esta campiña. ¿Tendrán caballos? Eso
sí lo recuerdo, montaba todo el día. Los potros y el viento eran para mí la
combinación perfecta, el animal siempre estaba dispuesto a cabalgar. Ambos, un
solo pulso. La unión de lo bello y lo bestial es seductora, al parecer causa un
efecto sublime, lo intocable, nuevamente estos pensamientos que no llevan a
ninguna parte, no puedo escapar de ellos. El hálito campestre envuelve mi
rostro, quiero que toque toda mi piel ¡me tocabas, me tocabas! No sé si fue
antes o después de él, ¿había un él?, ¿quién? Tus caricias me enloquecían, no
recuerdo tu rostro, pero tus suaves y pequeñas manos vuelven a mi piel.
Vengo hacia mí, pero si yo estoy aquí. Me hablas, saludas:
“abuela, qué estás filosofando”. No entiendo, la niña que está al frente soy yo
o lo que fui. Estoy enferma, muy enferma. Caminaré hacia un futuro sin pasado.
Solo espero no olvidar tus caricias, las hormigas en mi cuerpo.
Tigres
Nadie conoce el principio o el fin del muro. Hacia arriba es
eterno y en dirección contraria se presenta infinito. Los ladrillos que lo
forman son impenetrables, toman el color del día y olor del caminante. Nadie
sabe si su forma es circular, recta o la combinación de ambas. La muralla está
ahí y acompaña al viajero durante la travesía. La vida del andante está rodeada
por el muro.
Mientras camina, escucha un sonido.
—
¿Alguien ahí?
—
Sí, pensé que no
había nada al otro lado.
—
¿Quién eres?
—
Disculpa, no me
presenté, soy una tigresa de Elphick.
—
Yo, un tigre de
Borges.
—
Imagino que tienes
rayas.
—
Sí, tengo. ¿Qué hay
a ese lado?
—
Plantas, árboles,
ríos y animales de todo tipo.
—
En este lado
también, seguro se parecen a los tuyos.
Siguieron juntos por el sendero. Se contaron sus vidas,
esperanzas, miedos y alegrías. Aprendieron de sus palabras. En sueño y vigilia
se acompañaron, mas el muro no terminaba.
—
Ya casi no te
escucho.
—
Y yo a ti.
—
¿Paramos o nos
devolvemos?
—
Prefiero seguir
adelante.
—
Yo también
—
Entonces es un
adiós.
—
No lo sé, tal vez
el muro cambie algún día.
Treinta y nueve azotes
El animal ya no podía más. El hombre debía hacer la entrega,
montado en la carreta fustigaba al caballo, no se movía. Desesperado bajó para
hablar con él, acariciando su cabeza, mas un nuevo flagelo brotó de su látigo.
Ambos miraban al cielo pidiendo explicaciones, como si Dios fuera el culpable
de sus vidas. Amo y esclavo, ¿quién era quien? Un nuevo movimiento de manos y
el cuero caía sobre el lomo del que fuera corcel. Le hizo promesas, “está será
la última vez, luego podrás descansar, viejo amigo”, el compañero seguía estático. Sólo faltaban unos
pocos kilómetros, de no cumplir con el contrato lo perdería todo. La mancha
blanca de su cabeza apuntaba al suelo, las siguientes agresiones con el
rebenque tampoco dieron resultado. El hombre sabía que ya estaba todo perdido,
sin embargo, siguió torturando al jamelgo una y otra vez; con el golpe treinta
y ocho cayó agonizante. El carretón volcó, las calabazas rodaron por todas partes.
No pudo controlar la turba que, embrutecida, tomaba los zapallos. Miró al
animal casi muerto, su carro vacío. Con furia descomunal un último azote mató
al pinto.
Jardín
Llevo tiempo deseando dejar este mundo, este cuerpo que no
responde, recordando lo que fue una vida, un futuro que no será. Llevo años sin
hablar, sin mover un dedo, sin que me entiendan, humillada día tras día. El
joven de la mañana levanta las sabanas, saca mis porquerías y luego me limpia.
Pasa un paño por aquellos labios donde antes hubo dedos, bocas y manos que me
enloquecían, ¡manos, manos, ¿dónde están mis manos?! No puedo gritar, ¿acaso
perdí mi voz? Por la noche viene una señorita. Ella me mira, acaricia mi
mejilla y luego llora, siempre llora. Yo no sé qué hacer con usted, señora,
ayúdeme a resolver este problema. Si le hablo, solo tengo una pregunta por hacer,
señora. Las lágrimas son por mí o por ella, no la entiendo, pero cómo hacerlo
si nunca me ha dicho una palabra. El joven de la mañana no para de parlotear,
pero ella sin decir nada está más cerca de mis pensamientos, ¿acaso tendremos
la misma idea? No le hablo, porque no me atrevo a preguntar, a preguntar lo que
usted, señora, no podrá responder. Sé lo que quiere, señora, y estoy dispuesta
a hacerlo. Cada vez que la veo en su cama acostada en una posición que no eligió, me pregunto cuánto extraña su
libertad. Señora, esclava de la muerte, dígame si quiere ser libre. Hoy no ha
venido nadie, estoy en un jardín, hay un
jardín.
Blanco y Negro
El que golpea es un viejo con sombrero de película de los
años cincuenta, de esas en blanco y negro. Mamá no dice nada, simplemente abre
la puerta. El hombre se detiene por un momento en el dintel de entrada, sus
ojos cavernosos examinan cada rincón de la habitación, su mirada se clava en el
mueble de las fotografías por un largo rato. Mamá entra en la cocina, yo le
sigo. No hables, no preguntes, me dice. Él ya está sentado en el sofá, enciende
el televisor. Mamá le lleva un té, él no da las gracias; ella no espera
respuesta. Hasta ahora no se han dicho nada. El viejo sin sacarse el sombrero
se queda dormido con el control remoto en la mano. Mamá sale a la calle, la
espera la vecina, se abrazan y luego caminan.
Algunas canas se dejan ver, su cara arrugada, dedos
deformes, uñas negras, pelos que escapan
de la nariz y las orejas. La ropa que usa es anticuada, pantalones oscuros con
finas líneas blancas, una chaqueta de solapa desgastada y una camisa blanca de
cuello opaco. Zapatos negros, sin lustrar, cordones deshilachados. Emana un
olor a humedad, a humo, a pan con cebolla, a pobreza. Mientras duerme abre la
boca, no tiene muelas, solo algunos dientes. Un lunar asoma en su cuello.
Mamá vuelve, yo la sigo, comienza a cocinar. No me mira.
Ajena a mi presencia, saca las compras de una manera tan lenta que parece no
tener ganas de hacer aquel trabajo. Abre cajones, toma ollas y prepara la
comida. Enrepollado, es la cena para hoy, una combinación de repollo cocido,
papas, carne y tocino. Es la primera vez que lo hace. Saca el mantel y servicio
que solo usamos en Navidad. El Viejo no es cualquier viejo. Está servido, dice ella. Él se pone de pie, todavía con
sombrero. Camina al parecer con algo de dolor, porque, a pesar de los pocos
pasos que hay desde el sofá a la mesa, se toca varias veces la espalda.
Sentarse también se torna un suplicio. Toma aire y huele, un gesto epifánico
pasa por su rostro. Él levanta la cabeza para mirarla, ella le quita la vista,
pero al rato también lo observa. Ambos sin quitarse los ojos de encima acercan
la mano a la cuchara, como los vaqueros en un duelo. El viejo parpadea, mamá
aún lo mira, mamá ha ganado. No entiendo nada. Le dice que puede quedarse en mi
pieza, que yo dormiré con ella. Espero que no agarre mis libros, nadie los
puede tomar. Es la primera vez que el viejo me mira, su mirada solo indica
cansancio. En la cama, mamá me toma la mano, me acaricia y luego me abraza.
Solo ella puede tocarme, a los demás no les dejo.
Me levanto, ella aún duerme. En el cuello también tiene un
lunar. Sobre la mesa hay un montón de billetes. Cerca de las fotografías, el
sombrero, en blanco y negro.
***
Leonel Huerta Sierra
(Santiago, Chile, 1964). Escribe desde el año 2014. Miembro activo de: Taller
Literario Peuco Dañe, Academia Libre y Talleres La Venezuela. Dirige la
publicación Gaceta Literaria Peuco Dañe.
Ha participado en talleres dirigidos por: David Hevia, Denisse Fresard, Iván
Cuerco y Lilian Elphick. Ha sido publicado en la revista Alerce, de la Sociedad de Escritores de Chile. Fue incluido en la
antología “Más allá de un No”, de la Universidad Alberto Hurtado. Su cuento
“Ebullición” ha sido llevado al teatro.
Segundo Lugar. Concurso Raíces de Mujeres, 2016.
Conmemoración Día Internacional de la Mujer Indígena. Cuento “Mapudungún”.
Segundo Lugar Regional. XXIV Concurso Historias de Nuestra
Tierra, Cuentos y poemas del mundo rural, 2016. Categoría Historias Campesinas.
Cuento “Huacho”.
Primer Lugar Regional. XXV Concurso Historias de Nuestra
Tierra, Cuentos y poemas del mundo rural, 2017. Categoría Historias Campesinas.
Cuento “La noche de la plumas”.
Mención Honrosa cuento “Viejas casas”.
Concurso Cuento Corto de Vitacura, 2018.
Leonel Huerta |