Anderson Imbert, el escritor que enojó a Perón


Enrique Anderson Imbert


Por Ernesto Bustos Garrido (Corebo)


Hacia fines de 1949, Enrique Anderson Imbert fue despedido de su cátedra en la Universidad Nacional de Tucumán. La orden vino "desde arriba". El entonces omnipotente dictador de Argentina, el general Juan Domingo Perón, lo colocó en una "lista negra". ¿Su pecado? Ser opositor y dirigir el diario socialista Vanguardia. Así el profesor Anderson Imbert, por cumplir los 39 años de edad, debió exiliarse y partió a Estados Unidos con una beca de la Universidad de Columbia.
El episodio aparece en la vida del escritor, ensayista, poeta y crítico literario como un mazazo en la cabeza, que sin duda lo fue, pero en el fondo el dictador Perón le hizo un favor, porque Enrique Anerson Imbert, nacido en Córdoba el año 1910, obtuvo al poco tiempo en Estados Unidos una cádetra para enseñar literatura en la Universidad de Harvard. Antes fue también docente en la Universidad de Michigan entre 1951 y 1965. En Harvard estuvo entre ese año y 1980.
Su paso por esos planteles dejó huellas. Aparte de ser un hombre ilustrado, poseía la sabiduría de los antiguos profetas y el don de gente de los diplomáticos vaticanos. Escribió incansablemente y redactó un gran estudio sobre las características del cuento. (Teoría y técnica del cuento -Ariel Letras, 1979).
Su obra literaria en cuanto a ensayo y crítica literaria es amplia. Escribió junto a Pedro Orgambide y Raúl Scalabrini un ensayo llamado Anti-Borges, en el cual vapuleaban la obra y la postura filosófica del autor de El Aleph. Afirmaban que la producción literaria de Borges tenía un futuro obscuro y no perdudararía. Sostenían que Borges era superficial y que nunca "quemó las naves" para fijar de cara al lector sus principios sobre la crisis moral del pueblo argentino. Al parecer se equivocaron, y en grande, porque Borges los sobrevivió a todos.
No obstante este desliz (todos tenemos uno o varios) no emsombrece la magistratura de Anderson Imbert en el campo de las letras.  Algunos dicen que echó las bases de la crítica literaria como disciplina de alta academia. Y hay quienes opinan que este resplandor obscureció en gran medida sus grandes dotes de novelista y autor de cuentos.
Estos se mueven entre el realismo y la fantasía. Buena muestra de ello son sus cuentos "El suicida" y "El fantasma". Hay muchos más, y todos los ingredientes que definen al cuento son parte de una literatura que se podría rotular como andersoniana: la sorpresa, la economía, la universalidad. Un escritor no se define desde la política, la religión o el lugar heredado que ocupa en la sociedad: se definiría, en todo caso, por su estatura humana y su vigor mental. Y se lee por el interés que despierta su escritura.
De su estilo se dijo siempre que brotaba de una imaginación frondosa y a la vez acotada al europeísmo del Río de la Plata. "Son estructuras montadas sobre bases casi matemáticas y la pluma propia de quien da prioridad al raciocinio", sostuvo Bloom.
Escribió hasta muy tardía edad (falleció en Buenos Aires a los 90 años de edad) hasta después de dejar la docencia. Su último proyecto, según sus biógrafos, era un relato donde un prestigioso violinista perdía u olvidaba su partitura poco antes de dar un concierto. ¿Cómo habría encaminado Enrique Anderson Imbert esta historia para grabarle su sello y hacerla enteramente suya?

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Dos textos de Enrique Anderson Imbert:


El aprendiz de brujo


Páncrates era un mago de Menfis que aprendió su magia viviendo veinticuatro años en el centro de la tierra. Cierto día invita a Éucrates a viajar juntos. Éucrates observa que cada vez que llega a una posada el mago toma una maja de mortero, o una escofina, o una aldaba de la puerta, la envuelve en un paño, pronuncia unos versos misteriosos, y he aquí que la cosa se trasforma en un hombre. Este hombre es un sirviente que cumple con todo lo que el mago le manda: adereza la comida, pone la mesa, hace la cama y saca el agua del pozo. Cuando ya no hay otra cosa que hacer, Páncrates pronuncia otros versos y el hombre vuelve a su primitivo estado de maja de mortero o de escofina o de aldaba de la puerta.
Éucrates quiere averiguar la fórmula secreta para transformar una cosa en sirviente y se oculta para oír al mago en el momento de pronunciarla. Oye los versos que hacen al hombre, pero más tarde no alcanza a oír los versos que lo deshacen. Aprovechando la ausencia del mago, Éucrates toma la maja del mortero, la envuelve en el paño y pronuncia los primeros versos. ¡Qué maravilla! ¡Ahí está el sirviente!
–Trae agua del pozo.
Parte diligente el mozo y trae el cántaro lleno.
–Riega la casa.
Y el sirviente va por otro cántaro.
Éucrates teme que de un momento a otro vuelva el mago y se enoje por su intromisión, así que ordena al sirviente que no traiga más agua sino que se convierta otra vez en maja de mortero. El sirviente no obedece. Sigue trayendo agua e inunda la casa. Éucrates agarra un hacha y parte al sirviente en dos. Ahora son dos sirvientes que con sendos cántaros sacan doblada agua. En eso entra Páncrates, se enoja, deshace a los diligentes sirvientes y se va para siempre dejando a Éucrates con la mitad de un secreto que nunca se atreverá a usar porque no sabe la otra mitad.


Alas


   Yo ejercía entonces la medicina en Humahuaca. Un tarde me trajeron un niño descalabrado; se había caído por el precipicio de un cerro. Cuando para revisarlo le quité el poncho, vi dos alas. Las examiné: estaban sanas. Apenas el niño pudo hablar le pregunté:
   —¿Por qué no volaste, m'hijo, al sentirte caer?
   —¿Volar? —me dijo— ¿Volar, para que la gente se ría de mí?


Imagen vista en el blog "En frasco pequeño".


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Ernesto Bustos Garrido


   Nací el año 1943 en Santiago. Aprendí a leer en la Revista El Peneca. Fui al mismo colegio durante los doce años de mi educación formal: Los salesianos de Don Bosco. Ingresé a la Escuela de Periodismo de la Universidad de Chile el año 1964. Trabajé en distintos medios de comunicación. Estuve 17 años en La Tercera de la Hora.  También dirigí El Correo de Valdivia y Austral de Temuco. Paralelamente fui docente en la U. de Chile, en la Católica y en la Diego Portales. Soy casado y tengo cinco hijos: Dos periodistas, una ingeniero comercial, una abogada laboralista,  y una antropóloga social que tiene un doctorado en Brasil. Mi autor preferido es Ernest Hemingway. Me gustan Flaubert y Daudet. De los chilenos, Mariano Latorre, Rojas Manuel, y Coloane y entre los argentinos Arlt, Borges y Cortázar. Escribo cuentos y colaboro regularmente con algunos blogs literarios de España y México.