Paul Klee |
Enseñanza de vida
El estricto método de la profesora era cruel, pero
efectivo. Me mostró cómo debía acechar a mis víctimas y yo sólo imité cada uno
de sus pasos.
Me volví un asesino implacable: Matarla confirmó que
ya la había superado.
Pesadilla
Te abrazo y al fin logro acercarme a ti. Asido a tu
ser, te beso, nos acariciamos, nos revolvemos. En mi lengua reconozco tu aroma,
degusto tu esencia.
Despierto, y en el despabilo de las palpitaciones:
sólo encuentro tu ausencia.
Hasta el último peso
Regresaba a casa en el transporte público. Me sentía tan cansado que no lograba dormitar. Entre los dos trabajos que desempeño, no me da mucho tiempo para descansar.
Tal vez, la intranquilidad que me frustra sea resultado de la precaria situación en la que nos encontramos en la familia.
Para distraer la mente, me puse a conjurar una fórmula que, a manera de milagro, me ayude a calcular bien mis gastos para pagar las medicinas de mi padre y cubrir el costo de los pasajes que en el resto de la semana ocuparé.
Ya es medianoche, por suerte hoy sí alcancé el último camión de la ruta. De seguir así mi racha, podré librar una quincena más.
Inmerso en mis cuentas, me percato de que el anciano sentado a mi lado ya no resuella.
Emplazamiento
Una
prima se tomó la libertad de colocar mi nombre como referencia personal en una
agencia bursátil. Me avisó que estuviera atento del teléfono. Fue amable, hasta
me lo solicitó por favor.
Sé que a últimas fechas, tiene problemas económicos fuertes: la enfermedad de su padre y el desempleo de su marido son buenos motivos para recurrir al préstamo que le ofrece el banco a cambio de su palabra avalada por las escrituras de la casa.
Es el segundo día y no recibo ninguna llamada, sólo la de mi tía Soledad, ella siempre habla para preguntar qué haremos de comer. Yo le apresuro, me disculpo y le cuelgo rápido, a la espera de que en ese momento no se cruce el intento de llamamiento del prestamista.
Está por terminar la tarde, ojalá pronto reciba ese timbrazo tan anhelado porque, de no hacerlo, tendré que desperdiciar otra jornada laboral y ya sería la tercera en filo. Motivo suficiente para que el patrón se despida de mis servicios; y yo tenga que hacer uso del folleto que llegó junto al estado de cuenta de la tarjeta en el que me ofrecen un dinero extra.
Enfrascado
Heme aquí, embebido en un
monólogo, una disertación sobre mis sentimientos; Un disentimiento que no se
diluye con el paso de los tragos. La botella comienza a escasear en sus
fluidos. La reconstrucción de los hechos, a pesar de lo borroso en mi mirada,
es un fallo que no me explico.
Termino uno más, sirvo otro. Continúo.
Según lo explícito, no hay concilio. Me dejaste. O me retiré, depende de la perspectiva. Pero ya no somos.
Desemboco el vaso. Y vierto otro más.
¿Por qué?
Esa pregunta que es una constante: Me persigue. Persiste. Me enjuicia.
Sentencia que hallé sin explicación alguna. Cierto, no hacía falta, pero si alguien pudiera desembrollar tu decisión, seguramente no tendría la necesidad de destapar la siguiente botella.
Termino uno más, sirvo otro. Continúo.
Según lo explícito, no hay concilio. Me dejaste. O me retiré, depende de la perspectiva. Pero ya no somos.
Desemboco el vaso. Y vierto otro más.
¿Por qué?
Esa pregunta que es una constante: Me persigue. Persiste. Me enjuicia.
Sentencia que hallé sin explicación alguna. Cierto, no hacía falta, pero si alguien pudiera desembrollar tu decisión, seguramente no tendría la necesidad de destapar la siguiente botella.
Dulce truco
Llegué a la puerta de su casa decorada con los más
vistosos adornos de la temporada. Toqué, argumenté el tradicional ardid: La
amenaza de “si no recibo lo que vine a buscar, dañaré su fachada”.
Ella abrió, venía disfrazada de hermosa ama de casa,
me arrastró al interior. Su belleza siempre cautivó mi voluntad. Arrojé el
artificio, descubrí que vestía un ceñido atuendo que resaltaba sus pechos.
Tomó un bote, agarró algunos caramelos, otras tantas
golosinas. Justo cuando soltaba un segundo puñado en mi calaverita, la quité,
distraído, rápidamente para que algunos de los dulces cayeran al piso.
Mientras me flexionaba, torpe y
lento, ella, la mamá de Armandito, me dio el mejor de los regalos, tras
inclinarse a levantar lo que yacía en el piso, los dulces y frondosos senos
asomaban más su exquisitez.
Maravillado, puse cara de lerdo
niño bueno. Revolvió mi cabello, besó mi frente pintada de Drácula. Salí
disparado, y corrí a la casa de Jaimito. Se difundió el rumor de que su mamá
también portaba un escote pronunciado.
***
Cristopher Josué Escamilla Arrieta es mexicano, modelo 83, nació un 25 de
diciembre en las afueras de la gran ciudad; es un opinador desmesurado,
aficionado escribidor de fantasías fugaces. Como productor radiofónico, hacer
ruido es su nombre y jugar con el silencio su vida. Y como cuentista, relatos
suyos aparecen publicados en las antologías en Internet: 50 palabras, 100
palabras, Letras Itinerantes, Esta noche te cuento y Letras de Chile. Además,
edita el portal en internet de la Revista de minificción y otros cuentos: Prosa
Nostra Mx.