MUCHAS VARIACIONES
Dicen que el ganso es pariente de la oca. O que son la misma cosa. Para el cuento da lo mismo. Dicen que el niño corría con un ganso bajo el brazo o que corría como un ganso con un ganso bajo el brazo. Otros dicen que era tan ganso que, solamente, corría. De lo que no hay dudas es que era un niño. Aunque si se lo mira bien, hoy se desconfiaría de esa carita, de esas manitas apretadas y esa forma, sí, esa forma en que tiene el pelo. Dudaríamos incluso de la intencionalidad del cuento o de que si es un pan o un ganso lo que lleva bajo el brazo.
EL PESCADOR
Tira la línea y pesca un surubí. Vuelve a tirar la línea y saca un pato. Vuelve a intentarlo y obtiene un barco de tres colores con el nombre Suerte pintado en amarillo. La tarde es pródiga en riquezas. Lanza la línea por última vez para tentar al destino y saca un tapón. En el medio de la sorpresa, la bañera se vació.
EL NIÑO Y EL PINGÜINO
El niño caminaba con el pingüino debajo del brazo. Intuíamos que aquello sería un mal presagio. No atinábamos a decirle nada con tal que llegara hasta nosotros y pudiéramos tomarlo. Distraerlo en el trayecto sería de lamentar. El cuellito del pingüino se nos antojaba una pieza frágil bajo ese brazo infantil. El niño venía sonriente, ufano, servicial y atento a nuestras miradas. No bien llegó a nuestro lado, con holgada sapiencia sirvió el agua fresca en nuestros vasos.
LA TÍA EMILIA ES UNA INCRÉDULA
Las siestas adolescentes suelen ser muy aburridas si uno tiene tíos jodidos y que todo lo controlan. Nosotros sabíamos irnos al fondo de la finca, por el sector de los manzanos, y allí nadie nos incomodaba. Nos pasábamos la tarde de lo más entretenidos. Nos hacíamos enemas de miel. A veces se nos iba un poco la mano. Con un embudo y una goma nos íbamos endulzando y, después, nos tirábamos en el pastito a ver quién juntaba más hormigas. A veces nos agarraba una comezón de aquellas y las risotadas llegaban a sacudir las manzanas maduras en las ramas. Todo fue bien hasta que nos atacó el enjambre. Tuvimos que salir corriendo cachete al viento y cuando íbamos llegando a la casa nos sale el Boby y nos desconoce y despierta a todo el mundo a puro ladrido. La tía Emilia no nos creyó nunca que habíamos estado en el paraíso y que tuvimos que salir corriendo por la amenaza de una serpiente. Cuando convocó a plenario familiar dijo, convencidamente, que se terminaban en su casa las vacaciones entre parientes. Hay tías incrédulas que para lo único que sirven es para amargar la dulzura de los afectos.
EL CASO DEL CANGURO DE LA LECHE
Soy tan lento, mi musculatura es tan torpe, que me cuesta creer que yo sea ese niño tan hermoso que se ve en mis fotografías de infancia. Tal vez sea cierto que la infancia tiene algo de angelical que con el tiempo vamos perdiendo. El caso es que no me reconozco y debe ser por culpa del canguro de la leche.
Cuando era niño y vivíamos en la calle Ameghino, todos los días venía el lechero don Rodríguez a traernos su servicio. Lo veía llegar en su carro blanco, cargado de tachos, en el que se destacaba la figura de un esbelto canguro, parado sobre sus patas -bien enhiesto-, al lado del cartel que en un filete extraño decía “La leche es buena”. Ahora entiendo que aquello era una consigna publicitaria o una especie de campaña de concientización tan en boga en esa época.
Yo veía al canguro, sostenía su mirada, y pensaba que si me tomaba toda esa leche que, diariamente, dejaban en casa, un día sería fuerte y atlético como ese canguro. Yo me decía –para mis adentros- voy a ser un canguro Rodríguez. Convencido estaba que mi masa muscular –eso lo veo ahora- y el desarrollo de mi agilidad dependía de esos tachos que venían llenos de leche de canguro.
Lo angelical de la infancia –creo ahora, pero no lo digo- es una boludez tremenda. Yo que me pensé criado por leche de canguro soy ahora este pelotudo que no se reconoce en las fotografías de infancia. Soy tan lento y torpe que no me lo puedo creer. Si el canguro Rodríguez hubiera sido un colibrí, tal vez me creería que podría ahora estar suspendido en el aire o andar volando.
*Imagen: De la Serie “Octavio” de Andrea Conde
RICARDO BUGARÍN. (General Alvear, Mendoza, Argentina, 1962). Escritor, investigador, promotor cultural.Publicó “Bagaje” (poesía, 1981) y “Textos hallados en una roca” (Micropoesía, 2020). En el género de la Microficción ha publicado: “Bonsai en compota” (Macedonia, Buenos Aires, 2014),“Inés se turba sola” (Macedonia, Buenos Aires,2015), “Benignas Insanías” (Sherezade, Santiago de Chile, 2016) ,“Ficcionario” (La tinta del silencio, México, 2017) y “Anecdotario” ( Quarks, Lima, Perú, 2020).