ANGÉLICA SANTA OLAYA: «PEZ ROJO»

 

Alejandra Acosta

 

POLVO EN EL VIENTO

(Kansas)

 

Mantuvo muy abiertos los ojos, atorados en el azoro, mientras ella se alejaba. Luego los cerró con fuerza para disipar la imagen y volvió a abrirlos.  El universo de los años que pasaron juntos cupo en la fracción de segundo que duraba un soplo de viento y se esfumó en el polvo que, a trasluz, entraba por la ventana atravesando la efímera realidad. Bajó los párpados y el eco de los ligeros pasos sobre las baldosas se montó en el tic tac del reloj que, desesperado, intentaba aprisionar el último rayo de luz que, pegado a sus tacones, desmoronaba la tarde.

 

 

PEZ ROJO

(Saint Privat)

 

No tengas miedo. Mira, no sé gruñir. No tengo colmillos ni garras. Sólo tengo estos zapatos rojos que a nadie entusiasman, dijo la niña al león que temblaba bajo el mágico influjo de aquellos zapatos. El miedo, convertido en sonrisa, se alejaba dejando ver sus brillantes colmillos. Y Dorothy, harta de seguir un camino que no terminaba, ya no quería volver a casa, sino escapar y crear su propio tornado en aquella melena que parecía el sitio perfecto para sumergirse en el enrojecido inicio de otro cuento.

 

 

KOOP ISLAND BLUES

(Koop)

 

Te amo, dijo muy bajito mientras bailábamos. Marcó una vuelta y cuando nuestros ojos se encontraron de frente la música terminó. Siguió una despedida larga como la desabrigada cola de una espiral. Tomó mi mano. Nos miramos. Besó mi mejilla. ─Buenas noches─ dijimos─. Nuestras parejas se despidieron también. Y partimos, otra vez, a soñar con la imposible danza de los sin lugar.

 

 

DESEARÍA QUE ESTUVIERAS AQUÍ

(Pink Floyd)

 

Una guerra le ardía en las entrañas calcinando certezas y lloviendo máscaras que se tragaban el azul. Las aves, aburridas, llevaban y traían mensajes en el pico. Un gato triste maulló a la distancia porque no podía besar a la luna. ─Ven, el camino envejece ─dijo a la sombra en penumbras que lo escuchaba. Nadie respondió porque el amor es un miedoso fantasma con disfraz de héroe.

 

 

EL TANGO DE NEFELI

(Haris Alexiou)

 

Un perfume a jacintos viajó por el bosque alcanzando la nariz de los chicos que recogían ramas para el fogón. Era el aroma que emanaba la cabellera de la niña que lavaba su ropa a la orilla del río. De pronto, todo fue confuso. En una repentina vorágine giraron los árboles, el cielo y el vestido hecho jirones. No hubo miel ni granadas. Ni Zeus, ni el ángel de la guarda llegaron a tiempo para convertirla en nube como contaba la leyenda. De la ausente lluvia mitológica sólo le quedaron las lágrimas.

 

 

GIRANDO EN MI SOBRIEDAD

(Tanita Tikaram)

 

Mary no quiso tomar clases de costura como todas las niñas de su edad. Tampoco deslindó trabajo y amor como todos aconsejaban. Nada le salía bien. Por eso, cuando su amado, al verse ignorado por ella, dijo: “Mary, estoy hecho pedazos”. Ella, acostumbrada a la muerte, sin arrepentimientos, tomó pluma y aguja para iniciar el último intento. Aunque sabía que ser madre -estaba escrito en el destino- no era su especialidad. Y así, con el hilo de su paradójica esperanza puso un monstruoso espejo frente al rostro de la humanidad. Y lo firmó Shelley.

 

¿LO QUIERES MÁS OSCURO?

(Leonard Cohen)

 

Ahí estaba el muro; con sus huesos de acero y la tez cacariza y mugrosa lista para atrincherar los sueños.  Se erguía firme como un soldado lapidando la risa aferrada a la grieta de una ilusión. Montaba guardia, silencioso, como un grito que se ahoga entre los dedos clandestinos de la fe. ─Lo siento, bro… ayer, todavía, había por allá un huequito por donde pasar… estos gringos se las gastan…─ Apretó el puño repleto de la rabia que acompaña al desencanto y golpeó el gruñido de su panza que reclamaba algo más que frágiles espejismos.  El desamparo rodó por sus mejillas al recordar que otras cuatro pequeñas panzas gruñían en la casucha de cartón que había quedado muy lejos del sueño americano. Allá, a muchos kilómetros de distancia.

 

 

ME QUEDO CON MI CORAZÓN

(Sophie Zelmani)

 

Y claro que el amor es eterno. Aunque a veces cambie de ojos, de labios y tez. Aunque a veces, como las serpientes, para sobrevivir, se mude a otra piel.

 

 

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Angélica Santa Olaya (Ciudad de México, 1962). Poeta, escritora, historiadora y maestra de Creación Literaria en Minificción, Cuento y Haiku para el Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA). Egresada de UNAM, ENAH y SOGEM. Primer lugar del concurso de cuento breve del diario El Nacional 1981 y del concurso de cuento infantil Alas y Raíces a los niños del Instituto Estatal de la Cultura de Guanajuato 2004. Segundo lugar del V Certamen Internacional de Poesía Victoria Siempre 2008 (Argentina). Mención Honorífica en el Primer Concurso de Minificción IER/UNAM En su tinta 2020 y Segundo Lugar en el Concurso Semanal Crónicas de un virus sin corona UACM 2020. Publicada en 80 antologías internacionales de minificción, cuento, poesía y teatro, así como en diversos diarios y revistas en América, Europa y Medio Oriente. Autora de 15 publicaciones de poesía, cuento, minificción y novela. Feisbuqueo, luego existo es su primer libro de minificción y 69 Haikus fue el primer libro de literatura mexicana presentado y difundido en Emiratos Árabes Unidos en 2015 y prepara la presentación de su plaquette minificcional Funambulistas (Letra Franca, Morelia, 2021). Homenajeada en 2015 por la Universidad Autónoma del Carmen. Traducida al rumano, portugués, inglés, italiano, catalán y árabe. Miembro del colectivo Minificcionistas Mexicanas y de los colectivos internacionales Minificcionistas Pandémicos y Red de Escritoras de Microficción REM.