HOMERO CARVALHO OLIVA: «UCRONÍAS»

 

Paul Klee

 

Demonios o escritores

¿Y si en realidad Kafka fue un demonio que transformó al pobre Gregorio Samsa en un insecto y nos hizo creer que eso hacen los escritores?

 

Ucronías

Si hubiera nacido en Tasmania sería un demonio para espantar ingratos, en África una cebra para mimetizarme en las ciudades, en las aguas profundas del océano Atlántico una quimera elefante y nadie creería que existo, en México un axolotl para que Cortázar me escribiera un cuento; sería un patilargo aguará guazú de haber nacido en Brasil, para salir a la hora del crepúsculo y sentir que soy noche y día; quizá un olm, si lo hubiera hecho en aguas de alguna cueva, así podría escribir diez años sin necesidad de comida, un águila filipina para nidificar en los más altos árboles y vigilar la vida en la selva o un leopardo de las nieves para convertirme en leyenda de las aldeas de Asia central; ¿sería recordado como el extinto delfín del río Yangtsé? Si me dieran a elegir sería un chiribiquete esmeral de la Amazonía, para ir de flor en flor; sin embargo, nací humano, en un país sudamericano que reniega de su origen, no sé si soy un portugués descendiente de indígenas o un movima con ascendencia europea, en mi país plurinacional borraron la palabra “mestizo” de la Carta Magna y ya no sabemos qué somos.

 

La cazadora

Lejos de la selva, el tigre también acecha. Fino, suave, seductor, atrapó a su presa; desde entonces permanece agazapado en las palabras violentas para dar zarpazos y herir cotidianamente a su víctima. Un día, la cautiva, se sacude la resignación y asume que el próximo golpe puede ser el último. Recuerda su infancia en el monte y los consejos de su padre. Alista el arma que guardaba en el depósito, espera en la oscuridad de la cocina, sentada, con la escopeta entre las piernas y la mirada en la puerta que da a la calle. El tigre llega hambriento, se tambalea, la fiera viene cebada por el alcohol y la ira, cree ver algo detrás de la mesa donde, cada día, devora sus alimentos, un bulto se mueve en la penumbra y, antes de que la garra derecha alcance el interruptor de la luz, ve un chispazo y escucha un estruendo. Ahogándose en su vocabulario maldito, la bestia recuerda a la niña cazadora. 

 

Un nuevo mundo

Mi esposa murió hace más de una década, mis tres hijos se casaron, me dieron ya cuatro nietos que me visitan de vez en cuando; hace muchos años que dejé de reunirme con mis amigos y, hasta el año pasado, era un solitario que le gustaba ir el cine y a los pequeños cafés a disfrutar de su soledad. Mi vida cambió cuando apareció el bicho invisible: mis hijos me prohibieron salir de la casa por el riesgo de contagio, se ocuparon de las compras, de pagar las facturas y de lavar mi ropa sucia. Un día, para aliviar el encierro, me recomendaron que abriera cuentas en las redes sociales, lo hice y descubrí un mundo nuevo: encontré e hice amigos y amigas virtuales, pertenezco a varios grupos de WhatsApp en los que se habla desde política hasta de gatitos, sigo a gente simpática y hago cosas que jamás pensé hacer como enamorar desde mi teléfono. La cuarentena terminó y ya no me importa salir a la calle, pido lo necesario por teléfono y paso el tiempo en la virtualidad que para mí es más real que lo sucede fuera mi computador.

 

Vocación crítica

Voy a ser poeta, dijo y escribió versos que nadie leyó. También se le dio por escribir cuentos, tampoco le fue bien; se pasó media vida escribiendo una novela que nunca publicó; ingresó a las asociaciones de escritores en las que, pese a pagar puntualmente sus cuotas, lo ignoraron. Lo rechazaron en revistas y suplementos literarios y, sintiéndose ofendido, descubrió que en las redes sociales podía ejercer su nuevo oficio: crítico literario. En su muro fusilaría a los escritores, nadie se salvaría de sus «críticas», catilinarias y epitafios contra sus excolegas. Los memes serían su pasión. 

 

El profesor de literatura

Último día de clases, el profesor sintió el agobio de la soledad tal como lo sentía en esas fechas fatales; tendría que esperar hasta el próximo año para iniciar un nuevo periodo escolar y volver a leerles su novela a los estudiantes de la clase de literatura que impartía en el colegio: se las había leído tantas veces, a tantos adolecentes, que ya no le importaba el aburrimiento que mostraban cada vez que les leía algunos capítulos de la que consideraba su magna obra; los doscientos días del año académico nunca le eran suficientes para la lectura de su primer y único libro, publicado sacrificando algunas necesidades de su hogar, a fin de año siempre le faltaban algunos capítulos por leer y —lamentaba— que los estudiantes no puedan saber el final, escuchado de la voz de su autor. Todo un privilegio, pensaba el profesor. Guardó el libro en su maletín, se lo colgó en el hombro derecho, caminó hacia la salida del colegio y advirtió, con resignación, que la novela le pesaba cada día más y más.

 

Vida

 

El niño quiere despertarse joven. El ingrato joven olvida al niño y teme convertirse en adulto.  El adulto desprecia al joven y evita pensar en su vejez. El anciano se busca entre los niños que alegres juegan en el parque. 

 

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Homero Carvalho Oliva nació en Bolivia, 1957. Escritor, poeta y gestor cultural. Licenciado en Derecho y docente universitario; dirige talleres de escritura creativa y ha obtenido premios de cuento, poesía y novela a nivel nacional e internacional. Su obra literaria ha sido publicada en otros países y traducida a diversos idiomas; poemas, cuentos y microficciones suyas están incluidos en más de cincuenta antologías internacionales. Es autor de antologías de poesía boliviana, de cuentos y microcuentos internacionales, publicadas en varios países. En microficción ha publicado Cuento súbito (La hoguera, 2010), La última cena (Editorial Pasacalle, 2012), Pequeños suicidios (Editorial 3600, 2015), Geografía de las memorias (Micrópolis, 2019), La evidencia del silencio (ediciones Quarks, 2020).

 

 Homero Carvalho Oliva