CARMEN DE LA ROSA: «AMANTIS»

 


Amantis

 

Nos apareamos con la ferocidad de ejemplares de una especie en vías de extinción mientras veo el miedo en el fondo de sus pupilas, hasta ese instante en que ellos cierran por fin los párpados y se abandonan en mis brazos con espasmos de placer. Qué sorpresa cuando abren de nuevo los ojos: siguen enteros, con las cabezas en su sitio, los corazones aún retumban con fuerza en sus cajas torácicas. Entonces ríen de alivio y conversamos hasta que caen dormidos a mi lado. Se sienten a salvo y sueñan envueltos en el capullo de la sábana como hombres oruga. Siempre espero a que el calor del amanecer les dé el punto exacto, así es como a mí me gustan: deliciosos y crujientes.

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Microrrelato publicado en la revista Mi Red.

 

 

Tornados

   

Ellos siempre llegaron tras un tornado.

Los convocaba ella con un golpe de talones de sus zapatillas de rubí: «Quiero un hogar, un hombre que me ame, una niña con trenzas correteando en el porche, un niño rubio que se columpie en el viejo neumático colgado del olmo frente a la casa».

El primero en llegar fue el hombre sin coraje. Recuerda su forma desgarbada de bajar de la furgoneta cargado con sus instrumentos de meteorólogo, recuerda cómo rehuía la mirada, cómo le pedía que apagara la luz antes de abrazarla en la oscuridad del dormitorio. Se fue sin una nota de despedida y olvidó en el huerto un anemómetro oxidado que graznaba como un cuervo cuando soplaba el viento.

El segundo no tenía corazón, solo dejó atrás el miedo de ella, hematomas en su piel, la frialdad de su tacto de hombre de hojalata.

En la cabeza del tercero anidaba una bandada de pájaros. Le dejó deudas, un sombrero de fieltro negro, la nostalgia del calor de su cuerpo blando, como relleno de paja, en las noches del invierno.

Ellos siempre se fueron tras un tornado.

Dorothy guarda ahora las zapatillas de rubí en una caja de cartón en el sótano, junto al sombrero de fieltro y los fantasmas de la niña con trenzas y del niño rubio que nunca llegaron a nacer.

Le queda la granja, su perro, las tumbas de la tía Em y el tío Henry en el cementerio. Queda el próximo tornado que ya se acerca, su embudo negro que avanza engullendo los maizales, los cobertizos, los tractores. Queda Dorothy que entra en el refugio, cierra la trampilla, se sienta en el sofá y empieza a bordar en punto de cruz: «Mi hogar está en cualquier lugar donde yo esté».

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Microrrelato publicado en el libro «Donde el tamaño sí importa. La minificción: una cuestión de género». José Antonio Ramos Arteaga, Nieves María Concepción Lorenzo, Darío Hernández (editores) Ediciones de Iberoamericana 2021.

 

Merienda

 

Nunca más iremos a merendar a casa de Blanca a la salida del colegio y eso que su mamá prepara unos bocadillos de queso con dulce de guayaba que están para relamerse los dedos. Nunca más volveremos a entrar en aquella cocina, en fila de a una, bien arrimaditas a la pared, ni diremos las buenas tardes al papá de Blanca mientras toma café, ni su mamá se levantará de la silla de la cocina, pasen, pequeñas, pasen, ni buscará el queso en la nevera de espaldas a la mano de su marido, nunca más aquella mano de lobo reptando bajo nuestras faldas.

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Microrrelato publicado en el libro «Siempre tuvimos miedos», de Quarks Ediciones Digitales, 2002. Minificciones de Carmen de la Rosa y Ana Vidal con collages de Toni Lemus.

 

La otra Odisea

 

Sentada en el trono de Ítaca Penélope despacha los asuntos del reino con sus consejeras. Ni rastro de los pretendientes ni de Telémaco. Argos, tendido a sus pies, apenas menea el rabo a Ulises en señal de bienvenida. Qué pronto has vuelto, querido, dice ella. Ulises zarpa de nuevo aquella misma mañana.

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Microrrelato publicado en la Antología Ellas. Colectivo Diversidad Literaria. 2016.

 

 

Relicario

 

De su cuello podría haber colgado una joya ovalada. Uno de esos guardapelos, con filigrana de oro, que contienen el tirabuzón del amado. Pero no, a ella le entregaron   cenizas y las enterró bajo una lápida con un hermoso epitafio:

 

«Nada de él se pierde

 pero el mar lo convierte

 en algo rico y extraño»

 

Le trajeron el libro de poemas de Keats que su marido guardaba en el bolsillo del gabán la noche del naufragio y ella lo colocó en su biblioteca. Le confiaron una pena de la profundidad del océano y ella la lloró. En los sueños de Mary Shelley, el mar devuelve cada noche el cuerpo de su esposo a la orilla de la playa de Viareggio. Allí arde, regado con aceite y vino, que sus amigos vertieron en la pira funeraria. Luego revive y avanza hacia ella con los brazos abiertos y en el pecho un hueco donde cabe el puño del monstruo que ella imaginó. Donde antes palpitaba el incombustible corazón que no se quemó en el fuego. Esa víscera amada que ella conserva en su escritorio, envuelta en la delicadeza de la seda. Ese corazón fosilizado que acaricia cada día con ternura a través de los meses, las estaciones, los años. Hasta que el suyo también deja de latir.

 

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Microrrelato inédito.

 

 

Carmen de la Rosa. Santa Cruz de Tenerife.

Sus relatos y microrrelatos están editados en los libros Todo vuela, Acordeón Nosotras somos humanas y Siempre tuvimos miedos. También pueden leerse en varias antologías, revistas y blogs. Ganó el I y X certamen de relatos breves «Mujeres», del Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife y el premio de relato corto Isaac de Vega 2020 de la Fundación Caja Canarias. Sus microrrelatos están traducidos al francés y al húngaro.