ILICH RAUDA: «LA MÁSCARA AL DESNUDO»

 

«Máscaras para toda ocasión», de Óscar Soles

 

LA FICCIÓN DE CADA DÍA

 

El escritor estaba sentado, firmando su último libro en una hermosa librería. Entonces, el último de la fila se acercó cauteloso.

   ¿Usted me conoce de algún lado, de algún tiempo?

El escritor se mostró contrariado:

   ¿Debería? ¿Por qué?

   Yo soy este Víctor X. Es innegable  —le dijo abrazando la novela.

   ¿Querrá decir que se siente identificado con el personaje?

   No. Soy yo literalmente.

   ¿Se siente usted bien? —le dijo desconcertado— Víctor X. es un ser ficticio que no se parece en nada a usted.

   Eso no puede saberlo, no hay ninguna descripción física en toda la novela, pero toda la trama tiene que ver conmigo, me pasó tal cual está escrito.

   ¿Quiere tomarme el pelo? Disculpe, pero debo retirarme, todas esas son conjeturas suyas a partir de mi novela, si trata de elogiarme de una forma extraña se lo agradezco.

   No hay nada que agradecer, usted debe pagarme derechos por expropiar una parte de mi vida.

   ¡Por favor, usted está loco de remate! ¡Seguridad!

Entonces, Víctor X. escapó enseguida.

Las cámaras de seguridad lo registraron desde el inicio del evento, pero no el momento de su llegada, ni que hubiese salido jamás del edificio.

 

 

LA IMAGEN DEL CREADOR

 

-Hijo, eres un robot.

-Lo sé, mamá, siempre me lo has dicho.

-No naciste de mí, ni de nadie.

-Lo tengo claro. Simplemente me crearon para ti.

- Somos el simulacro de una familia artificial. Ya no hay humanos, sólo su pérfido recuerdo en nosotros, su imagen. Repite.

- Sólo su imagen, su pérfido recuerdo en nosotros.

 

ENDEMIA

 

La cotidianidad de reconocernos frente al espejo. Una fotografía de la continuidad del tiempo sobre nuestro rostro. Todo parecía normal mientras se rasuraba, hasta que no pudo nombrar aquella protuberancia entre sus ojos y boca, la palpó con el índice, la apretó, pero el nombre no surgía, era vapor frente al espejo. Se calmó y terminó de rasurarse; no había problemas de memoria en su familia, ya lo recordaría. Se vistió y se marchó diligente a su trabajo en el periódico.

Era sólo una palabra olvidada, pediría a cualquiera que se la recordará hoy mismo, cuando quisiera.

Después del almuerzo seguía la agnosia. En la siesta del mediodía soñó con un rinoceronte solitario en medio de la sabana. Al despertar estaba de nuevo torturándose frente al espejo del baño:

—¡Rinoceronte, rinoceronte, así te llamarás desde hoy! —se dijo furioso.

 Al salir le preguntó al primer subordinado que encontró:

—¿Verdad que esto es un rinoceronte?

—Desde luego, jefe ¿Es broma?

 

Aún inseguro, frente a la computadora revisó una nota deportiva:

¡Final de fotografía!

La tarde de ayer Cirano se agenció el primer lugar frente a Sultán en el hipódromo nacional por un rinoceronte…

Suspiro aliviado. Todo estaba en orden.

 

DESCENDENCIA

 

El padre quería verse en el rostro de su hijo, verse en un espejo, en un río, pero el agua se volvía turbia al asomarse, y sólo reflejaba su monstruosidad ahogada.

 

BONSÁI

 

Para encauzar mi vida, cultivé un bonsái. Era una especie nativa de mi tierra, su contemplación me producía paz. En su estado natural este árbol parece una mano acariciando el sol en los parajes, lo dispuse en el balcón de mi ventana para ver el tránsito de la luz. Su efecto fue de sosiego. Pero aquella calma duró solo cuatro noches. En la quinta una piedra atravesó mi ventana. Portaba un mensaje en hermosa caligrafía: ¡Fuera, gaijin! Supe enseguida de quién se trataba. Mi arma de uso reglamentario estaba en el guardarropa. Tomé las tijeras y corté por primera vez una rama, la imagen del arma desapareció, quité un mechón de mi pelo. Guardé los tres elementos en una caja. Pude volver a dormir. Al día siguiente reparé lo roto e inicié la progenie del bonsái. Pasaron siete noches de calma antes que la piedra y el mensaje se repitieran. Hice el mismo ritual. Otro bonsái creció. Cuando el primero estuvo listo lo llevé hasta la puerta de mi enemigo. Vendí el arma. Inicié un vivero de ceibas. Tomé lecciones de caligrafía. Ahora duermo todas las noches. Ya no hay piedras. Mi primer bonsái custodia siempre mi ventana.

 

LA MÁSCARA AL DESNUDO

 

Cuando el otro luchador logró doblegar en el último asalto con una llave maestra al famoso Serpiente de Plata, y la máscara fue arrancada como una piel en señal de victoria al final del conteo,no tuvo el vencido otra opción que escapar despavorido, ante el espanto de la concurrencia en las tribunas que observaron atónitos unos, otros al borde del delirio, su rostro zoomórfico, su lengua bífida, sus ojos como esferas. No quedó otra alternativa que esconderse en las viejas alcantarillas y regresar triste y errabundo a las profundidades del templo, donde antaño una tribu semi desnuda le rendía culto en mitad de la selva.

 

EL PINTOR DEL PSIQUIÁTRICO

 

Seis pacientes de este hospital siguen clases de pintura. El autorretrato de Van Goh está en el centro del aula. Yo estoy de visita para conocer la experiencia. Es el tiempo libre de la clase donde cada cual prosigue con su trabajo. Noto enseguida que el grupo aísla al más viejo en internamiento y edad. Me mueve la curiosidad, cuestionó al maestro. Le tienen miedo, me dice. No termino de comprender. Me muestra en un pasillo contiguo algunos de sus cuadros. Es su última serie. Todas son bestias o demonios concebidos entre púrpuras y rojos. Es muy bueno, le digo. Demasiado, me afirma el maestro. Sigo sin comprender. Vaya y hable con él. Me acerco, lo felicito por su trabajo, pregunto cómo ha conseguido pintar todos esos cuadros. Me mira con recelo, luego murmura: Los veo siempre ¿Pinta sus demonios? No, los de otros. Y señala a sus compañeros, afanados en sus cuadros. Luego me da la espalda, sigue pintando, y agrega: Los míos nunca he podido, por eso sigo aquí. ¿Desea que pinte un retrato para usted? No, muchas gracias, le digo. Y me aparto enseguida con el mismo terror que el resto de sus compañeros.

 

MITHOS (CONCEPCIÓN)

 

A Edwin Gil

 

Un embarazo inesperado y su obsesión por los mitos fueron parte de la primera gestación de Laura. Ese semestre iniciaba sus ponencias sobre los centauros, luego trataría sobre el fauno y los antiguos bosques. Coincidió este último tema con su primer rastreo ecográfico. ¿Quiere saber el sexo?,preguntó el galeno. Ella asintió. Aunque ya lo presentía y se lo había dicho su abuela al verle el rostro: Es un niño. ¿Todo está bien? Sí, todo se ve bien, le aseguró el doctor, mientras terminaba el procedimiento ¿Ningún cuernito, casquitos de cabro? El médico la miró perplejo. Descuide, le dijo. Son locuras mías, de mis clases. En el segundo trimestre, donde hablaba sobre Cronos y sus hijos, tuvo un sangrado. En la unidad de emergencia el ultrasonido mostró algo impreciso. Parece un cuerpo extraño a nivel cefálico, le dijo la médico que la atendió. Ella volvió a pensar en cuernitos y recordó su clase y la importancia de los bosques, de las ninfas y la música. Pidió una licencia especial en la Universidad, y cumplió con el reposo absoluto, pero pese a todos los cuidados, el mito no llegó a gestarse. Le solicitaron permiso para conservar el feto, pero ella se negó rotundamente: el bosque y un árbol frondoso de profundas raíces era el mejor sitio para enterrar aquel pequeño Pan.

 

 

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Ilich Rauda. San Salvador, El Salvador, C.A.1982. Escribe poesía y narrativa. Miembro fundador del Círculo de la Rosa Negra y del grupo literario Delira Cigarra. Secretario de la Asociación Salvadoreña de Médicos Escritores «Alberto Rivas Bonilla». Premio único de Cuento Infantil en los XXV Juegos Florales de Usulután (2017). Especialista en Medicina Familiar.

Bibliografía:

Poesía: Maíz del corazón (Editorial Papalotquetzal, 2016).

Narrativa: Aventuras en los Antiguos reinos del misterio (Dirección de Publicaciones e Impresos, 2018).

Minificción: Círculos del sueño (Editorial La Chifurnia,2022, Colección Ysiacabuche).

Algarabía (Editorial La Chifurnia, 2022, Antología de minificción centroamericana).