RICARDO BUGARÍN: «MEMORIAS PARA UN RECUERDO»

 

“Memoria profética” (2020), obra del artista argentino Mariano Piantoni.

 

RELATO DEL CENTENARIO

Eliseo Morales era un chambón. Se vanagloriaba de tener escondido un diente de esmilodontes, como si eso le diera chapa de culto. Sus bravuconadas  llegaban hasta a la luna ya que, incluso, decía que la hoja de su facón tenía más relumbre que el farol del cielo. De provocador lo decía, nomás, ya que el pobre después se caía de sueño o embriaguez y perdía hasta su santo y seña.

Para el Centenario se les ocurrió recordarlo junto a otros personajes del pago y así fue que, en una esquinita de la plaza, habían construido una especie de altarcito criollo con lonjas de cuero donde se leían los diversos nombres de los homenajeados. Y allí estaba don Eliseo Morales. Decir estaba, es un modo. Hacía rato que era ceniza. Imagínese, si eso fue como para el 30 y mire la fecha que lo dice este diario….Pero de fijo que estaba. El recorte no dice (y eso crea dudas) que en aquella noche se vino un sacudón de tierra, de esos bravos a los que llaman chileno, y se produjo la ahuyentada general que desapareció hasta a los muertitos. El recorte no lo dice, pero se aseguraba hasta hace unos años, que el sacudón fue motivado por el diente oculto que tenía Morales. Parece que hay homenajes que suscitan celos.

 

EL POTE AZUL

Sobre la cómoda, en un pote azul, estaba la crema de Curupaytí. La yaya solía contar, a quien quisiera oírla, que ese ungüento estaba puramente hecho de upites argentinos y cojones brasileños gracias a la labor del honradísimo general Díaz. Las nativas del cañadón habían logrado juntar todas esas preciosuras que, mezcladas en trituras con algunas hierbas, era un apreciado remedio para los sabañones y dolores de rodillas. En las épocas de lluvia era cuando más corría el ungüento. En varias leguas a la distancia se conocía de sus bondades y hasta el mismísimo general Mitre, tan odiado en esos parajes, había recibido su benefactora compañía. El pote azul tenía, también, sus detractores. Su perfume pútrido no bastaba con intentar quitárselo con agua de azahares y solía perdurar en el aire algunas horas luego de su aplicación. Todo lo aquí recordado es lo que sentíamos ante la vitrina de la sala 23 cuando, en un reparo del paseo, encontramos en exhibición un alto frasco etiquetado como “bálsamo de guerra” que el Museo de Historia conserva junto a ilustrados manuscritos y apaisados lienzos que dan testimonio de aquellos aciagos tiempos en los que también, por estas tierras, se hablaba de Patria.

 

EL ENTENADO

Yo nací con algunas restricciones. Mis abuelos ya no existían, mi madre falleció al darme a luz y mi padre era un desconocido. Fui criado por una familia de ucranianos y las cosas se fueron dando de tal modo que ahora estoy en este país, habitando una especie de mar inmenso cubierto todo de pasto. En el tiempo que se viene el lino, el sol parece estrangularse en sus colores y el aire todo se llena de un aroma especial y sostenido. A unas leguas de aquí habitan los que serían mis vecinos. No nos frecuentamos y no nos entendemos. Ellos hablan un idioma que desconozco. Con los que serían mis empleadores, las señas pueden acercarnos al menos para lo imprescindible. Todo lo demás es ancho mar lleno de pasto. También es una cárcel. Soy, al final, el entenado de la tierra. Cuando ya no quede ni en osamenta, tal vez alcance la liberación definitiva.

 

EL MANGRULLO

El mangrullo, cansado de ser el parapeto desde el que se otea el horizonte, tomó la decisión que acariciaba hace tiempo, abandonó la trinchera, y se sumergió en la tierra. Cuando llegó el malón, todo fue arrasado. Se dijo que el centinela de turno no avisó a tiempo la vecindad de la indómita visita. En el informe no se dijo nada del mangrullo. Se le respetó los fieles servicios prestados y se prefirió otorgarle el honor del silencio.

 

LA CONGOJA

Tiene la congoja atravesada en la garganta. Ya pudo sacársela del pecho pera se ha instalado ahora a esa altura y se la siente aferrada con uñas y dientes, de manera caprichosa. Buches, paños embebidos, orín de vieja renga, nada ha prosperado. Hace pata ancha, la desgraciada. Se ha intentado ahogarla con llanto de bebé pero, permanece insensible a todo dolor ajeno. Es una congoja peleadora, insaciable y montaraz. No se doblega. Esto ya no puede tolerarse, debe tener un final. Hoy van a echar mano directamente a la soga, van a ahorcarla.

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RICARDO BUGARÍN 

(General Alvear, Mendoza, Argentina, 1962). Escritor, investigador, promotor cultural. Publicó: “Bagaje” (poesía, 1981) y “Textos hallados en una roca” (Micropoesía, 2020).  En el género de la Microficción ha publicado: “Bonsai en compota” (Macedonia, Buenos Aires, 2014),“Inés se turba sola”  (Macedonia,  Buenos Aires,2015),  “Benignas Insanías” (Sherezade, Santiago de Chile, 2016) ,“Ficcionario” (La tinta del silencio, México, 2017) y “Anecdotario” ( Quarks, Lima, Perú, 2020).