NÉLIDA CAÑAS: «DE ZERZURA A ADA KALEH»

 

                De Edenesan - Trabajo propio, CC BY-S


 

Ada Kaleh

Supe de la existencia de Ada Kaleh leyendo a Mircea Cartarescu. Supe después que la isla no fue una utopía, sino que existió entre dos mundos hasta 1970. Tengo el propósito de llegar a ella, aunque sé que yace en las profundidades del Danubio. La imaginación o los sueños obran prodigios. Y cualquiera de ellos me servirá para encontrarla y sumergirme en sus calles donde flotan peces y algas doradas. Alguien que pudo realizar la travesía cuenta que, sobre el limo, todavía  crecen, entre volutas de humo, flores deslumbrantes.

 

Tilcara

Cuando llegó al pueblito de la Quebrada supo que la envolvería para siempre en su  manta tibia de colores ocres. Una manta para dejarse estar, callada y leve, con el rumor del río y el esplendor azul entre los álamos debajo de los párpados. No ha salido de ahí ni por el paso del tiempo, ni por otros rumores ni otros cielos.

 

Uquía

Los paseantes de la Quebrada dirán que el mayor tesoro que guarda Uquía está en su capilla con el altar tallado y dorado a la hoja y en los ángeles arcabuceros vestidos de fino brocado y camisas de encaje empuñando arcabuces. Los ángeles fueron traídos por los jesuitas hace trescientos años con el fin de reemplazar el culto a los astros de los pueblos andinos. He andado sus calles con el cuerpo ligeramente echado hacia delante como sus pobladores y siento que el  tesoro de Uquía está en su casas repujadas por el sol de un pardo casi blanco, en su habitantes desmigajados por el viento, en sus manos gastadas  creando cuencos de arcilla y en las vasijas donde por las noches se mira luna.

 

Rodeados por el fuego

Los árboles se volvieron grises y las mujeres desolaban en capas superpuestas de silencio. Por momentos el aire se tornaba amarillo y era puro ardor. De a ratos, en nubes oxidadas, el aire viraba al rojo. El fuego crepitaba cada vez más cerca. Entonces pude oír a un niño preguntándole a su madre si se quemarían. Sólo abrázame, le dijo su madre, no temas. Cierra los ojos y abrázame. Todo fue un vértigo. La escena se descolgó como un telón debajo de mis párpados y ya no supe si aquello lo había escrito antes o después de vivir aquella pesadilla.

 

Muchacha con jarrón azul entre las dunas

Camina con los pies desnudos por la orilla del mar. El pueblito, rodeado por las dunas, deja ver manojos de geranios. Mientras se aleja ve a la muchacha salir de uno de esos cuadros de arena que forman siluetas móviles. La muchacha lleva una túnica y un turbante como recién pintado por Vermeer. Se detiene. Y la muchacha se acerca con el jarrón azul. No puede sustraerse a la magia. No dice nada, pero toma el jarrón con ambas manos como si le estuviera destinado. Lo guarda todavía entre otras piezas traídas de los sueños. Cuando lo acerca lo suficiente siente el rumor del mar y el deslizarse de las dunas en el viento.

 

Pueblo con eucaliptos

El pueblito tiene un arroyo que forma parte de su  nombre y no trae agua. Los eucaliptos son los guardianes del viento. Sus troncos blancos guardan cicatrices  grises o marrones. El aroma de sus hojas envuelve como un bálsamo. Detrás se desliza la llanura con su promesa de horizontes mutantes. El cielo es el más deslumbrante de los escenarios en la monotonía del verde. Nubes que se transfiguran en animales mitológicos, baobabs  o rostros humanos. Formas que se disuelven en el movimiento. A contra cielo. Si tuviera que nombrarlo diría asombro, infancia, bálsamo.

 

Centro 

El centro de mi existencia no tenía nombre. Se referían a él como el campo. ¡Ah, si hubiera tenido un nombre para bordarlo en los pañuelos y en el orillo de las sábanas! Pero no, era ese espacio monótono de verdor inusitado. Un círculo potente que a veces se convertía en un vórtice que se tragaba todo y nos tragaba. Y eso era todo. Un círculo que se caía por los bordes. Y los vientos. Los vientos cruzando marejadas de silencio. Azotándonos y devolviéndonos al centro de ese verdor y ese desasosiego.

 

El origen de las estrellas

«Detrás de la mirada siempre está el nombre del amor»

                        Claudia Dabi

 

Se habían amado tanto bajo la luz de los álamos que, abrasados en el vórtice de fuego de sus cuerpos, de ellos sólo quedó un polvo iridiscente, girando en el aire y posándose aquí y allá en el cielo distante. 

 

Córdoba, 13 de octubre de 2023

 

Zerzura

En la lenta travesía por el desierto el Conde Almásy busca a Zerzura por años. Para muchos Zerzura, la ciudad blanca o la ciudad de los pájaros, se ha transformado en un mito. Para los viajeros envueltos en tormentas de arena, el oasis arde en sus ojos como una promesa. El Conde Almásy traza coordenadas posibles e imposibles, deslumbrado por aquel milagro. En las noches de fiebre cuando el fuego se extingue sueña con llegar y sentir la frescura de las hojas y el canto de los pájaros. Amanece. En la tienda de campaña el sol cae a pique y crea espejismos. Él toma sus mapas y vuelve  a trazar aquellas líneas, señaladas por el deliro. Ve en lo alto  unas figuras pequeñitas.  Zerzura está cerca, dice. Se pone de pie. Reinicia la marcha. No sabe que más temprano que tarde lo alcanzará la muerte.

 

Manjar de los dioses

El viento olía al depurado aroma del mar. Sal y yodo curando heridas sin que nos demos cuenta. En el puerto, las redes y los peces plateados como luz de luna sobre la piel. Los pescadores llenaban cestos, que llevaban sobre los hombros como una ligera carga. Los niños corrían descalzos recogiendo los peces, que caían o sobresalían por las grietas del mimbre. Esa noche, luego de limpiarlos, encenderían la llama y los asarían con la destreza de un experto. Ah, que delicia separarlos en pequeños trozos y llevarlos a la boca. Morder la carne blanca y tierna. Sentir cómo se deshace entre la lengua y el paladar como un manjar elegido para los dioses.

 Córdoba, 5 de enero de 2024


Mandala

No había salido nunca del pueblito de la llanura cuando llegó a la Quebrada. El ómnibus se detuvo en la terminal cerca de la plaza y allí vio las mujeres del pueblo con sus cestas de aromas: clavelitos, siemprevivas, tamales y humitas. No conocía aquellos sabores ni los rostros de las mujeres tallados por el viento. Tampoco sus mantelitos blancos cubriendo aquellas delicias. Las mujeres tenían una voz dulce y bajita. Le decían: ¿qué va a llevar, doñita? Y ella las miraba como pidiéndoles permiso por estar ahí y no saber de sus ancestros ni de sus historias ni de sus manos laboriosas. Se dejó estar entre ellas y sus polleras de colores. Llevó entre sus manos trémulas ramitos de siemprevivas azules y rosadas y clavelitos rojos. No sabía. No podía saber que allí, en ese centro, dibujaría el mandala más luminoso de sus días.

 

Bósforo

La historia ha comenzado antes. Mucho antes. Cuando ella leyó un poema frente a la hoguera en el desierto. Ahora, Lazlo, la lleva en brazos hasta La cueva de los nadadores. La deja con suavidad cerca de los helechos y el rumor del agua en la penumbra de la piedra. Ella respira con dificultad. Él enciende la lámpara. Le deja su libro de Heródoto donde dibuja los mapas y escribe sus notas. La acaricia con delicadeza. Recuerda cuando detenía su mano en la leve depresión en forma de S y le repetía que aquel pequeño estrecho que se abría sobre su pecho, era su sitio en el mundo.

Mientras se marcha recuerda el nombre: Bósforo. El estrecho que se abre entre dos continentes y recibe agua de dos mares.

No la mira. Repite aquel nombre.

Llora.

Todavía hay luz cuando se marcha.

    

 A Michael Ondaatje

 

Vórtice

Había caminado largamente por el desierto cuando llegó al poema, que un anciano escribía en el empedrado de un parque. Un poema escrito con agua, que se iba diluyendo a medida que el pincel trazaba los signos. El poema hablaba de un hombre que había caminado largamente en el desierto. Las dunas se deshacían en nubes de arena que formaban otras dunas. El hombre fue una imagen ligera. Un vórtice en el poema.

 

 

    (Textos inéditos, 2023)

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Nélida Cañas, escritora argentina y profesora de literatura. Escribe poesía, microficción, cuentos y ensayos. Ha publicado más de veinte libros. Los más recientes: Respiro un campo de lino -poesía- (Mora & Barnacle, Bs.As. 2023) y Collares de acacia-microficción- (Ediciones del callejón, Córdoba, 2023)

Ha recibido Premios Nacionales e Internacionales: 

Premio Poesía Artes y Letras, Jujuy, 1988, Faja de Honor de Poesía ADEA, Mendoza, 1991; Primer Premio Poesía, UNJU, Jujuy, 1994 ; Primer Premio Nacional de Poesía Walter Adet, Salta, 1997; Premio Nacional de Poesía Marcelo Torelli, Córdoba, 1998; Premio Accésit Internacional de Poesía “Revue la porte des poetes”, Francia, 1998; Faja Nacional de Poesía ADEA, Mendoza, 1999; El agua y la greda, Mención de Honor  de Poesía Luis de Tejeda 2000, Córdoba; Animal de Transparencias, Mención de Honor Premio Revista Lea - Poesía, 2001, Capital Federal; Primer Premio Poesía NOA y NEA 2011, San Miguel de Tucumán. Corolas de caminante Mención en el Premio Nacional Luis de Filippo. 2015. Jurado: Matías Aimino, Teresa Guzzonato y Osvaldo Valli. Organizado por La asociación Santafecina de Escritores (Asde). Sinfonía de Agosto Mención de Honor en el Certamen Nacional de Poesía Quinto Elemento 2021, Hacia Ítaca en poesía y microrrelato (2021), Animal de lo transparencias Mención de Honor en el Concurso Nacional de poesía Homenaje a Alejandra Pizarnik. 2022 Jurado: Rafael Felipe Oteriño, Cristina Piña, Pablo Anadón- Aura entre las sombras Finalista de la V Convocatoria del Premio Rubén Reches 2022- Ruinas Circulares y Páginas de Babel.