ESTACION ALEMANIA
Camino por las vías, por donde ya no pasa el tren. Las ruinas me sorprenden al borde del precipicio y, dócil, me cuelgo del paisaje. Ajeno a mí, el río sigue su curso. Me desplazo entre escombros: paredes carcomidas, techos ausentes, puertas de la vieja estación cerradas para siempre. Un deseo ancestral me invita a mirar. Avanzo, me acerco vencido por la curiosidad. “Aquí dormían los más jóvenes”, me susurra alguien, desde atrás. Yo, que no lo vi, lo miro con recelo. “Y aquí dormían los mayores”, dice, acercándose aún más. “En las paredes dejaron sus datos escritos. “Acérquese y vea”. Me animo y atisbo a través de las ventanas. ¿Qué me esperará?
Una larga fila de nombres y fechas se exhibe, desafiante, contra el olvido. Sólo cuando reconozco la letra de mi padre, que trabajaba allí, advierto mi error. Dispuesto a huir miro alrededor. El hombre ya no está. El río sigue en el mismo lugar inmutable. Suena el silbato de la locomotora, pero el tren llega sin conductor. El viento sopla, los viejos ejes rechinan. Yo desciendo y soy devorado por el arenal.
HUÉRFANAS
En El Destierro no conocieron el endiablado artificio hasta la llegada del maestro. Tras su inexorable tarea todos aprendieron la lección. A falta de papel escribieron en las arenas costeras del río, en los troncos de los árboles, en puertas y paredes, en los enseres de las cocinas, en los rústicos atuendos que vestían y en sus propios cuerpos. Fue tal la obsesión que pronto dejaron de dormir para seguir escribiendo. Amenazado por las autoridades el maestro huyó. Los escribientes abandonaron sus trabajos y sus diversiones. Ajenos a las penas y placeres se olvidaron de hacer el amor. Cuando el sol abrasaba o arreciaban los diluvios escribían. Con vientos o en calma escribían. Escribían de día y de noche. En el agua y en el aire. A conciencia o de memoria. Con su propia ortografía y a ritmo sostenido escribían. Enfermos de ilustración y sin descendencia los desterrados no advirtieron que llegaba el fin. Desde entonces sus historias deambulan, ilusionadas, buscando quien las adopte.
INFRACCIONADOS
Ocurrió en un barrio del Oeste, hasta donde llegaron las fuerzas del orden. El desbande fue total entre los malevos del suburbio. Se llevaron un brete, veinte piqueras y otros elementos de interés. Acusado de crueldad, el organizador recibió una severa sanción y unos cuantos garrotazos. “Agujero Negro”, “Eclipse” y “Pantera” fueron conducidos al calabozo en calidad de secuestrados. Esa noche una mano aviesa dio dos vueltas a la llave y abrió la puerta. En el patio los estaban esperando el comisario y sus hombres. Ahora sí los tres gallos pelearían amparados por la ley.
CON PRECEDENTES
El Gran Conquistador avanza, como un gigante, con ímpetu asombroso. Lidia, derrota, humilla. Somete tanto a súbditos como a enemigos. La expansión de sus dominios conforma el imperio más grande, nunca visto. No obstante, la Historia anuncia su declinación: “nada es para siempre”. Los límites, otrora infinitos, comienzan a estrecharse ante la mirada atónita de los incrédulos. La estatura del gran hombre disminuye; los bríos del comienzo se extinguen. Su país vuelve al tamaño original. Los habitantes, sojuzgados ahora por los herederos de aquel poder, creen en la leyenda y se sueñan imperiales.
JUSTICIA TEXTUAL
El delincuente confiesa que salió de su cuento arrastrando el cuerpo del delito, que pasó la frontera, que no hubo controles ni persecución y que, al final, frustrado, se entregó. El cronista, que es otro delincuente, anota lo que escucha y, para imputarlo, lo devuelve a la ficción.
LEYENDAS
Al narrador inmortal
Sale del Sur por avenidas repletas de gente. Ya en el centro, una multitud lo espera aplaudiendo. Parapetado en su último bastión, el loco de los balcones se saca el sombrero a su paso. El cortejo se desvía hacia la antigua calle Urrutia. Suenan melodías de piano y violines, alguien recita. Juana Manuela ha salido a saludarlo; él prosigue su viaje. Cruza el puente de piedra y ve, por última vez, el Rimac, la plaza de Acho, el Paseo de Aguas y la soñada alameda. El convento de los Descalzos abre sus puertas, tañen las campanas. Las tapadas dejan caer sus mantos y mandan besos al aire; llevan en sus manos el libro más leído. Flora Tristán sonríe. Confundida entre las otras, María Micaela Villegas llora. Las ha seducido a todas.
¡Qué monumental despedida, Marito! Lima, femenina al fin, también sonríe. Ella contará tu historia.
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Raquel Milagro Espinosa es profesora en Letras (Universidad Nacional de Salta) y Especialista en Ciencias Sociales con Mención en Lectura, Escritura y Educación (FLACSO), investigadora y escritora. Publicó ensayos, crónicas, novelas y cuentos. Primer Premio Ensayo (Secretaría de Cultura de Salta, 2006) y Primer Premio, género microrrelato, en el Segundo Certamen Literario Nacional “Alma en Letras” (Resistencia, Chaco, Argentina, 2021). Sus últimos libros publicados: El último viaje (novela, 2023), En la piel del otro (microrrelatos, 2024) y No te distraigas (libro de microrrelatos de doce mujeres de las cuales forma parte).