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EN DÍAS COMO HOY
En días como hoy, la verdadera dificultad estriba en levantarse de la cama.
Desayunar, ducharse, fumar un último cigarillo, recibir la visita de un cura desconocido, dejarse conducir mansamente hasta el patíbulo, apenas son protocolos insignificantes.
MOEBIANA*
Para verificar que venía siguiéndome, ensayé itinerarios imposibles. Así, ejecutamos con precisión idénticos vaivenes, idénticas elipses, recortes y tirabuzones. Recorrimos extraños vericuetos, laberintos y desiertos. Inventamos rutas, estaciones y nombres de ciudades.
Como era previsible, nos perdimos; y lo que es peor: Después de tantas vueltas inútiles, ya ni siquiera sabemos quién es el perseguido y quién el perseguidor, ni qué motivó esta situación, ni adónde nos dirigimos.
*Moebiana. De Moebius. La banda o anillo de Moebius es una superficie de un sólo lado, donde envés y revés son la misma cosa.
ESCRITO EN LA ARENA
Un poeta está en una isla desierta, sentado junto a unas rocas. Sabe que jamás saldrá de allí. Que nunca volverá a tener contacto con ser humano alguno. Quisiera llorar. Quisiera escribir, pero carece de papel o lápiz.
Entonces gira la cabeza hacia su izquierda. Ve, en el suelo, algunas ramas caídas, en el límite de la zona boscosa. Se incorpora, toma una de ellas, en apariencia bastante sólida, y camina hasta la arena.
Mira el mar, que le devuelve un destello y un rumor de olas. Como un mensaje de comprensión y fatalidad. El poeta sonríe, apenas una mueca de resignación. Sabiendo que la marea lo borrará todo en unas pocas horas, empuña la rama y comienza a redactar una palabra.
ANTES DEL FIN
Cuando subía por última vez la cuesta en dirección al Puente de Piedra, me abordó una jovencita. Explicó que su moto la había dejado tirada y necesitaba un euro para gasolina. Conté lo que llevaba en mis bolsillos: Dos euros y algunos céntimos. Se lo di todo. Ella protestó. Yo insistí. Finalmente aceptó y se fue cuesta abajo, balanceando un pequeño bidón de plástico y canturreando algo que no supe identificar. La miré mientras se alejaba. Un par de veces se volvió, agitando la mano libre en señal de despedida. Parecía feliz. Su horizonte era el lugar donde su moto la pudiese llevar con ese euro de gasolina. Sentí que el escenario había cambiado, que ya no podía hacer aquello para lo que había venido hasta el río. Que no tenía derecho mientras esa mujer siguiese caminando por el mundo con su bidoncito para gasolina y esa tonta canción germinando obstinada entre sus labios.
PENÉLOPE ILUSTRADA
Una mujer está leyendo un libro. Desde el primer momento, las imágenes, los nombres, los sucesos allí narrados le resultan familiares.
Gradualmente va percibiendo que ese libro contiene la historia de su vida.
Comprende también que, cuando llegue a la última página, morirá.
Tal vez por eso, cada noche, cuando ya está dormida, su mano sale de la cama, tantea con cuidado la superficie de la mesilla, coge el libro y, sin que nadie lo advierta, cambia de lugar el marcapáginas.
PAISAJE
Era ya la cuarta o quinta vez que le veía ahí sentado, bajo la primera arcada del Puente de Piedra, contemplando el río o tal vez las torres del otro lado. Una hora más tarde volví a pasar y ahí seguía, en la misma postura.
Así que me acerco y le digo:
—¿Qué hace?
Él me mira sin amabilidad. Tarda, pero al fin responde:
—Estoy pintando un cuadro.
—¿Del río? –pregunto- ¿De la Basílica?
—No —dice después de un rato. —Yo, soy el cuadro.
AJEDREZ O REY
La casa está en lo alto de una escalera de piedra.
La vieja escalera baja hasta una calle estrecha.
La calle desemboca en una plaza habitada por breves y coloridos jardines, farolas y palomas.
En la plaza nace una avenida.
La avenida conduce al parque.
En el parque hay niños que juegan, perros corriendo, ancianos leyendo la prensa, madres agobiadas, mendigos, desocupados, algunos jóvenes que han faltado a clase, uno o dos guardias y, en el centro de todo, dos hombres muy serios que disputan una partida de ajedrez.
Diríase que mientras ellos meditan, el tiempo se detiene. Diríase que cada movimiento produce consecuencias de alcance insospechable. Tanto es así, que el simple eco que nace del avance de un peón blanco (la mano del jugador lo está empujando hacia la siguiente casilla) puede ser el envés de la corneta homicida que en ese mismo momento, en otro lugar, desata un frenesí de fuego y horror que se va extendiendo por la altiplanicie hasta llegar a la remota aldea donde un durmiente anónimo sueña una casa en lo alto de una escalera de piedra.
***
Sergio Borao Llop
Narrador y poeta. Nacido en Mallén (Zaragoza, España) en 1960.
Miembro de Poetas del Mundo, del directorio REMES, del movimiento internacional Los Puños de la Paloma y del Club de Cronopios.
Colaborador habitual o esporádico en varias revistas y boletines electrónicos (Inventiva social, Isla Negra, Gaceta Virtual, Con voz propia...). Presente en diversas webs de contenido literario (Letralia, EOM, Almiar Margen Cero, Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes...) así como en algunos programas radiofónicos.
Fue finalista en los certámenes de poesía y relatos Ciudad de Zaragoza (1990) y durante un tiempo administró el blog Al_Andar, homenaje a las voces clásicas y muestra de algunas de las voces de hoy.
Obra publicada: EL ALBA SIN ESPEJOS (relatos) (Literatúrame, 2013);LA MANO EN LA PALABRA (selección y prólogo) (MediaIsla, 2015);DESDE LAS PROFUNDIDADES (prólogo) (Black Diamond Ed. 2013).