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Giulio Romano
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LAS RAZONES
DE PASÍFAE
Tengo tres
días de haber parido al minotauro. El cuerpo lacerado y la matriz desgarrada me
duelen, como si estuviera pariendo de nuevo.
El cuarto
es sobrio: una ventana pequeña, una mesa con agua y frutas frescas que Dédalo
me hace llegar desde la huerta del palacio. Como madre y reina, ordené que solo
yo le amamantara. Todos lo ven como un monstruo; para mí, es solo mi hijo.
Antes de
dar a luz, Minos llegó a mi dormitorio para echarme en cara el ultraje.
—¿Estás
disfrutando del embarazo? —dijo, irónico, cruzándose de brazos.
—Todos se
disfrutan, aunque causen dolor; es nuestra matriz dadora de vida. Es el
instante donde la madre se eleva a la altura de los dioses.
—¿Debo
entender que te sientes satisfecha? —me miraba fijamente.
—Por
supuesto que sí —le contesté, enfrentándolo.
—¿Cómo
puedes hablar así? Eres la comidilla del pueblo; exigen que te recluyan o que
te expulsen de Creta de por vida. —Alzaba la voz, ignorando a la servidumbre.
—No tienes
que gritar para que entienda. Piensan así porque no saben que cambiaste el toro
nevado de Poseidón por otro cualquiera de tus pastizales.
—Eso lo
sabías tú y el cuidador nada más.
—¡Ingenuo!
¿Acaso piensas que Poseidón no lo notaría? ¿Que Helios no ve cada rincón? Su
venganza cayó sobre ti, no sobre mí. Yo fui solo un medio para castigarte. ¿De
verdad creíste que Poseidón, quien te otorgó el reino de Asterión, se quedaría
cruzado de brazos? ¿Que Afrodita no me hechizaría para sentir esa pasión
desbordante por el toro, por orden de Poseidón? Y mi dolor no será por las
rupturas o el sufrimiento del parto. Mi mayor herida es saber el destino que le
aguarda.
Nada duele
tanto como ver a un hijo condenado. Duele más que la muerte de un ser amado,
porque el futuro se despliega ante ti y solo puedes implorar a los dioses que
se apiaden de él. Mi cuerpo podrá sanarlo mi hermana Circe con alguna pócima,
pero mi alma de madre... no habrá dios que me consuele. Moriré llevándome la
pena de saber que el minotauro encontrará espinas y garfios en su vida. ¿Y qué
culpa tiene él? Yo fui solo un vehículo; el origen fue el engaño y la decepción
de Poseidón hacia el gran Minos.
EL REGALO Y SUS CIRCUNSTANCIAS
Todos los
días mi padre viene por mí. Hoy salí temprano y, en vez de esperarlo, fui a su
negocio. Lo vi deslizar su mano por el talle de la empleada. Se dio cuenta de
que lo vi.
Ahora, en
mi cuarto, no puedo dejar de pensar. ¿Le digo a mi madre? Me repito que deben
ser figuraciones mías, que quizás estoy malinterpretando. ¿Y si se separan?
Siempre he sido su princesita. No sé cómo sería mi vida sin su cariño. Mi padre
me procura, me da lo que necesito, me lleva de vacaciones. Tampoco me imagino
tener un padrastro.
“Su mejor
amiga debe ser su madre —dice mi maestra—. Tienen que contarle todo”. Es
cierto, nadie me quiere más que ella. Pero, ¿contarle lo que vi?
—No se lo
merece —exclamó mi madre—. Sus calificaciones dejan mucho que desear.
—Es para
que se aplique más —dijo mi padre, dándome la caja con el móvil que tanto había
pedido.
—¿Te ha
gustado tu regalo? —me preguntó días después.
—No tanto
—le respondí, devolviéndoselo—. No es el que te pedí.
TODO CAMBIA
Ayer vi a
Frankenstein salir de una sala de maquillaje. Se acomodó un rulo frente al
espejo de un centro comercial y lucía una cabellera dorada y reluciente que
terminaba en una colita de pato. Lo seguí hasta una sala de espera, donde
departía con un grupo de clientes. Les confesaba, entre risas, que él era un
monstruo, y todos reían hasta romperse la mandíbula. Esperaba su turno para una
manicura.
Yo soy el
Hombre Lobo, salvaje y desaliñado, y por mi olfato reconocí que era Frank. Lo
reproché con un gruñido que resonó en la sala, babeando sin parar por su
actitud delicada y burguesa. Para calmar mi enojo, di media vuelta y me fui a
perseguir los carros que velozmente pasaban por el bulevar.
SOLEDAD
En la
calzada solitaria, un niño roto tirita, como una sombra que se desdibuja bajo
la furia del cielo. Me jala la gabardina y extiende la palma de la mano. No me
pide una moneda; me pide un abrazo. Me detengo, respiro, y lo cubro.
EN EL DESPUÉS
La sábana
color madera se tendía impecable. La luz solar, filtrada por los vidrios,
proyectaba un tablero sobre la cama. Ella era una reina blanca, sus vetas
canela bronceaban su pecho. Él, un alfil de ébano que sudaba copiosamente. Aún
dormidos, soñaban la batalla.
EL GEN
Sintió la
presencia de otro ser similar, y aprovechando una contracción puso el cordón
alrededor de su cuello. Después de la cesárea, sólo uno de los gemelos lloró.
LA FUGA
Los dedos
del pianista alcanzaron una velocidad de vértigo. En un rondó de arpegios que
semejaban alas en movimiento, las manos escaparon hacia el cielo.
KILLER
Tumbado en
la hamaca, entornando los ojos y rascándome las lonjas de la panza, espero
pacientemente al tiempo para matarlo.
AÚN TE
FALTA OLER EL MAR
No sentirás
dolor, le dice el médico a mi esposa. Estoy cubierto por sedantes y
analgésicos. Afuera, el perro aúlla; ¿será presagio o buen deseo? Respiro con
dificultad; el frío me cala hasta el tuétano, y, aun así, sudo, como si mi
cuerpo expulsara el filo de lo que me daña. No tengo dolor, no tengo dolor, me
repito, tratando de ser un paciente disciplinado, como si con ello me diese
ánimo.
En medio de
esta confusión, sueño. En el sueño, un aroma a hierba triturada me envuelve; el
olor es intenso. Llega como descarga, el hipo. En un destello, veo a Don
Agustín, con sus ochenta y tantos años, señalando a su sirvienta con un dedo
calloso: «¿Usted cree? Esta vieja dice que si tengo hipo por un día es señal de
que me voy a morir».
Sigo en el
sueño, pero las voces de afuera se filtran. Mi esposa, al escuchar mis
quejidos, me toca la frente con su mano tibia y temblorosa. «Está agonizando»,
murmura con un hilo de voz que se quiebra.
«Es puro
hipo, mamá», responde el benjamín, el hijo que más amé, con esa mezcla de
inocencia y certeza que solo un púber puede tener. «Ya acabó, mamá. Ciérrale
los ojos ahora; si no, quedará con los ojos abiertos. Así descansa él, y nosotros
también».
El silencio
se rompe con un sollozo distante, un lamento que parece venir de otro mundo. Es
la voz de mi madre, desde algún lugar, que susurra con tono firme y sereno:
«Aún no es hora. Cierra tus oídos y llénate de vida; vuela entre las montañas,
entrégate a las olas del mar y surge como un pájaro que lleva en el pico los
aletazos de un pez».
Años
después, mi esposa me dirá: «Sentimos que te morías». Su mirada estará cargada
de algo más que recuerdos.
***
Rubén García García
1946 en
Álamo Ver. Mex. Médico, egresado de la UNAM. Las experiencias en el servicio
social son importantes en su narrativa ya que muchas historias están
ambientadas tanto por el paisaje como por la cultura del sitio. Ejerció la medicina
privada. Como trabajador de la salud estuvo en contacto con poblaciones y
supervisando las unidades de salud dispersas. Ejerció como maestro en la
facultad de medicina y actualmente está jubilado por la Universidad
Veracruzana.
Es
Importante en su trayectoria su inclusión a Ficticia.com. donde obtiene los
elementos para comprender la brevedad. Acepta que le fueron enseñados,
desinteresadamente por maestras pacientes y capaces.
Publicaciones
(algunas)
Revistas
electrónicas: Piedra y nido, Brevilla, inmediaciones, ficticia.
Antologías:
Eros y Afrodita en la minificción, (Ant. Dina Grijalva) El libro de los seres
no imaginarios (Ant. José Manuel Ortiz Soto) Cien fictiminimos (compilador
Alfonso Pedraza) Cuentos pequeños GRANDES LECTORES (Ant Agustín Cadena Amélie
Olaiz) Contribuye en educación básica en
“Proyecto mundo para todos” 2007 Puerto Rico ediciones sm Sexto año.
“Pluma y lapiz” 2005 Puerto Rico, ediciones sm.
Libros: Historias
de amor y muerte (edición privada), La seña del murmullo Editora BGR
y La danza de las fuerzas, de próxima publicación en Editora BGR (2025.
La revista
Brevilla dirigida por Lilian Elphick me da la alegría y el honor de exhibir
algunas de mis ficciones. Mi agradecimiento a ella y a sus colaboradores.