KARLA I. HERRERA: «NESCIENCIA»

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LECCIÓN APRENDIDA

Aquella tarde sombría, la empleada pública se disponía a emprender una labor asignada en otro despacho gubernamental. De manera que dejó sola su oficina por un instante, entretanto se arreglaba para salir. Al volver notó que su cartera había desaparecido, sin que pudiera entender cómo habían entrado a su pieza, aun con la puerta cerrada con doble llave. Días después encontró algunos de sus documentos personales adheridos a la pared de un baño unisex y un mensaje en letras mayúsculas que rezaba: «Bobalicona, la próxima vez no te confíes en la cerradura, aunque tenga doble, triple o cuádruple seguridad. Fíjate en las bisagras y el marco de la puerta de entrada a ese o a cualquier recinto de tu entorno. Nunca desestimes los detalles». Tarde comprendió que debió ser más precavida y menos distraída.

 

REMEDO NUTRICIONAL

Se cuidaba de no comer en exceso, de ingerir una cantidad proporcional de vegetales, de frutas, al tiempo que procuraba beber varios vasos con agua durante el día. Iba al gimnasio de tres a cuatro veces por semana y con regularidad vigilaba su peso corporal. Estaba convencido de que llevaba una vida sana y de seguir al pie de la letra una dieta balanceada. Sin embargo, ignoraba que comía demasiados carbohidratos, cuya ingesta había alterado los niveles de colesterol total, de HDL, LDL, de triglicéridos y de azúcar en la sangre. Lo supo cuando visitó al especialista en nutrición, quien le dijo que si no mejoraba su alimentación y su metabolismo, podría sufrir, en cualquier momento, un infarto de miocardio. Y, por si fuera poco, que ya padecía de diabetes tipo dos. Su vida, sin sospecharlo, corría el peligro de extinguirse, como ya se había presentado de poco en poco con la insulina de su páncreas.

 

LA TRAGA PALABRAS

Cada que alguien hablaba, ella debía estar allí, en medio de los adultos, del vendedor, de la vecina, del amigo e inclusive de la visita inoportuna. Le fascinaba tragar palabras, estar de metiche, oyéndolo todo para saborear y aprender los sonidos que aún no era capaz de pronunciar. Esa chiquilla era de lo más impertinente, de lo más atrevida, a tal extremo que al notar su presencia, era corrida de inmediato.

—¡Andáte de aquí, chavala! Dejá de escuchar las conversaciones de los mayores, andá estudia, ponte hacer algo de provecho.

Al crecer, en plena madurez, fue la más locuaz, la más extrovertida, la que deslumbraba con su vasto vocabulario y con sus destrezas de oradora.

 

AUTODESTRUCCIÓN

Priya maltrataba a su madre de una forma y de otra. No tardó en acabar con su vida a punta de lesiones y de insultos. Contrario a lo pensado, la mujer siguió con su racha de vicios y de excesos. Una noche, en medio de sus orgías, creyó ver a su progenitora con su vestimenta ceremonial, esta vez más decidida que de costumbre. Sintió que la miraba con piedad, con la compasión que nunca tuvo hacia ella y que ésta trataba de ayudarla, mientras otros seres atormentados la asediaban con vehemencia. Ahí volvió en sí y supo que se hallaba en el limbo del remordimiento y de la autocensura, pero ya era demasiado tarde, puesto que también había corroído los despojos de sí misma y de su eventual acompañante.

 

Fuente: Textos inéditos. Segundo libro de microficciones, 2023-2025.

 

 

EL AUTOENGAÑO 

 

Sufría de delirios, de alucinaciones al estilo de Juan Pablo Castel. Como este personaje de Sábato, estaba convencido de que su mujer le era infiel con otro hombre, en este caso, con un forastero proveniente de Extremadura. Por eso la seguía a todas partes, la vigilaba sin que ella lo intuyera o siquiera imaginara su desasosiego. Un día estuvo a punto de estrangularla hasta que se dio cuenta —en medio de su paranoia— que quien la apretujaba y la besaba con frenesí era él mismo. La sombra difusa que se proyectaba en sentido oblicuo reflejaba una doble silueta.

 

 

TRIÁNGULOS 

 

Jaén cuidaba de sus cultivos como de sus hijos y felinos, juntos conformaban su Santísima Trinidad que protegía e idolatraba. De unos y de otros profesaba un amor ilimitado y por todos imploraba con devoción a las divinidades. Había, sin embargo, un cuarto elemento que mantenía en sigilo y que intrigaba tanto a la familia como a su hueste de amistades. Pocos conocían la razón por la cual Jaén permanecía largas jornadas en sus invernaderos y casi nadie sabía de su pasión oculta: la cría de insectos considerados “depredadores”, pero que, en realidad, eran y son benéficos para la agricultura, ya sea en pequeña o en gran escala y con cuya función profiláctica, el aludido había logrado controlar las plagas que acechaban a sus plantaciones. De suerte que las catarinas (mariquitas), los ciempiés y los escarabajos, no eclipsaban ni competían con sus querencias, más bien completaban otra sagrada trilogía.

 

NESCIENCIA 

 

Trabajó en la Biblioteca Central de un país insular, en cuyo organigrama no existía el Fondo Reservado ni una Fonoteca, apenas las colecciones de Referencia, General y una pequeña Hemeroteca. En una ocasión, mientras revisaba un promontorio de papeles, encontró un folio amarillento, raído, carcomido por la polilla y estampado con una rúbrica entre señorial y heráldica. Inocencio no se inmutó, no le dio ninguna importancia, sin saber que se trataba de un verdadero incunable. De modo que no pudo distinguir a tiempo lo que era y lo traspapeló. Él ignoraba acerca del valor histórico e institucional de aquel pliego que daba cuenta del arribo de los peninsulares a dos ínsulas de las Antillas Mayores: a las costas de Juana (Cuba) y de Santiago (Jamaica), lo mismo que de reales provisiones emitidas circa S. XV por los reyes de Castilla y Aragón.

 

EXTREMISMOS 

 

Todo transcurría entre el tedio y la negatividad. No se casó, nunca tuvo hijos, no amó ni fue amado. Por si fuera poco, no tenía documentos oficiales de identificación, no sabía conducir, tampoco podía leer ni escribir. No tenía trabajo estable, casa propia ni dinero alguno y nunca viajó más allá de la cuadratura de su vida. En cierta ocasión, el sujeto de los noes y níes infinitos, pensó que había dado un «salto cualitativo» al lindar una inequívoca asertividad. Después de practicarse distintas pruebas de laboratorio, de negar y descreer los resultados, dio positivo respecto del cáncer gastrointestinal.

 

 

Microrrelatos extraídos de Sinergias. Villa María - Córdoba, Argentina, Tusca Editoras, 2023, 45 págs.

 

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Karla I. Herrera. Tegucigalpa, M. D. C., Honduras, Centro América. Es Licenciada en Letras, en el área de Literatura por la Universidad Nacional Autónoma de Honduras (UNAH). Tiene estudios de Posgrado en Literatura Iberoamericana realizados de 1996 a 1998 en la Facultad de Filosofía y Letras, de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Ha publicado varios trabajos ensayísticos, bibliográficos y de crítica literaria; posee cuatro libros publicados: Dos grandes latinoamericanos (ensayo, 1999), Silencios habitados (cuento, 2014), Interpretaciones crítico-literarias (ensayo, 2017) y Sinergias, (microrrelatos, 2023). Tiene en su haber literario otro libro de cuentos convencionales y un segundo texto de microrrelatos todavía inéditos.

Herrera Amador fue profesora universitaria adscrita al Departamento de Letras de la UNAH y coordinadora de la Unidad de Investigación Bibliográfica de la Biblioteca Nacional de Honduras “Juan Ramón Molina” de 1998 a 2005. Ostenta algunos reconocimientos y el honor de haber sido incluida en una veintena de antologías sobre microficciones, cuatro de ellas nacionales y el resto de impronta internacional. Desde enero de 2006 radica en forma permanente en el estado de New Jersey, EUA.  

 


 

RAQUEL M. ESPINOSA: «HUÉRFANAS»

                              

 

ESTACION ALEMANIA

Camino por las vías, por donde ya no pasa el tren. Las ruinas me sorprenden al borde del precipicio y, dócil, me cuelgo del paisaje. Ajeno a mí, el río sigue su curso. Me desplazo entre escombros: paredes carcomidas, techos ausentes, puertas de la vieja estación cerradas para siempre. Un deseo ancestral me invita a mirar. Avanzo, me acerco vencido por la curiosidad. “Aquí dormían los más jóvenes”, me susurra alguien, desde atrás. Yo, que no lo vi, lo miro con recelo. “Y aquí dormían los mayores”, dice, acercándose aún más. “En las paredes dejaron sus datos escritos. “Acérquese y vea”. Me animo y atisbo a través de las ventanas. ¿Qué me esperará?

Una larga fila de nombres y fechas se exhibe, desafiante, contra el olvido. Sólo cuando reconozco la letra de mi padre, que trabajaba allí, advierto mi error. Dispuesto a huir miro alrededor. El hombre ya no está. El río sigue en el mismo lugar inmutable. Suena el silbato de la locomotora, pero el tren llega sin conductor. El viento sopla, los viejos ejes rechinan. Yo desciendo y soy devorado por el arenal.

 

HUÉRFANAS

En El Destierro no conocieron el endiablado artificio hasta la llegada del maestro. Tras su inexorable tarea todos aprendieron la lección. A falta de papel escribieron en las arenas costeras del río, en los troncos de los árboles, en puertas y paredes, en los enseres de las cocinas, en los rústicos atuendos que vestían y en sus propios cuerpos. Fue tal la obsesión que pronto dejaron de dormir para seguir escribiendo. Amenazado por las autoridades el maestro huyó. Los escribientes abandonaron sus trabajos y sus diversiones. Ajenos a las penas y placeres se olvidaron de hacer el amor. Cuando el sol abrasaba o arreciaban los diluvios escribían. Con vientos o en calma escribían. Escribían de día y de noche. En el agua y en el aire. A conciencia o de memoria. Con su propia ortografía y a ritmo sostenido escribían. Enfermos de ilustración y sin descendencia los desterrados no advirtieron que llegaba el fin. Desde entonces sus historias deambulan, ilusionadas, buscando quien las adopte.

 

INFRACCIONADOS

Ocurrió en un barrio del Oeste, hasta donde llegaron las fuerzas del orden. El desbande fue total entre los malevos del suburbio. Se llevaron un brete, veinte piqueras y otros elementos de interés. Acusado de crueldad, el organizador recibió una severa sanción y unos cuantos garrotazos. “Agujero Negro”, “Eclipse” y “Pantera” fueron conducidos al calabozo en calidad de secuestrados. Esa noche una mano aviesa dio dos vueltas a la llave y abrió la puerta. En el patio los estaban esperando el comisario y sus hombres. Ahora sí los tres gallos pelearían amparados por la ley.

 

CON PRECEDENTES

El Gran Conquistador avanza, como un gigante, con ímpetu asombroso. Lidia, derrota, humilla. Somete tanto a súbditos como a enemigos. La expansión de sus dominios conforma el imperio más grande, nunca visto. No obstante, la Historia anuncia su declinación: “nada es para siempre”. Los límites, otrora infinitos, comienzan a estrecharse ante la mirada atónita de los incrédulos. La estatura del gran hombre disminuye; los bríos del comienzo se extinguen. Su país vuelve al tamaño original. Los habitantes, sojuzgados ahora por los herederos de aquel poder, creen en la leyenda y se sueñan imperiales.

 

JUSTICIA TEXTUAL

El delincuente confiesa que salió de su cuento arrastrando el cuerpo del delito, que pasó la frontera, que no hubo controles ni persecución y que, al final, frustrado, se entregó. El cronista, que es otro delincuente, anota lo que escucha y, para imputarlo, lo devuelve a la ficción.

 

LEYENDAS

Al narrador inmortal

 

Sale del Sur por avenidas repletas de gente. Ya en el centro, una multitud lo espera aplaudiendo. Parapetado en su último bastión, el loco de los balcones se saca el sombrero a su paso. El cortejo se desvía hacia la antigua calle Urrutia. Suenan melodías de piano y violines, alguien recita. Juana Manuela ha salido a saludarlo; él prosigue su viaje. Cruza el puente de piedra y ve, por última vez, el Rimac, la plaza de Acho, el Paseo de Aguas y la soñada alameda. El convento de los Descalzos abre sus puertas, tañen las campanas. Las tapadas dejan caer sus mantos y mandan besos al aire; llevan en sus manos el libro más leído. Flora Tristán sonríe. Confundida entre las otras, María Micaela Villegas llora. Las ha seducido a todas.

¡Qué monumental despedida, Marito! Lima, femenina al fin, también sonríe. Ella contará tu historia.

 

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Raquel Milagro Espinosa es profesora en Letras (Universidad Nacional de Salta) y Especialista en Ciencias Sociales con Mención en Lectura, Escritura y Educación (FLACSO), investigadora y escritora. Publicó ensayos, crónicas, novelas y cuentos. Primer Premio Ensayo (Secretaría de Cultura de Salta, 2006) y Primer Premio, género microrrelato, en el Segundo Certamen Literario Nacional “Alma en Letras” (Resistencia, Chaco, Argentina, 2021). Sus últimos libros publicados:  El último viaje (novela, 2023), En la piel del otro (microrrelatos, 2024) y No te distraigas (libro de microrrelatos de doce mujeres de las cuales forma parte).

 

                    

ARNALDO JIMÉNEZ: «MANCHAS DE BREVEDAD»


 

EL PERRO MÁS CHIQUITO DEL MUNDO

 

El abuelo le enseñó a vivir dentro de una caja de fósforo, donde el perrito podía orinar al pie de un árbol y mudar su pelaje y acatar las órdenes de no comerse los pájaros ni los saltamontes. Por fuera estaba tejido con estambres de regazo, tenía el color del séptimo día de la creación, algo turbio como el final de un camino. Cuando Emma lo vio, pensó que era el signo de una fórmula extraña en los mapas de la locura. Y el perrito no podía ser nombrado porque era una migaja de nube casi incomprensible. Su jadeo se escuchaba desde cualquier punto de la casa, y sus ladridos eran unas puntas de agujas fastidiosas y punzantes en los oídos, perturbadores del curso normal de la cotidianidad. Por dentro, el perrito tenía una armazón de cilindros y tuberías insondablemente compleja. Un fluido electroquímico semejante a un combustible rojo recorría una inmensa red de poblados y circuitos de historias distribuidos por la cara interna de la piel, engranadas a su vez a piezas mecánicas cuya cantidad de tornillos y arandelas era imposible escribir en cien cuadernos. La finalidad de este increíble andamiaje, era la de permitir que el perro aceptara las caricias, porque estas, como se sabe, si son infinitas. La niña solía sacarlo a pasear por las lomas de arrugas que la sábana dejaba sobre la cama, el perrito corría alegre, se dejaba caer por ellas, las subía con una extraordinaria rapidez y olisqueaba todos los puntos cardinales por donde la niña había dejado los rastros de su sueño. El perrito se entretenía mordisqueando el calor de Emma como si fuese un hueso de divina procedencia, y no se cansaba de lamer los restos de sonrisas dispersos por la sábana, porque esperaba, de un momento a otro, alcanzar el interminable brillo de la infancia.

 

 

UN TREN

Solo en los pasillos principales hay un ir y venir de encuentros; jamás dos personas pueden no encontrarse; aunque la única distancia que hayan mirado sea el mar. En trenes menos reales que este —esos que rechazan el silencio y se desplazan por rieles de hierro—, se les pregunta a los pasajeros si desean música o pesadillas; en el tren de Sarah, todos están embargados por un solo anhelo: llegar al final del viaje manteniendo intacta la alegría que las mariposas destilan bajo el sol.

La estación mantiene un ritmo de pulsaciones que empujan al tren hacia las entrañas de las casas, y la gran máquina de múltiples vagones se desliza por una intrincada red de vías llenas de alianzas, costumbres de misericordias y pequeños asomos de abismos. Cruza por ventanas que ostentaban las médulas de los muros y se adosa a las ondulaciones de los espejos y los muebles; arranca los espíritus que arman trampas en los rincones y sube y baja la espesura de las luces. Allí, en las casas, conoce el infinito porque se le añade un vagón en el que nunca se acaba el pan de compartir, y el tren sigue viajando hacia dentro…

 

 

PRIMERA NOCHE EN EL HOSPITAL

El hospital estaba cruzado por una amplia calle; por ella pasaban personas huyendo rumbo a las balas, al mareo de los barrios, mujeres apuradas, niños huérfanos mamando la pega de las noches, hombres de luto, gimiendo, padeciendo dolores que traspasaban el cuerpo y seguían más allá del alma, directo a la indiferencia de la historia. Allí vio nacer a un niño y morir a un anciano, la misma noche y a la misma hora. Y escuchaba cómo forcejeaban los humanos contra la fatalidad, vestidos de blanco, tratando de extraviar a la muerte hacia otra pureza. Allí escuchaba la persecución mortal de las bacterias que salían del quirófano, sacudían las paredes, se aferraban a los pulmones, destajaban los ojos, se incubaban en pequeños seres y convertían el sitio en un castillo de verdadero horror con sus demencias simuladas, con sus pasillos curtidos de gritos, auténticas crucifixiones que dialogaban con las dislocaciones de las piernas, los cuellos volteados hacia la miseria, los brazos quebrados por los celos y el cansancio de acunar el dolor una y otra vez. La bacteria era afectuosa con los algodones del silencio, con las amarras de la nada. Y Artemio iba de un pasillo a un banco, de un rechazo a la lástima; al igual que muchos otros, arrastraba consigo los cartones de la pernocta.

 

 

LA MUJER DE LAS CARTERAS

Bajo techos apenas alumbrados por las luces mortecinas de los postes cercanos, vi a la mujer de las carteras. Una señora de andar demorado y sombrío, ataviada por ciento diecisiete carteras y veinte bolsos de todos los tamaños, diseños y colores. Allí los tenía en hileras simétricas, recostados contra la pared. Bolsos de flores golpeadas por torbellinos, con un asa tipo aro y dos broches de aluminio. Un bolso donde vertió el rechazo de Dios y aceptó el amor por la deriva… Le colgaba uno de limo y areniscas, capaz de cargar los mensajes de los muros. Algunos eran memoriosos, ajenos a los sobresaltos del amor; otros eran idénticos a la dicha, rasgados por las abreviaturas de las ánimas. Unos confeccionados con fugas irrevocables, profundos como una ventana. Carteras que conducen a los templos, divididas en los diferentes instantes del silencio. Una para guardar la exactitud de la misericordia. Otras para proteger las lianas de los recuerdos, con lentejuelas de soledad y el maquillaje de una edad persistente. Carteras de dril, con mechas doradas y escondrijos para guardar asperezas. Unas servían para irse de viaje y anunciar el advenimiento de otras sombras; otras se podían utilizar para captar emociones lucífugas, con una urdimbre de cuero ilusorio y un departamento interno donde se incuba el escalofrío de las distancias. Más allá, bajo el techo del baño externo del hospital, instaló su cama de estropajos.

 

 

VOLCÁN CON OLOR A DUENDE: en la mitología nórdica se asegura que los duendes fueron los primeros seres creados por Dios, son eternos, y pueden aparecer y desaparecer a voluntad. Sus únicos y grandes defectos fueron la fascinación por el color del oro y por la burla. Jugueteaban y se burlaban incansablemente, sobre todo del dios Ukko, quien se parecía mucho a Vulcano: era tuerto y cojeaba de un pie. Sus grandes velocidades, no le permitían a Ukko atrapar a los duendes y estos se le subían al cuerpo y le clavaban en los ojos un millar de agujas de plata; además, lo enredaban y le hacían caer aumentando más las risas y los gestos de burla. Así fue como Ukko ideó un plan para vengarse de ellos y construyó un camino de oro hacia un volcán, cuyo cráter tapó con un enorme y fastuoso castillo. Les prometió que si no se burlaban de él habitarían allí para siempre y todo lo que tocaran se convertiría en oro de manera inmediata.

Obsesionados por la promesa aceptada y llenos de la mayor alegría, los duendes subieron el camino de oro y llegaron a la puerta principal del castillo, la cual era enorme, elaborada con piedras preciosas y marfil, al dar un paso hacia la sala la alfombra se abrió mágicamente y los duendes fueron cayendo al fondo del volcán. Los últimos duendes se dieron cuenta y huyeron haciéndose invisibles, se desperdigaron por la tierra, pero en un número muy escaso; aún se mantienen así por temor a la ira del dios. El dios Ukko metía la mano en el volcán y sacaba un duende, le daba forma de animal en sus moldes y luego lo engullía. Se dice que todavía quedan duendes calcinados en su interior, por eso, el volcán mantiene constantemente un humito que contiene el olor de sus pieles chamuscadas.

 

 

VOLCÁN DEL DIABLO: tiene forma de un gran ángel arrodillado mirando hacia las profundidades del alma de Dios. Su sonido parece decir palabras en arameo. El diablo entra por las grietas laterales y se esconde cuando ya no soporta tanta maldad ajena, vomita una sustancia incandescente, la cual representa su dolor y su falta de valentía para seguir ayudando al ser humano en su afán de destruir lo creado. El humo del volcán le ayuda a olvidar por breves instantes esa orden divina. Entonces en su pecho se abre un espejo y él puede observar el grado de horror que ha alcanzado su orfandad. Recobra sus fuerzas y se sumerge en su propia sustancia para adquirir el aspecto con el cual se le conoce.

 

 

PLUMAJE PECTORAL

Admiró tanto las migraciones, la convivencia de las aves con la deriva del viento; padeció tanto el rigor de los relieves: un vagabundear de antorchas en la urdimbre de la soledad, el rechazo a penetrar la entraña de la noche, y la condena a estar ligado a un cuerpo sin nombre; anheló tanto una membrana de vuelo para su espíritu que, un día cualquiera, mientras miraba el color de la lejanía, le brotaron desde el centro del esternón un desorden de plumas luminiscentes que ninguna otra fe ha podido extender entre la piel y el vacío. Así fue como ensayó una develación de prohibiciones y alcanzó la misericordia de las nubes; pero su anatomía ganaba peso con el luto que prometían los abismos. Y quiso profanar los árboles con la insistencia de su imagen, aunque su palabra abandonara la oquedad de los sonidos, prolongara una ambición de sentido y amenazara con invadir las sombras y convertirse en ligadura, sostén de la luz, caja de los días. Iba desnudo, asumiendo la desmesura de los pájaros, acrecentando un devenir de umbrales. Iba desnudo, como reclamando viejos escombros, acaso la constante acechanza de un amor perdido. Y ostentaba ese batir de espigas emplumadas en el pecho, a veces plateadas, como un incendio de cuchillos, casi siempre bermejas, como el instante de una herida.

 

 

ESPUELA DEL CALCÁNEO

En raras ocasiones fue usada para finalizar la agonía de la víctima, hundiendo su fuego en los diversos hospedajes de los pálpitos. Este órgano sirvió: para aferrarse a los costados de las montañas, escarbar en la aridez, desentrañar el cadáver de pequeños animalejos. Estaba incrustado en una base interna carente de terminaciones nerviosas, esto, precisamente, le permitía al humano dar fuertes embestidas contra las superficies rocosas, además de soportar que la espuela se partiera sin causar ningún tipo de dolor. Era un garfio ardido con semblante de signo, afilado en la punta donde moraban y se evaporaban los vértigos. En la parte central, apenas se notaban cinco gránulos que ostentaban el color de la primera sangre; su funcionalidad anatómica pudo haber sido puramente decorativa. El huesecillo parecía contener una protesta vidriosa, capaz de evitar la caída y, con esta, la vergüenza. Aunque se regeneraba espontáneamente, cada vez lo hacía con más lentitud y con menos belleza. En su lugar quedó un hueso de forma redondeada que aún intenta continuarse hacia el lado exterior del pie.

 

 

Estos textos están incluidos Manchas de Brevedad, de Arnaldo Jiménez,EOS Villa,2025.

 

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Arnaldo Jiménez, La Guaira, 1963. Poeta, narrador, ensayista, articulista y corrector. Licenciado en educación en la especialidad de Ciencias Sociales por la Universidad de Carabobo. Maestro de aula desde el 1991 hasta el 2014. Es miembro del equipo de redacción de la Revista internacional de poesía y teoría poética: “Poesía” del Departamento de Literatura de la Dirección de Cultura de la Universidad de Carabobo, así como de la revista de narrativa Zona Tórrida, de la misma Universidad. Corrector de estilo de la Revista de Ingeniería de la Universidad Central de Venezuela y de Rubiano Ediciones.

En poesía ha publicado: Zumos (2002). El silencio del agua (Recopilación y notas. 2007). Tramos de lluvia (2007). Caballo de escoba (2011). Luz Amontonada (2012). Álbum de mar (2014). Salitre (2014). Resurrecciones (2015). Ráfagas de espejo (2016). Truenan Alcanfores (2016). Álbum de mar (2da edición, 2021). El gato y la madeja (2021). Truenan Alcanfores (2da edición, 2021). Inventario para el más allá (Venezuela-Ecuador, 2021). Dama de noche (2024). En narrativa ha publicado: Chismarangá (2005), “El nombre del frío”, cuento infantil ilustrado por Coralia López Gómez (Editorial Vilatana CB, Cataluña, España, 2007). Orejada (2012). El silencio del mar (2012). El viento y los vasos (2014). La roza de los tiempos (2014). El muñequito aislado y otros cuentos (2015). Clavos y duendes (2016). Maletín de pequeños objetos (Bogotá, 2019). La rana y el espejo (Perú, 2020). El viento y los vasos (2da edición, 2021). El libro de los volcanes (2021). El Ruido y otros cuentos de misterio (2021). 20 Juguetes para Ema (2021). Un circo para Sarah (2021). Ysabel (Novela, 2024). En ensayo ha publicado: La raíz en las ramas (2007). La honda superficie de los espejos (2007). Breve tratado sobre las linternas (2016 y 2021). Y los libros de aforismos: Cáliz de intemperie (2009) y Trazos y borrones (2014).

Primer premio en el concurso nacional de cuentos Fantasmas y aparecidos clásicos de la llanura en el 2002. Premio nacional de las artes mayores 2005.Obtuvo dos premios nacionales del libro región centro occidental por El silencio del agua y La honda superficie de los espejos en el 2008. Recibió la orden Juan Antonio Segrestaa en el 2008.Mención especial en el concurso nacional de cuentos Salvador Garmendia 2010. Finalista en el concurso nacional de microficción Los desiertos del ángel 2010. Finalista en el concurso nacional de cuentos Guillermo Meneses 2011. Mención especial en el concurso nacional de poesía Festival mundial de poesía 2011. Finalista en el concurso de microcuentos, Cada loco con su tema, México,2012. Premio nacional de poesía Rafael María Baralt 2012. Premio Nacional de poesía Stefanía Mosca 2013.Premio nacional de poesía bienal Vicente Gerbasi,2014. Premio nacional de poesía Rafael Zárraga,2015. Ha publicado en diferentes periódicos nacionales y en revistas literarias de Perú, Argentina y España. Es columnista del diario Ciudad Valencia, Edo. Carabobo, Venezuela.

 


 

«DEL OTRO LADO DEL LABERINTO». ANTOLOGÍA DE MINIFICCIONES


 

«Del otro lado del laberinto» es especialmente hermosa: cada texto abre un intertexto, el «archivo primario», con la llave de la minificción y que nos sumerge en un sinfín de historias míticas y recreadas. La palabra se pierde en el mar de Ulises o en los tejidos de Penélope; se fortalece con Teseo y el Minotauro; se tranquiliza con la lira de Orfeo; se marcha con el barquero Caronte, no mira a Medusa o se embriaga con Dioniso. Aquí hay tantas historias y tantos universos que el verdadero agón es soltar amarras y entregarse al laberinto sin temor.

Lilian Elphick

 

 

DESCARGA DIRECTA, AQUÍ y en el portal de Letras de Chile.

 

 

 

 

Ilustración de Sergio Astorga

 

SELECCIONADOS/AS ANTOLOGÍA «DEL OTRO LADO DEL LABERINTO»

 


SELECCIONADOS/AS ANTOLOGÍA «DEL OTRO LADO DEL LABERINTO»

 

María Sofía Abarca

Mariángeles Abelli Bonardi

Alejandra Aguilar Gorodecki

Lilian Aguilar de Andreutti

Liliana Aguilar Orantes

Jesús Alcañiz García

Pilar Alejos Martínez

María Belén Alemán

Ricardo Álvarez Moncada

Esther Andradi

Raúl Aragoneses

Francisco Araya Pizarro

Denise Armitano

Sergio Astorga

Ana Baeza

Karla Barajas R.

Paqui Barbero Las Heras

Sandra Barrera Andrada

María Antonieta Barrientos

Márcia Batista Ramos

Débora Benacot

Sandra Bianchi

Adrián Bolívar

Raúl Brasca

María Eugenia Brito

Ricardo Bugarín

Susana Burotto P.

Guillermo Bustamante-Zamudio

Claudia Bustos G.

David Cabarcas Salas

Damaris Calderón C.

Jorge Calvo

Marylena Cambarieri

Nélida Cañas

Homero Carvalho Oliva

Daniel Casanova G.

Guillermo Castillo R.

Rubén Cerdá Berenguer

Graciela Chávez

Lilian Cheruse

Dimitra J. Christodoulou

Sara Coca

Lía Comitini

Eduardo Contreras Villablanca

Amalia Cordero Martínez

Ingrid Córdova Bustos

Marco Fabián Cortez

Gino Curiel Rondini

Ginés S. Cutillas

Patricia Dagatti

Elisa de Armas

Carmen de la Rosa

Piero De Vicari

Edgar Díaz

Leonardo Dolengiewich

Liliana S. Doyle

Agustina Ernst Saravia

Cristopher Escamilla

Hernando Escobar V.

Raquel Espinosa

Yesid Espinosa Zapata

Liliana Espinoza Tobón

Julio Estefan

Jorge Etcheverry

Gianmarco Farfán Cerdán

Rebeca Lucero Farfán

Andrés Fernández Vergara

Henry Ficher

Patricia Fiore

Miguelángel Flores

Daniel Frini

Camila Fuentes

Patricio Fuentes Catalán

Raúl Garcés Redondo

Daniel García Torres

José A. García

María Maite García Díaz

Rubén García García

Eliah Germani

Virginia González Dorta

Juan Pablo Goñi C.

María Gorodentseva

Eduardo Gotthelf

Ana Grandal

Mercedes Guanchez

Olivia Guarneros

Cristian Guevara H.

Orlando Guevara

Raquel Guzmán

Perla C. Hermosillo

Karla I. Herrera

Leandro Hidalgo

Eduardo Honey

Sergio Infante

Maritza Iriarte

Jorge Andrés Jaime

Arnaldo Jiménez

Victoria Katri

Mirta Krevneris

Rocco Laguzzi

Olga Laudani

Mauricio León

Silvina Lérida

Elisa Logan

Gloria de la Soledad López P.

María Elena Lorenzin

Patricia Lovos

Romeo Lucchi

Ana María Martinengo

Vanessa Martínez Emma

Juan Martínez Reyes

Marcelo Medone

Marisa Mena

Alexei Mendoza Moreno

Néstor Mendoza

Heidi Molina Duque

Ricardo Monasterio

Camilo Montecinos Guerra

Iris Montero Muñoz

Mauricio A. Montoya V.

Ángeles Mora Álvarez

Fabiola Morales Gasca

Omar Moreno

Silvia Moretti

Diego Muñoz Valenzuela

Bárbara Muñumer

Carmen Nani

Patricia Nasello

Ildiko Nassr

César A. Navarrete V.

Laura Nicastro

Stergios Ntertsas

Mara Núñez

Omar Ochi

Scarlette Orozco López

Jorge Héctor Ortiz

José Manuel Ortiz Soto

Raúl Ovalle Gallardo

Zarela Pacheco

Cecilia Palma

Martín Paris

Jorge Pérez Guillén

Gabriel Pérez Martínez

Alejandro Pes Casado

Estela Porta

María Isabel Quintana

Jorge Quispe Correa A.

Farah Rahib

Katalina Ramírez Aguilar

Said Ramírez Téllez

Aurora Rapún Mombiela

Ilich Rauda

Nanim Rekacz

Anita María Riquelme S.

Patricia Rivas M.

Federico Rizzo Sebben

Adriana Azucena Rodríguez

Nana Rodríguez R.

Saturnino Rodríguez R.

Ernesto Rojas

Nicolás Facundo Rojas

Patricia Rojas de Leunda

Aleyda Romero E.

Graciela Roque García

Silvina Rufino

Carlos Enrique Saldívar

Alberto Sánchez Argüello

Claudia Sánchez

Marcelo Sánchez

Angélica Santa Olaya

Manuel Sauceverde

Pablo Sayago Sselton

Norah Scarpa Filsinger

Ana María Shua

Griselda Sierra

Audberto Trinidad Solís

Florentino Sotelo Alaniz

Eliana Soza Martínez

J.R. Spinoza

Lluís Talavera

Fiona Taler

Roger Texier

Marcelo Tittaferrante

Ana Torres Licón

Luis C. Torrico

David Trigo Rodríguez

Ángeles Vázquez Estrada

Guillermo Velásquez Forero

Manuela Vicente Fernández

Cristián Vila Riquelme

Gabriela Vilchez

Claudia Villafañe Correa

Toti Vollmer

Norma Yurié Ordóñez

José Zurita

 

 

 

 

ILUSTRADORES/AS

 

Ricardo Álvarez Moncada

Ana Baeza

Débora Benacot

Graciela Bonardi

Sir Edward Burne-Jones

Homero Carvalho

Gino Curiel Rondini

Carmen de la Rosa

Jorge Etcheverry

Lola Gómez Redondo

Leandro Hidalgo

Liliana Mazza

Martín Paris

Pablo Rapún Mombiela

 

Ilustración de Sergio Astorga