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REESCRIBIR EL DESTINO
Homenaje a Gabriel García Márquez
Aureliano Buendía dejó los pescaditos de oro a un lado, sobre la mesa del taller. El brebaje viscoso que le había ofrecido Melquíades esa mañana le había dejado un regusto dulzón en la boca. Conforme había avanzado el día, algo de mareo y poco más. Sin embargo, ahora le producía un ardor que le subía por el pecho y le alcanzaba la cara.
Empujó la puerta de la casa y salió como un loco recorriendo las calles del pueblo. Llegó a casa de Pilar Ternera y, sin apenas mediar palabra, la amó sin consideración, vehemente, como poseído. Le gustó la sensación posterior. No se reconocía en aquellas lides, afanado; expresando voracidad y ternura a aquella mujer de ojos y pelo negro. Se acomodó al aroma de su piel, a sus pechos prominentes y a la soltura con la que ella regía su hogar. Dominó pronto la cría de ganado, que vendía multiplicando unos ingresos florecientes para su prole. Y no pensó que aquel día, el gitano y su mujer habían condenado a su estirpe, sin saberlo, a cien años de amor.
ORÍGENES
Cansada de tejer y de esquivar pretendientes, congregó a un grupo de hombres y mujeres y se lanzó al mar en busca de su esposo. Pasó por el país de los Feacios, por la isla de Calipso y por la isla del Sol. Así, libró una guerra, mató a una ninfa y ayudó a Zeus a gobernar un pueblo. Al llegar al país de las Sirenas, descubrió que su compañero había sido atraído por su canto. Habían devorado a la tripulación y destruido sus naves. Él había perdido la memoria y estaba a punto de ser sacrificado.
Haciéndose pasar por una vagabunda entró en palacio y mató a la sirena reina. Por el día le contaba al marido lo que por la noche olvidaba. Y consciente de que tenían que volver a casa, lo ató al mástil del barco hasta que recuperó la memoria. Y navegaron, viviendo cien altercados, para que luego fuesen cantados por los rapsodas de pueblo en pueblo.
SEPTIEMBRE
Decidí llevarme un trozo de mar en la maleta. Lo guardé doblado en el bolsillo interno con mucho cuidado para que no mojase la ropa. Al llegar a casa no sabía dónde colocarlo, pero encontré un hueco en la cómoda. De ese modo, si llegaba cansada por las tardes lo extendía en la bañera y me hacía unos largos relajantes, si me aburría intentaba pescar la cena desde la orilla y si estaba enojada me sentaba frente a él y me calmaba con el mecer de las olas.
Todo iba bien hasta que las gaviotas decidieron salirse de los cajones y anidar en el rellano de la escalera. Ahora tengo a todo el bloque alborotado: los vecinos han colocado las hamacas y han abierto un chiringuito en el portal.
ANHELO SALVAJE
El olor a tierra mojada me trae recuerdos de mi antigua vida silvestre. Pienso en los antílopes que retozan en los pastizales en la estación húmeda. También en los leones que acechan a las gacelas en la llanura, o en los búfalos que resoplan mientras los pájaros anidan en las acacias.
Alzo las dos patas delanteras y olfateo el aire con mi morro. Sólo tendría que cruzar la puerta del jardín. Pero entra mi amo en el comedor, me acaricia con su mano, le miro a los ojos y pospongo, por esta vez, los atardeceres en la sabana.
NOSOTROS
Venimos solos caminando. Pasamos junto al Cruceiro. Casi todo es oscuridad. A la altura de la Ermita de las ánimas nos arrodillamos. Dentro, el viento mueve la luz de las velas y desdibuja el rostro de Jesús. Algunas monedas permanecen esparcidas. Las flores mustias se deshojan. Llegamos a la Iglesia, los bancos vacíos, los santos en penumbra, solamente silencio y soledad.
Subimos por las calles empedradas. Las paredes blancas encaladas. Un gato corre asustado. Ni siquiera el sonido de los grillos, la luz mortecina de las farolas. Las personas duermen en sus casas, ajenas a este deambular, sin saber que mañana nos acompañará uno más.
MALCRIADO
Los padres de un alocado tigre no le permiten que se acerque al lago. Se rumorea que los cocodrilos devoran a los más jóvenes. Tampoco quieren que cace jabalíes, ni antílopes con su afilada cornamenta, ni pavos reales por sus plumas indigestas. A fin de cuentas, los dos le abastecen de caza hasta el hartazgo.
A los cuatro años, luce un imponente pelaje y un cuerpo majestuoso. Sin embargo, los instintos afloran. Por eso, el macho arrogante se come a la madre, mata al padre anciano y muere de hambre cuando termina con las provisiones que le suponían sus hermanos.
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Francisca Barbero Las Heras (Bonn, 1970) es Licenciada en Psicología por la Universidad de Granada, especialista en psicología clínica y trabaja en Jaén en un centro que atiende a personas con trastornos adictivos. Escribe poesía desde la edad de 11 años (que recuerde), pero hace un tiempo una amiga le animó a presentar microrrelatos para un concurso y desde ese momento su pasión por el género breve ha ido creciendo hasta hacerse extensa. Ha publicado microrrelatos en la Revista de Literatura Quimera (446, 2021; 463-464, 2022 y 487-488, 2024), en la Revista Digital Brevilla “Brevestiario”, “Tigres para Juan”, “La minúscula cuerda floja” y “Huellas de la memoria”. También en la Antología de la Escuela de Escritores “Letra impresa” 2021 y “El verdadero nombre de las cosas” (2022). Ha sido finalista del mes de enero de 2023 en el “XII microconcurso” de la La microbiblioteca y en algún concurso y certamen más. Ha publicado diversos textos en la antología de microrrelatos “Equilibristas. Nuevos autores del microrrelato en español” de Trea ediciones en 2023. No se cansa de aprender y le encantaría hibridar el microrrelato con otros géneros.