El loco y el podenco
Miguel de Cervantes Saavedra
Había en Córdoba un loco que tenía por costumbre traer encima de la cabeza un pedazo de losa de mármol, o un canto no muy liviano, y en topando algún perro descuidado, se le ponía junto, y a plomo dejaba caer sobre él el peso; amohinábase el perro, y, dando ladrillos y aullidos, no paraba en tres calles. Sucedió, pues, que entre los perros que descargó la carga fue uno un perro de un bonetero, a quien quería mucho su dueño. Bajó el canto, diole en la cabeza, alzó el grito el molido perro, violo y sintiólo su amo, asió de una vara de medir, y salió al loco, y no le dejó hueso sano; y a cada palo que le daba decía: —Perro ladrón, ¿a mi podenco? ¿No viste, cruel, que era podenco mi perro?
Y repitiéndole el nombre de
podenco muchas veces, envió al loco hecho una alheña. Escarmentó el loco y
retiróse, y en más de un mes no salió a la plaza; al cabo del cual tiempo
volvió con su invención y con más carga. Llegábase donde estaba el perro, y
mirándole muy bien de hito en hito, y sin querer ni atreverse a descargar la
piedra, decía: —Éste es podenco: ¡guarda!
En efecto, todos cuantos perros
topaba, aunque fuesen alanos, o gozques, decía que eran podencos; y así, no
soltó más el canto.
(Don Quijote de la Mancha)
En aquel angustiado cofre de cal y canto
Marcelino Menéndez y Pelayo
Desde allí, rompiendo su
imaginación las gruesas y toscas paredes que le aprisionaban, se espació por
las dilatadas llanuras de la Mancha, por entre las ásperas quiebras,
enmarañados breñales y bosques de Sierra Morena. A presentársele vinieron allí
las bellas imágenes de Marcela la esquiva, Luscinda la tierna, y aquella
Dorotea de los largos cabellos, acabado modelo de discreción y gracia, y
aquella encantadora niña Clara, que amó sin saberlo y (envuelta en su almalafa
de pies a cabeza, negando a codiciosas miradas sus brazos desnudos) la
favorecida de Marién, la sin igual en hermosura Zoraida. Movíanse detrás
luengas aspas de molinos de viento; por delante de ellos desfilaban mercaderes
y religiosos, coches con damas, apuestos caminantes con lanzas y adargas,
enlutados furtivos y galeotes encadenados; translucíanse caballeros y peones,
cristianos y moros, gigantes y reyes entre espesas nubes de polvo, dentro de
las cuales oía el preso balidos de ovejas. Allí percibía confusamente un león
con la jaula abierta, grita y danzas de bodas, un palacio de cristal
subterráneo, y en él llorosa procesión de encantadas vírgenes; a este lado un
gallardo mozo, roto de bala el pecho, expirando en brazos de su amante
homicida; acullá un túmulo rodeado de 100 blandones, y en él una joven que
parecía sonreírse de la pompa fúnebre para ella dispuesta; más cerca discurrían
el Licenciado y el Barbero, Sancho Panza, Tomé Cecial y Sansón Carrasco, y en
el medio de todos aparecía sentado en una mesa, con la vista encendida, la boca
entreabierta, la fisonomía desencajada, la siniestra mano en la frente, la
diestra fuertemente cerrada, como si apretase la espada en ella, el infeliz
Alonso Quijano con el libro de Amadís de Gaula delante. Ruido de cerrojos por
la parte del patio, de pisar de caballerías y voces humanas por el lado de la
calle, vendrían inoportunamente a desvanecer las halagüeñas ilusiones del
encarcelado.
La mano
David Lagmanovich
David Lagmanovich
No la había perdido, pero le había quedado inútil como una flor tronchada. El soldado la miró con lástima y se preguntó qué podría hacer ahora con ella. Luchar contra los infieles ya no, pues le haría falta la fuerza de las dos manos. Necesitaba buscar otro camino y encontrar una fortaleza nueva, se dijo. Pensó entonces en escribir un libro y entrevió que eso podría otorgarle alguna nombradía. ¿Conseguiría el favor del Conde de Lemos? ¿Protegería este alto señor al desconocido soldado Miguel de Cervantes? Nada se perdía con probar.
Doble personalidad
Lilian Elphick
—Dime Sancho, ¿quién es Don Miguel de Cervantes Saavedra?
—El autor de vuestras aventuras, mi señor.
—¡El autor de mis aventuras soy yo! ¡Dónde está ese hombre para acusarlo!
—En la cárcel, mi buen señor.
—¿Qué? ¿Ya ha sido condenado por plagio?
—No, mi señor.
—Entonces, ¿por qué? ¡Vamos, habla hombre, que no tengo todo el día!
—Pues, por falsificación de identidad. Dice ser don Quijote de la Mancha.
—Qué confusión me has creado, Sancho. Te prohíbo que hables más del tema.
—Sí, don Miguel.
(Originalmente en Ojo Travieso. Santiago: Mosquito, 2007)
Aldonza
David Vivancos Allepuz
David Vivancos Allepuz
Interceda, señor cura. Interceda por el bien de todos, maese barbero. Saben hasta qué punto han llegado sus demenciales alucinaciones. Un secarral con cuatro cardos requemados se convierte a sus ojos, enfebrecidos por tanta lectura diabólica, en el más bello jardín de un palacio imaginario. Vergeles delirantes al margen, pretende que los demás veamos delegación de príncipes de reinos remotos donde no hay más que piara de lustrosos gorrinos. Las hoces son vihuelas; las horcas, arpas y diferentes instrumentos maravillosos cuyos nombres desconozco, como el de todas esas músicas cortesanas que se describen en los Amadises y en los Tirantes que con fervor devora. Les ruego encarecidamente que pongan fin a los padecimientos a los cuales esa desquiciada hija de mil padres, esa bellaca Aldonza a quien el Diablo confunda, tiene sometido a este pobre Alonso Quijano, hidalgo conocido de tanto tiempo por vuesas mercedes, que no es caballero andante ni señor de dama alguna, ni a ello aspira, y que únicamente ansía, al hallarse cercano el fin de sus días, vivir en paz y como buen cristiano lo poco que le queda en este mundo antes de reunirse, de forma definitiva, con su Creador.
(2019 - Ginés S. Cutillas [ed.] Los
pescadores de perlas)
Espejismo
Geraudí González Olivares
Aldonza Lorenzo entiende que su destino no va más allá de una aburrida y laboriosa vida, lavando ropa todo el día. Lo que no comprende es cómo la corteja un caballero andante que insiste en convertirla en una hermosa y fina dama.
Dulcinea del Toboso entiende que su vida es permanecer enclaustrada en medio de una élite respingada y sosa. Lo que no comprende es cómo su pretendiente, un simple hidalgo, intenta convertirla en una ordinaria lavandera con una vida trabajosa y monótona.
(Inédito)
Sobre el gobierno de Sancho
Cristian Mitelman
Luego de tres semanas, Sancho
vislumbra la estructura del poder. Sabe que su mandato está condicionado por
los condes y que toda medida humanitaria que adopte lleva en sí misma la marca
de los poderosos.
Decide crear algo nuevo. Les
explica a los súbditos que de ahora en más el estado es de ellos, y que lo
único que deben contemplar es la justa distribución de la riqueza insular.
Pero cuando pronuncia tales palabras, los condes deciden cancelar el juego y los súbditos apenas han entendido lo que Sancho quiso transmitirles.
Pero cuando pronuncia tales palabras, los condes deciden cancelar el juego y los súbditos apenas han entendido lo que Sancho quiso transmitirles.
Uno de ellos, varios años más
tarde, viaja por Europa y le cuenta a un señor Moro, que se dedica al
noviciado, las delirantes palabras de un campesino mutado en gobernador.
El joven clérigo toma nota y dice que los libros de caballería son una utopía. Le gusta esa palabra, por lo que decide escribir un libro sobre ella.
El joven clérigo toma nota y dice que los libros de caballería son una utopía. Le gusta esa palabra, por lo que decide escribir un libro sobre ella.
Y es así cómo el Barroco español
del siglo XVII influye en el Renacimiento británico del Siglo XVI. Y a su vez,
aquel Renacimiento engendra el falansterio y a Marx, que escribe para que, en
el siglo XX, un médico sureño que oficia de militar en el Caribe le narre a sus
soldados los capítulos del Quijote, que trata sobre la aventura de un hidalgo y
su humilde servidor...
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