Patricia Lagarde: «Ars Combinatoria», 2012 |
Resiliencia
Antes de la guerra se hubieran peleado por lograr que posara
para ellos de la manera que fuera, ahora sólo la llaman para hacerlo desnuda.
Su cuerpo, algo desmejorado, todavía seduce a los pintores, que se aprovechan
de que en estos tiempos pueden comprarlo por un plato de sopa. Sin embargo, el
artista de hoy la ve como nadie la había visto antes. En su boceto, la mujer
aparece fragmentada, una mano aquí, un pie allá, el torso separado de la cabeza
y un esbozo del abdomen. Todo flotando en un mar de estrellas que iluminan con
sutileza un limbo sombrío, como un símbolo de esperanza. Al acabar, la mujer
recoge cada uno de sus pedazos y los cose de nuevo lo mejor que sabe. Se siente
distinta, como un vestido con tantos remiendos que ya nadie puede reconocer la
tela con la que lo hicieron.
De hombres y otras bestias
El Minotauro apenas se defiende, únicamente trata de distraer a
Teseo mientras los jóvenes recogen el hilo buscando el camino de salida. El
ateniense le hunde hasta diez veces la espada en el corazón, consumido por una
rabia fruto de la conjura de aquellos que le debían obediencia. Desconoce que
tras volver a arrojar a los muchachos al interior del laberinto, Ariadna ha
marchado abandonándole a su suerte. Con el paso de los días, el cuerpo de Teseo
se asemeja cada vez más al de un toro, aunque todavía se vislumbre en él un
vestigio de humanidad. Se ensañará sin motivo alguno cuando encuentre la carne
fresca que vaga perdida por pasadizos que no llevan a ninguna parte.
Estampa familiar
Voy a usar el papel y el lápiz que hallamos entre los restos del
naufragio para dibujar este hermoso paisaje de palmeras y aguas cristalinas,
por mucho que mi padre insista en emplearlos para enviar un mensaje de socorro.
Parece evidente que ni la solitud de la isla, ni vernos forzados a enfrentarnos
juntos a un entorno incierto, van a cambiar nuestra relación. Es la imagen de
siempre, yo soportando su menosprecio por mi arte, mientras él me mira con el
gesto torcido y una botella vacía en la mano.
Vade retro
Todavía en el paso del sueño a la vigilia, percibe en el aire el
olor del incienso, abre los ojos y se encuentra en ese otro mundo que no
conoce. El individuo vestido de negro da voces rabiosas en un idioma extraño
haciendo el signo de la cruz. A su lado, la joven llora y grita que ha visto al
diablo. La anciana repite un susurro incesante, como una plegaria, mientras
rocía con agua la habitación. Aterrado ante la posibilidad de perder la
cordura, se planta en la ventana y salta, con la única esperanza de que en
aquel universo de pesadilla los ángeles de la guarda puedan volar.
Sinestesia
El sonido de su voz me deja un sabor amargo en el paladar. Y no
en sentido figurado, dicen los médicos que la causa es un desorden neuronal.
Las voces de tono grave las percibo saladas y las agudas en exceso me resultan
ácidas. Pensé que la suya, equilibrada, con tonos de almendra y café, sería
fácil de soportar. No contaba con esa persistencia cansina que ha acabado por
convertirla en algo desagradable. La dejo sollozar indiferente, sorprendido por
lo dulce que suena. Casi resulta empalagosa cuando se combina con el crujido de
la viga de la que cuelga. Su último suspiro obra en mí un inesperado efecto
terapéutico. Debo de estar curado porque no le encuentro sabor. Lo escucho con
mis ojos.
Fugaz
Déjala junto a la verja cuando esté preparada, que enseguida
pasarán a recogerla, ha dicho el señorito como quien habla de un mueble. La
mujer viste a la niña con la ropa de los domingos y la lleva hasta el portón
mientras menea la cabeza en señal de negación, con las prisas no le ha colocado
el pasador en el cabello como es debido. No puede pararse a entrever la
posibilidad de que algún día la aguja acabe clavada en el cuello del amo, ni
tiene tiempo de cuestionar que unos manden tanto y otros no pinten nada. Ni
siquiera le queda un momento para despedirse antes de que vengan a buscar a la
pequeña. Luego, ya con más calma, dispondrá de media vida para recordar a
aquella hija que un día tuvo y que nunca fue.
Ángulo de reflexión
Son gemelos que llevan años intentando parecerse. Por un
capricho de la naturaleza, cada uno se ve en el otro como en un espejo. Si el
primero tiene un lunar en el lado derecho de la cara, el segundo tiene el mismo
lunar, pero en el izquierdo. Uno es diestro y el otro zurdo. Nunca pudieron
presentarse al examen del hermano ni intercambiar las novias para gastar una
broma, todo el mundo aprendía pronto a reconocer algún gesto o rasgo físico
para saber quién era el mellizo «derecho» y quién el «izquierdo». Lo han
intentado todo para acentuar sus semejanzas, cortes de pelo idénticos, vestir
de forma similar o hablar con el mismo tono, y aún así siempre hay algo que
permite adivinar sus identidades. Tras algún tiempo sin saber del otro, se han
vuelto a encontrar para descubrir que han tenido la misma idea. El zurdo ha
aprendido a manejar con soltura su mano derecha y el diestro la izquierda. Han
eliminado sus lunares colocándose uno nuevo en el lado opuesto. Se miran en
silencio, con un desconcierto que deviene en nostalgia, como si se vieran en
una vieja fotografía sin reconocerse.
*
Lluís Talavera (Barcelona, España) es
Licenciado en Informática y profesor universitario. Ha publicado microrrelatos
en revistas como Plesiosaurio, Cuentos Para el Andén y Letralia. Ha sido ganador o finalista en
concursos como Relatos En Cadena, de la Cadena SER; Wonderland, de Radio 4; Esta
Noche Te Cuento o Purorrelato, de Casa África. Es colaborador habitual de la
sección de microrrelatos de la revista cultural Amanece Metrópolis. Mantiene
el blog Todo cabe.
Lluís Talavera |